Su leyenda se construyó en base a un mal cálculo. Ese ganadero escocés, inconfundiblemente pelirrojo, pidió dinero prestado para acrecentar su negocio. La pequeña fortuna de mil libras esterlinas que le cedieron se perdió en el camino y es probable que un amigo suyo haya desaparecido con ella. De próspero ganadero se convirtió en un proscripto, prófugo y delincuente.
Y también en leyenda.
Robert Roy MacGregor nació en 7 de marzo de 1671 en Glengyle, en una casa que aún se conserva y que se ve desde varias millas en la orilla sur del Lago Katrine, a una hora y media en automóvil desde Edimburgo.
En realidad su nombre en gaélico era Raibeart Ruadh, que significa “Roberto el Rojo”, por su color de cabello.
Pertenecía a un clan que durante siglos fue el azote de los Trossachs, una región paradisíaca plagada de pequeños valles, bosques y ríos, hoy convertido en un parque nacional.
Desde pequeño, Rob Roy aprendió a leer y a escribir y se familiarizó en el uso de la espada. La desenvainó a los 18 años en la batalla de Killiecrankie. Fue cuando el rey católico Jacobo VII de Escocia y II de Inglaterra e Irlanda fue depuesto para entronar a los monarcas protestantes Guillermo III y a María II. Las rebeliones que estallaron, conocidas como “Levantamientos Jacobitas”, destinados a restaurar al rey de la Casa de los Estuardos y a sus sucesores en el trono de Gran Bretaña, lo tuvo como partícipe.
El 1 de enero de 1693 se casó con Helen Mary. El matrimonio tuvo cuatro hijos –James, Ranald, Coll y Rosbert, y un primo al que adoptaron, Duncan- y vivían cómodamente. Él repartía su tiempo como ganadero y ofrecía protección a sus colegas contra el robo de animales a cambio del cinco por ciento de la renta anual de sus clientes.
Fueron tiempos de paz en su granja en Invernaid, a orillas del lago Lomond. Vivía bajo el patrocinio de James Graham, primer duque de Montrose.
Pasaron tiempos de bonanza como de hambruna, que los pudo superar. Cuando en 1702 su padre falleció, Rob Roy se convirtió en la cabeza del MacGregor, un clan cuyos orígenes hay que buscarlos a principios del año 800. No le alcanzó con el negocio floreciente que desarrollaba, sino que convenció al duque de Montrose que le prestase mil libras esterlinas. Con ese dinero compraría más ganado, lo engordaría y lo vendería a buen precio. El duque, dubitativo, exigió garantías y Rob Roy ofreció sus tierras como aval.
No se sabe a ciencia cierta si gastó el dinero en otra cosa o si se lo dio a un amigo quien, al ver semejante suma, la tentación fue demasiada y desapareció con él.
Le dijo a Montrose que no podría pagarle la deuda. El noble ofreció una solución: que diera falso testimonio contra su enemigo, John Campbell, duque de Argyll.
Se negó. De un día para el otro, de próspero ganadero se transformó en un prófugo y proscripto.
Montrose no se quedó quieto. Lo mandó a perseguir, pero encontró refugio en las tierras de Glenshire, propiedad de Argyll. Mientras tanto, Montrose desalojó a su familia, hizo quemar su casa y hasta se cuenta que su esposa fue violada.
Cuando se reencontró con su familia, se dedicó al robo de alquileres que grandes arrendatarios –no se metía con los pequeños- debían pagarle a Montrose y aprovechaba para robarle ganado al noble escocés. Tres veces fue capturado y otras tantas logró huir.
Como los relatos de la vida de criminales célebres eran muy buscados por el público inglés de principios del siglo XVIII, es probable que el libro que apareció cuando aún Rob Roy vivía The Highland Rogue, algo así como El bandido de las Tierras Altas, que llevaba el subtítulo de O las memorables acciones del célebre Robert Mac Gregor comúnmente llamado Rob Roy, ayudase a convertir su vida en una suerte de leyenda, que muchos compararon a la de Robin Hood.
La obra, atribuida al escritor y periodista Daniel Defoe, es de 1723 y lo pinta como un hombre corpulento, con una larga cabellera roja, de una personalidad encantadora, audaz y pícaro. Cuenta que la gente humilde lo veía como uno de ellos y tomaba a bien que robase a causa de las injusticias cometidas por un noble avaro e insensible. Fue difícil capturarlo porque todos le tenían afecto y lo ocultaban, y nunca había sido traicionado.
Finalmente, en 1722, se entregó. Cuando llevaba cinco años en una celda, el general británico George Wade, usando algunos de los argumentos del libro, persuadió al rey Jorge I de perdonarlo, cosa que ocurrió en 1727. En ese mismo año fallecería el monarca inglés, a los 67 años.
Rob Roy le dijo adiós a sus andanzas y se estableció en la aldea de Balquhidder. Falleció allí el 28 de diciembre de 1734 en su casa de Inverlocharig Beg.
En su tumba, que se conserva y que es la atracción del pequeño cementerio, están los restos de su esposa y de dos de sus hijos. Está marcada con tres grandes piedras planas. Una de ellas es contemporánea, pero las otras dos fueron parte de monumentos sepulcrales medievales.
Siempre hay flores o recuerdos en la tumba. A muchos le agrada la idea de identificarlo con el Robin Hood escocés, elevándolo al altar donde se encuentra William Wallace, quien bregó por la independencia escocesa en los tiempos del rey inglés Eduardo I. Ambos fueron inmortalizados por la vieja tradición escocesa y hasta por el cine.
Esta suerte de héroe escocés hasta tiene un cocktail, en base a whisky y vermouth. Walter Scott, considerado uno de los precursores de la novela histórica, recreó en 1817 su historia, plagada de aventuras, injusticias y épicas batallas, que bien califica como una vida de leyenda.