Son las 3:00 de la mañana en Angola. Marcos Aragón deja su rutina de lado y se despierta en medio de la madrugada para ver alzar la copa del campeonato argentino a su amado River Plate. Los 8.500 kilómetros de distancia no le iban a impedir disfrutar del triunfo. Afortunadamente la señal de Internet en su smartphone anda bien, una gran facilidad que le permite seguir conectado al mundo a pesar de todo.
“Me fue muy difícil tomar la decisión de alejarme de mis seres queridos por personas que no conozco”, recuerda Aragón. Sin embargo, reconoce que sus ganas de ayudar fueron más fuertes: “Siempre fui mucho más feliz y mucho más pleno dando mi tiempo para la gente. No es solamente ayudarlos dándole algo material; sino el estar, el que te cuenten su historia, el prestar la oreja para escucharlos. No tuve una infancia y una adolescencia fácil, no voy a decir que fue muy complicada, pero no me fue sencilla y tuve momentos en los que la pasé mal. Siento que sé lo que es no sentirse bien y hay mucha gente en el mundo que la pasa mal, no sólo de hambre, sino en la vida y yo no me podía quedar sentado de brazos cruzados”.
Oriundo del barrio de Chacarita, terminó sus estudios en un colegio católico fundado por hermanos maristas y se recibió como profesional en Producción y Dirección de radio y televisión. Su recorrido dentro del ámbito solidario empezó a los 16 años cuando fue a misionar a San Jaime, Entre Ríos. Una actividad que marcó un antes y un después en su vida y lo iba conducir a donde está ahora: el continente africano.
Las preguntas sobre por qué quería irse al otro lado del mundo no fueron inesperadas, a lo cual el joven explica: “En Argentina la pobreza también es una problemática, pero lo que me gusta destacar es que hay un montón de gente que ayuda dentro del país y es muy poca la que va hacia otras culturas, hacia otras fronteras. Ninguno es más importante que el otro, pero si todos nos quedamos en el mismo lugar, ¿quién va a los lugares donde no va nadie y se necesita muchísimo? Yo me siento llamado a eso”.
Seis meses pasaron, luego de varios contratiempos, desde que el misionero arribó a Lumeje, un pueblo de Angola donde las calles no tienen asfalto, la mayoría no cuenta con electricidad y las viviendas están hechas de adobe y techos de paja. Los únicos dos edificios construidos con ladrillos son la casa del administrador del gobierno y un pequeño hospital, ambos tienen disponible un generador de luz que se rompe seguido y cuando esto ocurre la prioridad es de la administración.
Marcos vino bajo el respaldo del programa Iglesias Hermanas, un proyecto que pertenece a la Arquidiócesis de Buenos Aires y tiene como objetivo enviar misioneros, tanto laicos como sacerdotes. Para poder ir a Angola, realizó una preparación, no sólo formativa sino también espiritual. Además de él, hay otros dos argentinos que forman parte del grupo de voluntarios. Uno de ellos es el padre Ignacio Copello, quien llegó a África hace más de 30 años y está a cargo del equipo. Como tercera integrante se encuentra Alba Coman, una mujer laica que lleva casi 25 años en el lugar. Todo esto es financiado también gracias a la generosidad de los fieles que apoyan con gran convicción esta misión.
Pasaron 4 horas desde que Aragón se despertó. A las 7:00 comienza otro día de trabajo, otro día para visitar las aldeas. “Tenemos un radio de 7000 km², estamos yendo a unas 35 aldeas más o menos. Entonces se arma un cronograma mensual para que por lo menos tengan una visita por mes”, detalla con precisión. La más lejana se encuentra a 67 km y el recorrido puede durar hasta 3 horas y media, ya que muchas veces los caminos resultan inaccesibles debido a las lluvias típicas de esta época del año. El hecho de contar con una camioneta 4x4, que desafía subidas, bajadas y pozos, hace que el traslado sea menos arduo. La llovizna da un respiro a las altas temperaturas, pero los 30° no dejan de ser protagonistas del clima africano y las gotas de sudor decoran los rostros.
Al acercarse la tarde, además de las visitas todavía quedan tareas pendientes. El joven de 26 años también participa junto al resto en actividades relacionadas con la educación y la salud.
Según la UNESCO, la tasa de alfabetización en 2014 alcanzó solamente al 66,03% de la población angoleña, el género masculino es el más alfabetizado. Actualmente, el grupo de misioneros brinda clases de apoyo escolar a 80 chicos y chicas en áreas como matemática y lengua portuguesa. “La enseñanza acá en Angola no tiene muchos recursos como la escuela y demás, entonces es muy escaso el aprendizaje que se recibe por la falta de herramientas” , describe apenado. Una de las experiencias más recientes que lo sorprendió fue cuando “una chica de secundaria me pidió que le enseñara ecuaciones y cuando le empecé a explicar no sabía restar, no sabía dividir, no sabía multiplicar pese a estar en cuarto año”.
Al mismo tiempo, llevan adelante el proyecto San Damián que busca asistir a enfermos de Lepra. “Damos medicamentos, jabón, aceite, gotas para los ojos, paracetamol y demás. Les enseñamos cómo tiene que ser el tratamiento, de qué manera se tienen que lavar y cuidar las heridas, cuál es la mejor medicación y se los acompaña mucho, no sólo desde la salud sino también dando apoyo moral y generando un vínculo humano”, enfatiza Aragón y remarca que el sistema de salud del lugar no posee los recursos necesarios para tratar y erradicar esta antigua enfermedad infecciosa.
Marcos es consciente de que uno de sus grandes desafíos es estar en comunidad con gente de otra cultura y hábitos completamente diferentes a los de él. Una cultura que trata de entender, sacar sus aspectos positivos y lo más importante de todo, no juzgarla: “No puedo venir acá a imponer y decir qué está bien y qué está mal, porque no lo sé y no soy quién para decirlo. Es aceptarlo, pero bueno desde mi realidad y mi cultura me cuesta entenderlo y procesarlo”.
Un aspecto al que le cuesta mucho adaptarse es el rol que tienen las mujeres angoleñas en la sociedad. La poligamia es muy común en las familias conformadas por un marido con varias esposas a la vez. Las mujeres son las responsables de cada tarea, desde cuidar a los hijos hasta buscar agua y comida en el campo. Mientras más parejas tenga el hombre, mayor va a ser su estatus y calidad de vida. Una visión que el argentino encuentra muy contradictoria, especialmente al venir de un país donde el feminismo se vuelve cada vez más sólido: “Lo veo como una ironía en donde el hombre es más poderoso porque tiene mayor importancia, pero en realidad la fuerte acá es la mujer. Me gustaría contribuir para que puedan tener un mejor lugar en la sociedad, lo cual es muy difícil porque las mujeres acá no lo ven como si fueran inferiores, lo perciben simplemente como su rol en la sociedad”.
Otra creencia que el joven encuentra polémica es la hechicería, que se da sobre todo en las tribus. Cuando a una persona le empieza a ir bien, tiene gran cantidad de cosechas o consigue un nuevo trabajo, se da lugar a acusarlo de hechicero, ya que resulta algo fuera de lo común. Las penas pueden ir desde dinero, cabezas de animales como gallinas, cabritos, hasta incluso la muerte del imputado. Una situación muy dolorosa que le tocó presenciar al joven fue cuando un anciano de una de las aldeas que visitan fue acusado por su propia hija por la muerte de su nieto recién nacido. “Fueron a su casa, lo dejaron tirado en el piso sangrando y le quitaron toda la ropa para luego quemarla”, relata muy impactado.
La primera vez que conoció a los integrantes de las comunidades, Aragón descubrió que el estigma en torno al color de piel sigue muy vigente. La idea de supremacía blanca fomentada por el colonialismo está presente a pesar de que Angola haya conseguido su independencia en 1975. Una superioridad que se traduce en tener más dinero, poder y respeto. Un ejemplo concreto es a la hora de sugerir a los miembros de las comunidades cómo cuidarse o alimentarse, ya que por el sólo hecho de tener una piel más clara, su palabra pesa más. Al mismo tiempo, se da lugar a una sensación de envidia o enojo por tener tez oscura. “Ellos mismos dicen que su piel no sirve en este mundo, es un comentario que se repite mucho. Se vive como una realidad, es muy chocante y a mí me duele mucho que por cosas de la historia, por cómo se manejó el mundo, la gente se sienta menos”, señala con deseos de revertir poco a poco esa percepción y demostrar que todos son iguales.
La pobreza es otro rasgo muy patente en varios de los países del continente africano. Angola posee una población de aproximadamente 33 millones de personas (Fuente: Banco Mundial), de las cuales un 51,10% vive bajo una pobreza multidimensional. En palabras de él: “Acá me encontré con una pobreza y desigualdad extrema que nunca antes ví”. Todos los días las mujeres recorren junto a sus hijos cientos de kilómetros para conseguir comida. Es necesario ir a cosechar al campo, ya que sin cosecha no comen. Las familias tampoco disponen de bienes materiales, sus casas están hechas de adobe o paja, por lo tanto en tiempos de lluvia aparecen las clásicas goteras. Al igual que en la alimentación, hay que ir al río para poder beber agua. Tampoco existe el manejo de un sistema de dinero, simplemente recurren a los trueques como en siglos pasados.
En cada trayecto que va, el joven aprovecha y lleva guardada en la mochila su cámara. A través de esta busca filmar y fotografiar cómo es la vida de las comunidades. Así fue cómo creó @enlumeje, la página de Instagram donde comparte y relata su experiencia en Angola: “Es una ventana a otra realidad, no es ni mejor ni peor, sólo quiero que las personas la conozcan y reflexionen conmigo”.
Llega la noche, es hora de irse a dormir después de una larga jornada de trabajo. Aunque extraña a sus afectos, Marcos está contento y con muchas metas por cumplir: “Al igual que tantas personas me decidí a buscar la felicidad, sin importar lo que sea, y así fue cómo terminé acá. Soy simplemente alguien que quiere ser feliz en un mundo que muchas veces es muy difícil serlo. Pero se puede y estoy convencido de eso”.
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