Disney no se murió. Podría ser un grafiti en cualquier calle. También podría tratarse de una metáfora utilizada por alguien que vea el tamaño actual de la empresa que él creó: Mickey, el canal, las películas, el servicio de Streaming, los parques, ESPN, su inserción en la cultura de masas. Pero la frase representa también una extendida creencia popular: Walt Disney fue congelado antes de morir. Una manera de evadir lo inevitable. Con su poder, con su dinero, quedará allí, suspendido en el tiempo, hasta que aparezca una cura para su enfermedad. En ese momento lo despertarán, lo traerán de nuevo a la vida. Dejará la hibernación autoinflingida de más de medio siglo, para seguir adelante, una vez sanado, con sus actividades.
Pero, hay que aclarar pronto, que nada de eso sucedió. Es una leyenda que se extendió por el mundo y perduró.
¿Cuándo surgió el mito? ¿Quién desperdigó la leyenda? No hay demasiadas certeza, sólo algunas hipótesis y algún dato tenue.
Empezaba noviembre de 1966. Walt Disney estaba por cumplir 65 años. Le aparecieron molestos dolores en el cuello y en la pierna. Se preocupó porque la situación estaba afectando su épica capacidad de trabajo. Debía descansar más de lo que estaba acostumbrado. De pronto los dolores se volvieron insoportables.
El médico ordenó unas placas. Esperaban que sólo fueran las secuelas de un viejo golpe tras una caída jugando al polo. Pero no fue así: en su pulmón izquierdo encontraron una mancha sospechosa. Lo operaron al día siguiente. Cáncer de pulmón. El tumor tenía el tamaño de una nuez. Walt era un ávido fumador. Muchos de sus empleados contaron tiempo después que sabían en qué momento dejar las charlas e inclinarse sobre su tablero de dibujo: a lo lejos escuchaban la tos ronca del dueño del estudio y el paso fatigado.
Luego de la operación y de unos días de reposo, Walt Disney volvió al trabajo. Estaba terminando de diseñar Disney World, el parque temático en Orlando (Disneyland, el de California ya había sido inaugurado convirtiéndose en un éxito fenomenal). Al poco tiempo volvió a ser hospitalizado. La prensa se enteró de esta nueva internación. Eso obligó a un comunicado de prensa corporativo que dijo lo de siempre: “Chequeos de rutina”, mintieron.
El deterioro en la salud era evidente e inexorable. No hubo mucho por hacer.
Walt Disney murió el 15 de diciembre de 1966. No dejó disposiciones de última voluntad respecto a qué hacer con su cuerpo.
Sus dos hijas y su esposa decidieron cremarlo y enterrar sus cenizas dos días después en un cementerio privado, en una parcela en la que yacían otros miembros de la familia. Las tres mujeres no quisieron compartir su dolor ni con la prensa ni con curiosos. El ingreso a su entierro estuvo extremadamente restringido: ni siquiera acudieron los más altos ejecutivos de la empresa.
Esta es la historia real del final del magnate. Una historia común, no muy diferente a la de cualquier otra muerte. Es cierto eso de la que la muerte iguala.
Sin embargo, pasados un par de años, comenzó a circular un rumor que se difundió con una celeridad y una fuerza sorprendentes. El mismo afirmaba que Walt Disney había sido congelado para poder ser despertado cuando la ciencia encontrara la cura para su mal. La gente lo repitió con convicción durante décadas. La versión (la afirmación) se propagó con firmeza. Hasta que casi todo el mundo en una conversación casual pudo afirmar que “Walt Disney está congelado”; o su consecuencia más amable, hacer un chiste que relacionara al creador de Mickey con el frío.
Dicen que fueron unos empleados de Disney, dibujantes haciendo gala de su humor negro, los que empezaron con el chiste que al tiempo fue reproducido por varias publicaciones. La revista Ici Paris sostuvo la teoría del congelamiento en 1969. La mayoría de los investigadores sostiene que esa fue la primera ocasión en la que la versión fue impresa. Pero hace poco, un periodista encontró un antecedente. En 1967 una revista californiana de escasa circulación afirmó lo mismo.
Luego la versión sólo creció y se convirtió en certeza. Hubo algunas circunstancias que favorecieron la credibilidad de tan alocada teoría. Por un lado la fama, fortuna y poder (y, también, la cuota megalómana) de Walt Disney hacían creer que para él todo era posible. Si alguien en el mundo tenía la posibilidad de poner en suspenso su muerte, ese era Walt Disney. Por otro lado estaban sus parques temáticos, las innovaciones tecnológicas que se utilizaban en su empresa, el proyecto futurista de EPCOT (Experimental Prototype Comunnity of Tomorrow), que luego de su muerte perdió el perfil de avanzada y fue convertido por su hermano Roy en una especie de feria de las naciones. Elementos que hacían pensar que Disney estaba unos pasos adelantados al resto, que estaba en la cumbre tecnológica de su tiempo. A un hombre de su visión (e, insistimos, de su poder, fama y fortuna) no le podía pasar lo mismo que a la gente de a pie. Para encontrar algún tipo de analogía con la actualidad es como si algo así le sucediera a Elon Musk.
También se debe tener en cuenta la época. Eran los 60 y, por esos años, todo parecía posible. La pastilla anticonceptiva, la carrera espacial, los avances médicos. ¿Por qué en ese contexto sonaría improbable la idea de la inmortalidad?
Existe un componente más, un factor no siempre tenido en cuenta para explicar la situación. Eran tiempos en que la criogenización se vislumbraba como una posibilidad cierta.
En 1964 , Robert Ettinger, un respetado científico había publicado un libro llamado The prospect of inmortality. Ettinger habló de la criogénesis, de la posibilidad de congelar y luego revivir seres humanos. Escribió sobre las implicancias médicas, éticas y legales. También en su texto reconoció que todavía era imposible resucitar a un ser humano pero al ritmo de los avances científicos se mostraba muy optimista respecto a la posibilidad. El libro, en su tiempo, no tuvo demasiada difusión al ser una edición de autor y de un tema altamente complejo.
¿Qué posibilidades hay de que Walt Disney hubiera conocido esto al tiempo de su muerte? Muy pocas, casi nulas.
No hay evidencia alguna de que haya tenido contacto con el libro, con Ettinger, con algún discípulo o siquiera con sus ideas. Ni un papel, ni un testimonio que lo afirmen.
Más de 15 años después de la muerte de Disney, apareció una biografía sobre el dibujante en la que el autor sostenía que el empresario deseaba ser congelado. Además de otros groseros errores en el libro (fácilmente contrastables con fuentes fidedignas) todo lo relativo a su voluntad de ser congelado parece forzado, parece escrito a la luz de la repercusión posterior del rumor: como si el autor sólo quisiera comprobar su hipótesis previa y desechara cualquier evidencia que derribe su preconcepto o que atente contra la confirmación de su teoría.
Hay un personaje (en el pleno sentido del término) que es clave en esta historia. Es el padre de esta leyenda urbana, una de las más difundida de la historia.
Bob Nelson se ganaba la vida arreglando televisores -no se conocía la obsolescencia programada- hasta que un día mutó en alguien importante. Un empresario moderno. Su tarjeta de presentación decía que era el Presidente de la Sociedad de Criogénesis de California.
Esa sociedad presidida por Nelson, algunos años después, llegó a albergar varios cuerpos congelados. El más célebre fue el primero de ellos, James Bedford, un psicólogo reconocido por ser pionero en el desarrollo de técnicas de orientación vocacional. Bedford murió a los 73 años a raíz de un cáncer de hígado. Fue el primer hombre criogenizado o “suspendido” según el eufemismo urdido por Nelson. Bedford no tuvo que pagar nada por los servicios.
Como siempre había un deudo que se oponía y Nelson no encontraba candidatos, ofreció el congelamiento gratis. Bedford, transitando su agonía, fue el primero en aceptar. Para empezar el proceso se debía cumplir un requisito previo indispensable: la ley determinaba que había que estar muerto. De otro modo se hubiera tratado de experimentos con seres vivos. Apenas se declaraba la muerte, se metía el cuerpo en un enorme recipiente con hielo y se lo conectaba a un respirador artificial. Al cadáver se le inyectaba una sustancia, dimetilsulfóxido, para que se conservara antes de meterlo en el cilindro de acero con nitrógeno líquido que lo mantendría congelado -suspendido- hasta que la ciencia avanzara. Pero estudios actuales determinaron que el químico inyectado provocaba daños cerebrales irreparables por lo que el despertar de Bedford hubiera sido imposible.
Bedford falleció el 15 de enero de 1967, un mes después que Walt Disney. La cercanía entre la muerte de Walt Disney y el procedimiento con el cadáver de Bedford posiblemente haya sido terreno fértil para que el rumor creciera.
Unos años después Nelson no quiso desaprovechar la publicidad gratuita que recibía su negocio con la vigencia de la leyenda sobre Disney y declaró: “Es una lástima. Walt se lo perdió por una omisión. Él estaba muy interesado pero al no dejar ninguna disposición por escrito, la familia no nos autorizó aunque hicimos el intento. Unas semanas después congelamos el primer hombre”.
La desmentida más contundente llegó una semana después -en esa época el rumor ya había tomado fuerza de verdad- de boca de Diane Disney, hija de Walt: “Es absolutamente falso que mi papá deseaba ser congelado. Dudo, sinceramente, que él alguna vez haya oído hablar de la criogénesis”.
La aventura de Bob Nelson, el técnico de televisores devenido en gurú de la suspensión criogénica, terminó bastante mal. A fines de la década del 70, una falla en el sistema de congelamiento de los cilindros hizo que 9 cuerpos de los que tenía almacenados se descompusieran y debieran ser desechados. Las esperanzas de revivir de esos 9 se terminaron por una falla térmica. Bedford se salvó porque ya había sido entregado a otra empresa del mismo rubro.
Hubo otros que siguieron con el negocio. Y si bien Walt Disney nunca fue congelado, otra celebridad que sí eligió la criogenización. Ted Williams, uno de los cinco mejores jugadores de béisbol de la historia (muchos especialistas creen que fue el mejor bateador de la MLB), una leyenda norteamericana, fue congelado tras su muerte en 2002.
El procedimiento provocó un ácido litigio entre su viuda -que sostenía que Williams deseaba ser cremado- y sus hijos, quienes finalmente lograron su cometido. La empresa encargada es la que tomó la posta de Nelson, la Alcor Life Extension Foundation. Además de Ted Williams, hay en la actualidad otros 150 conservados congelados, suspendidos. Pero en caso de que en algún momento empezaran a despertar a sus clientes hibernados la fama no ayudará a Williams. Deberá esperar su turno. El despertar será por orden de llegada. Así que el Dr. Bedford -que se salvó del fracaso de Bob Nelson y fue mudado a Alcor- es el primero en la fila.
El rumor sobre Walt Disney seguirá viviendo por varios años. Los chistes se seguirán repitiendo. Y muchos seguirán convencidos de que Disney está congelado esperando una cura para su enfermedad. A todos esos (como a tantos otros en la actualidad) poco le importarán los hechos, las evidencias, los argumentos, ni la certeza de que las cenizas de Walt Disney descansan en la parcela familiar del Forest Lawn Memorial Park, el cementerio de Glendale en Los Ángeles desde hace 55 años.
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