-Mayday! Mayday! Mayday! Este es Cactus 1549. Chocamos contra pájaros. Perdimos control de los dos motores. Estamos volviendo a LaGuardia – informó el piloto del avión a la torre de control.
Eran las 3.27 de la tarde del 15 de enero de 2009 y el Airbus A320 de US Airways llevaba apenas tres minutos en el aire cuando el capitán Chelsey “Sully” Sullenbergerer se comunicó con la torre del aeropuerto. A pesar del pedido de auxilio, su voz sonaba tranquila. A su lado, el copiloto, Jeffrey Skiles, manoteaba el manual de vuelo para repasar el procedimiento de emergencia.
Hacía solo 17 segundos que una bandada de gansos canadienses había chocado con la aeronave y algunas de las aves, incrustadas en los dos motores, los había inutilizado. El avión había perdido empuje –como si hubiera frenado de golpe en el aire– y simplemente planeaba.
Había despegado a las 3.24 desde LaGuardia, en Nueva York, con destino a Charlotte, Carolina del Norte. Además de sus cinco tripulantes, llevaba 150 pasajeros a bordo. Ahora todos estaban al borde de la muerte.
El capitán Sully Sullenberger nunca se había encontrado frente a una situación parecida, pero tenía en su haber más de 20.000 horas de vuelo, primero como piloto de la Fuerza Aérea y después en la aviación comercial.
Debía actuar rápido y sin perder la calma. Pocos segundos después del impacto tomó los mandos del avión -los tenía Skiles, que había realizado el despegue– e informó la emergencia a la torre de control. Desde la cabina del avión veía la ciudad de Nueva York y el Río Hudson.
En los siguientes 231 segundos debió tomar una serie de decisiones que podían hacer la diferencia entre la vida y la muerte de todos.
La última de ellas fue acuatizar la enorme aeronave en el río, una maniobra salvó la vida de todos los pasajeros y tripulantes y quedó en la historia de la aviación como “El milagro del Hudson”.
“Sabía que sería la peor situación de emergencia de mi vida. Pero al mismo tiempo nunca pensé que moriría aquel día”, diría después.
Birdstrike
Los primeros dos minutos del vuelo habían transcurrido según lo previsto, para Sully y el primer oficial Skiles era una maniobra de simple rutina.
-¡Qué linda vista del Hudson tenemos hoy! – se escucha decir al capitán, a las 3.26, registrado por la grabación de la caja negra.
El Airbus siguió ascendiendo con normalidad, buscando la altura de crucero, hasta llegar a los 2.818 pies (859 metros) cuando chocó con la bandada de gansos canadienses.
En la jerga de la aviación se llama birdstrike a “cualquier contacto entre una aeronave en movimiento y un pájaro o grupo de pájaros”. En los aeropuertos y sus proximidades, la presencia de aves está considerada un peligro para la seguridad, a tal punto que en la década de los ‘90 se elaboró una “lista negra” de aeropuertos peligrosos por este motivo.
Sin embargo, la mayoría de los birditrikes no tiene consecuencias. En promedio, se registran 16 impactos de pájaros contra aviones por día en todo el mundo. La mayoría ocurre a una altura inferior a los mil metros.
Pero cuando se trata de una bandada grande y no de uno o dos pájaros aislados, las consecuencias pueden ser graves. Debido a la gran velocidad de los aviones, el impacto puede dañar seriamente el fuselaje o hacer fallar los motores.
Y eso fue lo que le pasó al Airbus A320 al mando del capitán Sully Sullenbergerer: los motores se incendiaron y se detuvieron. El avión empezó a planear, cayendo.
Decisiones en una caja negra
La grabación de la caja negra dejó registrado el diálogo entre el capitán Sullenberger y la torre de control, que muestra cómo fue tomando las decisiones, paso a paso, pero a un ritmo vertiginoso.
-Mayday! Mayday! Mayday! Este es Cactus 1549. Chocamos contra pájaros. Perdimos control de los dos motores. Estamos volviendo a LaGuardia – informó Sully segundos después del impacto.
-Okey. Necesitás regresar a LaGuardia. Gira a la izquierda y toma rumbo dos dos cero- le contestaron desde la torre.
-Dos dos cero – confirmó Sully, pero ya sabía que sería casi imposible.
Segundos después, el operador de la torre volvió a hablar:
-Cactus 1549, si te lo podemos dar, ¿querés probar aterrizar en la pista uno tres? – preguntó.
Sully demoró unos pocos segundos en responder:
-No podemos, es posible que terminemos en el Hudson.
En eso momento – relataría después el piloto – estaba mirando hacia abajo, tratando de ver dónde podía “aterrizar” sin estrellar el avión contra un edificio.
Desde la torre le dieron la opción de un pequeño aeropuerto, más accesible, en New Jersey.
-Cactus quince veintinueve, girá a la derecha dos ocho cero. Podés aterrizar en la pista uno en Teterboro.
-No podemos - respondió “Sully”, tajante.
-Okey, ¿cuál pista querés de Teterboro? – insistió el operador.
-Estaremos en el Hudson – fue la respuesta.
Sonaba tan increíble que el operador creyó que había escuchado mal:
-Perdón, decilo otra vez, cactus – insistió.
No obtuvo respuesta. El capitán Chelsey Sully Sullenbergerer estaba ocupado apuntando la trompa del avión hacia el río para lograr “el milagro del Hudson”.
-¡Prepárense para el impacto! – les dijo a los pasajeros.
El acuatizaje
El avión pasó planeando apenas 300 metros por encima del Puente George Washington. No era el único obstáculo que debía sortear el piloto para evitar el desastre, el Hudson en Nueva York parece una avenida en la que abundan los barcos y los remolcadores.
La tripulación preparó a los pasajeros para el impacto y la evacuación. Esta operación se conoce como ditching, y cada auxiliar de vuelo tiene una función definida, repitiendo las indicaciones sobre el uso de los salvavidas, tranquilizando o auxiliando a los pasajeros más nerviosos, mostrando la posición que deben tomar en sus asientos antes del impacto y estableciendo un orden de evacuación según las puertas y las filas de los asientos.
Mientras tanto, el avión seguía cayendo, con la trompa apuntando al centro del río. En el último instante, a pocos metros del agua, el capitán tiró hacia atrás el comando y levantó el morro del Airbus, que acuatizó con una increíble suavidad.
“Parecía como si el avión tuviera problemas para ganar altitud. A medida que se acercaba al agua, pude ver al piloto haciendo un último esfuerzo por levantar la nave. Lo logró por unos segundos y luego el avión impactó contra el agua. Si no hubiera sido por esa maniobra se podría haber dañado todo el fuselaje”, relató un testigo a The New York Times.
El Airbus quedó flotando en el Hudson a la altura de la Calle 48 de Manhattan y, casi como una broma del destino, cerca del Museo Museo Intrepid Sea-Air-Space.
La temperatura era de seis grados bajo cero y, aunque la orden de la tripulación fue esperar dentro del avión flotante a que llegaran los barcos de rescate, algunos pasajeros desobedecieron y se lanzaron con sus salvavidas al río.
El rescate y la solidaridad
Al operativo de rescate de los guardacostas y la policía se sumaron inmediatamente los remolcadores y los ferrys locales, e incluso algunos particulares en sus lanchas. En minutos se formó un enjambre de naves de distintos tipos y tamaños alrededor del avión, mientras los helicópteros policiales y de las cadenas de noticias lo sobrevolaban.
Los primeros en ser rescatados fueron los pasajeros que, por indicación de los tripulantes, esperaban sobre las alas de avión y después los que iban saliendo de la cabina por las puertas de emergencia a medida que se despoblaban las alas.
Más trabajo dieron algunos de los que se habían arrojado al agua, que rápidamente sufrieron hipotermia. Hubo diez de ellos que terminaron internados en el Hospital St. Luke’s-Roosevelt, aunque se recuperaron pronto.
Otros heridos, ninguno de gravedad, fueron atendidos en el Hospital Saint Vincent’s Catholic Medical Center en Greenwich Village. Allí también revisaron por precaución a los dos bebés que viajaban en el avión y comprobaron que estaba ilesos.
La investigación
En todo accidente de aviación, con o sin víctimas, es rigurosamente investigado. Mo se trata solamente de la legislación aérea internacional, sino también de una exigencia de las compañías de seguros.
En líneas generales, se trata de dilucidar entre tres causas: fatiga de materiales y mantenimiento –es decir, el estado del avión al despegar-, accidente por un imprevisto y/o falla humana de la tripulación.
En el casi del vuelo 1549 quedaba claro que la colisión con la bandada de gansos había sido imprevisible, pero quedaban otras dudas: ¿Realmente habían fallado los dos motores? ¿Amerizar había sido una decisión correcta o temeraria? ¿Era imposible llegar de regreso a LaGuardia o al también cercano aeropuerto de Teterboro?
La Junta Nacional de Seguridad en el Transporte (NTSB), comprobó que no había fallas de material y la existencia de restos de aves en las turbinas.
También usó simuladores de vuelo para comprobar si el avió podría haber regresado a salvo a LaGuardia o desviado a Teterboro. Sólo siete de los trece aterrizajes simulados a LaGuardia tuvieron éxito, y sólo uno de los dos a Teterboro.
Incluso, el informe reconoció que las simulaciones eran poco realistas: “El giro inmediato realizado por los pilotos durante las simulaciones no reflejó ni tuvo en cuenta las consideraciones del mundo real, como el retraso de tiempo necesario para reconocer el impacto de un pájaro y decidir un curso de acción”, dictaminó. Las decisiones del capitán Chelsey Sully Sullenbergerer fueron calificadas como “acertadas”.
“No pude dormir durante estos tres meses de investigación”, contó Sullenberger luego del dictamen. “El milagro del Hudson” tenía a su héroe.
Un milagro de película
Fue el entonces alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg quien por primera vez habló del “Milagro del Hudson”, una denominación que pasó a la historia.
“El piloto hizo una obra maestra al aterrizar sobre el río y después al asegurarse que todo el mundo salía del avión”, dijo al entregarle las llaves de la ciudad.
En 2016, Clint Eastwood estrenó Sully, una basada en el libro autobiográfico Highest Duty, escrito por Sullenberger y el copiloto Jeffrey Skiles, y protagonizada por Tom Hanks.
La película relata el accidente y la investigación realizada por la NTSB. Para autorizarla, los autores exigieron que se cambiaran sus nombres por otros de ficción.
En enero 2019, para el décimo aniversario del “milagro del Hudson”, Sullenberger prefirió recordar los hechos que había protagonizado con otro enfoque:
“Algunos lo llaman el ‘Milagro del Hudson’. Pero aquello no fue un milagro. Fue un ejemplo de lo que se necesita en una emergencia y de lo que es posible cuando servimos a una causa que es más grande que nosotros mismos. En nuestro famoso vuelo, vi lo mejor de la gente para sobrellevar la situación: los pasajeros y la tripulación ayudaron a evacuar a una anciana y a una madre con un bebé de nueve meses. Nuestro éxito fue el resultado del buen juicio, la experiencia, la habilidad y los esfuerzos de muchos”, dijo.
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