En marzo de 2020, cuando el COVID ya empezaba a dejar en claro que se venía un largo período de encierro en el mundo, algunas empresas hicieron lo suyo para colaborar con la causa. Una fue Pornhub, el sitio porno más grande del mundo, que entendió que el sexo con no convivientes estaba en la lista de amenazas y puso gratis casi todo su porno premium. Otra fue Tinder, que apostó a las citas sin besos ni sexo -al menos no sexo presencial- y liberó la opción paga “Passport”, una forma de tener citas virtuales con gente lejana, muy lejana.
Alyona Kisseleva -rusa, 41 años, economista- quedó encerrada y haciendo home office en República Checa, donde vivía desde los 17. No hablaba español pero leyó esa oferta de Tinder y, aburrida, buscó hombres en Argentina, a casi 12.000 kilómetros de su casa. En Villa Urquiza, Daniel Andrade -argentino, 49 años, topógrafo- había quedado encerrado solo cuando recibió la invitación de esa chica de nombre raro. Daniel mucho menos hablaba ruso y nadie sabe bien por qué pero aceptó.
“Empezamos a escribirnos, yo pensé que ella manejaba muy bien el español”, cuenta él a Infobae. A su lado, Alyona se ríe con picardía: “Google translate”, dice, como respuesta a todo. Fue un trabajo de ingeniería para que la charla pareciera fluida: Alyona copiaba y pegaba en el traductor lo que Daniel le escribía, lo entendía, tipeaba su respuesta en ruso para que el traductor la pasara a español y se la mandaba.
“Yo había empezado a aprender español en la cuarentena con una app, lo único que sabía eran frases inútiles como ‘la falda es corta’, ‘mi tía tiene un gato’”, se ríe ella. “Pero ya me estaba poniendo perezosa y pensé: ‘Para aprender español necesito una motivación’, por eso busqué en Tinder alguien de Argentina”. No estaba entonces buscando un amor sino un profesor de español gratuito.
Rápidamente, Daniel le pidió salir de Tinder y pasar a WhatsApp: “Yo pensé que nos íbamos a seguir escribiendo, nunca imaginé que ahí mismo me iba a hacer una videollamada”, sigue Alyona. Cara a cara, el viejo truco del traductor quedó en evidencia, por lo que tuvieron que recurrir al inglés básico de él.
“Seguimos hablando así todos los días durante los siguientes 10 meses, así nos fuimos enamorando”, cuenta Daniel. ¿“Enamorando”, si apenas se entendían?
Una historia de película
Desde Villa Urquiza la historia que Daniel escuchaba era la de una mujer nacida en Bielorrusia, en la frontera con Polonia, un país que formó parte de la Unión Soviética hasta su disolución en 1991.
La historia de una mujer de abuelos militares y combatientes, la que le contó que era economista, máster en finanzas y trabajaba en una compañía que calcula índices financieros (como el Dow Jones en América, pero en su tierra). La misma que unos meses después de haber empezado a charlar y sin haberlo visto en persona jamás le iba a decir: “¿Y si nos casamos?”.
A finales de junio, dos meses después de haber empezado a chatear, Alyona le dijo a Daniel: “Tal vez yo pueda viajar a conocerte”. Pero ya era invierno en Argentina, había más de 800 personas muertas por COVID y las fronteras estaban cerradas. Creyeron que iba a poder verse en octubre, en noviembre, pero los meses siguieron pasando y nada.
Daniel había empezado a frustrarse: “Empecé a pensar ‘ésta me está charlando’”, cuenta. También a sospechar. La sospecha era, básicamente, el resultado de muchas películas: “¿Y si es una espía de la KGB?”. Bielorrusia es considerado el último país del mundo donde todavía funciona la KGB (como se conoce, por sus siglas en ruso, a la agencia nacional de inteligencia).
Alyona detectó que Daniel estaba empezando a descreer de lo que estaba pasando - “él ya decía ‘this is bullshit’ (en argentino “esto es un bolazo”)-, y entendió que verse en carne y hueso era la única forma de resucitar aquello, por lo que volvió a llamar a la Embajada argentina en Praga.
“Ustedes me dijeron que yo no podía viajar y acá estoy leyendo una nota periodística que dice que sí puedo”, los toreó. Se la habían mandado desde Argentina, pero nadie había leído que decía que las fronteras se estaban por abrir sí, pero sólo para países limítrofes.
“Me puse a pelear con ellos hasta que me dijeron: ‘La única razón para pedir un permiso para viajar es si sos miembro de la familia, si podés probar que estás en una relación larga y quedaron separados o por una razón urgente’. Y yo les pregunté ‘¿cómo cuáles?’, y me respondieron: “Un funeral, un nacimiento…', y yo interrumpí: ‘¿Y un casamiento, si la que me caso soy yo?”.
“Una razón urgente’ era una categoría tan subjetiva que en la Embajada dudaron: no dijeron que sí, tampoco que no. “Ese día me llamó y así, de la nada, me dijo ‘¿y si nos casamos?’. Nunca nos habíamos visto en persona”, recuerda él. Lo que Daniel le respondió lo cuenta ella: “¿Whaaaat?”.
Media hora después del impacto, Daniel le preguntó: “¿Y si no funcionamos como matrimonio?”. Alyona contestó sin rosca: “Nos separamos”.
Daniel se comprometió a ir a verificar a Migraciones si una boda de dos personas que nunca se habían visto era razón suficiente para que hicieran una excepción en la cuarentena. Las sospechas que ahora le dan risa iban y venían con él:
“Llegué a pensar que realmente era una espía. No que necesitaba un pasaporte, porque se supone que un pasaporte no sería un problema para una espía rusa pero sí que necesitaba una historia real para poder venir acá a cumplir determinada misión”.
Fue tema de terapia: “Lo hablaba con mi psicóloga y me decía ‘Daniel, por ahí es un poco fantasioso, ¿no?, ¿por qué alguien no va a querer venir por vos?’. Y yo pensaba: ‘¿Pero por qué una rusa va a querer venir acá, me estás jodiendo? ¿Me vas a decir que no hay un flaco en toda Europa para ella?’”.
La psicóloga le sugirió que tal vez sus dudas hablaban de su autoestima y no de una vida secreta de ella, pero Daniel igual habló con Alyona:
“¿No hay nada que quieras decirme?”, le preguntó una vez y otra, “¿nada?”. “Yo la quería hacer caer, a ver si pisaba el palito”, cuenta él con inocencia, como si una agente secreta no fuera capaz de sortear esas preguntas. Hasta que decidió ser más directo: “¿Estás segura de que no sos una espía de la KGB?”.
— Y vos Alyona, ¿qué le contestaste?
— Me tenté de la risa.
Mientras, en el entorno de ella, los prejuicios también hicieron lo suyo. “¿Estás segura? -le preguntaron algunos-. Tal vez él solo quiera un pasaporte europeo”.
¿Video love o real love?
Alyona pensó: “Necesitamos comprobar lo antes posible si somos compatibles en la vida real o es solo ‘video love’”. “Como acá nos decían que no -sigue él- averigüé para casarnos en Chile, en Uruguay y en Perú”.
Hasta que arrancó el 2021 y en Argentina dijeron sí. Daniel fue a sacar el turno al Registro Civil de la calle Uruguay y cuando llamó a Alyona para contarle ella respondió “no, no puedo” y el casamiento se suspendió. Calma: no podía porque no llegaba a tiempo con los papeles que tenía que autorizar.
Mientras, Alyona recorría Praga para conseguir un vestido blanco a tiempo y lidiaba con su hermano: “Soy su única hermana. No podía entender cómo me iba a casar con alguien a quien no había visto nunca y que encima vivía a casi 13.000 kilómetros de Bielorrusia. Le parecía una locura total”.
Fue a él a quien Alyona le mandó una foto con el vestido blanco recién comprado y de quien recibió tres palabras como respuesta: ‘What the fuck’?’, una forma clara de preguntar “¿Qué carajo es esto?”.
Pusieron una nueva fecha de casamiento, ella compró un pasaje y cruzó los dedos. Nadie podía asegurarle que la iban a dejar entrar así que puso su vestido blanco en la valija de mano por si tenía que usarlo como prueba en alguna frontera o si terminaba en otro aeropuerto.
Logró salir de Ezeiza el 28 de febrero de 2021, ese día se dieron el primer beso: tenían turno en el Registro Civil el 9 de marzo, nueve días después.
— Daniel, te estabas por casar con una mujer a la que nunca habías tocado, olido, ¿a qué le tenías miedo?
— A que no hubiera química. Incluso habíamos hablado de eso. Habíamos dicho: “Bueno, si no hay química, tenemos que acordarnos de que nos enamoramos de la persona”.
—¿Y vos Alyona, a qué le tenías miedo?
— A que fuera muy petiso.
Después habla en serio y enumera el arsenal de preguntas que se hizo: “¿Qué pasa si no me gusta? ¿y si no me dan ganas de tocarlo? ¿y de besarlo? Esto me tenía realmente atemorizada, tenía solamente 9 días para comprobarlo”. Se tranquilizó cuando pensó: “Si algo de eso pasa, cambio el pasaje y me vuelvo a casa, fin”.
No pasó nada de eso, al contrario. Cuando ya estaban juntos, Alyona llamó a su hermano, que seguía creyendo que era una broma pesada: “Te quiero mostrar a mi futuro marido”, le dijo, después de activar la cámara. Unos días después, su familia y sus amigos participaron de la boda vía zoom.
Desde entonces viven juntos en el departamento de él en Villa Urquiza. “Yo nunca había sentido algo así. Estaba tan segura de mis sentimientos que fue como respirar: salió solo, no tuve que pensarlo”, se despide Alyona. Lo de su pasado como espía quedó como una anécdota, aunque “es verdad que los rusos son más fríos -se despide él, se ríe y la abraza-. Yo siempre pienso que en alguna pelea de pareja ella va a hacer za za za”, y hace a cámara una toma ninja.
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