Sus caras parecían surgidas de esas aplicaciones que deforman y exageran los rasgos, en las que sólo quedan vestigios de la fisonomía original. Caras diseñadas por un caricaturista. Los mentones alargados hasta la exageración, protuberancias agregadas y bulbosas. Los pómulos salientes, filosos, como si fueran esos alfileres de cabeza gorda que marcan un lugar en los mapas digitales, tan levantados que se devoran los ojos, casi no les dejan espacio. Los labios hinchados, globos deformes, con el inferior siempre pareciendo que está dado vuelto. Ni una arruga. Sólo se mueven los ojos. El resto está quieto, momificado. Cada músculo está entumecido o muerto.
El pelo, trabajado, esponjoso, souffles ochentosos con el color urdido entre castaño y rojizo. La piel siempre tostada o, para ser más precisos, quemada.
Bótox, colágeno, cirugías, implantes, laser y cualquier tratamiento o intervención estética que se haya inventado se utilizó en esas caras. Algunos dicen que en parte esa apariencia se debía a la acromegalia. No sé sabe, ni se sabrá, como tantas otras cosas en la vida de ellos. Los mellizos prefirieron no explicar, el misterio. Otros hablan de esa corriente desbocada que es la adicción, en este caso a los cambios estéticos. O, tal vez, sólo se tratara de miedo: un temor atávico a la decadencia, a envejecer, a ya no ser. Aunque quizá todo era consecuencia de esa otra fuerza natural arrasadora, el narcisismo.
Los hermanos Igor y Grichka Bogdanoff, celebridades francesas, han muerto. A los 72 años, con seis días de diferencia, sucumbieron ante el COVID. No estaban vacunados. Se habían negado a hacerlo. No querían, decían, que experimentaran con sus cuerpos. Muchos aprovechan para reírse de ellos, para hasta casi celebrar que hayan sido derrotados por el virus que menospreciaron. Los hermanos creían que las vacunas estaban en etapa experimental y que era más peligrosa dárselas que exponerse al virus. Estaban equivocados pero ese error no debiera permitir que nadie se ensañe con ellos y con su destino. Se va a utilizar su caso de manera aleccionadora. Pero es bastante simple de hacer y centrarse en eso es perderse el verdadero centro narrativo que es la extravagante vida de los hermanos Bogdanoff, a priori mucho más interesante que su muerte, similar a la de miles en este tiempo.
De origen noble fueron, al mismo tiempo, científicos, divulgadores, escritores, plagiarios, celebridades, animadores sociales, estafadores, polémicos, fenómenos de circo.
Nacieron en 1949 en Saint-Lary una población francesa cercano a los Pirineos. Su padre era un pintor ruso y su madre, austríaca, descendiente de una familia de alcurnia. Siempre destacaron su genealogía. Nobles, condes, duquesas y hasta príncipes por ambas ramas familiares. Buscaban con denuedo cualquier conexión con familias reales del pasado. Como si el destino sólo los pudiera conducir al éxito, al lujo, a la notoriedad.
De chicos se destacaban de sus pares por su inteligencia. Igor declaró que ambos tenían coeficientes intelectuales superiores a 190 (Einstein tenía 160), se vanagloriaba de estar entre el 0,1 % más inteligente de la población mundial. A mediados de los setenta publicaron un libro científico. Luego llegó su gran éxito, Temps X, un programa en la televisión francesa que mezclaba la ciencia con la ciencia ficción que borroneaba las líneas entre divulgación e imaginación.
Eran jóvenes, con voces potentes (las conservaron intactas a lo largo de su vida, tal vez lo único que permaneció incólume), una escenografía que emulaba un viaje espacial trajes estrambóticos, astronautas fashion que nunca salieron de Champs Elysees. Se mantuvieron en pantalla hasta 1987. El éxito les trajo admiradores y detractores. La comunidad científica les reprochaba su falta de rigor. Ellos volvieron a las aulas universitarias y obtuvieron especialidades en física y en matemáticas.
En 1991 publicaron un libro, Dios y la Ciencia (el anterior había sido en la década del 70 y estaba prologado por Roland Barthes). Pero tras un lanzamiento ostentoso y excelentes ventas iniciales, una denuncia de plagio los convirtió, otra vez, en el centro de la polémica.
Trin Xuan Thuan, un astrofísico norteamericano nacido en Vietnam, alegó que muchas partes estaban extractadas de una de sus obras. Los hermanos contraatacaron. Cruzaron demandas y el acusado de plagio fue el astrofísico. Alegaron que él había robado de artículos que los Bogdanoff habían publicado en revistas especializadas anteriormente y en textos de Jean Guitton, con quien ellos conversaban en su libro. Arreglaron sus problemas extrajudicialmente y cada parte pagó sus costas legales.
Su otra gran polémica fue tras la publicación de algunos artículos científicos en revistas especializadas que hablaban del origen del universo, de los agujeros negros y de esas cuestiones en las que la física más sofisticada y compleja se roza con la imaginación. El resultado final de toda la polémica los debe haber dejado satisfechos porque lograron que el incidente llevara su nombre: El Affaire Bogdanoff.
El New York Times en un artículo de la época, en 2002, que tituló con la pregunta ¿Genios o farsantes?, citó al Dr. John Baez especialista en física cuántica de la Universidad de California: “Si algo se puede sacar en limpio de todo este episodio es que los Bogdanoff no tiene idea de cómo funciona la física”.
Peter Woit de la Universidad de Columbia le agregó un (mínimo) matiz al contextualizar su trabajo: “Desde el punto de vista científico está bastante claro que todo ese trabajo es un gran sinsentido pero a su favor debo decir que no se diferencia demasiado de otras escritos del rubro que se producen en la actualidad”. En un momento se supuso que el caso podía ser una fraude, un engaño para mostrar la debilidad del sistema de las revistas científicas que publicaban artículos que no entendían siempre y cuando tuviera un vocabulario sofisticado. Pero los hermanos defendieron con énfasis su trabajo y se ofendieron por no ser tomados en serio.
La estrella de los hermanos se fue apagando. Cada tanto presentaban algún programa especial en la TV. Quedaron sin una ocupación fija, con la dificultad de definir cuál era su trabajo principal, el dilema de la ficha de migraciones. Para las revistas de su país eran socialité, miembros del jet set que aparecían en las revistas y en los grandes eventos por portación de apellido, de alcurnia o de cara (en este caso no se trata de una figura retórica). Aunque en las categorías actuales podemos simplemente llamarlos mediáticos. Su tarea casi exclusiva pasó a ser participar de paneles televisivos, programas de juegos o polémicas prefabricadas.
Lo importante para ellos era seguir figurando. Seguir apareciendo. Desmentir a Andy Warhol. Quedarse con voracidad con los quince minutos de fama que le correspondían a todos según el dictum del artista plástico. Ellos tuvieron más de cuatro décadas de fama. Muchas veces sin nada que mostrar más que a ellos mismos, sus caras de –como se nombraban a sí mismos- extraterrestres. Al fin y al cabo lo que siempre habían querido era resaltar, figurar y su corolario virtuoso: no parecerse a los demás, ser distintos.
Esa vocación por aparecer, por no dejar ser personajes públicos los llevó, entre otras cosas, a participar del videoclip de Cyril Hanouna titulada Bogda Bogdanov. La letra habla de ellos, de su fisonomía estrafalaria y hasta hay un paso que hacen todos los que aparecen en el clip –Igor y Grichka incluidos- que es llevarse la mano a la pera y alargarla imaginariamente, en clara referencia a sus mentones desmesurados. Ellos dos, los Bogdanoff, con trajes plateados, futurismo de serie clase B de los setenta, bailan felices. Demuestran tener sentido del humor, capacidad para reírse de ellos mismos. Y demuestran, también, que harían cualquier cosa para que no se dejara hablar de ellos, para ser vistos.
Cuando les preguntaban por sus caras, por sus transformaciones caricaturescas, ellos negaban cualquier tipo de cirugía estética. Justificaban su apariencia afirmando que eran “experimentadores”, que ellos vivían en un permanente experimento.
Tenían una relación simbiótica. Su vida pública la transitaron juntos. Igor y Grichka, Grichka e Igor. En el ámbito de las relaciones personales, en cambio, se diferenciaron notoriamente. Igor se casó tres veces y tuvo seis hijos. Grichka permaneció soltero toda su vida y no tuvo descendencia.
En su búsqueda por la fama vitalicia encontraron una ayuda en las criptomonedas. Su imagen, la de los mellizos igualmente deformados, se convirtió en un meme del mercado de las cripto monedas, en un cripto meme.
Más allá de su imagen y de la pulsión por figurar, sus años finales fueron sórdidos. En pocos meses, a mediados de 2022 debían enfrentar un juicio oral en el que estaban imputados por estafa a persona vulnerable y abuso de confianza.
Grichka habría mantenido una relación amorosa durante un par de años con un millonario que se terminó suicidando a los 54 años. Los hermanos habrían aprovechado para quitarle alrededor de un millón de dólares en ese lapso mediante ardides, amenazas y extorsiones. El hombre padecía una enfermedad psiquiátrica que los hermanos –como siempre actuando en conjunto- utilizaron para quedarse con buena parte de su dinero. Los herederos del millonario suicidado denunciaron a los Bogdanoff que en unos meses habrían tenido que sentarse en el banquillo de los acusados.
Eso hubiera significado un nuevo escarnio para Igor y Grichka pero muy posiblemente no les hubiera importado. Al contrario, durante buena parte del tiempo, hubieran disfrutado. Otra vez los ojos de todos estarían sobre ellos.
Porque si algo persiguieron los hermanos Bogdanoff fue la fama. Lo hicieron con perseverancia, con fruición, con desesperación.
Su rechazo a la vacuna del COVID –momento inadecuado para dejar de experimentar con su cuerpo tal como se vanagloriaban- se debió a que al tener comorbilidades y al llevar una vida de hábitos extremadamente sanos, creyeron que estaban protegidos que el virus no podría con ellos.
El 28 de diciembre murió Grichka en un hospital parisino. Igor no se enteró. Estaba en coma e intubado. Su turno llegó unos días después, el 4 de enero. Tenían 72 años.
Acaso, de haber podido elegir, se hubieran quedado con este final. Se fueron juntos, cómo llegaron al mundo, cómo vivieron. Y además en su último acto lograron, una vez más, llamar la atención, que se hablara de ellos, que se los viera.
Sus caras similares (solo a las de ellos mismos) y únicas, llamativas y fuera de este planeta, y su negativa a vacunarse, los llevaron a las tapas de todos los diarios y portales de noticias del mundo. Una vez más -la última- lo consiguieron.
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