Del infierno a nacer de nuevo: a los 40, Britney Spears es libre por primera vez

De niña prodigio a estrella pop adolescente; del acoso mediático a la curatela de su padre. La princesa del pop llegó a las cuatro décadas, pero le robaron, por lo menos, trece años de vida

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Britney Spears en una de
Britney Spears en una de sus últimas apariciones públicas antes de la pandemia REUTERS/Mario Anzuoni

Puede que hoy Britney Spears cumpla 40, pero hace tiempo que el mundo también sabe que a la princesa del pop le robaron, por lo menos, trece de esos años. A los 27, la edad exacta en que otras estrellas de la música, como Jimi Hendrix, Janis Joplin, Curt Cobain, Jim Morrison y Amy Winehouse, entraron al club de la muerte, la artista que había pasado toda su vida sobre escenarios y detrás de las cámaras de la televisión y de los paparazzi, sufrió una serie de episodios de salud mental en público que terminaron con su internación involuntaria en una clínica psiquiátrica, y su patrimonio y gran parte de sus asuntos personales en manos de su padre, Jamie Spears.

Si casi todo en la historia de la cantante nacida el 2 de diciembre de 1981 en McComb, Mississippi, fue desde el principio de su carrera marcar récords –cuando ganaba shows de talento estatales sin haber terminado el jardín de infantes; cuando la rechazaron en el Club de Mickey a los 8 años por ser demasiado chica, pero le asignaron una agente en Nueva York que la preparó para que entrara dos años más tarde; cuando convenció a la discográfica Jive Records de producirle un disco solista a una adolescente de 16 pese a que la tendencia de la época imponía bandas corales como las Spice Girls, y su álbum Baby one more time debutó en el número uno y se mantuvo así por más de un mes...–, la tutela legal y financiera de la que comenzó a librarse hace apenas dos semanas no fue la excepción. La figura de la curatela que ejercieron sobre ella su padre y la abogada Jody Montgomery, junto al fondo de inversión Bessemer Trust –que se retiró en julio de este año, cuando trascendió que la cantante reclamaba hacía años su libertad–, suele usarse en personas de edad avanzada que padecen demencia senil o en enfermos psiquiátricos graves sin capacidad de discernimiento alguno. Nunca es por tanto tiempo.

Samantha Stark, directora de Framing Britney, el documental de The New York Times editado en febrero último que, junto a la investigación de ese diario, fueron decisivos para el avance definitivo de la causa de Spears en la Justicia, señala en un reportaje con Entertainment Tonight la enorme paradoja que significa que durante todos estos años haya ganado terreno la versión errónea que veía a Britney como a un títere manejado por su entorno. “Jamás fue así –dice la realizadora–. Es una artista que con sólo 16 años ya se plantaba y estaba en absoluto control de sus shows en su primer tour: ella decidía cómo quería sonar y cómo se quería ver hasta en los más mínimos detalles”.

Jamie Spears y Lynne Bridges,
Jamie Spears y Lynne Bridges, los padres de Britney (Grosby)

Era 1999, y la fan de Madonna, Janet Jackson y Whitney Houston –en su primera audición importante interpretó I have nothing– todavía iba a todas partes acompañada por su madre, Lynne Bridges. Bridges se ocupaba desde siempre de su carrera, y más después de que la familia se declarara en quiebra, un año antes, y la suerte de su economía pasó a depender de lo que lograra su hija. Había estado cerca de separarse del padre de Britney a principios de los 80 y, por entonces, hasta llegó a pedir una orden de restricción temporal por temor a que “se enojara al recibir la demanda” y la acosara o lastimara, como ya había hecho en otras oportunidades. Especialmente “si había estado tomando alcohol”. Aunque se reconciliaron, las peleas, “el abuso verbal” –tal como lo cita Lynne en sus memorias, de 2008– y el alcoholismo de Jamie, fueron una constante en la infancia de Britney, que dijo del divorcio de sus padres, en 2002, que era “lo mejor” que le había pasado a su familia.

En esos años de vertiginoso ascenso de su hija a la fama, Jamie Spears apenas si estuvo presente. Hasta fue él quien estuvo ingresado en clínicas psiquiátricas a instancias de la cantante para rehabilitarse del alcoholismo.

Para 2000, Britney ya había grabado un segundo disco de estudio que, a tono con su nombre, Oops!... I did it again, volvió a debutar primero en los charts. También publicó Heart to Heart, un libro biográfico en colaboración con su mamá. Tenía 18 y la intención de mostrarse más provocativa y sexual: en la gala de los MTV se arrancó el smoking negro y el sombrero de gángster con el que irrumpió en el escenario cantando Satisfaction y quedó vestida con un diminuto bikini bordado de color carne. A la vez, confirmó su noviazgo con el entonces cantante de NSYNC, y su ex compañero del Club de Mickey junto a Christina Aguilera, Ryan Gosling y Keri Russell: Justin Timberlake.

Spears y Timberlake se convirtieron en la pareja estrella de las revistas de adolescentes y, también, en el blanco permanente de las guardias de prensa. Eran “dos chicos de pueblo que se dedicaban a lo mismo” –como dijo él en una entrevista en 2011–, y se sacaban chispas. Pero había un detalle: ella había sido criada bajo los preceptos del protestantismo en una región conservadora del sur de los Estados Unidos conocida como “el Cinturón de la Biblia”, por el peso que tiene la influencia del evangelismo. De hecho, el primer lugar donde cantó en público, fue en el coro de su iglesia. Y para el marketing, esa tensión era ideal: Britney bailaba en bikini y cantaba que no era tan inocente, mientras aseguraba que eran virgen, y así quería permanecer hasta el matrimonio.

Britney Spears y su por
Britney Spears y su por entonces novio Justin Timberlake en 2002. Luego de muchos años, él le pidió perdón por contar -sin el consentimiento de la cantante- que habían tenido sexo REUTERS/Fred Prouser/File Picture

La dicotomía se sostuvo hasta que se separaron, en marzo de 2002, justo en el momento en el que Justin se enfocó en su carrera solista. Pasaron entonces varias cosas de las que el actual marido de Jessica Biel se disculpó públicamente a principios de este año, mientras el movimiento #FreeBritney tomaba las redes, y hace poco dejó trascender que también quiere hacerlo en privado. Ella pareció aceptar la oferta esta semana en uno de los videos que suele postear bailando en Instagram, en donde se mueve al ritmo de un tema de su ex. “Bajo el agua gritás muy fuerte, pero el silencio te rodea /Yo te escucho claro, aunque caigas en lo profundo siempre voy a encontrarte”, dice la letra de Blue Ocean Floor (2010).

¿Por qué tuvo que pedir perdón Timberlake? “Por venderla”, como dijo la propia Spears poco después de la ruptura. Su disco debut, Justified, editado en noviembre de 2002, incluía el hit Cry me a river, sobre un hombre engañado por su novia, que no sólo estaba inspirado en su ruptura con Spears, sino que fue lanzado junto a un clip en el que la artista era interpretada por una doble. Cuando comenzaron las ruedas promocionales, el tema ineludible fue su ex. Y claro, el misterio marketinero sobre la vida sexual de los jóvenes se quebró. Al fin y al cabo, no daba igual que tuviera sexo Britney o que lo hiciera Timberlake: lo que para ella podía ser un problema, a él le dejó el apodo de Justin Trousersnake (Serpiente en el pantalón, algo parecido a aquel “Anaconda” de Carlitos Nair Menem), y un mito de sex machine mucho más acorde con una carrera solista masculina que su supuesto pasado virginal.

Como muestra Framing Britney Spears, los principales periodistas del momento y la cultura de los tabloides hicieron el resto. La presentadora Barbara Walters le preguntó a Timberlake en su living del programa 20/20 si habían practicado la abstinencia. “Seguro”, respondió él mientras reía a carcajadas. El público entendió que mentía. En un programa de radio, fueron más directos: “Bueno, ¿pero te la tiraste?”. “Sí, okey, lo hice”. Entonces, hasta hubo tapas de revista que lo señalaron como un héroe: “Su música nos parece una tontería para chicas, pero se acostó con Britney”.

Ese año, el tour Dream within a Dream de Spears obtuvo casi US$44 millones, la segunda mayor suma recaudada en la historia por una artista mujer después de la gira despedida de Cher, y la revista Forbes la nombró entre las celebridades más influyentes. Apenas había cumplido 21, y las mismas razones de su enorme popularidad, la condenaban también al escrutinio mediático.

El famoso beso entre Britney
El famoso beso entre Britney Spears y Madonna en la apertura de los MTV Video Music Awards de 2003 (Photo by Chris Polk/FilmMagic)

En agosto de 2003, ya se había visto obligada a confirmar también ella que había tenido relaciones con una sola persona: “Hacía dos años que estaba con Justin y pensé que era el indicado, pero me equivoqué”. Después de todo ese ruido, llegó a los MTV Awards dispuesta a hacer historia y, Oops!, lo hizo otra vez. Abrió la ceremonia con otra antigua compañera del Club de Mickey, Christina Aguilera, cantando Like a Virgin. Su admirada Madonna se sumó en medio de la performance, y las tres se besaron en la boca. No hay registro hasta hoy de una apertura de premios más sensual, más comentada, ni más escandalosa.

Por entonces, la princesa y la reina del pop se hicieron íntimas, y Britney incluso tuvo un acercamiento a la Kabbalah a instancias de su ídola. Una noche de verano, en 2004, se casó en una capilla de Las Vegas con su amigo de la infancia Jason Alexander. El matrimonio se anuló tres días después, tras un pedido en el que se alegaba que Spears “no estaba en control de sus actos”. Acababa de cumplir 23, algo parecía no estar bien, y eso sólo era más leña al fuego para la obsesión de los medios con ella. En julio, después de la cancelación de su tour tras un accidente en el que se rompió los ligamentos de la rodilla mientras filmaba un video, anunció su compromiso con el bailarín Kevin Federline, al que había conocido tres meses antes.

Britney y Kevin Federline, el
Britney y Kevin Federline, el padre de sus dos hijos: Sean Preston y Jayden (Photo by James Devaney/WireImage) (Getty)

La relación tampoco estuvo exenta de escándalo: Federline había dejado a su ex embarazada de su segundo hijo. Se casaron el 18 de septiembre de ese año, aunque el matrimonio se oficializó el 6 de octubre, una vez que finalizaron el acuerdo prenupcial. Ese mismo mes, Britney escribió una carta a sus fans anunciando que se tomaría un descanso. Sentía que la lesión en la rodilla había sido por algo, y que se había perdido “demasiadas cosas simples de la vida” por culpa de una agenda que la obligaba a “seguir y seguir”. Su prioridad, decía, era relajarse y “dejar que otras rubias sobreexpuestas los entretengan en la tapa de US Weekly”. Quería enfocarse en ser una esposa y, con suerte, una madre: “No puedo esperar para tener mi propia familia”, se despedía. Sean Preston nació un año después, el 14 de septiembre de 2005; Jayden, el 12 de septiembre de 2006. El juicio de los medios no se detuvo.

En febrero le hicieron fotos manejando con Sean en la falda en vez de llevarlo sentado en su sillita de bebé, y los periodistas repitieron –incluso le dijeron en la cara– que era una mala madre. No fue distinto cuando, en noviembre, la fotografiaron a la salida de una fiesta con Paris Hilton y se les sumó Lindsay Lohan –en lo que sería recordado para siempre como la “Santísima Trinidad” de las It Girls–, a dos meses del nacimiento de Jayden. Una madre de dos bebés tan chiquitos no se podía estar divirtiendo, y mucho menos con dos chicas problemáticas como Hilton y Lohan.

Fue también entonces cuando le pidió el divorcio a Federline, citando diferencias irreconciliables. La Justicia les daría, en un primer momento, la tenencia compartida. Pero el comportamiento en público de Britney se volvió cada vez más errático, incluso se afeitó la cabeza y atacó el auto de un fotógrafo con un paraguas. La prensa, en tanto, no le daba tregua. Según muestra el documental de Stark para el Times, los presentadores mainstream comenzaron a bromear en público sobre su supuesta locura sin ningún pudor del mismo modo que antes lo hacían con su sexualidad. Era lógico que esa joven acosada terminara en rehabilitación contra su voluntad. En octubre de 2007 perdió la custodia de sus hijos, y tres meses más tarde, al negarse a entregarle a Sean y Jayden a la asistente de Federline, la policía ordenó su internación en el centro médico Cedars-Sinai por encontrarla bajo los efectos de una sustancia que no se pudo identificar. Al día siguiente, una audiencia de emergencia le quitó los derechos de visita sobre sus hijos, la envió a una clínica de rehabilitación y estableció la curatela legal y financiera a manos de su padre.

El peor momento de Britney,
El peor momento de Britney, rapada y violenta. En 2007 perdió la custodia de sus hijos, fue internada en un neuropsiquiátrico y su padre consiguió la curatela con la que tuvo control durante 13 años sobre su hija (Fotos: @Maximo_slri)

Salvo los fans, nadie objetó entonces que el propio señor Spears tuviera antecedentes de violencia y adicciones. La propia madre de Britney, Lynne, consideró necesaria su intervención en ese momento para rescatar a su hija, según narra en sus memorias. Pero pensaba que se trataba de un recurso temporario. Nadie podía imaginar que iba a ampararse en ese recurso por trece años.

Recién a partir de 2019, y en gran medida gracias a la investigación del Times, se hizo lugar a los cuestionamientos de los fans: mientras su vida y sus finanzas estaban bajo la supervisión de otros, la cantante había seguido trabajando y recaudando millones con álbumes, conciertos, giras, fragancias, merchandising, franquicias, y una lucrativa residencia en Las Vegas.

Jamie Spears decía, según declaró Lynne en 2020, cuando decidió apoyar a Britney en la disputa legal contra su padre, que su hija era “un caballo de carrera” a la que había que tenerle cortas las riendas. Él la había salvado y era quien se ocupaba de que la máquina funcionara para beneficio de ella, que, de todos modos, podía terminar con la tutela cuando quisiera. Pero, sospechosamente, Britney nunca hablaba del tema en público.

En distintas audiencias, sin embargo, la princesa del pop había expresado su disconformidad con la curatela mucho antes de que el movimiento por su liberación tomara las redes, y, tal como lo reveló The New York Times a principios de este año, había detallado de manera clara y articulada todas las restricciones de las que era objeto, desde qué parejas elegía hasta el color de los muebles de su cocina, pasando por su deseo de tener otros hijos.

Un informe de 2016 sobre el expediente señala que Britney pidió entonces que la tutela se terminara lo antes posible: “Está harta de que se aprovechen de ella y de ser la que trabaja y gana plata”. Jamie Spears cobraba un sueldo como curador de la fortuna valuada en US$60 millones de su hija, que ascendía a unos US$16.000 mensuales, más otros US$2.000 para el alquiler de su oficina, a lo que se sumaba un porcentaje extra por cada acuerdo comercial –como el 2,95% de comisión por las giras, o el 1,5% de las ganancias por sus 250 shows y el merchandising en la residencia de Las Vegas). Britney, por su parte, recibía, por todo concepto, US$2.000 semanales.

Una marcha de los fans
Una marcha de los fans de Britney en la Corte de Stanley Mosk con la consigna #FreeBritney REUTERS/Mike Blake

Se sabe ahora que, casi desde que pudo, la cantante intentó plantear objeciones respecto de la idoneidad de su padre para estar a cargo de su vida, y hay testigos de sus conductas abusivas y su consumo problemático de alcohol en tours supuestamente “secos”, diseñados para preservar a Britney de las adicciones. En 2014, su abogado de oficio, Samuel Ingham, le dijo a la jueza de la causa, Reva Goetz –que la había declarado incapaz de contratar un abogado particular–, que la artista le tenía “miedo a su padre”, y exigió que se lo removiera, citando su alcoholismo dentro de una larga lista de objeciones y maltratos.

Los abogados de la curatela respondieron entonces que Jamie Spears se sometía de manera regular a tests de alcoholemia que nunca fallaban. Cuando Ingham pidió que se le hicieran pruebas sin aviso, la propia jueza las rechazó por improcedentes. “¿Quién se cree que es ella para exigirle eso a alguien?” Durante años, Britney simplemente se resignó a que sus demandas no fueran consideradas. “Cuando me dio su lista, me anticipó que, como había sucedido antes, la corte iba a barrer toda la mugre abajo de la alfombra; que una vez más iban a ignorar cualquier inferencia negativa sobre su padre”, sostuvo Ingham según la investigación del Times. En esos escritos también se desliza que el descontento de Britney podía estar siendo provocado por su novio de ese momento, David Lucado. De cualquier manera, su opinión individual no tenía ningún valor, a tal punto, que en los años que duró la curatela, fue escuchada muy pocas veces por la corte en forma directa.

Cuando por fin pudo hablar, en 2019, dijo que se sentía coartada por la tutela, que la habían forzado a ingresar en una clínica psiquiátrica (un castigo por opinar durante un ensayo) y también a actuar contra su voluntad y hasta enferma y con fiebre, en lo que llamó “uno de los momentos más tenebrosos” de su vida. La audiencia era privada, pero la transcripción se filtró a los portales del espectáculo y el clamor de los fans comenzó a tener más eco. Los tiempos habían cambiado, y algunos de los que antes la juzgaban, estaban ahí para indignarse por su suerte, para arrepentirse, y hasta para pedir perdón por su parte en la tragedia personal de la mayor artista pop del milenio.

El 29 de septiembre de
El 29 de septiembre de 2021, la felicidad de los fans cuando el juzgado suspendió la curatela que ejercía el padre de Britney sobre la cantante REUTERS/Mario Anzuoni

Desde agosto de 2019, algunos hechos acompañaron la resolución del caso. En un incidente por el que no se presentaron cargos, Jamie habría golpeado a Jayden, el hijo menor de Britney, de entonces 13 años. Federline interpuso una orden de restricción y, unos meses más tarde, el chico dijo en un vivo de Instagram que su abuelo era una mala persona (bueno, sí, lo dijo con otras palabras); también, que era probable que su madre dejara la música: hacía cuatro años que no grababa. Jamie había tenido un grave problema de salud en septiembre, al que se aludió cuando se anunció que se retiraba de la tutela legal –no de la financiera–, dos semanas más tarde. Y por otro lado, la jueza Reva Goetz se jubiló y fue reemplazada por Brenda Penny, que, aunque no suspendió inmediatamente al padre de Spears, dejó la puerta abierta para escuchar a la cantante y dictaminó que la curatela fuera administrada también por el fideicomiso Bessemer Trust. Con esos antecedentes, la actividad se intensificó a partir de abril pasado, cuando Ingham pidió a Penny: “Mi cliente solicita una audiencia en la que pueda dirigirse directamente al tribunal”. Todo estaba dado.

La investigación del Times reveló lo que la propia Britney confirmaría en su declaración del 23 de junio ante la corte: que mientras era testeada varias veces a la semana para garantizar que no consumiera drogas de ningún tipo, su tarjeta de crédito quedaba en manos de su asistente o de su equipo de seguridad, para su uso discrecional. Que mientras hacía un show tras otro en Las Vegas, o se convertía en la jurado mejor paga de The X-Factor, con un cachet de US$15 millones, Jamie Spears le prohibió remodelar los muebles de su cocina por considerarlo “demasiado caro”. Que la que pagaba los millonarios honorarios de los abogados de la curatela, era, por supuesto, ella. Que esa curatela encabezada por su padre no sólo debía dar el visto bueno sobre las parejas de la cantante, sino que tenía puesto un DIU contra su voluntad, y que no la dejaban ir al ginecólogo para que se lo saque.

Las crónicas de esa tarde de junio repiten que en la sala casi todos lloraban. Ciento veinte personas la escucharon rogarle desde los altoparlantes a la jueza Penny: “Me gustaría quedarme con usted al teléfono para siempre porque en cuanto corte, de repente todo lo que escucharé será ‘no’. Se organizarán en mi contra y me sentiré acosada y abandonada. Y estoy harta de sentirme sola. Estoy traumatizada, soy infeliz. No puedo dormir. ¡Estoy tan enojada…! No es sano, y estoy deprimida. Lloro todos los días”.

Britney Spears y su novio
Britney Spears y su novio Sam Asghari REUTERS/Mario Anzuoni/File Photo

El 29 de septiembre último, después de 13 años y 9 meses, Jamie Spears fue suspendido como tutor del patrimonio de su hija. El 12 de noviembre, hace apenas dos semanas, la jueza Brenda Penny aceptó el pedido de la princesa del pop que hace ya tres años es un grito en las redes de todo el mundo. Finalmente, el #FreeBritney era un hecho.

Con dos hijos adolescentes –como lo era ella en el pico de su carrera– que la aman y no la juzgan; convencida de que está tomando la medicación correcta; de novia con el actor y personal trainer Sam Asghari, que la acompañó en su lucha desde 2016; agradecida con los fans que creyeron en ella, y decidida a devolverles tanta entrega con un nuevo álbum, aunque sin presiones y paso a paso; ahora la cantante tiene el tiempo de su lado. Lo dijo su abogado, Mathew Rosengart, en rueda de prensa al salir del juzgado: “Lo que sigue para Britney –y es la primera vez que se puede decir esto desde hace una década– depende de una persona: Britney”. A los cuarenta años, por primera vez, Britney Spears es una mujer libre.

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