A los 23 años, Jane Britton era una de las mayores promesas entre los estudiantes de posgrado de la Universidad de Harvard. En enero de 1969 estaba terminando de darle los últimos retoques a su tesis del doctorado en Antropología, para la cual el año anterior había participado de una expedición arqueológica en Irán, en lo que se suponía que eran las ruinas enterradas de Alejandría de Carmania, una ciudad fundada por Alejandro Magno en el Siglo IV antes de Cristo.
Hija de dos reconocidos académicos de Cambridge, Jane venía avanzando paso a paso hacia la concreción de un futuro brillante. Precisamente el lunes 7 de enero tenía previsto uno de los más importantes: la última exposición de su tesis, una suerte de examen final antes de la redacción definitiva y la defensa de su trabajo.
Pero su nombre impreso en letras de molde no llegó nunca a la portada de un trabajo académico, sino que apareció en las páginas de los diarios por un motivo bien diferente: su violación y muerte, un femicidio misterioso que no pudo ser resuelto en casi medio siglo y cuyo autor fue descubierto recién a fines de 2018, gracias a la insistencia de tres periodistas que se habían obsesionado con su “Cold case” y que consiguieron la realización de un análisis de ADN forense, una técnica que no existía en los tiempos de su asesinato.
Un cuerpo frío en la cama
La mañana del lunes 7 de enero, Jane Britton no se presentó ante la terna de profesores con la cual debía discutir la tesis. Su novio, James Humphries, la llamó insistentemente desde la Universidad, donde la esperaba para acompañarla en la presentación. El teléfono sonaba, pero Jane no respondía.
La noche anterior se habían despedido con un “hasta mañana” en el Edificio 6 de la residencia universitaria donde Jane vivía. Humphries la recordaba contenta y relajada. A la tarde había terminado de preparar su exposición y juntos habían ido a cenar con un grupo de compañeros de estudios en el restaurante Charlie.
Después de comer, Jane había ido a su departamento para cambiarse de ropa y volver a encontrarse con su novio en la pista de patinaje del Parque Boston Common. A las 10.30 de la noche volvieron al departamento de Jane y Humphries se quedó una hora antes de despedirse con la promesa de encontrarse la mañana siguiente en la universidad para la exposición de Jane.
Humphries y los profesores la esperaron en vano toda la mañana. Cuando el novio se convenció de que Jane no contestaría el teléfono, fue a buscarla al departamento. Estaba muy preocupado, no había motivos para que su novia no se presentara en una ocasión tan importante.
Pasado el mediodía fue a la residencia estudiantil, donde se encontró con el matrimonio Mitchell, que vivía en un departamento del mismo edificio. Humphries les preguntó por Jane y le respondieron que había estado con ella la noche anterior, cuando había ido a buscar el gato que había dejado a su cuidado y tomaron una copa de vino. Le dijeron que Jane se había ido a las 0.30.
Juntos fueron hasta el departamento de Jane y encontraron la puerta cerrada. Después de golpear sin obtener respuesta, Jill Mitchell presionó el picaporte y descubrió que la puerta estaba sin llave.
Vieron a Jane bocabajo en la cama, con el camisón sobre la cabeza y una alfombra y un abrigo de piel sobre la parte superior del cuerpo. En un primer momento pensaron que estaba enferma o desmayada, pero cuando le descubrieron la cabeza vieron que estaba totalmente ensangrentada. El cuerpo estaba frío. Jane Britton estaba muerta.
Llamaron de inmediato a la policía.
Violada y asesinada
Mientras la policía local de Cambridge recolectaba pruebas en el departamento y otros lugares de la residencia estudiantil, el médico forense hizo la autopsia del cuerpo ese mismo día. Comprobó que Jane había sido violada –encontró restos de semen en la vagina– y que tenía laceraciones en la cabeza y varias fracturas de cráneo, además de un gran hematoma en uno de los brazos. Dictaminó que se trataba de una violación seguida de muerte, provocada por un traumatismo contundente. Fijó la hora de la muerte alrededor de la una de la madrugada.
Por la inevitable resonancia que tendría el caso –la hija brillante de dos reconocidos académicos había sido violada y asesinada-, la policía local dejó la investigación en manos de un equipo de la Policía Estatal de Massachusetts.
Los investigadores especularon que por la forma de las heridas de la cabeza, la habían matado con un hacha pequeña o un cuchillo, pero no pudieron determinarlo con exactitud. “Era algo afilado, como un hacha o un cuchillo”, fue la primera declaración del detective Leo Davenport, que estaba a cargo del caso.
Más tarde, a partir un dato que les dio Humphries, elaboraron otra hipótesis. Del departamento no faltaban dinero ni objetos de valor, pero sí una piedra puntiaguda que Jane había traído de su viaje a Irán y que tenía siempre a la vista, sobre una repisa. Lo más probable era que la hubieran asesinado con ella.
Fuera de eso, la policía casi no tenía pistas. Encontraron un par de huellas digitales que no eran ni de Jane ni de Humphries, pero al compararlas en los registros no permitieron identificar a nadie.
Entre los habitantes del edificio, sólo obtuvieron dos testimonios, que tampoco llevaron a nada. Un vecino declaró que había escuchado ruidos en las escaleras de incendios durante la madrugada; otro, que había visto a un hombre bajar por las mismas escaleras alrededor de la 1.30 de la madrugada. Cuando le pidieron una descripción, solo pudo decir que era delgado y que medía alrededor de un metro ochenta.
Varias pistas truncas
El novio de Jane, el matrimonio Mitchell y otros vecinos fueron sometidos al detector de mentiras, pero pasaron la prueba. Lo mismo pasó con los estudiantes y profesores relacionados con Britton, citados a partir de una lista que elaboraron las autoridades de la facultad.
En el dormitorio de Britton los investigadores también encontraron algo que los desconcertó: en el piso y las paredes había restos de óxido de hierro cuya presencia no supieron explicar. Por un momento se plantearon la hipótesis de que se trataba de un elemento que podría haberse utilizado en un ritual al que intentaron relacionar con el asesinato, pero no llegaron a ningún lado.
También investigaron otras relaciones que la joven estudiante tenía por fuera del ámbito académico, en particular un grupo de hippies con los cuales se reunía a veces y se sospechaba que consumía drogas. Todos tenían coartadas comprobables.
Un imitador del estrangulador
El caso empezaba a enfriarse cuando un mes después del asesinato de Jane, el 6 de febrero, otra mujer apareció muerta. Ada Bean, de 50 años, vivía en Cambridge y en su pasado había estado relacionada con la Universidad de Harvard.
La encontraron muerta en su cama, boca abajo, con la ropa de dormir sobre la cabeza y cubierta con mantas. También la habían matado con el golpe de un instrumento punzante en la cabeza.
Había similitudes pero también diferencias entre los dos femicidios. La policía buscó relacionarlos por todos los medios, con la hipótesis de que se trataba del mismo asesino. Incluso se pensó que podía tratarse de un imitador de Albert DeSalvo, el supuesto estrangulador de Boston. DeSalvo estaba internado en un hospital psiquiátrico, de modo que era imposible que hubiese cometido los crímenes, pero no descartaron que algún otro asesino serial, inspirado en sus confesiones, hubiera querido seguir sus pasos.
Por esa vía tampoco los investigadores tampoco llegaron a ningún lado.
Tres periodistas y un “Cold Case”
La muerte irresuelta de Jane Britton durmió en el lecho de la injusticia durante casi medio siglo. Seguía siendo un “caso abierto” –un “Cold Case”, en la jerga de la investigación policial estadounidense-, pero nadie se preocupaba por esclarecerlo.
A mediados de la década pasada, tres periodistas decidieron hacer su propia investigación para escribir un libro. Michael Widmer, de un periódico de Cambridge, Becky Cooper, de The New Yorker, y Reddi Alyssa Berterro, moderadora de Unresolved Mysteries empezaron a trabajar sobre el caso y pidieron las copias de la investigación original a la policía a a los tribunales de Massachusetts.
Como se los negaron, entablaron demandas judiciales para conseguirlos. Ante la alternativa de quedar ante la opinión pública como inoperante, la Policía Estatal de Massachusetts decidió hacer un nuevo análisis de ADN del semen encontrado en la vagina de la estudiante.
El análisis de ADN se utilizó por primera vez en investigaciones policiales a mediados de los años 1980 y desde entonces se había aplicado a una creciente variedad de investigaciones criminales. En el caso Britton, lo habían realizado en dos ocasiones apenas comenzado el siglo, pero las técnicas y la precisión de las pruebas había avanzado mucho en ese tiempo.
La presión de los periodistas dio resultado y en 2018 lo hicieron por tercera vez.
Femicida y asesino en serie
A mediados de noviembre de 2018, la fiscal de distrito del condado de Middlessex, Marian Ryan, convocó a una conferencia de prensa en la que –anticipó- haría un anuncio importante sobre un caso muy antiguo.
“Durante los últimos 50 años, el asesinato de Jane Britton ha intrigado a miembros del público y ha planteado una serie de desafíos de investigación para las fuerzas del orden. Varios equipos de investigadores han dado seguimiento al caso a lo largo del tiempo”, dijo como introducción.
Y luego anunció: “Como resultado de su perseverancia y la utilización de los últimos avances en tecnología forense por parte del Laboratorio Criminalístico de la Policía del Estado de Massachusetts, hoy estoy segura de que podemos decir que el misterio de quién mató a Jane Britton finalmente se ha resuelto. Este es el caso más antiguo que la oficina del fiscal de distrito de Middlesex ha podido resolver”.
Recién entonces dio la identidad del asesino: Michael Sumpter, un violador condenado a veinte años de cárcel que había muerto de cáncer en 2001, cuando estaba en libertad condicional para recibir “cuidados paliativos”.
Pero la presión periodística había logrado mucho más que la resolución del caso Britton.
Al compararse las muestras de ADN -con la colaboración de un familiar cosanguíneo de Sumpter, que ofreció dar una muestra de sangre para reforzar las pruebas-, el femicida de Jane quedó también conectado con las violaciones seguidas de asesinato de otras dos jóvenes: el de Mary McClain, de 24 años, en un departamento de Beacon Hill, en 1973, y de Ellen Rutchick, de 23 años, encontrada muerta en su casa de Beacon Street en 1972.
Las pruebas de ADN no sólo permitieron resolver un caso dormido durante casi medio siglo. También habían logrado identificar a un asesino en serie que se había mantenido oculto durante décadas.
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