Se subió a su lujoso Cadillac, encendió el motor y pisó suavemente el acelerador para salir del estacionamiento del Hotel Château Marmont. Cuando estaba por cruzar el umbral, su auto de pronto se transformó en una saeta, cruzó la calle y se incrustó contra la pared de enfrente. De milagro no mató a nadie.
Un vulgar accidente de tránsito, del que hoy se cumplen dieciocho años, había terminado con la vida del icónico fotógrafo de celebridades Helmut Newton de 83 años.
Los médicos, ese 23 de enero de 2004, del Centro Médico Cedars-Sinai no pudieron salvarle la vida.
Un infarto le había detenido el corazón al creador del porno chic, al particular cazador del glam de la vulgaridad, al hombre que había logrado imponer su propio estilo para retratar a las mujeres.
Fue una muerte sin la gloria disruptiva a la que nos tenía acostumbrados. Pero su modo único de ver la realidad y el manejo desprejuiciado y controvertido que tuvo del erotismo quedaron en la retina de la historia.
Y, por supuesto, en los archivos de las míticas revistas Vogue, Elle, Vanity Fair, Harper’s o Playboy.
Botones no, fotos sí
Helmut Newton había nacido ansioso, el 31 de octubre de 1920, adelantándose dos meses al parto previsto, como Helmut Neustädter. Su madre, Klara Marquis, era una viuda con un hijo llamado Hans cuando se casó con el campesino de la región de Silesia, Max Neustädter. Max se hizo cargo de la fábrica de botones y hebillas del marido muerto de Klara y se convirtió en un próspero empresario. Helmut llegó en tiempos de bonanza y pasó su infancia en Berlín sin ningún apremio económico. Había dinero y su madre lo tenía siempre de punta en blanco: zapatos de cuero y trajes de terciopelo. Klara, además, era exigente con sus modales y le preocupaban mucho los códigos de etiqueta. Le tenía prohibido tocar las barandillas de las escaleras y al colegio siempre lo mandaba con chofer.
Si bien ambos padres eran judíos, en la familia celebraban las Navidades y no practicaban ritos. De hecho, ni Hans ni Helmut tuvieron su Bar Mitzvah. Tampoco se involucraban en la política.
En 1932, a los 12 años, Helmut se compró su primera cámara de fotos con sus ahorros: era una Agfa Tengor Box. Las primeras imágenes las sacó en un subte, pero el rollo se le veló por completo. No lo tomó como un signo de que debía cambiar su destino, sino más bien como una prueba a su templanza.
Aunque su padre quería que trabajara en la fábrica de botones, Helmut no cejó en su empeño por convertirse en fotógrafo. El adolescente era vago, poco estudioso y solo se mostraba interesado por las chicas, la fotografía y la natación. A los 14 años sacó a relucir su costado rebelde. Desafió las leyes raciales de Núremberg de 1934 donde se pretendía separar a los niños judíos del resto. Se enamoró de una chica que no era judía. Años después, cuando le preguntaron por el tema, dijo: “Me daba perfectamente cuenta de lo que hacía, pero me importaba una mierda”.
Su gran pasión por la natación tenía que ver con su obsesión por las mujeres. Practicar nado le daba la oportunidad de ver a las chicas “mojadas por largos períodos de tiempo”. Las piletas y las mujeres serían una constante en su vida de imágenes.
A los 16, convenció a su padre para que lo dejara estudiar fotografía. Comenzó su formación con la conocida fotógrafa de modas Else Ernestine Neuländer-Simon a quien se conocía como Yva. De origen judío-germano la fotógrafa era muy valorada por su permanente innovación. Incluso había participado del Salón Internacional de la Fotografía de Desnudos en París. Estudió con ella casi dos años.
En 1938 el clima de Alemania se había espesado. Los nazis tomaron la fábrica de su padre y Helmut pasó una breve estadía en el campo de concentración en Kristallnacht. El susto fue más que suficiente para que la familia tomara en serio lo que ocurría. La amenaza de la SS alemana era permanente. Debían emigrar y así lo planificaron.
Yva, en cambio, prefirió esperar en Berlín que las cosas amainaran. Poco después fue detenida en su propio estudio y enviada al campo de concentración de Majdanek donde fue asesinada en diciembre de 1944.
Huir de una muerte segura
El 5 de diciembre de 1938 la familia de Helmut partió rumbo a Sudamérica, más precisamente a la Argentina. Él, con 18 años, se dirigió hacia el lado opuesto: el continente asiático. Su meta era llegar a China. Llevó dos cámaras: una Kodak y una Rolleicord. Su ticket de tren iba hasta Trieste y de allí se suponía que tendría que tomar un barco hacia China. Pero el incorregible Helmut hizo lo que le dio la gana y se bajó en Singapur donde rápidamente consiguió trabajo como fotógrafo en un diario importante: el Singapore Straits Times. Su misión era más bien frívola: hacer imágenes para la sección de sociedad. Curiosamente su estilo no les gustó nada a los editores del periódico. Lo despidieron dos meses después sin contemplaciones.
Helmut no se hizo mayores problemas y, mientras pensaba qué iba a hacer, se divirtió teniendo sexo con todas las mujeres que se cruzaron en su camino.
“Me doy cuenta qué lejos estaba todavía del objetivo de convertirme en el fotógrafo de Vogue. En cambio, me había vuelto un cogedor entrenado”, contó sin filtros tiempo después.
Sus aventuras sexuales en Singapur terminaron cuando, por su nacionalidad alemana, fue deportado a Australia. Allí fue internado en un campo de refugiados en Tatura, Victoria, donde estuvo hasta 1942. Al salir, se dedicó a recolectar frutas durante varias semanas y, luego, se enroló en el ejército australiano como conductor de camiones. Eso haría durante los siguientes tres años.
Cambio de nombre
Fue después de dejar el ejército que decidió cambiar su apellido: lo transformó en Newton (se nacionalizó australiano y vivió en ese continente durante 17 años) para que sonara más inglés ya que pensaba establecerse en la ciudad de Melbourne. Allí abrió un pequeño estudio de fotografía y comenzó a trabajar para la edición australiana de la revista Vogue.
Por esos tiempos conoció a la actriz y modelo June Browne (una australiana quien se hacía llamar June Brunnell) que estaba dando sus primeros pasos en teatro. Ella tenía 24 años cuando llegó a su estudio con la idea de hacer un book para sus trabajos. June se quedó para siempre. Un año después, en 1948, se casaron y ella terminó adoptando el apellido de su marido.
En un reportaje con la edición española de Vogue June reveló la mejor definición que Helmut hizo de sí mismo: “Una vez le pregunté si él pensaba que era un genio. Él respondió: ‘No, yo creo más bien que he recibido un regalo torcido. Veo el mundo de otro modo’. Y después me informó que la fotografía sería siempre su primer amor y yo el segundo”.
En 1956 Helmut consiguió un contrato por un año para trabajar en la versión británica de Vogue. Pero en Londres Helmut se aburrió del moralismo británico y terminó su contrato antes de tiempo para irse con June a París. Vivieron un tiempo entre Francia y Australia hasta que, en 1961, se instalaron en un departamento parisino, en el barrio Le Marais.
Comenzó a trabajar con todas las revistas de prestigio y fue en ese tiempo que hizo el retrato de una mujer vestida con un smoking de Yves Saint Laurent. Esa foto es una de las más famosas y es conocida como Le Smoking. Ya había alcanzado la seguridad económica como para explorar todo lo que quería en la fotografía.
Un lugar para June
Se estaba convirtiendo en el célebre fotógrafo del planeta fashion y sus fotos provocativas estaban en todas las publicaciones elegantes de la época. Paradójicamente, aunque trabajaba para la industria de la moda, gran cantidad de sus imágenes eran mujeres desnudas. Su estética irrespetuosa con los cánones preconcebidos fue creando su sello distintivo donde la luz dramática y la búsqueda de una mirada erótica diferente gobernaban la escena.
Helmut empezó a ser Helmut. A secas.
Hasta que un día a June también le llegó su oportunidad. Fue en los años 70 y gracias a que él se pescó una fuerte gripe. Esa semana Helmut tenía una importante sesión fotográfica para la campaña publicitaria de la marca de cigarrillos Gitanes, pero no estaba en condiciones de hacerla. June con audacia aceptó reemplazarlo. Le fue maravillosamente bien.
Divertida con la sustitución de su marido, juntos idearon que tomara un pseudónimo artístico para no usar el Newton. Luego de jugar con un planisferio, el azar terminó apoyando su dedo en un lugar de Australia llamado Alice Springs… Así se bautizaría de ahora en más la June fotógrafa. El mundo descubrió entonces su mirada, muy distinta a la de su marido, menos provocativa pero más comprometida. Y ella también pasó a fotografiar a famosos de la talla de Nicole Kidman, Luciano Pavarotti, Karl Lagerfeld o Yves Saint Laurent.
Al año siguiente, Helmut tuvo un infarto estando en Nueva York. Parecía que la salud lo sacaría de la escena, pero no fue así. Siguió con su fascinación por la sexualidad femenina con una serie de fotos que incorporaba el lesbianismo, el fetichismo, el sadomasoquismo y otros ismos. Quería terminar con los “estetas” que se creían la salvaguarda de la moral.
Trabajó mucho para revistas para adultos como Oui y Playboy, con quienes colaboró durante más de treinta años. Esos trabajos le permitieron sacar su costado lúdico y explorar sus fantasías utilizando una estética subversiva. Las quejas feministas y las acusaciones de sexismo no lo detuvieron. Sostenía, ante quien lo cuestionara, que fotografiaba mujeres fuertes, poderosas, dominantes.
Saltarse todas las convenciones lo terminó por elevar a lo más alto del podio de la fotografía y las celebrities del momento sentían que ser fotografiadas por él era un auténtico lujo.
En 1976 Helmut publicó un polémico libro, llamado White Women, en el que mostraba la vida de las prostitutas de la calle parisina Saint-Denis. El famoso diseñador de zapatos Manolo Blahnik aseguró que Helmut era el único hombre que fotografiaba mujeres “que parecen mujeres”.
Un libro de 35 kilos
Empezando los años 80 Helmut y June dejaron París. Se instalaron en Mónaco durante los meses de verano y, durante los inviernos europeos, en la ciudad norteamericana de Los Ángeles. Así la vida continuó como si nunca fuese a terminar. De avión en avión, de famoso en famoso, de campaña en campaña.
En 1999 publicó su libro Sumo. Como todo lo que hizo era un libro que se salía de la normalidad: pesaba 35 kilos, medía casi un metro y contenía más de 400 imágenes. Era una obra de arte en sí mismo. Solo se editaron diez mil ejemplares numerados que fueron firmados por él. Se agotó enseguida y hoy está expuesto en varios museos del mundo.
Apenas fue publicado Helmut dijo: “Solo quiero legar algo para las nuevas generaciones. Este libro es para ellos”.
Detrás de la lente estrafalaria del profesional pasaron, durante varias décadas, los famosos del planeta. Las top models Cindy Crawford y Claudia Schiffer; las actrices Charlotte Rampling (que posó totalmente desnuda para Playboy), Sofía Loren, Isabella Rossellini y Nastassja Kinski; las cantantes Grace Jones y Madonna y la princesa Carolina de Mónaco. La mismísima Elizabeth Taylor posó para la tapa de uno de sus libros dentro de una pileta, engalanada solo con alhajas. El valor de lo que tenía puesto alcanzaba la friolera de 15 millones de dólares.
También fotografió a algunos hombres únicos como el pintor Salvador Dalí, el artista Andy Warhol y el actor Nicholas Cage. No faltó la casta política a su cita: el controvertido francés Jean-Marie Le Pen y la primera ministra británica Margaret Thatcher fueron parte de su colección fotográfica. Isabella Rossellini dijo de él: “Que la industria de la moda aceptara a Helmut fue algo extraordinario. Él era mucho más peligroso, mucho más ambiguo y aterrador que Richard Avedon…”. La mítica Anna Wintour, directora de Vogue, opinó: “Si le hacías un encargo era obvio que no ibas a recibir una chica bonita posando en una playa fantástica. Esa no era su historia”.
Helmut y su amor por lo bizarro, en un acto audaz y voluntario de “mal gusto”, lo llevaron a fotografiar en 1994 un anillo de diamantes de la marca Bulgari con un vulgar cuchillo y un pollo trozado. Esta imagen le costó amenazas: la tradicional maison francesa amagó con levantar de la revista Vogue toda su campaña publicitaria. Helmut solo dijo: “Amo la vulgaridad. El mal gusto es mucho más excitante que el supuesto buen gusto que no es más que una manera estandarizada de mirar las cosas”. Todo dicho.
El 6 de abril del año 2000, el libro Sumo que llevaba el número uno y que estaba firmado por más de cien personalidades que aparecían en las imágenes, batió un récord: se convirtió en el libro más caro publicado del siglo XX. Se subastó en Berlín por 370.000 dólares.
Meses después de la muerte de Helmut en 2004, June inauguró la Fundación Helmut Newton. El lugar elegido en Berlín para la sede da justo al muelle donde Helmut despidió a sus padres cuando partieron rumbo a un país llamado Argentina.
June sobrevivió diecisiete años a su gran amor. Murió en su casa de Montecarlo a los 97 años, en abril de 2021. Nadie sabrá porque nunca tuvieron hijos. Quizá eran demasiado conscientes de que sus egos consumían todo su tiempo y energía.
¿Voyeurista, misógino, sexista, inmoral, manipulador…? Son algunas de las tantas cosas que se dijeron de él. Pero pasan los años y su estilo sigue provocando. Al punto que, en el 2020, se realizó un documental sobre su vida que se llamó The bad and the beautiful (Lo malo y lo bello).
La frase final de la autobiografía de Helmut viene bien para cerrar esta nota: “Aquí doy por terminada mi historia, porque hablar de los éxitos propios, grandes o pequeños, carece sencillamente de interés para el lector. De lo que trata este libro es de cómo llegar allí”.
SEGUIR LEYENDO: