-Las mujeres, lo he visto mucho, muchas de ellas tienen deseos suicidas – dice el hombre de la voz suave, grave y cascada. Es la voz de un anciano.
-¿Quieren morir? – pregunta el detective de los Rangers de Texas, Max Holland.
-Sí. No solo eso, lo aman. Quieren amor. Eso pasó muchas veces. Ese deseo suicida, por eso fue tan fácil.
-¿Por qué cree que tardaron tanto en atraparlo?
-No elegía a desgraciadas a las que fueran a extrañar. Elegía prostitutas. Por eso no me atraparon hace mucho tiempo.
La grabación data de 2016 y el anciano que acaba de cumplir 76 años se llama Samuel Little y desde hace menos de dos años cumple tres condenas sucesivas de cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional por el asesinato de tres mujeres en la década de los ‘80. Lo descubrieron y lo capturaron en 2014 gracias a la tecnología del ADN. Sin ese recurso no lo habrían atrapado nunca.
Si se ha decidido a hablar es porque quiere que lo trasladen de la Prisión Estatal de California, en Los Ángeles, a otra cárcel, en Texas, donde pueda pasar sus últimos años con mayores comodidades. Ya prácticamente no puede caminar y lo llevan de un lado a otro en una silla de ruedas. La carta que Little jugó para conseguir el traslado fue la promesa de confesar, con pelos y señales – si escatimar ningún detalle escabroso – otros noventa asesinatos que perpetró durante más de tres décadas sin que nadie lo descubriera.
En varias jornadas de interrogatorios – que deben ser relativamente breves, porque se cansa rápido cuando habla – Samuel Little narró la serie de muertes por estrangulamiento que llevó a cabo entre 1970 y 2005 en 19 estados. No sólo dará los nombres de las víctimas y describirá cómo las mató; también aportará datos que no dejarán dudas sobre su autoría: cómo estaban vestidas y qué habían comido antes de morir. Y dibujará – porque Little dibuja sorprendentemente bien – el rostro de cada una de ellas.
Sus víctimas son todas mujeres, todas prostitutas que trabajaban en la calle, casi todas negras.
-¿Las prefería de color? – pregunta el interrogador.
-Sí, negras – contesta Little.
La confesión movilizará a las policías de casi veinte estados, que tratará de esclarecer – a partir de esos datos – casi cien asesinatos nunca resueltos. De comprobarse la verdad de lo que dice, Samuel Little se transformará en el mayor asesino en serie de la historia de los Estados Unidos.
Una compulsión irresistible
Samuel Little nació el 7 de junio de 1940, en Reynolds, Georgia. Según su propia versión – que la policía nunca pudo comprobar – era el hijo de una prostituta. Más tarde su madre lo llevó a Lorain, Ohio, para que lo criara su abuela. Allí fue a la escuela pero duró poco: su rendimiento escolar era malo y su disciplina peor.
Sus problemas con la ley empezaron cuando tenía 16 años. Lo descubrieron robando una casa en Omaha, en el Estado de Nebraska, y pasó tres años en una cárcel para delincuentes juveniles. Allí aprendió a boxear. Con su metro noventa de estatura y sus brazos entrenados en el gimnasio del reformatorio no le costaba nada noquear a sus rivales, un recurso que luego utilizaría con muchas de sus víctimas antes de estrangularlas.
Luego de salir del reformatorio Little fue arrestado en varias ocasiones. Viajaba en auto, robaba propiedades en una ciudad y vendía el producto de sus robos en otra. Entre 1961 y 1975 lo detuvieron un total de 26 veces, cumplió algunas condenas breves por robo, pero casi siempre lo dejaron en libertad sin enjuiciarlo.
En sus confesiones de 2016, Little fijó la fecha de su primer asesinato en 1970, pero también dijo que el deseo irresistible de estrangular mujeres lo tenía desde muy chico y que un día ya no pudo contenerse.
-Trato de identificar cuándo me empezó a atraer el cuello de una mujer. Recuerdo que iba a una escuela en Lorain, tenía cuatro o cinco años, y noté el cuello de una maestra. Me excitaba, me puso duro el pene. Ella se frotaba el cuello y después me enseñaba. Y yo decía: ‘¡Qué carajo! ¿Qué me atrajo de esa mierda?’. Por Dios, me volví loco… - explicó
-¿Por qué esperó hasta los treinta años para hacerlo? – preguntó el interrogador.
-Sólo lo imaginaba, hasta que, de repente, quise más – respondió.
Zafando de varios crímenes
En 1976 fue detenido por agredir e intentar violar a una mujer en Misuri, pero fue exonerado. Recién seis años después, a mediados de 1982, fue arrestado nuevamente en Pascagoula, Misisipi, acusado del asesinato de una prostituta de 22 años llamada Melinda Rose LaPree, que había desaparecido en septiembre de ese mismo año, pero un gran jurado decidió no acusarlo, por falta de mérito.
No quedó en libertad. Mientras Little esperaba la decisión del gran jurado, lo reclamaron desde el Estado de Florida para juzgarlo por el asesinato de otra trabajadora sexual de la calle, Patricia Ann Mount de 26 años, cuyo cadáver fue hallado en septiembre de 1982. Aunque algunos testigos lo identificaron como el hombre que había estado con Mount la noche anterior a su desaparición, el jurado lo absolvió.
Apenas salió en libertad se mudó a San Diego, California, donde el 10 de octubre de 1984 lo detuvieron por el secuestro e intento de asesinato por estrangulamiento de Laurie Barrios, de 22 años. La mujer, que sobrevivió milagrosamente, lo acusó, pero por tratarse de una prostituta el juez decidió no darle crédito.
Un mes más tarde, la policía lo detuvo cuando estaba en el asiento trasero de su auto con una mujer inconsciente. Sólo pasó unos meses en la cárcel: la víctima también era prostituta.
Allí podría haberse cortado definitivamente la racha de asesinatos que Samuel Little venía cometiendo desde hacía quince años, pero la condición de sus víctimas hizo que la policía jamás se ocupara de investigarlo para relacionarlo con otros crímenes,
“Little escogía a mujeres marginales y vulnerables, a menudo metidas en drogas y prostitución. Sus cuerpos a veces quedaban sin identificar y las muertes no se investigaban”, dirá tres décadas después un informe del FBI.
El modus operandi del asesino
Samuel Little seguiría asesinado mujeres durante casi 20 años más, sin que nunca lo descubrieran.
Su modus operandi era casi siempre el mismo: recorría con su auto los barrios marginales de las ciudades y buscaba a alguna prostituta a la que invitaba a subir al auto. La llevaba a un lugar aislado y por lo general, antes de tener sexo, las convidaba con algún snack y una bebida alcohólica. Luego les pedía que pasaran al asiento trasero del auto y mientras estaban teniendo sexo, las estrangulaba. Si se resistían, las desmayaba de un puñetazo antes de terminar de matarlas por estrangulación.
-Empecé en Florida, allí deben haber sido unas veinte. Seguí en Georgia, Luisana, Texas, Nevada, California, en diecinueve estados – les confesaría en 2016 al detective Max Holland y a la asesora del Departamento de Justicia James Holland.
En algunos casos, la policía ni siquiera se tomó el trabajo de investigar si las mujeres muertas que encontraba en lugares desolados habían sido asesinadas. Casi todas estaban fichadas como prostitutas y las autopsias revelaban que tenían drogas y alcohol en el organismo. Los forenses firmaban certificados con esas causas de muerte, sin reparar en que muchas de ellas tenían marcas en el cuello.
“Sin puñaladas o heridas de bala, muchas de estas muertes no fueron clasificadas como homicidios, sino que se atribuyeron a sobredosis de drogas, accidentes o causas naturales”, dirá un informe difundido a la prensa por el FBI a fines de 2016, luego de que Little comenzara a relatar sus crímenes.
El ADN y la casualidad
Samuel Little dejó de matar en 2005, según su propia confesión que incluyó los asesinatos de 93 mujeres cometidos durante 35 años. Para entonces tenía 65 años y pocas fuerzas para continuar con su raid criminal.
Los siguientes siete años vivió en albergues para indigentes de diferentes estados. Nadie lo buscaba por los asesinatos, pero tenía una orden de captura pendiente en California por un asunto de drogas. Por ese motivo lo detuvieron en septiembre de 2012 en un albergue de Kentucky y lo trasladaron a Los Ángeles para que lo juzgaran por ese caso.
Allí le hicieron un análisis de ADN y, por simple rutina, lo compararon con casos no resueltos de ese Estado. El resultado dejó atónitos a los policías: Little era la persona que buscaban desde hacía 15 años por los brutales asesinatos de Carol Alford, de 41 años; Audrey Nelson; de 35, y Guadalupe Apodaca, de 46. Sus cuerpos golpeados habían sido encontrados. puntos de la ciudad entre 1987 y 1989.
Cuando la policía de Los Ángeles encontró la coincidencia del ADN de Little, pasó sus resultados al FBI, que usando su propia base de datos lo relacionó con varios casos más sin resolver. En concreto, había uno muy claro en Odessa, Texas. “Tenía toda la pinta de que podía ser él y podíamos demostrar que había estado en esa zona durante esa época”, dice el informe que la agencia difundió sobre Little a fines de 2016.
En el juicio realizado en Los Ángeles por los tres asesinatos californianos, Little se declaró inocente, pero esta vez las pruebas de ADN lo dejaron sin salida. El 25 de septiembre de 2016 fue condenado a tres cadenas perpetuas sucesivas.
-¡Yo no lo hice! – gritó en el tribunal al escucharla sentencia.
“Las veré en el infierno”
Condenado y encerrado en la Prisión Estatal de Los Ángeles, Samuel Little dejó de negar los crímenes y negoció su traslado a la prisión del Condado de Ector, en Texas, a cambio de reconocer el asesinato de Denise Christie Brothers en ese Estado y dar cuenta pormenorizada de todos sus crímenes.
En la serie de interrogatorios a que lo sometieron la asesora del Departamento de Justicia William y el detective Holland - con la participación también de agentes del FBI – Little confesó y relató pormenorizadamente 93 asesinatos.
Pidió también que le dieran útiles de dibujo y realizó a color retratos de la mayoría de sus víctimas. Sus dibujos incluyen detalles como el color de los ojos y del pelo de las víctimas o el pañuelo azul que una de ellas llevaba cuando la secuestró.
Sus confesiones provocaron también un alud de pedidos de otros estados para comprobar si estaba relacionado con crímenes no resueltos de los cuarenta años anteriores. Little contestó en todos los casos.
-Es mía – decía si la identificaba como una de sus víctimas.
-No es mía – respondía cuando no lo era.
Samuel Little murió el 30 de diciembre de 2020 en la prisión de Ector. Para entonces, el FBI había comprobado su autoría en 50 de esos crímenes, lo que ya lo convirtió en el mayor asesino serial de los Estados Unidos, superando a Gary Ridgway, condenado por matar a 49 personas.
En la grabación de sus confesiones, se puede escuchar la voz suave, grave y algo cascada de Little diciendo de sus víctimas:
-Las amo a todas. No puedo elegir una favorita. Cuando se mueren todas son tus favoritas, todas te pertenecen. Las veré en el infierno.
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