“Riina Salvatore, usted está siendo detenido por los Carabineros”, le dijo el jefe del comando, encapuchado, que interceptó el auto con chofer en cuyo asiento posterior viajaba el hombrecito bajo y gordo.
“Se equivoca, soy un contador que va hacia su trabajo”, respondió el hombrecito, que vestía un traje común, amarronado y algo raído, y una camisa blanca a cuadros por cuyo cuello desprendido asomaba una camiseta de frisa blanca. Para demostrar sus dichos, le alcanzó al encapuchado un documento que lo identificaba con un nombre que nunca trascendió.
Eran las 9 en punto de la mañana del 15 de enero de 1993 cuando el comando de Carabineros al mando del capitán Sergio De Caprio -a quien durante años solo se conocería por el apodo de “Capitán Último”- detuvo el paso del auto donde viajaba el hombrecito en una calle de la ciudad de Palermo.
“Riina Salvatore, baje”, ordenó Último después de echarle una mirada superficial al documento. Con las manos sobre el volante, el chofer Salvatore Biondino permanecía inmóvil. El hombrecito bajó y de inmediato fue esposado, con las manos adelante, por otro carabinero encapuchado.
Jefe máximo del clan mafioso Corleonesi y de la Cosa Nostra siciliana, Riina llevaba casi 25 años prófugo, eludiendo a la Justicia gracias a la complicidad -muchas veces comprada con dinero o forzada por amenazas- de políticos, fiscales, jueces y policías.
Se lo conocía también como “El Corto” o “El Retaco” por su baja estatura -medía un metro con 58 centímetros-, aunque nadie se atrevía a pronunciar esos apodos en su presencia. Era el “Jefe de jefes” (Capi di tutti li capi) y así le gustaba que lo llamaran. Estaba acusado de más de cien asesinatos, cuarenta de los cuales había perpetrado con sus propias manos.
Esposado, Salvatore “Totó” Riina, también alias “La Bestia”, hizo un gesto casi imperceptible de resignación y miró al capitán De Caprio a los ojos. “Ese día vi en sus ojos miedo y cobardía”, contó el carabinero muchos años después.
El ascenso de “La Bestia”
“Totó” Riina nació el 16 de noviembre de 1930 en Corleone, cerca de Palermo, capital de la Sicilia. Sus padres eran campesinos y pasaban privaciones, una vida pobre que desde muy chico Salvatore no quiso para él y buscó otro destino.
A los 18 años se incorporó a la mafia, como soldado del capo Luciano Liggio, jefe de los Corleonesi. Por entonces, el clan de Liggio tenía un lugar poco preponderante dentro de la Cosa Nostra. Corleone -su base- era un pueblo chico y las grandes ligas se jugaban en Palermo. A fuerza de atentados y asesinatos de jefes rivales, en la década de los ‘60 Liggio, secundado por Riina y Bernardo Provenzano, fue ganado territorios. A los Corleonesi ya nadie los llamaba despectivamente “los campesinos”. Ahora se los respetaba y se los temía.
En 1969, Liggio y Riina -que ya era su segundo- fueron arrestados y juzgados por asesinatos cometidos a principios de la década, pero lograron ser absueltos amenazando de muerte a los jurados y a varios testigos comprometedores. Salieron en libertad ese mismo año, pero pronto debieron pasar a la clandestinidad, acusados de nuevos asesinatos, ya no solo de mafiosos sino también de carabineros.
Jefe de la Cosa Nostra
En 1974 Luciano Liggio fue arrestado y encarcelado por el asesinato de otro mafioso, Michele Navarra, cometido dieciséis años antes, y Salvatore Riina se convirtió en la cabeza real de los Corleonesi.
Al frente del clan de los Corleonesi, “La Bestia” se apoderó de todas las actividades rentables de la mafia, desde el tráfico de drogas hasta los secuestros y la extorsión disfrazada de “protección”, al cabo de una guerra que en los años ochenta causó centenas de muertos entre las “familias” palermitanas.
Los principales rivales de los Corleonesi eran Stefano Bontade, Salvatore Inzerillo y Gaetano Badalamenti, jefes de algunas de las más poderosas familias mafiosas de Palermo. El 23 de abril de 1981, Bontade fue ametrallado, y pocas semanas después, el 11 de mayo, Inzerillo también cayó muerto bajo las balas de los hombres de “Totó” Riina.
En 1982, dejando ríos de sangre en su camino hacia el poder, “La Bestia” se convirtió en el jefe de “La Cúpula”, que era el organismo máximo de la Cosa Nostra. Nadie se atrevió a discutirlo.
Dos asesinatos resonantes
Desde allí le imprimió un nuevo perfil a la organización mafiosa. Siguió expandiendo las operaciones al tiempo que iniciaba una estrategia de “compra” de políticos, jueces y policías. A los que no podía comprar, los mataba.
La nueva política de Riina demostró ser exitosa durante un tiempo. Lo seguían buscando, pero en realidad casi nadie interfería realmente en las operaciones de la Cosa Nostra ni intentaba realmente capturar a “La Bestia”.
Pero un sector de la Justicia italiana se rebeló. Para principios de la década de los ‘90, un juez encabezó la guerra del Estado contra la mafia. Giovanni Falcone y el fiscal Paolo Borsellino empezaron a hacer grandes progresos en sus investigaciones y como resultado lograron detenciones y condenas. Vivían bajo constantes amenazas de muerte, además de comprobar diariamente que sus colegas y superiores intentaban ponerles obstáculos.
El 23 de mayo de 1992, Falcone, su esposa y tres guardaespaldas murieron al explotar una bomba colocada bajo la autopista que une Palermo con su aeropuerto. La bomba fue accionada por uno de los hombres de Riina, Giovanni Brusca. Casi dos meses después, el 19 de julio, Borsellino y cinco de sus guardaespaldas fueron asesinados con un coche bomba.
“La Bestia” sintió que había ganado la batalla, pero en realidad esos atentados fueron en principio de su fin. Otros magistrados tomaron la posta dejada por sus colegas muertos, y un equipo especial de Carabineros se propuso capturarlo, trabajando muchas veces a espaldas de sus propios jefes para evitar interferencias o filtraciones.
A la caza de “La Bestia”
Dentro de los Carabineros se formó un grupo especial secreto cuyo nombre en clave era “Crimor”. Su jefe y sus integrantes se identificaban con nombres falsos, no vivían con sus familias por razones de seguridad, tenían un algo grado de capacitación en el uso de todo tipo de armas de fuego, pero sus actividades principales en la lucha contra la mafia eran la inteligencia y el espionaje electrónico.
En los papeles “Crimor” era parte de la División de Operaciones Especiales del Arma de Carabineros, pero sólo muy pocas personas conocían su existencia. Su comandante era el capitán Sergio De Caprio, cuya identidad era un secreto y a quien sus subordinados conocían como “Último” o “Capitán Último”.
Para enero de 1993, los hombres de Último seguían dos pistas que podían llevar al refugio de Salvatore Riina. Localizaron y empezaron a seguir a un hijo de Raffaelle Ganci, jefe de un clan subordinado a “La Bestia”. Suponían que el joven era un correo de confianza entre Raffaelle y “La Bestia”. Montaron un operativo de vigilancia, pero el grupo de “Crimor” lo perdió en la via Bernini. Habían estado muy cerca: más tarde sabrían que Riina vivía en esa calle, a pocas cuadras de donde el joven Ganci se les había escapado.
Otro grupo buscaba a Baldassare Di Maggio, un mafioso que estaba oculto en la región del Piamonte. Gracias a una delación, “Crimor” lo capturó el 8 de enero y el hombre no demoró en hablar. La información que le dio al Capitán Último era oro puro: la dirección exacta de la casa donde estaba Salvatore Riina: Via Bernini 54.
La operación
El dato podía ser cierto o no -el mafioso capturado dijo que era un domicilio donde Riina estaba meses atrás- y el Capitán Último decidió comprobarlo. Trasladó a Di Maggio a Palermo, al tiempo que montó dos equipos de vigilancias con video sobre el chalet de Bernini 54 y otras casas aledañas. No obtuvieron imágenes de “La Bestia” pero si grabaron a una mujer y unos chicos cuando salían de la casa. Al ver las grabaciones, Di Maggio reconoció a la mujer y los hijos de “La Bestia”.
En la casa había muy poco movimiento y no sabían si Riina estaba allí o no. Los hombres de “Crimor” montaron entonces una operación que podía resolverse de dos maneras: si veían llegar a Riina, lo detendrían dentro de la casa; si lo veían salir, lo capturarían en la calle.
El 15 de enero a las 8:55, Salvatore Riina -el mafioso más buscado de Italia- salió de la casa y abordó un auto con chofer que lo esperaba en la puerta. Dos cuadras más adelante, el comando de “Crimor” al mando del Capitán Último lo interceptó y detuvo a sus ocupantes sin que ofrecieran resistencia.
“Riina Salvatore, usted está siendo detenido por los Carabineros”, le dijo el capitán Sergio De Caprio al hombrecito que viajaba en el asiento de atrás. Los días en libertad de “La Bestia” habían terminado.
¿Delación o inteligencia?
La versión oficial sobre la captura del capo di tutti li capi de la Cosa Nostra sostenía que había sido resultado de una larga y cuidadosa labor de inteligencia a cargo de personal de la División de Operaciones Especiales del Arma de Carabineros. Ante las consultas periodísticas sobre la delación de un arrepentido, la respuesta fue una tajante negativa.
Salvatore Riina nunca creyó esa versión. En los meses siguientes, varios familiares de Di Maggio y del chofer Salvatore Biondino murieron asesinados.
Años después de la captura, el capitán Sergio De Caprio – que ya no ocultaba su identidad – seguía sosteniendo la versión oficial: “Ningún mafioso, ni nadie, nos dijo cuál era la casa en la que vivía Riina, todo se llevó a cabo de manera legítima y transparente, sin ningún tipo de engaño”, declaró al enterarse de la muerte de “La Bestia”.
Salvatore “Totó” Riina murió en la cárcel, donde cumplía varias condenas a prisión perpetua, el 17 de noviembre de 2017. Tenía 87 años.
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