Su vida siempre estuvo plagada de contradicciones. Nunca quiso pertenecer al exótico mundo de Hollywood, pero terminó con solo 19 años siendo la protagonista de una de las películas más taquilleras de la historia del cine: Star Wars, dirigida por George Lucas.
Carrie Fisher quería mantenerse “limpia” y cada vez consumía más drogas. Deseaba llevar una vida normal y lo único que hacía era involucrarse en escándalos.
Amaba a su madre, la actriz Debbie Reynolds, pero le echaba la culpa de todos sus males.
Su tumultuosa vida terminó un día como hoy, el 27 de diciembre de 2016, a los 60 años, cuatro días después de que sufriera un infarto en un avión y fuese trasladada de urgencia a un hospital. La autopsia reveló restos de éxtasis, cocaína y heroína en el cuerpo de la actriz, consumidos en las 72 horas previas a su muerte. A cinco años de su fallecimiento, un repaso de esa vida que nunca logró la paz.
Carrie Fisher nació el 21 de octubre de 1956 En Los Ángeles, California. Hija de Debby Reynolds y del cantante Eddie Fisher, Carrie vino al mundo destinada a ser famosa. Pero su infancia no estuvo regada de rosas, sino de espinas: cuando apenas cumplía dos años, su padre decidió abandonarla para vivir un intenso romance con la recordada Liz Taylor, a dos cuadras de donde vivía con su madre.
Su humor ácido lo llevaba a todas partes. “Soy el resultado trágico del incesto de los Ángeles. Eso es lo que sucede cuando dos celebridades se reproducen”, escribió Carrie, y agregó: “Voy a hacerme fumigar el ADN”. Más ácida aparecía cuando relataba la historia de amor con la actriz de los ojos violeta, Taylor, que acababa de quedar viuda. “Primero le dio un pañuelo, luego le regaló unas flores y al final la consoló con su pene”.
Una relación turbulenta
“Mami nunca soportó que yo fuera la protagonista”, dijo Carrie de Reynolds, a lo que Debby le contestó años después, cuando por fin madre e hija se reconciliaron. “A Carrie le llevó treinta años ser feliz conmigo. Nunca he sabido cuál fue el verdadero problema -se preguntó-. Tuve que trabajar en ello. Siempre he sido una buena madre, pero siempre he estado en el mundo del espectáculo y en el escenario. No cocino galletitas ni me quedo en casa”, declaró Reynolds en una entrevista con la revista People. Los pases de factura eran incesantes: “Yo llegué aquí de la nada y he hecho algo con mi vida, tú ya estabas aquí y, sin embargo, no has hecho nada con la tuya”. En este caso, el amor filial pudo más que los enconos entre ellas. Así que madre e hija vivieron separadas por una pared hasta el final.
¿Ironías del destino? Nunca se sabrá. Un día después de que el mundo -sobre todo su fans- lloraran la muerte de la Princesa Leia (el personaje que Fisher encarnara en Star Wars) su madre, Debbie Reynolds, dejaba también este mundo: “Ella dijo: ‘Quiero estar con Carrie’. Y se fue”, comentó Todd Fisher, su hijo varón, quien agregó que la muerte de su hermana “fue demasiado para mi madre”.
Y un día le llegó el éxito
En 1973, con 17 años, Carrie comenzó a estudiar en la Central School of Speech and Drama de Londres. Y su deseo de evitar el mundo del espectáculo a toda costa quedaría trunco. Debido a la insistencia de su madre, la joven había dejado el instituto para actuar en Irene, el musical de Broadway de Debbie. En Shampoo, se puso en la piel de la hija adolescente “sexualmente liberada” de uno de los clientes del peluquero Warren Beatty.
Dos años después, al enterarse del casting convocado por Lucas, no lo dudó y se inscribió. El director eligió a Fisher porque, aún con 19 años, la chica era temible, aunque cálida y sagaz, los rasgos de una verdadera princesa guerrera.
En 1977 se estrenaba Star Wars, una de las sagas más recaudadoras de todos los tiempos. Y la Princesa Leia acumulaba millones de seguidores alrededor del planeta, muchos decepcionados cuando se enteraron que la actriz había muerto por consumo de drogas. “Carrie nunca fue fácil, nunca se portó bien y nunca mantuvo en secreto sus demonios. En vida fue polémica, ¿por qué no habría de serlo su muerte?”, expresó Lucas.
Aunque el mundo entero suponía que Carrie estaría nadando en dinero, se dice que George Lucas fue el más beneficiada ya que ella le cedió -dicen- todos los derechos de merchandising. Cobró un caché mínimo y no tuvo participación en los beneficios.
De todos modos, la actriz contrató a un administrador que le habían recomendado y se olvidó del tema. Cuando necesitaba dinero, lo conseguía, pero a sus 40, descubrió que estaba casi arruinada, por eso comenzó a ganar dinero firmando autógrafos por 70 dólares cada uno.
En “El diario de la princesa”, publicado un mes antes de su muerte, Carrie confesó haber tenido una aventura con Harrison Ford durante el rodaje. Tras una fiesta sorpresa por el cumpleaños de George Lucas, los actores empezaron a besuquearse en el coche, después siguieron en su departamento, lo que terminó siendo “un encuentro de una noche que duró tres meses”, expresó la actriz en su libro. Ford tenía 34 años, estaba casado y ya era casi una estrella de cine. Carrie, que había soplado sus 19 velitas, contaba en su haber con una sola relación seria. Se mostraba desprejuiciada y como una mujer experimentada y de mundo, en esa relación estaba asustada. Durante la semana ponían en práctica sus dotes de actores y fingían no tener ningún tipo de aventura; pero los fines de semana, se escondían en el departamento de ella.
Para Carrie, Harrison Ford era un misterio, un hombre de pocas palabra. En su diario, ella escribía cómo pasaba mucho tiempo intentando hacerlo sonreír. Una vez, en un bar, hizo una imitación que lo tentó hasta la carcajada. Carrie describiría como uno de los mejores momentos de su vida amorosa.
Pero Ford no habría sido el único que Carrie tuvo entre sus brazos: Mark Hamill reconoció en The Guardian “que fuera de escena hubo besos y algo más...”
En 1983, Carrie se casó con Paul Simon, compositor y la otra mitad del dúo de Simon & Garfunkel. Se habían conocido cuando Simon visitó el backstage de Star Wars. La relación, intempestuosa desde el principio, se sustentaba en una sensibilidad compartida, pasión por las palabras, en la confianza del uno por el otro y otra coincidencia habría sido mucha cocaína.
Una recaída más...
A los 28 años, tras una sobredosis y una etapa en rehabilitación, a Carrie su médico le diagnosticó trastorno bipolar, tal vez para ocultar en cierta forma una adicción descontrolada. “Figuro en el manual de psicología anormal -ironizó-. Obviamente, mi familia está orgullosísima”.
Fisher empezó a consumir cocaína durante el rodaje de El imperio contraataca. Supuestamente, incluso John Belushi, que moriría de sobredosis en 1982, le habría recomendado a Carrie que consumiera menos. A ella no le encantaba la cocaína, pero hubiera ingerido cualquier cosa que le aportase un respiro de la intensidad de ser ella misma. Una noche descubrió que el LSD la hacía sentir más normal. Lo único que ella necesitaba era silenciar su mente. Como no podía sola recurrió a su médico. Sufría trastorno bipolar II -que se caracteriza por la presencia cada vez mayores de episodios depresivos- e hipomanía (forma atenuada de la manía).
En 1987, Carrie escribió su primer libro, Postales desde el filo, sentí celos de Carrie. Primero Star Wars, ahora una hilarante primera novela que obtuvo muchísima atención, se situó en la lista de los más vendidos y se convirtió en una película protagonizada por Meryl Streep. Mi generosa respuesta a su éxito: ¿por qué lo consigue todo?”, se pregunta su madre.
En los 90, Carrie escribió varias novelas más y engrosó su cuenta bancaria con el dinero que ganó arreglando guiones. Estallido, El chico ideal y Arma letal 3 se beneficiaron con su chispa. En ese año también se enamoró de otro hombre, el agente de Hollywood Bryan Lourd, que tras tres años de relación la abandonó para casarse con otro hombre.
Sin saber que su final llegaría con apenas 60 años, Carrie pensó su obituario a los 19 años, por una anécdota que vivió con George Lucas, el director de Star Wars, en el primer día de filmación: “Se acercó a mí echó un vistazo al vestido, y dijo: ‘No puedes usar un corpiño debajo de ese vestido’. Entonces, yo le dije: ‘Está bien. Pero, ¿por qué?’. Y él me contestó: ‘Porque … no hay ropa interior en el espacio’”, narró Fisher en su libro. Y el director le explicó que las galaxias lejanas son zonas libres de ropa interior: “Lo que sucede es que vas al espacio y te vuelves ingrávido. Hasta aquí todo bien, ¿no? Pero entonces tu cuerpo se expande, pero tu corpiño no lo hace, así que te estrangulas con tu corpiño”.
Y Fisher no tardó en reaccionar con humor: “Ahora pienso que esto quedaría fantástico en mi obituario, así que les digo a mis amigos más jóvenes, que no importa cómo me vaya, quiero que quede registrado que me ahogué a la luz de la luna, estrangulada por mi corpiño”.
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