3 de diciembre de 1976. La casona de la calle Hope estaba con
currida. Como siempre. Ya había anochecido. Bob Marley y sus músicos ensayaban para el concierto que tenían dos días después. Rita estaba en el living. Y en la cocina Don Taylor, el manager de Bob, buscaba algo para tomar. Los que no estaban eran los guardias armados que el gobierno le había puesto hacía unos días al cantante: civiles armados, más parecidos a parapoliciales que a integrantes de una fuerza de seguridad.
Mientras los músicos ensayaban la entrada de los vientos en una canción, Bob, aburrido de la repetición, fue hasta la cocina a encontrarse con Taylor. Faltaban veinte minutos para las nueve de la noche. Hasta ahí lo incontrastable. Después empiezan las versiones, lo impreciso, lo confuso.
Algunos hablan de dos autos, dos Datsun blancos, de los que bajaron siete hombres y empezaron a disparar a mansalva. Como en una película del oeste, uno de ellos tenía un arma en cada mano y apretaba el gatillo casi a ciegas. Hubo más de 86 disparos. Los tiradores que llegaron a la sala de ensayo hicieron fuego desde la puerta. Los músicos corrieron a esconderse en un baño que había en el fondo; cinco de ellos se amontonaron en la bañadera para protegerse. Otro de los atacantes fue hasta la cocina. Don Taylor quedó en medio del sicario y Bob Marley. Cinco disparos impactaron en el manager. Marley se tiró contra una pared. Pensó que ese sería su final. No tenía escape. Los ruidos y los gritos lo confundían. Sintió un ardor en el pecho y un fuego que parecía tirar de su brazo izquierdo. Cuando el atacante lo tuvo a su disposición, cuando Marley no tenía cómo evadirse, el tirador se retiró. Bob se lanzó sobre su amigo. Creyó que lo habían asesinado. Pero Don Taylor todavía vivía. Sangraba mucho. Un lago oscuro de una sangre negruzca se formó en el piso. Rita llegó a los gritos preguntando por Bob. Ella tenía un balazo en la cabeza, la sangre resbalaba por la frente, pero milagrosamente se la veía bien. Cuando el resto de los que estaban en la casa encontraron a Bob creyeron que había sido herido de gravedad. En su cara se había instalado una mueca de dolor, su remera y sus jeans estaban cubiertos de sangre. Pero era la sangre de Don Taylor.
Los tres fueron llevados al hospital. El estado de Taylor era grave (aunque se recuperó en unas semanas). Rita sólo tuvo que usar por un tiempo breve un vendaje en forma de turbante que cubría, en sus salidas, con un gorro rasta de lana. A Bob Marley una bala había rozado su pecho dejándole una escoriación mínima y se había instalado en su brazo. Allí quedó hasta su muerte. No se la pudieron extraer. Lo vendaron; parecía que en su brazo tenía una banda de capitán.
La noticia del atentado corrió por Kingston a gran velocidad. Al día siguiente fue tapa de todos los diarios y los cables la difundieron por el mundo.
Las preguntas sobre quién quiso matar a Bob Marley y por qué, cuarenta y cinco años después, todavía no han sido respondidas.
En 1976, la popularidad de Bob Marley en su país era enorme. Posiblemente el jamaiquino más influyente. En ese tiempo también se había convertido en una figura global, llevando al reggae a todo el mundo. En agosto de 1976 había llegado a la tapa de la Rolling Stone. El título pareció premonitorio: “Rastaman con una bala”. La foto ya es una imagen clásica. La guitarra colgada, cruzada sobre su cuerpo, los brazos abiertos, una musculosa, los ojos cerrados y las rastas flameando. Marley fue la primera estrella global de la música surgida del Tercer Mundo.
Para tratar de entender que pasó la noche de ese 3 de diciembre hay que detenerse en lo que sucedía en Jamaica por esos años. La pobreza era rampante. La violencia se había apoderado del país. Bandas armadas asolaban a los jamaiquinos. Respondían a las facciones políticas, a los que buscaban con desesperación el poder. El primer ministro era Michael Manley, del PNP. Su principal opositor y representante del JLP era Edward Seaga. Ambos se odiaban. Representaban cada uno lo opuesto del otro. Y eso en épocas de la Guerra Fría sólo podía significar una cosa: el primer ministro, de origen socialista, era bancado por la Unión Soviética, mientras que a Seaga lo impulsaba Estados Unidos.
Los que integraban estas bandas parecían haber sacado sus modos y sus tics de las películas de gángsters y de los westerns, todo matizado con aire jamaiquino. Y parecerían una mala parodia de sus protagonistas si no fuera porque la situación era muy real y angustiante. El gobierno había declarado el estado de emergencia pública.
En ese panorama, Bob Marley, la única figura indiscutida del país, intentaba mantenerse neutral. Sin embargo se conocía su antigua adhesión al oficialista PNP. Ante la situación de su país anunció Smile Jamaica, un recital gratuito para los jamaiquinos, para que recuperaran la alegría, para fomentar la unidad. Esa decisión, con los años, fue interpretada como un apoyo al gobierno ya que el recital era el 5 de diciembre y las elecciones generales el 15 del mismo mes. Sin embargo, cuando Marley anunció su recital no había fecha fijada para el acto eleccionario. Sacando ventaja, el gobierno las puso el 15, para aprovechar el impulso del recital y para utilizar el evento como virtual acto de cierre de campaña.
A pesar de que Bob evitaba apoyar o criticar a los políticos de su país con nombre propio, el afiche del show estaba encabezado por la leyenda: Bob Marley y el Ministerio de Cultura de la Oficina del Primer Ministro invitan a Jamaica Smile.
A pesar de que a la casa de la calle Hope iban visitantes de las dos facciones (en especial integrantes de las bandas de matones), el clima se fue enrareciendo progresivamente a medida que la fecha del Smile Jamaica se acercaba. Marley y su entorno recibieron muchas amenazas. El PNP le otorgó una custodia permanente, a toda hora del día. Los custodios distaban de ser profesionales. Eran integrantes de esas fuerzas parapoliciales improvisadas por la coyuntura, la miseria y el desquicio; en este caso respondían al PNP.
No se pudo determinar quiénes eran los que debían estar protegiendo a Bob al momento del ataque ni el motivo por el que no estaban en sus puestos.
Esta situación política y social fue terreno fértil para que todo tipo de conjeturas se instalaran sobre el atentado y sus autores.
Algunos afirmaron que fue el mismo PNP el que lo ordenó. Por dos motivos. Por un lado para que sus rivales, los conservadores del EJP parecieran unos salvajes; por el otro, para tener un mártir propio en vísperas de las elecciones.
Pero con el mismo énfasis están los que afirman, sin dudar, que la oposición fue la autora intelectual de la balacera. Debían impedir a toda costa el recital que favorecería al Primer Ministro Manley a días de las elecciones.
En esta misma línea se le adjudica gran responsabilidad a la CIA. Dicen que a través de agentes y personeros suyos se posibilitó la agresión. Señalan a Carl Corby Jr., un joven cineasta norteamericano que arribó a Jamaica la tarde del 3 de diciembre. Colby era hijo de un ex director de la CIA. Pero él había ido a filmar un documental a partir del recital. Lo había contratado Chris Blackwell, el responsable de Island, el sello de Marley. La participación de Colby soporta un mito más sobre sus espaldas. Dicen que cuando se encontró con Bob al día siguiente del atentado, le regaló unas botas texanas y que cuando Bob, después de agradecer, se las probó dio un grito de dolor. Cuando revisaron encontraron un pequeño cable de cobre en el interior de una de ellas. Gente del entorno de Marley afirma que ese cable contenía células cancerígenas enviadas por la CIA para inocular al cantante y provocar su muerte (hay que recordar que el cáncer que terminaría matando a Marley comenzó como un melanoma en uno de los dedos del pie: con esta explicación pretendían atribuir su enfermedad a un complot de la agencia norteamericana). Colby, más allá del disparate científico, aseguró que ni él ni nadie esa tarde le regaló botas a Marley.
Hubo teorías también que buscaban las causas en cuestiones personales. Si Don Taylor había sido el que más herido salió del episodio, debía ser porque era a él a quien buscaban. Y se habló entonces de su adicción al juego. Pero había maneras más sencillas de encontrar y aleccionar a Taylor que intentar matarlo cuando el mayor ídolo del país estaba a su lado.
Otro ídolo también afectado por el juego también tuvo su parte. Allan Skill Cole, futbolista y gran amigo del cantante, había sido acusado de amañar carreras de caballos y, de ese modo, haber estafado a por sumas millonarias a varios. Cole se fue de Jamaica por un tiempo hasta que la situación se tranquilizara, mientras Marley asumió las deudas de su amigo.
Los biógrafos de Marley (Roger Steffens en su historia oral, Timothy White en su biografía canónica Catch a Fire, o Garry Steckles en su exhaustivo trabajo) no logran ponerse de acuerdo ni aportar pruebas suficientes. Tan sólo inclinarse con mayor énfasis por una u otra teoría.
Una duda más subsiste y tampoco tendrá jamás una respuesta contundente. ¿Lo quisieron matar? ¿Pueden siete sicarios fallar tantos disparos contra personas desarmadas? ¿O sólo se trató de un acto de amedrentamiento?
En 2015, el escritor Marlon James publicó la novela Breve Historia de Siete Asesinatos, en la que a través de una estructura coral explora las posibilidades de los sucesos de esa noche. El libro ganó varios premios, entre ellos el Booker Prize.
Lo cierto es que nunca aparecieron los responsables del ataque. La investigación no fue rigurosa y cada pista se perdió en un mar de desidia e intereses creados. Sin embargo, muchos años después de la muerte de Bob Marley, Don Taylor, su manager, escribió en sus memorias, Marley and Me, que un par de años después las autoridades, los llevaron a Bob y a él a presenciar la ejecución de dos de los que los atacaron.
Después del atentado y de que Marley pasara unas horas en el hospital, debía decidir qué sucedería con el recital. Su círculo íntimo quería que suspendiera su presencia. La más enfática era Rita Marley. Marley se había refugiado en una de las mansiones de Chris Blackwell. Pasaban las horas y Marley no anunciaba su decisión. El gobierno lo presionaba para que se presentara, para que al menos tocara una canción. Un ministro fue hasta donde él estaba y se quedó a su lado más de un día. No se iría hasta el momento del show. La orden del Primer Ministro era que lo acompañara hasta el escenario mismo. El 5 de diciembre el día del Smile Jamaica, Manley envió al jefe de policía y a un jefe del ejército para que le juraran a Marley que estaban dadas todas las garantías.
Hasta una hora antes nadie sabría qué sucedería. El parque en el que había montado el escenario se fue llenando de gente y las bandas soportes comenzaron a tocar. Nadie hablaba de Marley. No se anunciaba ni que tocaría ni su ausencia. El clima era tenso. Bob Marley, al final, decidió ir a tocar.
El ministro lo acompañó todo el trayecto. Cuando llegaron había alrededor de 90.000 jamaiquinos. Lo que en principio sería una canción se transformó en una actuación de una hora y media. El primer ministro vio todo el recital desde el techo de su auto junto a su esposa y su hija (diez días después arrasó en las elecciones). Marley por la lesión en el brazo no tocó la guitarra. En un momento mostró su pecho y las marcas que habían dejado las balas.
En el escenario había casi doscientas personas. Policías, militares, amigos y curiosos rodeaban y seguían a Marley en cada traslado.
Pero no importó el desorden, la bronca, el dolor, ni siquiera el miedo que caminaba por su cuerpo. Apenas empezó a cantar el evento musical se convirtió en algo muy diferente. El fenómeno social ya se había producido: allí estaban las 90.000 personas que habían ido por si acaso, sin saber si Marley se presentaría. Se convirtió en una experiencia mística colectiva, en un momento casi religioso. Ese era el tipo de relación que tenía Marley con los jaimaquinos (y ellos con él).
Al terminar la actuación, Bob Marley fue hacia un aeropuerto y voló a las Bahamas. No se quedó ni un minuto más en Jamaica. Eso parece indicar no sólo que no se sentía seguro por el ataque (en ese momento él estaba convencido que la oposición había enviado los sicarios). También que la presión que ejerció el gobierno sobre él para que se presentara fue enorme y que se le hacía imposible seguir viviendo allí.
Empezó un exilio en el que se instaló en Londres, donde grabó Exodus. Bob Marley volvió a Jamaica dos años después para dar otro recital multitudinario, One Love. Ese día, sin que ellos supieran, hizo subir a los dos archirrivales políticos al escenario y los obligó a darse la mano ante el delirio de la multitud. Los dos no pudieron resistirse pese al gesto hosco que mantuvieron mientras miraban a su enemigo. Marley abogó toda la noche por la unidad. Entre muchos de sus clásicos también tocó Ambush in the night (Emboscada en la noche), la canción que habla de la noche del 3 de diciembre de 1976 cuando fue atacada a balazos.
En abril de 1981, Edward Seaga, elegido hacía poco como primer ministro jamaiquino, lo llamó por teléfono -según consigna Roger Steffens en Tanto que Contar: la historia oral de Bob Marley- y le informó que le iban a dar la Orden del Mérito, el mayor honor que otorga el estado jamaiquino. Lo paradójico es que Seaga fue considerado el instigador y autor intelectual que Marley había sufrido cinco años antes.
Bob Marley murió, en una clínica de Miami, el 11 de mayo de 1981. Tenía solo 36 años.
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