El sábado 9 de enero de 1982 amaneció tranquilo y frío en Roma. Los diarios de la mañana titulaban con un nuevo llamado a la unidad italiana del presidente Sandro Pertini, la inminente reanudación de las conversaciones sobre el desarme entre la Unión Soviética y los Estados Unidos en Ginebra y un nuevo llamado a la paz en Medio Oriente de Juan Pablo II, elegido Papa hacía unos pocos meses.
En las páginas deportivas se hablaba de la preparación del seleccionado nacional de fútbol para el Mundial de España, que se realizaría a mediados de ese año, de la imparable carrera de la Juventus hacia la obtención de un nuevo scudetto y de la necesidad de la Roma de revertir la pobra imagen que había dejado el domingo anterior al perder 1 a 0 contra el Napoli.
La tranquilidad del fin de semana se vio sacudida a media tarde, cuando los canales de televisión interrumpieron sus programas habituales – dedicados a los deportes, los entretenimientos y el mundo del espectáculo – para dar una noticia resonante: en tres operativos simultáneos realizados en las afueras de la capital italiana durante la madrugada, la policía había detenido a diez importantes integrantes de las Brigadas Rojas, entre ellos a quien se consideraba su jefe máximo, el sociólogo y criminólogo Giovanni Senzani, de 42 años.
Frente a las cámaras y los micrófonos, el comisario general de Roma, Giovanni Pollio, informó que aunque en la casa donde había detenido a Senzani había armas de guerra, misiles antitanque y explosivos, el hombre se había rendido sin ofrecer resistencia.
-Por favor, no disparen – contó que había gritado antes de salir con las manos en alto.
En los noticieros de la noche, los funcionarios y analistas consultados coincidían en algo que ya parecía evidente: la detención de Senzani – el hombre más buscado de Italia, que vivía en la clandestinidad desde hacía más de dos años - significaba un golpe mortal para la organización armada que hacía menos de cuatro años había secuestrado y ejecutado al ex primer ministro Aldo Moro.
La Brigadas Rojas
Giovanni Senzani no era uno de los fundadores de las Brigadas Rojas, se había incorporado en 1978 pero una serie de caídas en la dirección de la organización lo habían llevado rápidamente al más alto nivel del grupo que llevaba 12 años actuando en el país, en una espiral creciente de violencia.
Fundadas en 1970 por un grupo de profesores y estudiantes de la Universidad de Trento, nacieron casi como un coletazo del Mayo del 68 francés y en coincidencia con el final del “milagro económico” italiano de la posguerra.
En sus orígenes, la organización se había definido como marxista-leninista, opuesta a la postura conciliadora del Partido Comunista Italiano, al que los brigadistas definían como reformista y traidor del proletariado, y proponía la salida de Italia de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (NATO) – que respondía a los Estados Unidos – y la toma del poder por métodos insurreccionales.
Entre sus fundadores se contaban Marco Boato, Mauro Rostagno, Renato Curcio y su futura esposa, Margherita Cagol. Curcio, redactor de la revista “Lavoro Político”, se convirtió en su líder e ideólogo. De formación marxista leninista, en un principio tuvo una posición crítica hacia la lucha armada, pero el aumento de la violencia neofascista y la represión policial a las manifestaciones obreras y estudiantiles provocaron un viraje en su posición y la del grupo, que empezó a seguir con atención el desarrollo de las organizaciones guerrilleras latinoamericanos, en especial de los Tupamaros en Uruguay, a los que tomaron como modelo de acción.
Las primeras acciones fueron propagandísticas – volanteadas y ataques a instalaciones fabriles con bombas molotov – y con ellas ganaron espacio en la prensa y la opinión pública, pero pronto pasaron a realizar operaciones de mayor envergadura.
De la propaganda a los secuestros
Una de ellas fue el secuestro de un juez instructor, Mario Sossi, al que retuvieron durante más de un mes y dejaron en libertad a cambio de la excarcelación de un grupo de presos políticos. Con eso llegaron a las tapas de los medios.
“Es la primera gran acción armada contra el estado y tuvo un grandísimo efecto. Es un enfrentamiento real, vivido y visible, pequeño pero emblemático, contra el verdadero estado, contra la magistratura, contra la policía y contra los carabineros. Fascinó a muchos, y tuvo un eco extraordinario en la prensa. Fue con Sossi con el que conquistamos el terreno de los medios”, la describirá uno de los primeros líderes de las Brigadas, Mario Moretti.
El “Operativo Sossi” generó simpatía en parte de la población, que veía a la Justicia como corrupta. Además, había sido una operación limpia, en la que no se había derramado una sola gota de sangre.
Pero en junio de 1974 esta mirada empezó a cambiar. En un intento de tomar la sede del partido neofascista MSI, un comando de las Brigadas Rojas encontró resistencia y se tiroteó con los defensores, dejando dos muertos.
De ahí en más se sucederán secuestros – tanto de tipo político como para la obtención de fondos para la organización – y enfrentamientos armados con la policía. En uno de ellos, la organización recibió el primer gran golpe, con la muerte de Mara Cagol, la esposa de Curcio.
“Hoy ha caído combatiendo Margherita Cagol, Mara, dirigente comunista y miembro de Comité Ejecutivo de las Brigadas Rojas. Su vida y su muerte son un ejemplo que ningún combatiente por la libertad podrá olvidar. Que miles de brazos se levanten para recoger su fusil. Nosotros, como último saludo, le decimos: Mara una flor se ha abierto y esta flor de libertad las Brigadas Rojas continuarán cultivando hasta la victoria”, la despidió en un comunicado.
Para principios de 1976, la organización parecía agonizar. Casi toda su dirección – gracias a una paciente labor de infiltración por parte de la policía – estaba presa. A Curzio la capturaron el 16 de enero de ese año.
El 17 de mayo se inició en Turín un proceso contra veintitrés brigadistas, entre los cuales están algunos de los dirigentes: Curcio, Franceschini, Gallinari, Ognibene, Bassi, Bertolazzi, Levati, e incluso contra alguno que nunca fue de las BR, como Giovanbattista Lazagna.
La jefatura de la organización quedó en manos de Mario Moretti.
Contra “el corazón del Estado”
En los dos años siguientes, Moretti le imprimió un perfil aún más violento a las Brigadas Rojas, que sumó los atentados a los secuestros. “Apuntamos al corazón del Estado”, escribió por entonces el nuevo líder del grupo. Se refería a la Justicia y al partido más importante del país, la Democracia Cristiana.
El 8 de junio de 1976, mientras se llevaba adelante el juicio a Curcio y el resto de los brigadistas detenidos, un comando de la organización mató al juez Francesco Cocco. El 8 de junio, cuando regresaba a su casa con dos custodios, fue interceptado y los tres cayeron muertos.
Al día siguiente, durante el juicio, uno de los acusados, Prospero Gallinari, leyó un comunicado: “Ayer los núcleos armados de la Brigadas Rojas han asesinado al esbirro del estado Francesco Coco y dos mercenarios que debían protegerlo... Ajusticiar a Coco no es una represalia ejemplar, con esta acción se abre una nueva fase de la guerra de clases, hoy junto a Coco ha sido juzgado también usted, Señoría”, amenazó al juez de la causa.
Operación Fritz: el secuestro de Aldo Moro
La escalada del accionar de las Brigadas Rojas llegó a su punto más alto en 1978, al mismo tiempo que Giovanni Senzani se incorporaba a sus filas.
El 16 de marzo de ese año, a las 9 de la mañana, el líder democristiano Aldo Moro – dos veces primer ministro – viajaba en un Fiat 130 junto al mariscal de carabineros Oreste Leonardi y el conductor Deménico Ricci. Lo escoltaba un Alfa Romeo con tres policías. En la Via Stressa un Fiat 128 interceptó al auto de Moro y antes de que nadie pudiera reaccionar, unos diez miembros de las Brigadas Rojas, vestidos con uniformes de Alitalia, se dirigieron a los dos vehículos y dispararon con metralletas. Muertos todos los custodios, sacaron a Moro del auto y se lo llevaron en un vehículo que esperaba con el motor en marcha.
Dos días después, las Brigadas Rojas dejaron un comunicado en el diario Il Messaggero: “Un núcleo armado de la Brigadas Rojas ha capturado y recluido en una cárcel del pueblo a ALDO MORO, presidente de la Democracia Cristiana. Ha sido el jerarca más poderoso, el “teórico” y el “estratega” indiscutible de este régimen democristiano que desde hace treinta años oprime al pueblo italiano. Moro es el padrino político y el ejecutor más fiel de las directivas impuestas por las centrales imperialistas”, decía.
También informaban que sería sometido a “un tribunal del pueblo” y que sólo sería liberado a cambio de los miembros de las Brigadas Rojas y el reconocimiento político de la organización.
La respuesta del primer ministro Giullio Andreotti fue parca y cerró toda negociación:
-No se puede pactar con los que tienen las manos llenas de sangre – dijo en un discurso ante el Parlamento.
El 9 de mayo de 1978, el cadáver de Aldo Moro apareció en el baúl de un auto abandonado en la Via Caettani, cerca de la sede central de la Democracia Cristiana.
Giovanni Senzani dice que no
Luego de su captura en enero de 1982, Giovanni Senzani no fue condenado por el secuestro y la muerte de Aldo Moro. No se pudo probar su participación, aunque durante décadas se supuso que había sido uno de sus ideólogos y planificadores, así como el artífice del “tribunal del pueblo” que dictaminó su ejecución.
Mientras estuvo encarcelado, Senzani nunca se refirió al tema y, cuando fue liberado se negó sistemáticamente a dar entrevistas. Hizo una excepción en 2014, cuando aceptó conversar con la periodista Katia Ippaso.
-¿Estuvo involucrado en el secuestro y asesinato de Aldo Moro? – le preguntó.
-No tengo nada que ver con Moro. También se ha dicho que fui uno de los autores intelectuales del juicio de Moro. Pero es absurdo. No podemos seguir hablando de las Brigadas Rojas como si fueran una pandilla de pobres tipos. Fue una organización militar. El mío fue un camino mucho más lento que el de los otros compañeros. No formé parte de la primera parte de la historia de las Brigadas - respondió.
-¿Cómo explica que otros brigadistas lo involucren en el tema? – insistió la periodista.
-El asunto es muy complicado, pero en algunos casos no quise negarlo, porque en lo que a la lucha armada se refiere, se trata de una historia política colectiva.
Una ejecución filmada
Giovanni Senzini llegó a la dirección de las Brigadas Rojas en abril de 1981, luego de la detención de Mario Moretti y su segundo, Enrico Fenzi, que era cuñado del propio Senzini.
Bajo su mando, las Brigadas Rojas llevaron a cabo el secuestro y asesinato de Roberto Peci, hermano de Patrizio, un integrante de las Brigadas Rojas que había sido detenido y había dado información sobre la organización durante los interrogatorios policiales y ante la Justicia.
Roberto fue secuestrado el 10 de junio de 1981 en San Benedetto del Tronto por un comando de cuatro personas. El propio Senzini participó del secuestro y del grupo que lo mantuvo en una casa de la organización.
Durante casi dos meses fue sometido a interrogatorios que Senzini filmó cámara en mano y que las Brigadas Rojas exigieron que se transmitiera por la Radio y Televisión Italiana (RAI), demanda que no obtuvieron.
Frente a las cámaras Roberto leyó también su condena a muerte, por el crimen de traición cometido por su hermano Patrizio.
Roberto Peci fue ejecutado el 3 de agosto de 1981. El propio Giovanni Senzani fotografió el momento de su muerte, en una chacra abandonada de las afueras de Roma. Lo mataron de 11 disparos de ametralladora – la misma cantidad con la que habían ejecutado a Aldo Moro -, luego de 55 días de detención, exactamente el mismo tiempo que las Brigadas rojas habían tenido secuestrado a Moro antes de matarlo.
Para entonces, Senzani era el hombre más buscado de Italia.
En la entrevista que le concedió en 2014 a Katia Ippaso, la periodista le habló de Roberta, la hija de Roberto Peci.
-¿Qué le diría de la muerte de su padre? – le preguntó.
-Le diría que entiendo el dolor que sintió. Que sé que su vida fue destruida por ese evento. La pérdida de un padre es algo enorme… - respondió Senzani.
Dudas, condena y libertad
A pesar de contar con armas para hacerlo, Giovanni Senzani no ofreció resistencia cuando fue detenido por la policía romana el 9 de enero de 1982.
Las Brigadas Rojas, como organización, nunca se recuperaron de la captura de su último jefe. Con el correr de los días, las versiones de la existencia de “un arrepentido” que había señalado las tres casas de la redada final empezaron a cobrar fuerza. Y una de ellas sostenía una hipótesis que llamó poderosamente la atención: que “el arrepentido” era el propio Senzani, quien había negociado su entrega, haciéndola pasar como captura.
-¿El arrepentido es Senzani? – le preguntaron en una conferencia de prensa al jefe de la policía romana, Giovanni Pollio.
-Sin comentarios – fue su respuesta.
Giovanni Senzini fue condenado a 28 años de prisión. Salió en libertad condicional el 29 de enero de 1999, luego de cumplir 17 entre rejas. Obtuvo la libertad definitiva en febrero de 2010.
Para entonces estaba a cargo de la coordinación de la editorial Edizzioni de la Battaglia y decía que había abandonado la actividad política, pero no sus ideas de izquierda.
Cuatro años después, cuando el ex jefe de las Brigadas Rojas tenía 72 años, Katia Ippsa le preguntó:
-¿Qué imagina cuando piensa en propia su muerte?
-La idea de mi muerte no es un gran problema para mí. Siempre digo: “No me gusta esta vida, no me gusta este mundo, no sé qué hacer con esto”.
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