George Harrison fue el Beatle de las primeras veces. Fue el primero en sacar un disco solista, fue el primero en llegar al tope de los charts, el primero en salir de gira solista, el primero en incursionar en fusiones con música de otras regiones: una precoz world music, el primero en triunfar en la producción cinematográfica, el inventor de los conciertos benéficos.
Todo esto no sucedió por su intención de llegar primero, de sobrepasar al resto. No había en Harrison la vocación, la avidez del pionero. Fue la puesta en práctica de un espíritu libre, de alguien que se permitía pensar por fuera de las estructuras y de movilizarse hacia aquello que en verdad deseaba.
Lo de Beatle tranquilo o Beatle callado es una reducción cómoda pero injusta y desacertada. Aunque fue el de perfil más bajo de los cuatro. Una especie de Houdini con guitarra, con una capacidad casi mágica para escaparse de los lugares incómodos.
“Los Beatles existen más allá de mí. No soy el Beatle George. El de Beatle es un traje, o un disfraz, que uso de vez en cuando. Pero hasta el final de mi vida, la gente verá ese traje y lo confundirá conmigo”, dijo.
Era el más joven de los Fabulosos Cuatro. Esa diferencia de edad, mínima, de apenas un año con Paul McCartney, se mantuvo como brecha psicológica durante toda la trayectoria del grupo. En su residencia en Hamburgo, cuando todavía eran un quinteto (con Stu Sutcliffe y Pete Best, sin Ringo Starr en la batería), George se escondía en algún rincón cuando la policía pasaba cada noche, para no ser deportado porque era menor de edad. Su debut sexual tuvo como testigos a sus compañeros; él pensaba que ellos dormían, pero los otros Beatles lo ovacionaron cuando terminó.
Esos días en Alemania le dieron al grupo una gimnasia y una cohesión que los consolidó. Las seis horas diarias frente al público, les proporcionaron las herramientas del oficio. El resto fue capacidad para entender una época y la combinación inusual de genios.
Desde el principio George debió defender su lugar. Se convirtió en el guitarrista principal. Aunque con las peculiaridades que eso implicaba en Los Beatles con John Lennon como el otro guitarrista y el bajo imaginativo y protagónico de Paul McCartney. En el primer álbum no aparece como compositor pero si pone la voz líder en un par de temas.
Lennon alguna vez contó que él y Paul no habían pensado jamás en que los otros dos tuvieron funciones (no habilidades) compositivas. “Pero como tanto Ringo como George tenían sus fans, escribíamos para ellos”. Ganarse lugar en algún surco del LP con un tema propio siempre le resultó complejo, una lucha sorda y desgastante para encontrar un resquicio entre los temas de la dupla compositiva más famosa del mundo.
Su primer tema como autor fue Don’t bother me. La letra habla de las complicaciones de ser un Beatle, un asunto que obsesionaría a George.
Cuando empezó a componer fue subestimado por el resto. Como si no hubiera más espacio que para Lennon y McCartney y su genio y sus egos enormes.
Varios temas de George fueron descartados y los que lograron llegar a ser grabados fueron indiscutibles maravillas, canciones invencibles y eternas como Something, While my guitar Gently weeps y Here comes the sun. Esta última le brindó a George un triunfo retrospectivo, póstumo: es la canción del grupo más escuchada en Spotify, con 735 millones de reproducciones supera todas las maravillas de Lennon-McCartney.
Something, por ejemplo, no fue considerada ni para el Álbum Blanco ni para Let it Be. Recién encontró su lugar en Abbey Road. Se convirtió, con los años, en una de las canciones más versionadas de la historia de la música; la única de los Beatles que la supera es Yesterday. Frank Sinatra dijo que era la mejor canción de amor escrita en los últimos cincuenta años.
Ese estado de tensión permanente en el que vivían los Beatles durante la grabación de sus últimos trabajos, en los que las drogas, el cansancio, los amores y las ambiciones de cada uno colisionaban, George dejó el grupo luego de una discusión con Paul en medio de Let it Be. Ni gritos ni escándalos. Simplemente dijo que para él ya estaba bien; sin dramatismo se despidió con un: “Seguro nos veremos una de estas noches en algún club”.
(Ravi Shankar, el maestro del sítar, sostenía que Harrison poseía Tyagi, una palabra en sánscrito que significa tener una gran capacidad de desprendimiento o de renunciamiento).
La misma tarde de su partida, en su casa, compuso Wah Wah, otra de las canciones en que expresa su malestar por las internas, otra de las meta-canciones de las que era especialista.
Lennon en la célebre canción-enumeración God escribió que no creía en los Beatles. Y también proclamaba que el sueño se había terminado. Pero quien llevó eso a la práctica, quien lo entendió primero fue George.
Supo que no debía quedar encadenado a esa fama, a la locura, ni siquiera a sus tres amigos. Supo que había vida después de los Beatles. Sin resentimientos porque, al fin y al cabo, había sido una época maravillosa y lo que no había salido demasiado bien tenía su justificación. Así lo explicó: “Éramos cuatro personas relativamente sanas en medio de una locura extrema”.
Si se hubieran abierto apuestas una vez disuelto el grupo, la mayoría habría dicho que George se instalaría en un ashram hindú con poco contacto con el mundo occidental. Nada más alejado de la realidad. Si bien George tenía un muy desarrollado costado espiritual, también su contacto con lo profano era cotidiano y voraz.
El mundo estaba convencido de la magia de Lennon y McCartney -¿cómo no estarlo?-. Pero el talento de George, para la mayoría, ni siquiera era indiscutible como guitarrista. Él decidió mostrarle al mundo de lo que era capaz.
Nadie esperaba que George Harrison apareciera con un gesto grandilocuente, con una apuesta alta y conquistara los charts. Disco triple, Phil Spector, hits. Si lo que quería era mostrarle al mundo que él también debía ser considerado un gran compositor, que no todo se trataba de la dupla Lennon- McCartney, lo consiguió.
George tenía un impresionante elenco de canciones propias para elegir. Estaba enfocado, con la mano caliente. No se trata sólo de rescatar las canciones que Lennon y McCartney habían tirado a un rincón del estudio, desechado sin siquiera darles una oportunidad. De esas, de las que los Beatles no le habían aceptado, tenía varias, algunas con cuatro años de antigüedad. Pero también había muchas nuevas.
All Things Must Pass no sólo fue el primer disco de un ex Beatle en llegar a la cima de los rankings sino que es la primera obra maestra que surge después de la disolución.
Al año siguiente, George Harrison llevó a cabo el primer concierto benéfico de la historia. Dos presentaciones en un Madison Square Garden repleto en el que se presentó junto a Bob Dylan (que reaparecía en los escenarios tras varios años), Billy Preston, Leon Russel, Ravi Shankar, Eric Clapton, Ringo.
El Concierto de Bangladesh fue revolucionario por varios motivos. Era la primera oportunidad en que una súper estrella del rock se dedicaba de manera tan activa a una causa filantrópica e inauguró una nueva manera de pensar.
El rock hasta ese momento era la revolución, el no respetar las reglas. A nadie se le ocurría dedicarse a causas humanitarias. A George no sólo no le importó sino que no quiso quedarse sólo con el gesto y con la recaudación generosa para su causa noble. Procuró dar un gran producto artístico. Y lo logró. Así de la mano de Phil Spector, recreó en el escenario del Madison la famosa pared de sonido del productor con dos bateristas y casi una decena de músicos.
Le fue fácil convocar estrellas. Bob Dylan fue uno de los beneficios más preciados que obtuvo George en la división de bienes Beatle.
Una de las características que más llama la atención de él es la calidad y bagaje de los amigos que tuvo. En un ámbito donde las alianzas son pasajeras, en el que sólo comparten noches de juerga, en el que los egos obstaculizan relaciones sinceras y paridad, George Harrison es la celebridad de los grandes amigos.
Tuvo los mejores amigos del mundo. Una enumeración no taxativa: John Lennon, Paul McCartney, Bob Dylan, Jackie Stewart, los Monty Python Eric Idle y Gilliam, Eric Clapton. O lo que es lo mismo: los mejores compositores pop de la historia, el poeta que cambió la música popular, uno de los tres grandes pilotos de todas las épocas de Fórmula 1, dos de las personas más graciosas de la tierra y el guitarrista al que para describir su talento tuvieron que recurrir al apodo de Dios.
El siguiente disco solista, Living in the material world, mantuvo la calidad. Después el nivel de los álbumes decayó. En 1974, también fue el primer Beatle en salir de gira, después de las traumáticas actuaciones del 66 repletas de locura, histeria y gritos.
El alcohol y la cocaína habían hecho estragos en su voz (circulan en la web grabaciones de esos conciertos en las que se lo puede comprobar); una voz rugosa, carente de armonía, cansada, como si sus cuerdas vocales hubieran sido reemplazadas por una sierra eléctrica. Las críticas fueron lapidarias y George ya no volvió a salir de gira. Sólo hizo un breve tour a principios de los 90 por Japón en compañía de Eric Clapton del que quedó registro en un buen disco doble.
En la gira del 74, su esposa Pattie Boyd lo estaba por dejar por Eric Clapton.
Pattie y George se conocieron en 1964. Ella era modelo. Se encontraron en el rodaje de A Hard day´s night, la primera de las películas del cuarteto. Luego se casaron y vivieron juntos hasta 1974. En el medio apareció Eric Clapton, gran amigo de George y por un tiempo cuñado de Pattie, ya que salió con su hermana menor. Pero Clapton se enamoró de Pattie. Y su obsesión no lo abandonó por años. Buscaba cualquier excusa para encontrarse con ella.
Contando su deseo por Pattie, la historia de ese amor que parecía imposible, compuso Layla (no se sabe si irónica o paradójicamente, George y Eric grabaron juntos una versión de Bye Bye Love). Su novia, hermana de Pattie Boyd, lo abandonó apenas escuchó la canción por primera vez. Supo con claridad de quién estaba hablando.
Una noche de 1969, George se quedó en su casa y Pattie fue a una fiesta. Allí estaba Eric Clapton. Pattie y Eric se besaron y se mimaron casi toda la noche. En un momento George ingresó imprevistamente en el salón. Y vio cómo su esposa se besaba con su amigo. Eric Clapton no ayudó a tranquilizar a George. “Estoy completamente enamorado de Pattie”, dijo. George le preguntó a Pattie, sin levantar la voz, qué pensaba hacer. Ella respondió: “Me vuelvo a casa con vos”.
En 1974 George se separó de Pattie. Al poco tiempo ella comenzó a salir oficialmente con Clapton. Se casaron en 1979. Y George (ya casado con Olivia) fue uno de los invitados de honor. Fue la vez que más cerca estuvieron los Beatles en reunirse. Lennon, también invitado, no concurrió. En el escenario de la celebración Paul, George y Ringo tocaron varios clásicos y entretuvieron a los invitados.
George con los años explicó su actitud magnánima: “Nuestra relación ya estaba rota. Así que ella estaba en su derecho de hacer su vida. Mejor que lo haga con amigo que uno sabe que es buena gente”, dijo. Aunque también se dio el gusto de aplicar su ironía con Clapton: “Eric se enfureció porque yo nunca me enfurecí. Eso lo desconcertó por completo”.
Su primer contacto con la India se dio a mitad de los 60. Su entusiasmo llevó a sus tres amigos hacia allí. Luego sucedió el episodio del Maharishi y el desencanto de Lennon y compañía. Pero George quedó conectado con lo hindú y con su música. Estudió con Ravi Shankar e introdujo el sitar en la música occidental moderna.
Ese impulso hizo que los Beatles incorporaran instrumentos inusuales en sus grabaciones y grabaran varios temas con influencias y melodías de la India. De ellos, posiblemente el mejor sea Within you Without you.
Esta conexión con la India profundizó su búsqueda espiritual. Meditación, yoga, filosofía oriental, hare krishna. Todo se filtraba en su música. En My Sweet Lord, su primer gran éxito solista, los Hare Krishna y los aleluya se repiten y amontonan en los coros. Antes de continuar detengámonos en My Sweet Lord: un súper éxito que tuvo otro escaso privilegio, fue el primero en perder un juicio por plagio (“Plagio involuntario”, dijo el juez) por su innegable parecido con He’s so fine de las Chiffons.
Harrison logró muchos años antes de que alguien lo conceptualizara, de que otros muchos indagaran y explotaran el recurso, una síntesis entre el rock y la música de otras latitudes. Esa búsqueda novedosa, esa fusión anticipó la world music.
Lo espiritual no impedía su costado profano. La mansión de un centenar de habitaciones, los autos de carrera, las juergas, las mujeres.
Mientras editaba discos que no tenían la repercusión de otras épocas. también tuvo tiempo para dedicarse a la producción de cine. Fue quien aportó el dinero para que pudiera filmarse La vida de Brian, la iconoclasta obra maestra de los Monthy Python. Eric Idle, integrante del grupo cómico y amigo de George (el capítulo que le dedica en sus memorias es conmovedor), explicó: “La financió porque quería ver la película”. Posiblemente, la entrada de cine más cara de la historia. Idle recurrió a él porque era su amigo millonario. George hipotecó su mansión. La película fue un éxito y la productora, Handmade Films, funcionó por diez años. Debuts solitarios de los Monthy Python como directores, Mona Lisa o The Long Good Friday fueron algunos de los hitos que revitalizaron el cine inglés. El final llegó con una decepción con su socio y el desastre de Shangai Surprise con Madonna y Sean Penn.
A mediados de la década del 80 su carrera tuvo un nuevo renacer con Cloud Nine, un gran disco pop con producción de Jeff Lyne. When we was fab recordaba, con cariño, sus años de Beatle. El cover de una olvidada canción americana, Got my mind set on you fue un gran hit lleno de guitarras alegres.
El siguiente paso fue el de conformar los Travelling Wilburys. Cada vez que varios músicos con cierto nombre y trayectoria se unen en una banda se habla de súper grupo. Pero esa denominación debería estar vedada después de los Travelling Wilburys: Harrison, Dylan, Roy Orbison, Tom Petty y Jeff Lyne. Una selección. El legítimo súper grupo.
En 1998 le descubrieron un cáncer de garganta. Reaccionó bien al tratamiento y sólo pareció un gran susto.
En vísperas del cambio de siglo, el 30 de diciembre de 1999, vivió una de sus peores pesadillas. Luego de la muerte de Lennon se mostró, no sin razón, muy preocupado por su seguridad. Ese penúltimo día del siglo pasado, un intruso con alteraciones mentales ingresó en su mansión y lo apuñaló en varias ocasiones. Su propio Mark David Chapman pero sin El guardián entre el centeno en sus bolsillos. Su esposa Olivia redujo al atacante. George estuvo grave y pasó varios días en el hospital.
En 2001, el cáncer se instaló en uno de sus pulmones con metástasis en el cerebro. Dos semanas antes del final, cuando ya no quedaban esperanzas, se encontró por última vez con Paul y Ringo. Una despedida de sus amigos.
En los últimos días, instalado en una casa que Paul le prestó en Los Ángeles para que no soportara el asedio de la prensa, cuando ya estaba bajo cuidados paliativos tenía algunos breves momentos de lucidez en los que escuchaba a su viejo amigo y maestro Ravi Shankar tocar el sitar.
Al pie de la cama, además de su hijo y su esposa, estaban también dos de los gurús hindúes más cercanos a él entonando mantras.
George Harrison murió en Los Angeles, hace veinte años, el 29 de noviembre de 2001. Tenía 58 años.