Fue en el año 2006, parece ayer y, a la vez, la Prehistoria. Fue el año del “no a las papeleras”, el año de la segunda desaparición de Jorge Julio López, el año de la destitución de Aníbal Ibarra por la masacre de Cromañón, el año en que Néstor Kirchner todavía era presidente. Todo eso pasaba en el país mientras una chica de 15 años que vivía en un conventillo de San Cristóbal le rogaba a sus padres -ama de casa ella, plomero él- que le compraran una computadora.
La familia Vivero había llegado desde Corrientes “con una mano atrás y otra adelante”, por eso vivían en una pieza de prestado y compartían el baño con otras 10 personas. Los padres de Agustina no sólo le dijeron que no podían comprársela: no terminaron de entender “qué era eso de Internet” que ella había escuchado en la televisión, ni para qué lo quería.
La escena -doméstica, mínima- es el kilómetro cero de lo que poco después fue el fenómeno “flogger” en Argentina, que empezó en el Fotolog -que ya sí es parte de la Prehistoria de las redes sociales- y se extendió hasta las escalinatas del Abasto.
También es el origen de todo el “lado B” de aquel boom de las “tribus urbanas”: del día en que la amenazaron con un bate mientras caminaba con su novia, del día en que la filmaron debajo de la pollera del colegio y del mensaje cifrado que le llegaba cada vez que un hombre le mandaba fotos de sus genitales: “Lesbiana de mierda”, así lo traduce ella.
Besos entre ellas
Quien habla con Infobae es Agustina Vivero, la chica que hace 13 años imponía un corte de pelo lacio, parado y pegado mientras se hacía conocida como “Cumbio”. La misma que ahora tiene 30 años, una novia con la que convive y con la que desea ser “madre y madre” y una empresa que le maneja el perfil digital a famosos -Tinelli, Mirtha Legrand- en la que es, básicamente, la jefa.
La escena que sigue en la cronología del boom “flogger” también es mínima pero ella la define como “un pico en mi vida”. Fue el día en que abrió la puerta y su papá, que volvía de comprar inodoros y bidets en un remate judicial, traía una computadora amarillenta para ella: una carcasa gigante con Windows 95 a la que no se le podía poner Internet y que conservaba adentro miles de planillas de Excel de una empresa quebrada.
Agustina todavía pagaba 25 centavos para navegar en un ciber cuando armó su perfil en Fotolog, una suerte de blog que llegó a ser el sitio de publicación de fotos más grande del mundo y que terminó oficialmente noqueado y sepultado por la llegada de Facebook e Instagram, hace ya cinco años.
“Ahora, con la distancia, creo que mi Fotolog empezó a crecer por dos cosas. Yo había pasado por tres colegios y soy bastante amiguera, entonces muchos amigos me seguían. Y creo que lo que le dio algo distintivo, un plus, es que yo subía fotos besándome con mi novia de ese momento”, dice a Infobae.
Mostrar su orientación sexual provocó dos efectos opuestos. “En esa época no se hablaba de esos temas en las casas y muchas chicas me escribían para decirme que les pasaba lo mismo pero siempre habían creído que eso no era posible: una chica de novia con otra chica”, recuerda. Mientras muchos y muchas le agradecían ese “despertar”, el otro efecto de mostrarse abiertamente lesbiana fue un alud de violencia.
Mientras sus seguidores aumentaban -arrancó con 4.000 y llegó a los 250.000- el fenómeno de los “floggers” (viene de “flog”, el apócope de Fotolog) atravesaba los monitores y reunía a miles de adolescentes con chupines de colores en las escalinatas del Abasto.
Por prestarle atención a la ropa y a los peinados, por poder darse el lujo de tener cámaras digitales y computadora, los acusaban de ser “los nuevos chetos”, lo que a Agustina le da risa: “Seguro nadie se acuerda pero lo del Abasto arrancó en verano. ¿Sabés por qué? Porque éramos los chicos que no teníamos para irnos de vacaciones”.
“Cumbio” -su apodo se debe a su gusto por la cumbia villera- ya tenía una computadora con Windows 98 y había logrado que un vecino le prestara una tarjeta de crédito para ascender a “gold” en la red social. Sabía, además, cómo manejar su imagen, la base de lo que hace hoy:
“Yo veía que las fotos tenían que tener contrastes de colores entre la ropa y las paredes, pero en las mías se veía la humedad del baño, la pared de revoque, la ropa era siempre la misma. Entonces me iba a lo de mi hermano, me ponía su ropa nueva y me la enganchaba atrás con broches para que pareciera mía”.
Entre 2008 y 2009 la invitaron de distintos programas de televisión, publicó su libro “Yo Cumbio”, la convocaron para una campaña para concientizar sobre la prevención del VIH, salió un perfume con su nombre artístico, un esmalte de uñas, actuó en teatro, filmó publicidades, hicieron un documental sobre su vida (aparecía besándose con su novia, por lo que en República Dominicana, por ejemplo, prohibieron proyectarlo en las escuelas).
Incluso un periodista del New York Times viajó a Buenos Aires sólo para hacer un perfil de la chica a la que llamó “un torbellino”.
En la nota, titulada “En Argentina, una cámara y un blog hacen una estrella” y publicada cuando Agustina tenía 17 años, el periodista citó una frase de ella: “Cuando la gente me ve en la calle, algunas veces llora o quiere abrazarme o besarme. O me odia. Todo es muy sorprendente”.
Ahora, en una entrevista con Infobae, Agustina vuelve a eso: “Es que me tocó todo lo bueno pero también todo lo malo”, arranca.
“Quiero fotos calientes”
“En aquella época, todo lo que yo representaba estaba mal. Estaba mal escuchar cumbia villera, después se puso de moda. Estaba mal haber salido de las redes sociales, porque en la tele la acusación era ‘¿y vos qué hiciste para estar acá?’, ‘no vas a llegar a ningún lado’, para colmo yo era pobre”, piensa ahora, y sigue:
“Y estaba mal, sobre todo, ser lesbiana. De hecho, me daba miedo ver las caras de algunos cuando lo decía, cómo me trataban, así que al principio decía que era bisexual, mentira. Creo que la sociedad no estaba preparada para lo que fue Cumbio “.
La fama seguía en ascenso. Cumbio se iba de vacaciones por primera vez, sí, pero a “La Bristol”, y no terminaba de entender por qué otros adolescentes se le tiraban encima, mataban por una foto con ella, lloraban. “Yo no me había preparado para ser una persona con semejante exposición. No quería ser actriz, no lo deseaba, no quería ser una estrella de rock y no sabía cómo manejarlo”.
En paralelo, el “lado B” avanzaba. “Me sentí muy sola en muchas cosas. Nunca me olvido del día en que filtraron mi teléfono en un chat erótico. Fue una de las primeras veces que lloré mucho, era horrible sentir que alguien te podía hacer lo que quisiera y que no tenías cómo defenderte. Yo veía a mi mamá llorar, nadie sabía qué hacer, me daba mucha impotencia”.
Alguien había conseguido su número y lo había cargado en un chat erótico junto a un mensaje: “Quiero fotos calientes”. “No paraban de llegarme fotos de genitales de hombres, cientos de miles. Hoy tal vez es más fácil denunciar o cambiar tu número pero en ese momento fuimos a hacer la denuncia con mi mamá y no sabíamos ni siquiera cómo explicarlo: o sea, ¿a quién denunciamos?”.
¿Era casual que le enviaran fotos de penes a una chica que se autoproclamaba lesbiana? Había tufo a “lo que a vos te falta es una buena p…” Lo mismo pasó en el colegio secundario, porque el furor llegó mientras Agustina cursaba cuarto y quinto año.
“Había cuatro chicos que me volvían loca, me levantaban la pollera todo el tiempo y me grababan. Era muy incómodo, muy doloroso. Como veían que yo ponía fotos con mi novia, me encerraban y me preguntaban quién era la mujer y quién era el hombre en la pareja, cómo había hecho para que me diera bola, me gritaban ‘lesbiana de mierda’, cosas horribles”, cuenta y explica por qué se sentía sola frente a esa violencia.
“Vos imaginate que alguien te grabe debajo la pollera, vos le sacás el celular y se lo llevás al preceptor y le decís llorando: ‘Lo único que te pido es que borres ese video’, y que el preceptor te conteste: ‘Vos no tenés por qué sacarle el celular a nadie, no vas a borrar nada porque ese teléfono no es tuyo’. Imaginate, otra persona está violando tu intimidad, tus derechos y te terminan retando a vos”.
Para las autoridades, cuenta, fue “si te gusta el durazno bancate la pelusa”, es decir, “estas son las consecuencias de mostrar lo que mostrás”.
El final de la historia es que fue con su familia al colegio a presentar una queja pero la hicieron firmar un acuerdo en donde quedaba claro que si ella se defendía “me daban el pase directamente”, cuenta. “Faltaban cuatro meses para terminar el colegio, ya no te recibía otra escuela”.
Para dejar de sufrir ese acoso, Agustina decidió dejar de ir al colegio y rendir libre: “Me fue bien, pero siento que me obligaron a irme. Me arrastraron a eso”.
En esa época también hubo amenazas, más o menos veladas: “Iba caminando con mi novia y un chico con un bate frenó y nos empezó a gritar, a perseguir”. Había un común denominador que lo atravesaba todo: “Siempre era lo mismo. En la escuela era por ‘lesbiana de mierda’, en la calle era por ‘lesbiana de mierda’. En la televisión me preguntaban si era una chica o un chico, me decían que daba un mal ejemplo, siempre castigándome porque me animaba a hablar de eso”.
Y así como escaló, rodó hacia abajo. “Hubo un momento en el que ser flogger era lo más y de un día para el otro pasó a ser todo lo malo. Algunos se avergonzaban de haber sido floggers, todo súper raro”, cuenta.
Agustina sintió que “ya no valía la pena” y empezó a preocuparse por su futuro: “Pensaba ‘¿qué voy a hacer con mi vida? Yo ahora, con este nivel de agresiones no puedo ni atender un kiosco, me van a venir a romper todo”.
Así fue que se anotó en la universidad, se recibió de Licenciada en Comunicación Audiovisual y armó una carrera detrás de las cámaras. Fue asistente de producción de Gerardo Sofovich y en “Tu cara me suena” y es CEO y fundadora de una agencia de comunicación digital llamada RUIDO (el nombre se debe, precisamente, a los años que lleva “haciendo ruido”).
Junto a su equipo hizo el marketing digital (manejo de redes, diseño web, acciones de prensa) a Mirtha Legrand, a Mariano Iudica, a Jorge Rial, a Marcelo Tinelli, a Pamela David, de Polémica en el Bar y a decenas de primeras marcas.
Agustina ya no es la adolescente del Abasto pero no reniega de Cumbio. “Al contrario, yo a Cumbio le agradezco, hoy es un aval para mi empresa, un caso de éxito en la comunicación digital”, cierra. “Más allá de eso, creo que mostrándose como realmente era, sin miedo, Cumbio aportó su granito de arena a la lucha feminista. Por eso le tengo mucho cariño. Pienso que fue valiente, es más, creo que Cumbio fue más valiente que lo que soy yo ahora”.
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