“Estaba solo, salí a dar un viaje, no sabía que iba a encontrar otro camino donde pudiera ver una manera distinta de pensar”. La canción que contiene estas palabras se llama “Got to get to into my life”, o “Tengo que tenerte en mi vida”, la escribió Paul McCartney en 1965 y no es una canción de amor. No al menos de amor a una persona. Salió en el disco Revolver y décadas más tarde, el propio autor contó que fue una oda a la marihuana como pudo haberle escrito al chocolate: “Me gustaba, no me hizo pasar malos momentos y para mí servía para expandir la mente, literalmente”.
Paul McCartney es, probablemente sin saberlo -o todo lo contrario-, el militante cannábico más importante de la humanidad. Desde el verano boreal de 1964 en que Bob Dylan le hizo probar un cigarrillo de marihuana, a sus 24 años, el beatle se convirtió en un hombre que disfrutó durante décadas de la planta prohibida y sacó provecho artístico de sus efectos psicoactivos. Pero además, ese Big Bang mental lo llamó al compromiso. Y provocó que se movilizara a ser parte del agite en el debate que ya por esos años se daba alrededor de la legalización.
McCartney asumió la palabra en la discusión pública sobre el tema y trató siempre de naturalizar su uso, con el fin de conquistar el territorio -perdido en 1936, cuando se prohibió en EE.UU.- en la lucha por el “sentido común”. Para dar esa batalla actuó en consecuencia: nunca escondió su relación con el cannabis, le dedicó canciones, habló de sus costumbres verdes ante la prensa y, sobre todo, amparado en su inmensa figura como estrella del pop universal, se expuso al castigo de las leyes prohibicionistas en diferentes partes del mundo, lo que le valió cinco detenciones y unos cuantos días de prisión.
“Paul, no deberías andar con marihuana en enero”. O, precisamente, el 16 de enero. Quizás alguien a lo largo de su increíble vida se lo haya dicho. Es que dos días como hoy pero de 1980 y 1984, el beatle tuvo problemas con la institución policial por llevar encima cannabis para consumo personal.
La primera, la más complicada de toda su vida, fue en Tokio. Los japoneses, dueños de una ética y una moral impresas en piedra y con sangre, tardaron nueve días en recapacitar que no se trataba de un dealer sino de un beatle hasta dejarlo salir del calabozo, el 25 de enero. La otra fue en Barbados, en la playa, lo que le costó una módica fianza, más una multa a su ingreso al Reino Unido y, por supuesto, un escándalo en la prensa mundial que incluyó una divertida conferencia de prensa en el aeropuerto de Londres.
Pasaron 42 años y todavía McCartney no se explica cómo fue que tomó la decisión de meter en la valija una bolsa con casi 220 gramos de flores de marihuana. “Todavía estoy confundido sobre cómo sucedió eso, pero sucedió. Tenía un poco de marihuana en mi maleta y terminé en la cárcel nueve días. ¡Aterrador!”, le dijo en 2018 al comediante James Corden en su programa de TV Carpool Karaoke.
“Estábamos a punto de volar a Japón y sabía que no podría conseguir nada para fumar allá. Y esto era demasiado bueno para tirarlo por el inodoro, así que pensé en llevarlo conmigo”, contó en 2004.
Paul, su esposa Linda y sus cuatro hijos, llegaron a Japón para el comienzo de la gira de 11 fechas de la banda Wings por la isla, programada entre el 21 de enero y el 2 de febrero de aquel año. Cinco días antes del comienzo de los shows, la familia McCartney aterrizó en Tokio. Viajaron, evidentemente, demasiado confiados.
Quizás el líder de Wings creyó que por ser él, los policías del aeropuerto no revisarían su equipaje. Error. No hubo alfombra roja para el creador de la banda de sonido de nuestras vidas y un agente abrió su valija. No hizo falta ni buscar. La escena fue absurda. Ahí, a la vista, estaba la bolsa con casi 1/4 kilo de marihuana.
Después del espectáculo que la policía montó para la prensa, que incluyó hacer pasar a los fotógrafos para que retrataran la prueba del delito, Paul fue trasladado esposado hasta el Centro de Detención de Narcóticos de Tokio. Las cámaras de los noticieros lo retrataron al salir del aeropuerto de Narita con las manos encadenadas.
Parecía todo bastante preparado para una situación así. Y había una razón. Japón le había retirado la visa a Paul por el lapso de siete años en 1975 como a todas las personas que tienen un antecedente penal. ¿Cuál era el de McCartney? Una condena (cumplida con una fianza) por cultivar cannabis en su granja de Escocia. Los empresarios que buscaban programar los conciertos de Wings tramitaron la amnistía para McCartney. El Gobierno la concedió pero hay quienes cuentan que la banda fue avisada de que iban a revisarlos a fondo.
Al ex beatle no le importó. Se preocupó cuando le dijeron que en Japón era un delito considerado sospechoso de contrabando y que tenía una pena de entre siete y 11 años de prisión. Y que se iba a quedar adentro. Y así fue. A los pocos días la noticia de McCartney preso recorría el mundo. Se decía que estaba en una celda de 4x4 metros y que mataba el tiempo entre ejercicios físicos y la lectura de libros de ciencia ficción. Empezó a circular que entre los presos se lo conocía como el “prisionero 22″, por el número de su celda.
Linda esperó en el hotel y recibió en esos días un telegrama firmado por George Harrison y su esposa, el único beatle que se solidarizó con la familia: “Pensando en todos ustedes con amor. Mantengan el ánimo en alto. Es un placer tenerlos de vuelta pronto en casa. Dios los bendiga. Amor, George y Olivia”.
Bob Gruen, fotógrafo histórico de rock de aquellos años, recordó alguna vez una charla que presenció en la casa de John Lennon en 1975 en Nueva York, después de que Japón le prohibiera la entrada por sus antecedentes marihuanos: “Paul estaba diciendo cuánto realmente deseaba volver, y es por eso que me sorprendió mucho cuando dijo que obtuvo permiso para regresar, porque volvió con una bolsa de marihuana, justo encima de la maleta. ¡Buena marihuana hawaiana! Simplemente no podés. Recuerdo haberle preguntado a John una vez, en realidad ‘¿cómo pudo hacer eso?’ y John simplemente dijo ‘Bueno, como Beatle, nunca esperó que alguien abriera su bolso’”.
“Cuando el tipo la sacó de la maleta parecía más avergonzado que yo”, contó Paul, que aclaró por qué armó la valija de esa forma: “No traté de esconderla. Venía de los Estados Unidos y todavía tenía esa actitud norteamericana de que la marihuana no es tan mala. No me di cuenta de lo estrictos que eran los japoneses”.
Tan estrictos que en su celda solo tenía una esterilla para acostarse, algo que al menos la primera noche no logró. Linda esperó el proceso judicial en el hotel Okura. Un chisme sin sustento corrió a lo largo de las décadas. Fiel a la saga que intentó todo este tiempo demonizar a Yoko Ono, la leyenda decía que había sido la esposa de Lennon quien había denunciado a Paul a las autoridades policiales japonesas celosa de que la familia McCartney se hospedara en la misma suite donde paraba la familia Lennon cada vez que visitaba a la familia Ono.
Cada día que pasaba, aumentaba mucho más la preocupación no sólo de los familiares y los compañeros de banda de Paul (que esperaban novedades en el hotel). El tema empezó a tener rasgos de cuestión de Estado. Tanto desde Estados Unidos (donde esperaban a Wings meses después) como desde Reino Unido, empezaron a manifestar preocupación. La “investigación” contra McCartney, que ya había “confesado” que era para “uso personal” siguió. El músico fue trasladado al penal de Kosuge, una cárcel común. Allí le prohibieron leer y escribir. Por lo visto, todo lo que “abría” la mente estaba vedado en Japón.
“Mi instinto natural de supervivencia y mi sentido del humor empezaron a aparecer. Pensé: ‘Seré el primero en levantarme cuando se enciendan las luces, el primero con su celda limpia, el primero que se lava y se cepilla los dientes’”, le contó Paul a su hija Mary para el documental de TV Wingspan. Allí también relató entre risas la buena onda que generó con los otros reclusos a quién él llamaba Toyota, Datsun, Kawasaki, y él se hacía llamar Johnny Walker.
Finalmente, la Justicia japonesa consideró que nueve días en prisión era castigo suficiente. Además, los fans de Paul habían hecho manifestaciones en Tokio por su liberación. Y el tema no paraba de girar en las noticias de todo el mundo. Antes de salir en libertad, las autoridades del penal le exigieron al músico que se bañara con sus compañeros de pabellón. “Era una especie de sauna público. Al final, yo estaba como, ‘¡Vamos! Voy a entrar con los chicos’. Así que todos entramos allí y fue divertido, ya sabés, estar en la bañera con todos estos chicos japoneses”, rió tiempo después el preso más famoso de Japón.
El episodio derivó en la separación de Wings y en una indemnización altísima para los organizadores de los 11 shows cancelados en Japón. En el documental Wigspan, le preguntaron si no hubo una cuestión inconsciente para lograr la ruptura del grupo. “Creo que, psicológicamente, podría haber sido eso. Podría haber algo que ver con eso, porque creo que estaba listo para salir de Wings. Creo también, lo que es más importante, que no habíamos ensayado mucho para esa gira, y me sentí muy poco ensayado. No puedo creer que me arrestarían y me encarcelarían nueve días solo para salir de un grupo. Quiero decir, seamos sinceros, hay formas más fáciles de hacerlo que eso, y también tener que pagar un millón de libras (británicas) a los promotores en mora. Creo que lo único, podría haber sido solo algo algo profundo y psicológico. Es un período extraño para mí”, respondió.
No fue la última vez que Paul y Linda sufrieron el peso de la ley por su decisión personal de usar cannabis. Cuatro años más tarde exactamente, la Policía los agarró con marihuana en la playa después de comprarle a un vendedor que les ofreció en Barbados. No fue un episodio tan traumático como el que vivieron en Asia.
El domingo 16 de enero de 1984 en Bridgetown fueron demorados por tener poco menos 14 gramos. Se declararon culpables y pagaron una multa de 100 dólares. “Era una pequeña cantidad de cannabis y tenía la intención de usarlo, pero la policía vino a mi casa y les di 10 gramos de cannabis. Linda tenía otro pequeño cartón de cannabis en su bolso”, contó Paul a su vuelta a Londres, ocurrida al día siguiente.
Allí también la pareja tuvo que vérselas con la ley. Linda fue arrestada en el aeropuerto de Heathrow al ser descubierta con un poco más de porro en su bolso. “Todas nuestras maletas fueron registradas minuciosamente por la policía en Barbados después de que nos arrestaran allí. Nos dijeron que estaban limpias pero obviamente no hicieron un trabajo minucioso. La mayor parte del tiempo, Linda no sabe qué hay en su bolso de todos modos. ¡No habría estado allí si hubieran hecho su trabajo correctamente!”, dijo con ironía Paul a la agencia de noticias United Press unos días después.
“Linda McCartney fue acusada de posesión de cannabis y tendrá que comparecer ante el tribunal el 24 de enero”, anunció un portavoz de Scotland Yard aquella vez. La esposa de Paul fue puesta en libertad bajo fianza. Al salir del aeropuerto, Paul reclamó por la despenalización de la marihuana.
“Aclaremos una cosa, independientemente de lo que crean que he hecho, esta sustancia, el cannabis, es mucho menos dañina que el ron, el whisky, la nicotina y el pegamento, todos los cuales son perfectamente legales”, se quejó McCartney a los periodistas en el aeropuerto.
‘Me gustaría verlo despenalizado. Seamos realistas, esto es algo que me gusta hacer: tomar una gota de cannabis”, agregó el creador de Yesterday, en ese momento de 41 años. Ante la pregunta de un periodista, Paul lo miró, guiñó un ojo y le respondió: “Realmente, a nosotros nos gustaría dejar el cannabis”.
McCartney llevaba un pin en su campera negra que decía “Déjame en paz, estoy teniendo una crisis”, y repitió: “Nunca volveré a fumar, pero, de nuevo, no puedo prometerlo”. Y no lo hizo, de hecho, hasta 2012, cuando anunció a la Rolling Stone que había abandonado la costumbre. “Ya he tenido suficiente. Ahora, en vez de fumarme un canuto me bebo un vaso de vino o un buen margarita”.
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