Su increíble belleza y el halo de misterio que la envolvió durante toda su vida, convirtieron a Marlene Dietrich en una leyenda.
A la diva del cine no le regalaron nada. Para convertirse en la diva que fue tuvo que aprender inglés y, sobre todo, refinar su apariencia. Convirtió su figura robusta en esbelta, adelgazó 15 kilos y se depiló las cejas como Greta Garbo. Según los rumores que corrían en la época, Marlene se extrajo las muelas del juicio para lograr el efecto de un óvalo facial más anguloso. Aprendió a maquillarse y ensayó una y otra vez las posturas que más la favorecerían en pantalla. Convertida en mito, la actriz alemana quedó atada a esa extraordinaria apariencia, que cuidaría durante toda su vida para conservar esa enigmática presencia.
Los ojos de Marlene Dietrich siempre estaban entreabiertos. Los párpados caían levemente sobre sus pupilas y la sensación que transmitía es la de la seguridad. No hay sorpresa, ni miedo, ni espanto, ni euforia. Sólo tranquilidad. Todo está bajo su control. Una mirada potente, que parece entenderlo todo.
A diferencia de otras actrices, Marlene Dietrich no cambió su nombre, sólo hizo una pequeña modificación, la contracción de sus dos nombres de pila. Tomó el principio de uno, el final de otro y pasó de ser Marie Magdalene a Marlene. Ese gesto, esa reducción, que la hizo cuando tenía sólo once años, también forma parte de sus encantos.
Nació en 1901, un 27 de diciembre, hace exactamente 120 años. En aquel entonces Alemania era un imperio, el Imperio Alemán -que se formó en 1871 tras la unificación de seis territorios-, pero inmediatamente, con la derrota en la Primera Guerra Mundial y la abdicación de Guillermo II, se volvió una república. Marlene no tenía un año y su patria ya tenía otro régimen, el de la República de Weimar, la antesala a lo que finalmente, en 1933, asumió la riendas del país e hizo temblar al mundo entero: el nazismo de Adolf Hilter.
Pero la Dietrich, como la llamaban, era una acérrima antinazi. Durante la filmación de Knight Without Armour, en Londres, pocos meses antes de estallar la guerra, fue visitada por oficiales nazis que la tentaron con jugosos contratos para trabajar en Alemania como la principal estrella del III Reich; pero ella rechazó la oferta e inmediatamente solicitó la ciudadanía estadounidense, concedida en 1939.
Hija de una familia acomodada, tuvo buena educación. Estudió violín, canto y se volvió cinéfila. Debutó en un escenario como corista en un cabaret y de a poco fue tomando pequeños papeles. Todo iba bien porque el Berlín de finales de los años veinte tenía una efervescencia propia de la libertad, y ella contaba con toneladas de juventud y osadía. Muchos bares, muchos cabarets, mucha sexualidad, mucho travestismo, mucha cultura nocturna. Esa época fue clave para Marlene, donde creó su imagen, su propio personaje, el de su propia vida, que tenía características novedosas como androginia y bisexualidad.
Atrevida y desprejuiciada, mantuvo una relación Edith Piaf, el romance más controvertido en la era dorada de Hollywood. Demostraban públicamente su afecto, sin darle mayor importancia al hecho de que aún en la mitad del siglo XX, la homosexualidad seguía siendo penalizada.
Cuando la fama de Marlene había llegado a la cima, entre los años 30 y 50 del siglo pasado, aparecieron sus escándalos sexuales, que muchos años después fueron conociéndose en detalles. Compartía con Greta Garbo muchos de sus gustos: ambas disfrutaron de los amores de la escritora y poeta española Mercedes de Acosta. La Garbo no ocultaba su homosexualidad, en cambio Marlene Dietrich no tuvo reparos en alternar sus encuentros entre las sábanas tanto con varones como con señoras de la alta alcurnia.
La estrella de Hollywood no se privó de las caricias de Gary Cooper, Jean Gabín, John Wayne, Orson Welles, entre otras celebridades. Marlene Dietrich era pura dinamita sexual. “De la cabeza a los pies me hicieron para el amor, nací de esta manera y no puedo evitarlo”, cantaba en el ardoroso Ángel azul. Su lista de amantes fue interminable, su vida fue un derroche de glamour, erotismo y pasión.
A poco tiempo de su debut en la pantalla grande, conoció a su marido en el rodaje de Tragedia de amor (era ayudante del director) en 1923 y un año después tuvieron a su hija María Elisabeth. A partir de ahí su carrera artística entró en ascenso, sobre todo cuando en 1930 coprotagonizó El ángel azul, un clásico de la historia del cine que tres años después el régimen nazi prohibiría. Pero, ¿qué pasó en el medio? ¿Cómo llegó a ser censurada esta diva de los films?
Marlene Dietrich vio implosionar los valores de solidaridad de su patria desde Hollywood. Se fue en el treinta, luego del éxito que fue El ángel azul, a engrosar su carrera en la meca del cine. Cuando quiso volver, ya era tarde: la persecución a los judíos -muchos amigos suyos- ya había comenzado. Ella era una gran figura y el nazismo lo sabía. Joseph Goebbels, el ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich, lanzó una campaña en la prensa contra ella para que volviera a su país.
Los diarios oficialistas la acusaban de haber abandonado su patria. Marlene quería volver, pero su marido la convenció de que no, que hacerlo era una locura. Entonces se instaló en París. Allí recibió a artistas refugiados, judíos que escaparon como pudieron y a exiliados políticos. No podía creer el antisemitismo. Lo procesó, lo entendió y se propuso hacer algo: ayudar, como sea. Con dinero, con pasajes o con hospedaje se ofreció como una amiga a todos los perseguidos por el régimen nazi.
Goebbels se enteró de esto y mandó oficiales a que la convencieran de volver a Alemania. Le ofrecieron mil cosas, sólo querían que filmara allí, que fuera un emblema del nazismo. Como Zarah Leander o Marika Rökk. Pero no, Marlene era diferente. Dijo que no. Los insultó en la cara. Es fácil imaginarla con el ceño fruncido y el semblante enfurecido al grito de “¡ustedes no puede hacer esto! Perseguir judíos, expulsar intelectuales, quemar libros… ¡Ustedes están locos!”.
A partir de ese encuentro, Goebbels entendió que no había forma de hacerla volver, entonces la consideró su enemiga. Le censuraron todas sus películas. Marruecos porque ofendía los ideales morales; Fatalidad porque trataba a los militares de cobardes; El cantar de los cantares porque atentaba contra la pureza moral de los alemanes.
Alemania estaba dividida. Cuando estuvo en ambos lugares del muro, las respuestas fueron muy diferentes. El público de Alemania Occidental la abucheó acusándola de traidora, y el de Alemania Oriental la aclamó como una heroína. Era parte del juego, no podía agradar a todo el mundo, especialmente a los que vieron en su firme posición anti nazi un interés pro norteamericano. Pero a diferencia de lo que muchos creyeron, su lucha era real. Por eso recibió diversos reconocimientos, como la Medalla Israelí al Valor en 1965.
En 1989 le declaró al diario La Vanguardia de España que, a pesar de la vida que había tenido, se sentía “la mujer más sola del mundo”.
Tenía 90 años cuando Marlene Dietrich dejó este mundo. Fue un 6 de mayo de 1992 en la ciudad de París. A partir de ese momento, la televisión y los cines les dedicaron muchos especiales. Millones de personas volvieron a verla en escena, como la primera vez, con sus ojos entreabiertos, la mirada potente llena de seguridad, como si tuviera todo bajo su control. La gran actriz alemana de un lado, radiante e impactante, y del otro lado de la pantalla, en frente, los espectadores, sus súbditos. No lloraron su muerte, simplemente la adoraron eternamente.
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