Era la una de la madrugada de una noche fría de abril cuando el timbre sonó en esta casa de General Pico, La Pampa. Desde adentro, escucharon su voz y se sorprendieron: Carla, que acababa de cumplir los 18 años, solía ir de visita con su bebé de tarde, jamás a esa hora. Cuando abrieron la puerta vieron el espanto en su mirada: Carla estaba embarrada, golpeada, lloraba. “¿Está tu mamá?”, le preguntó a su sobrina, temblando. Y antes de que su sobrina pudiera reaccionar, completó: “Marcelo me violó”.
El resto de la madrugada, ya en la comisaría, no sólo fue eterna sino que puso sobre ella un manto de duda. Ninguno de los policías terminaba de entender. “¿Cómo que te violó, si es tu novio?”, preguntaban.
Paola, la sobrina que aquella noche corrió a llamar a su mamá, es quien ahora dice a Infobae: “Y sí, si vos no querías, te violó, es muy sencillo, no importa si es tu novio, tu marido, el padre de tus hijos, tu hermano o tu primo. Fue sencillo para nosotros entenderlo, se ve que para ellos no”.
Hoy es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres y lo que dice es una forma echar de luz sobre uno de los tipos de violencia que sigue siendo tabú: las violaciones en el interior de la parejas.
Carla Figueroa y Marcelo Tomaselli se habían conocido cuando ella tenía 14 años. Era apenas una adolescente pero cargaba con una historia familiar demoledora: su papá había asesinado a su mamá cuando ella era una bebé de 8 meses, y así se había criado, con una madre muerta y un padre preso. “Eso usó siempre él para manipular su mente: ‘¿A dónde te vas a ir si estás sola?’, ‘lo único que tenés soy yo’”, cuenta Paola, que tenía solo dos años menos que ella y se criaron juntas.
A los 17 años Carla quedó embarazada y nació V. el hijo de ambos. Tomaselli no quería que ella trabajara pero tenían un hijo al que mantener, por eso Carla consiguió trabajo de niñera: una casa de mañana, otra de tarde. El nene tenía un año y medio el día en que Carla le dijo a Tomaselli que no quería estar más en pareja con él. “Quería que su relación fuera sólo por el nene”, repasa Paola.
Ese fue el día en que la violó.
Tomaselli la esperó en la puerta de uno de sus trabajos y la llevó a un desagüe en General Pico al que le dicen “La olla”. Lo que pasó ahí lo contó la propia Carla unos días después en un programa de televisión, de espaldas, con capucha. Dijo que la había apuntado con un cuchillo de cocina y la había hecho bajar de la moto a las piñas, que la había llevado del brazo al lado de una fábrica, que le repetía que la había llevado para matarla.
“Me puso el cuchillo cerca de la cara y me dijo ‘sacate la ropa porque yo acá te cago matando y no me importa nada’. Le hice caso, hizo lo que tenía que hacer, fue, prendió un cigarrillo, yo me vestí y me paré. (...) Después vino con el cigarrillo y el cuchillo en la mano, me empujó, me tiró al piso y se me subió encima de la panza. Me decía que yo de ahí no me iba a ir, que él me iba a matar”, contó Carla en el programa. “Me decía ‘qué loco, ¿no? Mirá cómo venís a terminar... de la misma manera que tu mamá’”.
Si no la mató -contó Carla después- fue porque dos hombres estacionaron su camioneta cerca, Tomaselli se asustó y la dejó ir.
Tomaselli estaba detenido pero Carla tenía terror de que lo soltaran y fuera a matarla, por eso acudió a la televisión. Cuando terminó su relato, los periodistas le preguntaron: “¿Qué esperás?” y ella, muy angustiada, contestó: “Que pague por lo que hizo”.
Tal vez por eso, y con lo poco que conocíamos los engranajes de la violencia hace 10 años, todos se quedaron impactados unos meses después, cuando escucharon a los medios locales contar lo que enseguida circuló de boca en boca: “La historia del violador que se casó con su víctima”.
El perdón
Tomaselli seguía detenido, habían encontrado en “La olla” el cuchillo exacto que Carla había descrito en su denuncia y estaban, supuestamente, a la espera de un juicio. “Él había declarado”, cuenta Paola. “Mirá el sentido de pertenencia que tenía sobre ella que dijo que eso no había sido una violación porque ella era su mujer”.
La violencia, sin embargo, no había quedado en pausa, aunque la familia de Carla lo supo mucho después. Fue durante esos meses que el abogado de Tomaselli le habló a Carla de una figura del Código Penal llamada “avenimiento”.
En concreto, el artículo 132 ofrecía a la víctima de una violación la posibilidad de hacer un acuerdo con su victimario: una especie de “perdón” o “reconciliación”. La justicia podía aceptar la propuesta si se cumplían las siguientes condiciones: que la víctima fuera mayor de 16 años y hubiera tenido una relación afectiva previa con su victimario, que la propuesta viniera de la víctima y fuera formulada “libremente” y “en condiciones de plena igualdad”.
Si la justicia consideraba que ese “perdón” era la mejor forma de “armonizar el conflicto con mejor resguardo del interés de la víctima”, lo aceptaba y, mágicamente, el acusado quedaba en libertad.
Hacía meses que Tomaselli -detenido y desde su celular- la amenazaba: le escribía, entre otras cosas, que si no hacía “lo del avenimiento” se iba a ocupar de matarla a ella, al nene y después se iba a matar él. Carla, no sólo tenía terror: no quería que su hijo se criara con un padre preso, como le había pasado a ella. Uno de los mensajes que su familia leyó después en su teléfono decía, de hecho, eso: “Está bien, lo hago por el nene”.
“El abogado de él y la familia usaron la vida que ella había tenido para manipularla. Le dijeron que esa era la única forma de que su hijo no se criara como ella, solo”, sigue Paola. “Lo que tenían que demostrar, para que la Justicia lo aceptara, era que se habían reconciliado, ¿entonces qué hicieron? Se casaron”.
El 28 de octubre de ese mismo año, la familia de Carla escuchó por televisión “la historia del violador que se casó con su víctima”. Nunca imaginaron que hablaban de ellos.
El Tribunal de Impugnación Penal de La Pampa había aceptado el acuerdo. Nadie, al parecer, había notado que cuatro jueces y dos fiscales habían advertido que Carla no estaba en condiciones de dar un consentimiento “libre y pleno”.
A nadie, al parecer, le había hecho ruido que dos semanas antes del casamiento Carla había pedido una restricción de acercamiento por si lo liberaban. Nadie, al parecer le había dado importancia a las amenazas de muerte que seguían escritas en su celular, ni siquiera sabiendo que ella venía de una familia en la que las amenazas de muerte se habían concretado.
El 2 de diciembre de 2011 y gracias al acuerdo que extinguió la pena, Tomaselli salió en libertad después de haber estado ocho meses detenido. Una semana después, la mató de 15 puñaladas frente a V., el hijo de ambos, que acababa de cumplir dos años.
“¿Sabés cómo nos enteramos? Prendimos la televisión y la estaban sacando de la casa de él en una bolsa”, recuerda Paola. “¡No, otra vez no!”, gritó la hermana de Carla cuando una vecina le avisó por teléfono. El caso enseguida salió de la boca de los 58.000 habitantes de General Pico y conmocionó al país.
El horror de que existiera una figura así en el Código Penal fue tal que el movimiento de mujeres hizo la presión suficiente para que el Congreso se viera obligado a tratar el tema en tiempo récord.
En marzo de 2012, sólo tres meses después del femicidio, el “avenimiento” fue derogado en media hora, por unanimidad y sin debate. El artículo, en el que se consideraba que si la violación sucedía dentro de la pareja no era tan grave y ameritaba una reconciliación, resultó tan absurdo y tan falto de perspectiva de género que no hubo nada que debatir.
“En el grupo siempre les decimos a las otras mujeres: ‘Tiene que haber consentimiento’, ‘tiene que ser algo que quieras’, puede ser tu novio, tu marido, pero no es tu dueño, podés decir que no sin explicar los motivos. Si no querías y lo hizo igual, es violación. Si se sacó el preservativo sin decirte, también. Creo que cuando se trata de una pareja o alguien conocido, a nosotras nos cuesta mucho la palabra violación”, dice Paola, que ahora integra un espacio de asistencia a mujeres en situación de violencia llamado “Frente de género Carla Figueroa”.
Los hijos del femicidio
Ese mismo año, ahora sí, Tomaselli fue condenado a prisión perpetua. El femicidio había ocurrido a las 4.30 de la mañana en la casa de la madre de él, donde los recién casados vivían. Tomaselli primero dijo que no se acordaba de nada, después que Carla le había dicho que el hijo no era de él y que lo engañaba con otro. No pudo explicar, sin embargo, por qué justo tenía un cuchillo en la habitación.
Desde el mismo día del femicidio de su mamá, el nene de dos años fue a vivir con la hermana de Carla y su familia. “Él tiene derecho a ver a la familia de él pero ellos nunca accedieron, por suerte. Nosotros no le inculcamos el odio porque es un alma sana, un alma buena, cuando sea grande y tenga su propio pensamiento hará lo que desee”, dice Paola.
Ocho años después del femicidio, la hermana de Carla y su marido obtuvieron la adopción legal de V., que acaba de cumplir 12 años. “Sos lo más valioso que dejó tu mamá, y estamos agradecidos de tenerte y poder cuidarte”, le escribió Paola en sus redes al niño que se convirtió en su hermano. También lo acompañó cuando pidió cambiarse el apellido, porque “pueblo chico, infierno grande”, el suyo tenía el estigma.
El documento con el nuevo apellido llegó hace dos meses. “¿Que si estamos contentos?”, escribió ese día Paola. “Al fin todo está en su lugar, 10 años de lucha por su identidad”.
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