Gabriela era ayudante de cátedra en la misma universidad en la que estudiaba el profesorado de teatro cuando hizo ese viaje que lo cambió todo. No era una ayudante de cátedra tradicional: su trabajo consistía en desnudarse en las aulas y exhibir los pliegues de su cuerpo para la observación de dibujantes, escultoras y escultores.
“No era un hecho sexual sino artístico”, explica ella a Infobae ahora, mientras desayuna un jugo verde “detox” en su departamento de Recoleta. Al menos así fue hasta ese viaje en el que posó profesionalmente para un escultor con el que, después, tuvo sexo.
— ¿Y qué cambió después de ese viaje?
— Cuando fui a cobrar por haber posado, su secretaria me pagó como 20 veces más de lo que habíamos acordado. Cuando se lo conté a mis amigas me dijeron “pero te trató como a una prostituta”, y a mí eso no me ofendió para nada, al contrario, me abrió otro otro canal.
Gabriela es “Gabi Erotika”, 35 años, profesora de teatro y títeres, modelo de desnudo y, en sus palabras, “trabajadora sexual” o “puta”. Ese es ahora su avatar aunque cuenta que durante los 8 años que lleva en el rubro tuvo diferentes “máscaras”.
Fue “Gina la Cochina”, fue “Fer” y ahora es esta performer erótica nacida en General Roca, Río Negro, que decidió salir del clóset, dar un entrevista en un medio masivo por primera vez y dejar de ocultar lo que hace, especialmente porque una de las partes que más le apasionan de su trabajo es tabú: la sexualidad de las personas con discapacidad.
“Así me hice puta”
Antes de quedar seleccionada en un casting y convertirse en modelo de desnudo del Instituto Universitario Patagónico de Artes -la universidad pública de artes de Río Negro-, Gabriela trabajó en una heladería, fue niñera, dio clases de teatro, fue empleada de limpieza y cuidadora de una señora con esclerosis múltiple.
“Igual yo creo que fui puta desde que nací”, sonríe con su tono de voz tenue y cierta timidez: “Me acuerdo que a los 16 años fuimos con una amiga a trabajar de limpieza a un cabaret y en las habitaciones de arriba había un montón de ropa de las chicas. Nosotras nos empezamos a probar las botas, a posar en los espejos, ya estábamos jugando con la idea de que eso podríamos ser nosotras”.
Posar y dejar su cuerpo sólo en exhibición pasiva le quedó, rápidamente, chico. Así lo cuenta en su página web: “Debía mostrarme como una musa casi virginal para no generar ningún impulso sexual o erótico, así la gente no se confundía con mi desnudez. Con el tiempo me di cuenta de que esta tensión sexual era latente y negar lo que ocurría en esos sets era negar mi propia esencia”.
Tenía 24 años, su recibo de sueldo seguía mostrando que trabajaba en la universidad cuando empezó a ganar dinero como recepcionista: “Tenía un grupo de amigas que se dedicaban al trabajo sexual en un departamento. Así que, en un principio, yo trabajaba solamente atendiendo el teléfono, dando turnos y llevándoles los preservativos”, cuenta, y se acomoda su pelo rosa chicle.
Lo que siguió fue aquel viaje en el que el escultor le pagó más de lo que habían acordado. A los 26, cuando volvió y mientras seguía dando clases de teatro y títeres, empezó a ofrecer sexo a cambio de dinero. “Para mi fue algo normal, no fue un antes y un después. Sí vi que al resto de la sociedad le parecía impactante, por eso rara vez hablé del tema públicamente”.
Gabriela dice y repite “trabajo sexual” y, en su boca, la palabra “trabajo” no es una casualidad. Si bien hay quienes sostienen que la prostitución es siempre una forma de explotación, ella asegura que eligió y elige lo que hace y que, a diferencia de lo que le pasa a muchas personas, le encanta su trabajo y está orgullosa de lo que aporta. Su diferencial -sigue- no es ofrecer sexo “palo y a la bolsa”, tipo porno, sino “generar vínculos sexo afectivos con los clientes”.
“Yo creo que tengo una sensibilidad muy grande y me conecto rápidamente con otros seres humanos desde la intimidad sexual. Me gusta generar situaciones de tensión sexual con desconocidos y, a la vez, crear esa conexión afectiva”, cuenta.
“Muchas veces los clientes vienen con problemas complejos, ya sea de sus cuerpos, porque tienen dificultades de erección o con el tamaño de sus genitales, o sentimentales porque, por ejemplo, falleció un amigo. Esa conexión es clave. La otra vez le pregunté a un cliente si me podía describir cómo había sido nuestro encuentro y me contestó: ‘Espiritual’”.
Al comienzo, su única relación con las personas con discapacidad había sido aquello que había visto en el cabaret de Neuquén en el que había empezado: “Ninguna de las trabajadores sexuales quería atenderlos. O si los atendían, les cobraban muchísimo más”. Hasta que ella se independizó y puso un anuncio que decía: “Se ofrece profesional del sexo para hombres sensibles”.
Se refería a hombres que tuvieran, por ejemplo, “problemas de erección y buscaran erotizar sus cuerpos de otras maneras, traumas con el tamaño o quisieran probar prácticas que no les pueden proponer a sus esposas”, enumera. Lo que pasó, sin embargo, es que empezaron a llamarla hombres con alguna discapacidad.
Así empezó a frecuentar a un joven que tiene parálisis cerebral y se moviliza en silla de ruedas. “Hay mucho tabú en la sociedad con respecto a la sexualidad de las personas con discapacidad. Por lo general, se las infantiliza, se las piensa como si fueran niños, entonces su sexualidad queda borrada”. O, cuando existe, “se piensa que se tienen que descargar. Un intercambio sexo afectivo no es lo mismo que una descarga”.
Fue la madre del joven quien la contrató hace más de 2 años y “hemos visto con ella la evolución que ha tenido a partir de esa estimulación. Casi no usaba la mano izquierda y empezó a agarrar el control remoto, el celular. Claro, no es lo mismo la estimulación agarrando una pelota que agarrando una teta”.
Lo que remarca es que, cuando se piensa en los derechos de las personas con discapacidad, se piensa -en el mejor de los casos- en la no discriminación, en veredas sin cráteres, en rampas: nunca en el derecho a una sexualidad plena.
Gabriela dice que muchas trabajadoras sexuales no acceden a trabajar con ellos más que nada, por desconocimiento: “Si la persona está en silla de ruedas piensan ‘¿cómo voy a levantar este cuerpo?’, o ‘¿cómo le voy a entender?’, si tiene dificultades en el habla. Esto es parte de cómo la sociedad ve a las personas con discapacidad: a veces con pena, otras con asco, nunca desde la atracción sexual”.
Muchas veces, “una persona que está en silla de ruedas se tiene que arrastrar durante el sexo, ¿por qué esa es una escena mal vista? Lo que a mí me encanta de tener sexo con una persona con discapacidad es que me enseña otras formas de moverme, de pensar el cuerpo. No sé si voy a arrastrarme pero al menos ver desde qué lugar puedo conectar con ese cuerpo”.
No es que sólo trabaje con personas con discapacidad, al contrario. Sin embargo “siempre pienso cómo ser una trabajadora sexual inclusiva. Hago mis anuncios en Instagram con subtítulos y con audio pensando en que a una persona ciega o sorda el mensaje le llegue igual. Ahora que me mudé a Buenos Aires busqué un departamento sin escaleras por si tuviera que entrar un cliente en silla de ruedas”.
Por el valor que cree que tiene esto que hace es que ahora decidió salir del closet. “Me he visto a mí misma trabajando y pensé ‘¿por qué seguir ocultándolo?’”. Su mamá -sonríe- se dio cuenta apenas empezó, por lo que pasó del “yo te voy a seguir queriendo igual pero no quiero saber más nada” a esto:
“Hoy en día mis viejos están muy orgullosos de mí y de mi laburo, porque saben desde qué lugar trabajo y cómo me siento”.
Orgasmos: ¿fingir o no fingir?
Al menos a simple vista, Gabriela, está fuera del estereotipo: no tiene siliconas, no es voluptuosa, no trabaja de noche. Sus días arrancan temprano con un paseo en bicicleta. “Primero relajo, y usualmente trabajo entre tres o cuatro clientes por día. También puede ser que haga uno solo y videollamadas”.
Los encuentro sexo afectivos que propone no son necesariamente “falocéntricos” sino que arrancan con un momento de respiración consciente. “Es la forma de bajar un cambio de todo lo que viene de afuera. Después sigo con un masaje erótico que empieza en una mano y aborda todo el cuerpo. Me interesa trabajar desde un lugar más sensorial y observar qué le pasa a ese cuerpo. Yo creo que esa corporal viene de mi formación como profe de teatro”.
¿Finge los orgasmos? “Yo, por lo menos, no finjo. Tengo orgasmos dependiendo de la situación y qué suceda con el cliente. A veces no está sucediendo un orgasmo pero está sucediendo algo hermoso también, como es el intercambio entre dos personas desnudas en una cama. Ver a otra persona desnuda, cómo le pega la luz, me parece fascinante”.
Su tarifa arranca en los 100 dólares la hora, y ofrece un 15% de descuento para personas con discapacidad. No tiene del todo claro cuánto puede ganar en un mes pero sí una respuesta que lo simplifica: “Lo que me interesa decir es que gracias al trabajo sexual tengo mi propio auto y mi propia casa”.
Tiene, además, fotógrafo, página web y una periodista que maneja su imagen en sus redes sociales, aún después de haber pasado dos años difíciles por la pandemia: los dos años en los que Gabriela se dedicó a bañar hombres con barbijo en un hotel alojamiento de General Roca sin tener sexo después.
Está escribiendo una guía “para quienes quieran comenzar a ejercer este trabajo sin romperse en el intento, porque no es un trabajo simple y necesitás armarte”. Y dice que no, no se considera feminista. Su explicación es que “la mayoría de las feministas creen que hay que abolir la prostitución”, lo que las dejaría a ellas en una situación más insegura y clandestina.
“Otras están en un gris: nos bancan a las trabajadoras sexuales pero dicen que tienen contradicciones con el cliente, el hombre que consume prostitución. A nosotras no nos sirve ese gris, al fin y al cabo, cuando necesitas llamar por teléfono a alguien porque te pasó algo feo, necesitás llorar o te sentiste discriminada, no estamos del mismo lado”.
Esa es, tal vez, una de las grandes diferencias entre ella y quienes creen que la prostitución es siempre el lugar del que cualquier mujer quiere escapar.
“Es muy interesante porque pienso que puta una es siempre, solamente que a veces salimos del clóset y otras veces no”, se despide Gabriela, que, como cualquier hija de vecina, está apurada porque tiene turno con la dentista.
“Probablemente en el futuro use mi capital erótico de otra manera. Hoy trabajo en una cama pero me gustaría trabajar en el piso, también dar charlas, escribir libros, hacer podcasts sobre trabajo sexual. Sí, yo creo que voy a ser puta toda la vida”.
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