Hacía tiempo que María dictaba un taller de gastronomía en una escuela de Neuquén cuando al equipo se sumó una nueva docente. Guillermina llegaba para enseñar biología y también a ella le habían asignado a los alumnos de quinto año. María y Guillermina pasaron rápidamente de compañeras de trabajo a amigas de la adultez, una categoría muchas veces subestimada, como si solo las amistades que echan raíces en la infancia pudieran, luego, crecer fuertes.
Fue a finales de 2015 que las dos fueron elegidas para acompañar a los adolescentes de la escuela Nuestra Señora de la Guardia durante el viaje de fin de curso por El Bolsón. Y fue durante ese viaje que tuvieron la conversación que iba a cambiar sus vidas.
“Un amigo que es asistente social me venía insistiendo para que me inscribiera en ‘Familias Solidarias’. Yo tenía una habitación libre y había una niña de 12 años que había sido separada de su familia y necesitaba ayuda”, cuenta María Cabrera -chef, 37 años- a Infobae.
“Familias Solidarias” es un programa del Ministerio de Desarrollo Social de Neuquén que busca a personas que puedan cuidar transitoriamente a chicos que fueron separados de sus familias biológicas (usualmente por maltratos, abusos o por problemas de salud mental de sus padres). “Transitoriamente” es una palabra clave: la ley establece que es por un tiempo corto, hasta tanto se resuelva si puede volver con alguien de su familia o si se inicia el proceso de adopción.
“La cuestión es que iba a ser sólo por 3 meses, así que fui y me anoté. La idea era ser un puente entre una criatura y su familia biológica, que no creciera en un Hogar mientras estaban separados”, cuenta María. Lo que siguió fue aquel viaje a El Bolsón y el instante en que, caminando en medio de la nada, María sumó a Guillermina Raselli a la historia.
“Le estaba contando que me había postulado y que me habían pedido que alguien fuera a decir cómo era mi vida y a corroborar lo que había dicho”. Guillermina la interrumpió: “Si querés yo voy”.
Las entrevistas para cuidar transitoriamente a esa adolescente ya estaban en marcha cuando la psicóloga del programa llamó a María para contarle que los planes habían cambiado: “Dijo que había una nena que necesitaba de una familia y que creía que le iba a hacer muy bien estar con nosotras”. ¿Nosotras? ¿Qué tenía que ver Guillermina, que había ido sólo de testigo?
La nena de la que hablaba tenía un año y tres meses, se llamaba Alma Mía. Su mamá biológica tenía esquizofrenia y un retraso madurativo. “No era que no la quería cuidar, la amaba pero no podía”, cuenta María.
A la semana siguiente, María fue al Hogar a conocerla; la tercera vez que se vieron ya fue en su casa. Había tenido que adaptar a las corridas la habitación libre para una bebé, conseguir una cuna, una sillita de comer y así fue que Guillermina la vio por primera vez. “Almita”, como la llaman, estaba sentada en la silla alta, la cara llena de comida, el pelo negro revuelto.
Guillermina ofreció ayudarla. “Le dije que cuando quisiera salir yo se la cuidaba, que se podía quedar a dormir en casa. No sé, ‘si un día hay una reunión en el jardín y no podés, puedo ir yo’, siempre en ese tono. Era como ‘te hago el aguante’, como una amiga o más, acompañarla en el día a día. El chiste era ‘yo me ocupo de un 25%, el otro 75% te corresponde a vos”, cuenta a Infobae Guillermina, que tiene 37 años.
Pero hubo un trecho entre el dicho y el hecho: “Porque la primera vez que Alma se enfermó, Guille estaba ahí con nosotras. Estábamos las tres cuando la llevamos por primera vez a tomar un helado, cuando caminó, a veces Guille se la llevaba al trabajo cuando yo tenía algo que hacer”, cuenta María. “Y lo que pasó después es que pasó el tiempo, Alma empezó a hablar, ¿y qué le dijo? Le dijo ‘mamá”.
Ninguna de las dos le había pedido a la nena que las llamara así. “Al contrario, yo le decía ‘vamos con la tía’, siempre me había puesto en ese lugar. Creo que ella me eligió como mamá”, se emociona Guillermina, mientras Alma le toca la cara, le da besos, se le cuelga del cuello, le acaricia el pelo largo. Ese “mamá” bastó para que Guillermina entrara a la historia desde otro lugar.
Tres mamás
“Siempre nos pareció importante respetar su identidad, por eso desde el comienzo incluimos en la familia a Vero, la mamá biológica de Almita”, relata María. Además del grave trastorno de salud mental, la mujer no sabía leer ni escribir, “estaba fuera del sistema. Era una mamá sin recursos, sin acompañamiento, pero era una mamá que nunca había dejado de amarla, nunca”, dice María.
“Vos nos veías y éramos una familia ensamblada, Alma y sus tres mamás. Cocinábamos y comíamos con ella, íbamos a buscar a Alma al jardín y llevábamos a su mamá para que pudiera darle la sorpresa, íbamos a pasar el día al río, festejábamos los cumpleaños, pasamos juntas las fiestas. Vero hacía mucho esfuerzo para poder estar”.
Había, además, una hermana de la nena que había quedado a cargo de una tía, por lo que las dos pasaron a ser parte de la nueva gran familia.
La noticia que las hizo desesperar
Aquellos supuestos tres meses en los que se habían comprometido a cuidar de Alma se convirtieron en dos años y medio. Alma les decía “mami” y “mamá” cuando las llamaron de “Familias solidarias” para informarles que iban a darla en adopción.
Guillermina sabía que eso podía pasar y mantuvo la cordura. María se desesperó, lloró, se enojó. “¿Se queda con su mamá biológica o con nosotras?”, atinó a preguntar. “No había otra opción, era una criatura, había pasado por cosas muy duras. Pero nos dijeron que no iba a quedarse con ninguna de las dos”.
Como la mamá biológica de Alma no podía hacerse cargo sola de la nena y ellas se habían comprometido a ofrecer solo cuidados transitorios y a no pedir la adopción, Alma pasaba a ser parte del Registro Único de Adopción para ser adoptada definitivamente por alguna familia nueva.
María y Guillermina quedaron atadas de pies y manos. “Les preguntamos quién se lo iba a decir a la mamá biológica, que había hecho un esfuerzo enorme para salir adelante y estar bien para su hija y dijeron que le iba a llegar una citación”. Un papel para informarle a una mujer que no sabía leer que no iba a volver a ver a su hija.
“Fuimos nosotras a hablar con ella, yo creo que fue una de las cosas más difíciles de toda la historia”, dice María. Pero tampoco ese es el final de la historia: “No”, dicen a dúo, y sonríen. “Porque la mamá biológica de Alma decidió que se quedara con nosotras”
¿Cómo? “A pesar de todas sus dificultades, ella sabía que nosotras amábamos a Alma y que con nosotras podía seguir viendo a su hija, éramos una familia”. Eso manifestó la mujer a través de un abogado que contrató su familia para que la escucharan. No es que no podía ser madre, necesitaba ayuda para serlo.
María y Guillermina tuvieron que demostrar todos los vínculos que Alma ya había construido: cómo la pasaba en el jardín, la relación que tenía con esas personas a las que hacía tiempo llamaba abuelo, abuela, tía, tío, primo, mamá, seño.
“Tuvimos la suerte de que nos tocó una jueza que priorizó los derechos de la nena”, agradece María. La jueza de Familia, Marina Comas, entrevistó a Alma, la vio bailar, jugar y sonreír. Y hace dos meses decidió que iba a quedarse con las amigas porque, con todo el tiempo que había pasado, “negarle la posibilidad de crecer en el marco de contención de una familia con la que ya había establecido vínculos” era seguir revictimizándola.
Le preguntó a la nena qué apellidos quería tener. Alma eligió el de María primero y el de Guillermina después.
“Después nos hizo entrar y nos agradeció todo lo que habíamos hecho por ella. Dijo que lo que ella había visto era una nena feliz”, se emociona Guillermina.
Alma ya tiene 6 años, está por empezar primer grado y, además de sus mamás, ahora también tiene un hermanito llamado Luma, un bebé de 5 meses que Guillermina tuvo sin pareja, por inseminación artificial.
Desde aquel día fundacional en El Bolsón, María y Guillermina son más que amigas: “Amigas que decidieron maternar juntas”, dicen. Una forma no tradicional de formar una familia que las dos recomiendan probar.
¿Por qué? Cada una tiene su casa, sus días de madre, sus días libres, sus cuentas a medias. “Como los padres separados pero sin el conflicto, esas relaciones de poder que suelen aparecer hasta en las separaciones más sanas”, se despide Guillermina. “Creo que aún cuando hay desacuerdos entre nosotras la diferencia es que nunca Alma es un arma de pelea, y me parece que eso lo da la amistad”.
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