La suya no era una familia, digamos, clásica. Paola tenía una mamá repostera sí, pero también un papá astrólogo, un hombre que se encerraba en su casa de Villa Urquiza a hacer cálculos matemáticos a mano para analizar la posición y el movimiento de los astros. Tenía, además, dos hermanas. La mayor, Luisa, no sólo era 17 años más grande que ella: era, además, famosa. La mujer que había recibido las cachetadas de Arnaldo André en “Amo y señor”, la monja pecadora de “La extraña dama”.
Tal vez justamente porque la suya era “una familia particular” que nadie se horrorizó demasiado cuando Paola consiguió aquel trabajo de “masajista con final feliz”, ni siquiera quien era su novio.
Paola Kullock -así se escribe el apellido original- se sienta del otro lado de la cámara de su computadora y conversa con Infobae. Está en Merlo, San Luis, donde se mudó el año pasado con sus dos perras galgas rescatadas de viejas. Y está vestida, lo que es todo un dato, porque además de directora de una escuela de sexo y especialista en juegos eróticos, Paola Kullock es nudista.
“Básicamente soy una persona que se siente mucho más cómoda desnuda que vestida”, explica. “Puedo estar desnuda delante de cualquier persona”.
Lo que sigue es una charla sobre sus inicios y sobre lo que no tiene ningún problema en llamar “trabajo sexual”. Sobre cómo logró, un día de enero de hace 15 años, organizar una serie de clases de “masturbación manual y uso de boca” para hombres y mujeres comunes y fundar PK, la escuela que lleva sus iniciales. Sobre ella, su familia, su profesión y sobre lo que le pasa en el cuerpo cuando está en su rol de “profe” ayudando, por ejemplo, a una pareja a hacer un trío.
El origen
Paola era adolescente y pasaba el día pensando en sexo, leyendo y coleccionando libros sobre sexo. Era, además, la consejera sexual de sus compañeras de secundaria.
“Tuve la suerte de tener un novio adolescente con el que nos permitíamos jugar mucho. Si no teníamos plata para lencería no importaba, con un pañuelo atado teníamos una pollera sexy. Fue mi primer maestro, mucho de lo que enseño hoy me lo enseñó él”, cuenta.
Su debut sexual fue a los 14 años con ese novio, que más tarde se convirtió en su marido. “Después, mientras estaba en pareja con él, empecé a hacer masajes. Yo hice masajes a hombres 10 años de mi vida: masturbé hombres 10 años de mi vida”. Esa fue -cuenta- su segunda escuela.
Paola todavía vivía con su mamá cuando leyó un aviso en el rubro 60: “Se buscan señoritas para hacer masajes en el mejor lugar de Buenos Aires. Capacitación a cargo de la empresa”. Se presentó y aprendió a hacer masajes fuertes -descontracturantes, incluso deportivos- pero nada sexual. “Eran 8 horas por día de practicar y practicar, salía con las manos lastimadas”, recuerda.
“Un día me advirtieron que cuando algún caballero me pidiera algo más dijera que no porque me estaban probando. Cualquier contacto sexual estaba prohibido”. Paola siguió las reglas “hasta que un hombre me puso 50 dólares en la mano y me dijo ‘si vos no querés, me voy con otra’”. Lo dejó ir pero vio con qué masajista se había quedado y, cuando terminó, la llamó: “Vení, contame todo”, le pidió.
“Me dijo que les tenía que meter la mano dentro del short y apurarme, porque los gabinetes no tenían puerta, entonces tenías el tiempo que tardaba el jefe de personal en dar la vuelta”. Paola volvió ese día a su casa y le contó a su novio lo que pasaba en su trabajo. “Y él me contestó: ‘Si vos lo querés hacer a mí no me molesta’. Hacía tres años que estaban juntos, siguieron en pareja 5 años más.
Paola se fue de ese trabajo “porque la competencia era feroz: ahí aprendí lo peor de las mujeres”, sostiene. “Jodidas, jodidas, jodidas. Al punto de ponerte zancadillas para que te cayeras por las escaleras”. Así fue que desembarcó en su segundo trabajo, donde las masturbaciones ya no eran a escondidas “sino que estaban incluidas dentro del masaje que los hombres pagaban”, describe.
Como Paola considera que la prostitución es un trabajo no tiene ningún problema en llamar “trabajo sexual” a aquello que hacía, aunque dice que había diferencias con las chicas que atendían en departamentos privados, en la calle o en saunas.
“Para que te des una idea usábamos medias cancán para hacerlo, o sea, medias con bombacha. Te llegaban a pescar un preservativo y te echaban. Era con la mano, puramente con la mano, incluso nos tomaban examen para que lo hiciéramos perfecto. Por eso yo hace tantos años que enseño cómo hacer una buena masturbación manual, lo aprendí con muchos años de oficio, porque era mi trabajo”, cuenta y se interrumpe.
“Vos me preguntarás: ‘Una masturbación, ¿y por qué no podían hacerlo solos?’. Entonces yo te contesto: ‘¿Alguna vez te lavaron el pelo en la peluquería? ¿viste qué distinto es a lavártelo en casa?”.
Durante esos 10 años, Paola analizó qué les gustaba, qué no, vio en sus expresiones qué funcionaba, qué no, anotó: todo aquello era el germen de lo que iba a ser la primera escuela de sexo de la Ciudad de Buenos Aires. Su marketing personal -la forma en la que habla de ella misma- es, desde entonces, uno de sus talentos.
“Llegué a ser una de las cuatro mejores masajistas con final feliz de Buenos Aires, en aquel momento se llamaba ‘masaje de relax’. Realmente tenía un excelente masaje, una excelente masturbación y una excelente atención por sobre todas las cosas. Atendía súper bien, que es lo mismo que siguen diciendo de mí ahora, no porque haga masajes sino por el trato”.
A estudiar
Cuando Paola fundó su escuela su mamá le hizo un sólo pedido: “Nunca hagas quedar mal a Luisa”. Tampoco a Graciela, la hermana abogada, el tema es que eran otros tiempos, y Luisa era la hermana famosa.
“Me dijo ‘dedicate a lo que quieras pero siempre con respeto porque Luisa siempre respetó las reglas y tiene un nombre como actriz. No hagas nada de lo que nosotros podamos avergonzarnos’. Y eso fue lo que marcó mi vida”, cuenta Paola, que ahora tiene 50 años.
Enseguida empezó a dar clases de “masaje erótico para parejas” y se capacitó con una stripper para luego dar clases de striptease para gente común. “A la primera clase vinieron siete mujeres, nadie enseñaba esto. Muchas decían lo mismo: se disfrazaban y después no sabían qué hacer”.
En ese cuaderno enorme siguió anotando: ¿Qué podía tener una clase de juegos eróticos? ¿podía, por ejemplo, servirle a parejas aburridas de tener sexo siempre de la misma manera?
Cuando se quiso dar cuenta había creado “PK Escuela de sexo”, con un puñado de cursos que fue perfeccionando: “Al principio las clases de masaje erótico eran con un modelo vivo. Las mujeres que venían se la tocaban de verdad porque para mí era la mejor manera de aprender. Fue maravilloso hasta que una mujer hizo… ¡taaa!, tiró de más y lo lastimó. Mi modelo dijo ‘nunca más me presto para esto’, y hace muchísimos años lo hacemos con una prótesis peneana”.
Siguió con clases de “cómo satisfacer a mujeres”: primero -otro mundo- pensadas sólo para varones heterosexuales que quisieran aprender a ofrecer sexo oral como corresponde, y luego sumó a chicas que tienen sexo con chicas, porque -se indigna- es “una mentira grande como una casa” que, por portación de genitales similares, la creencia de que una mujer siempre sabe cómo satisfacer a otra.
“En los últimos años también atendí parejas. Vi muchas parejas teniendo sexo y eso me hizo ver que el sexo no era como te lo contaban. Las mujeres fingíamos más de lo que creíamos, los hombres duraban menos. Vi los mejores orgasmos fingidos de la historia”, asegura.
Es por eso que una de sus campañas tiene como meta que las mujeres dejen de fingir y aprendan a pedir. De ahí que uno de sus mantras sea “Por más mujeres y menos putas en la cama”, no porque esté en contra de las prostitutas ni mucho menos, claro, sino porque “la puta está asociada a ser dadora, a tener sexo de exhibición, a dar, no a pedir. ¿Qué va a pedir la puta, si está trabajando?”.
De ahí su segunda campaña, el lado B del “no es no”: la campaña del sí. “Sí, me gusta que me toques acá”, “esto sí me excita”.
Después empezó a trabajar con “fantasías controladas” para parejas que querían hacer tríos, para que no fueran a la experiencia sin red y fracasaran. Su tarea en una pareja heterosexual que decidía sumar a otra mujer era hacerle masajes eróticos a uno y a otro para que se fueran acostumbrando a la presencia de otra mujer en la cama.
“Eso es lo que también hace que yo sepa tanto sobre tríos, que asesore hace 16 años sobre tríos: sé de lo que estoy hablando, vi mucho y escuché mucho”.
Al curso “Tríos, de la fantasía a la realidad”, se suman otros clásicos que se sostuvieron a lo largo de los años. “Uso de manos y boca, que es tanto para dar placer a mujeres como para dar placer a hombres”. También la clase de “alter ego, que es ‘me disfrazo ¿y ahora qué hago?’, porque si vos te aparecés en la puerta de tu dormitorio con un disfraz y le decís a tu pareja ‘¿querés un mate?’, no da”.
Y la clase de “juegos eróticos, donde enseño desde cómo practicar sexo oral hasta para qué sirve salir sin bombacha, por qué usar una linterna o el jengibre, cómo llevar a la práctica la fantasía de pagarle al otro por sexo. Siempre pensando qué posibilidades reales tenés, no te puedo mandar a tener sexo al aire libre si vivís al lado de un jardín de infantes”.
En los últimos años sumó más servicios: un cuadernillo en PDF con relatos porno y juegos eróticos, uno con tips para dar placer a mujeres, otro para dar placer a hombres y varios videos explicativos tipo tutorial, incluso uno sobre los sí y los no para hacer un trío (“no con una amiga”, “no ir sin antes fantasear”, “no tirar de la lengua”, no sea cosa que descubrir con quién fantasea la pareja en la vida real lleve a una escena de celos incontrolable).
“En los últimos tiempos también he dado clases un poco más picantes. Por ejemplo, yo estoy al lado de la pareja con un juguete mostrando cómo se practica sexo oral, voy viendo cómo lo hacen y voy corrigiendo”, dice Paola, que firma muchos de sus posteos como “la profe”.
De profesión, docente
“Una cosa que tengo es que no me calienta nada de todo esto, soy 100% profe”, confiesa a Infobae. “Hago visitas guiadas a clubs swingers y te juro que yo me pondría a corregir. ‘Así no’, ‘tocá acá’, ‘probá esto’, ‘bajá esta mano’.
También organiza visitas a reservas nudistas y a los lugares donde se practica BDSM (Bondage, Disciplina, Dominación, Sumisión, Sadismo y Masoquismo). “Vienen conmigo porque la gente se siente cuidada por mí. Yo cuido mucho, mi tarea es abrir puertas. Soy mamá gallina”, se define.
Es por todo esto que Paola sostiene que aquello que su mamá le dijo -“no hagas nada de lo que nosotros podamos avergonzarnos”- marcó su vida:
“Es que yo trabajo por el placer, el de las personas y el de las parejas. Trabajo para que la gente pueda disfrutar de su sexualidad, siempre me lo tomé muy en serio. A mí me preguntan por Luisa pero Luisa me cuenta que va a la tele y le hablan de mí. Le dicen ‘qué clara que es tu hermana’, ‘qué buena es en lo que hace’. No te puedo decir que alguien de mi familia haya dicho ‘che, mirá lo que hace Paola, qué vergüenza”.
Paola está soltera y, por primera vez, en Tinder. “No puedo creer las fotos que ponen los tipos”, se ríe, mientras se prepara para despedirse. No está hablando de los cuerpos ajenos, de hecho trabajó como asistente sexual de personas con discapacidad y ella misma tiene una discapacidad motriz: un trastorno neurológico degenerativo llamado Charcot-Marie-Tooth, que hace que muchas veces le pregunten por la calle si está borracha.
Pero Paola es abstemia, nunca tomó alcohol ni consumió ninguna sustancia. “Sólo tengo una imaginación muy amplia”, sonríe y acaricia a sus perras.
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