Sonaba el Bolero de Ravel y la chica corría en cámara lenta por la orilla de una playa de Acapulco con un traje de baño escotado que se fundía en el dorado de su piel californiana. En inglés, la película se llamó simplemente 10. Pero para el compositor que parecía tenerlo todo hasta que la onírica visión de aquella belleza fuera de serie lo impulsaba a una persecución obsesiva detrás de la mujer ideal, “en una escala del 1 al 10″, Bo Derek era definitivamente un 11.
Mary Cathleen Collins había nacido en Long Beach el 20 de noviembre de 1956 y tenía poca experiencia como actriz cuando La chica 10 (1979) la transformó en el mayor mito sexual de los 80. Bastaron una escena y la misma cantidad de líneas que el puntaje con el que se calificaba su perfección, para que Dudley Moore –y con él, los espectadores de todo el mundo– perdiera la cabeza por esa joven que irrumpió desde entonces como el modelo femenino más inalcanzable de su generación. Como decía el personaje de Moore: “Era la chica más hermosa que jamás había visto”.
Vestida de novia para resaltar los rasgos casi virginales de sus 22 años y una cara que parecía dibujada a imagen y semejanza del patrón de belleza más acabado de su tiempo –simétrica, bronceada, de ojos azules y expresivos, nariz apenas respingada, sonrisa Colgate, y el pelo rubio repleto de trencitas afro inspiradas en la tribu de los Fulani–, la actriz era, en efecto, una aparición.
Cuatro décadas más tarde, tal vez el mito de Bo Derek permanezca vivo sólo porque nació en la época correcta para que su encanto se volviera aspiracional. Hoy tanto ella como el célebre film de Blake Edwards serían cancelados por todas las razones imaginables: de imponer estándares físicos por encima incluso de lo hegemónico, a prestarse a la cosificación en todas sus incursiones cinematográficas, y hasta por la apropiación cultural de aquel peinado con el que se hizo famosa y que por entonces se volvió furor. Claro, era imposible que las chicas de los 80 tuvieran las facciones o el cuerpo de aquella diosa de la costa este, pero al menos podían copiarle las trenzas.
La construcción de la mujer perfecta no había sido casual: su marido, el antiguo galán devenido en director y mentor de varias de las actrices más lindas de la época John Derek, se había empeñado en formarla para que Hollywood la adorara. Su dieta era completa: desde rutinas de entrenamiento hasta lecturas sobre arte y arquitectura para cultivar su intelecto. Apenas si hablaba en la mayoría de las películas, pero eso no importaba: la chica diez no podía ser una “hueca”.
Se habían enamorado en Grecia, cuando ella todavía era Mary Cathleen, y la pasión entre los dos fue tan inmediata y poderosa como polémica. Tenía 16 cuando llegó a Mykonos con su madre –actriz y vestuarista que la introdujo en el esoectáculo– para rodar el film erótico Fantasies a las órdenes de Derek, que le llevaba 30 años y no sólo aún estaba casado con su tercera esposa, Linda Evans, sino que ella también había viajado a la isla con el equipo de filmación. Era 1973, pero, como la protagonista era menor de edad, la película recién se estrenaría en 1981. Necesitaban evitar nuevas controversias tras sacudir a la industria con su relación. El director tenía 47 años cuando, igual que Dudley Moore en 10, perdió la cabeza por esa adolescente.
Evans, a quien pronto le llegaría la revancha del éxito con la serie Dinastía, tuvo que volver a los Estados Unidos rumiando su humillación cuando entendió que no podía hacer nada para recuperar a su marido frente al implacable hechizo de la perfección de la joven actriz, que parecía casi una versión más moderna y sensual de ella misma. La propia Linda había reemplazado antes al símbolo sexual de los pósters de los 60, Ursula Andress, aunque aquello fue menos escandaloso. La chica Bond ya se había divorciado de John Derek tras una aventura con Jean-Paul Belmondo cuando él volvió a casarse con Evans.
Lo de ahora era distinto. Porque el romance le estalló ante los ojos, y porque Mary Cathleen tenía edad para ser la nieta de su marido. Cuando al terminar el rodaje, la madre de la chica, que había ido a Grecia para cuidarla, la dejó en brazos del director, desde Los Ángeles, su agente amenazó con denunciarlo por estupro en cuanto pisara suelo americano.
Pero la pareja voló a Munich para trabajar en la postproducción de la cinta, y mientras esperaban en Alemania que ella cumpliera 18 años para poder volver a su país sin violar la ley, él se dedicó a moldear a su musa. Dos años y medio después, en 1976, se casaron en Las Vegas.
El ojo de John Derek para el gusto y las demandas de Hollywood no falló. Su última y más lograda creación consiguió trabajo no bien pisó los estudios: en 1977, le dieron un papel secundario en Orca, la ballena asesina, con producción de Dino de Laurentis. Para entonces, ya era conocida como Bo Derek.
La chica 10 se estrenó en salas el 5 de octubre de 1979 y ese mismo día nació el mito. Desde entonces su nombre quedó asociado para siempre al título de esa película. Richard Lang trató de reeditar ese éxito en 1980 con Cambio de estaciones, protagonizada por Shirley McLane y Anthony Hopkins, y con Derek como una estudiante que enamoraba a su profesor, pero ni la crítica ni la taquilla lo acompañaron. En cambio, como antes Andress, Bo se convirtió en el póster del momento, sobre todo después de que posó para Playboy.
En 1981, su marido la dirigió en su primer protagónico, Tarzán, el hombre mono, donde hasta el orangután que participó del rodaje se enamoró de la rubia al verla nadar desnuda, al punto en que no dejaba que se le acercara Miles O’Keefe, el actor que hacía de Tarzán. Pero el público no opinó lo mismo: ahora que estaba en el centro de escena y tenía que actuar además de ser perfecta, Bo no parecía a la altura de su belleza descomunal. Terminaron dándole el premio Golden Raspberry (también conocido como el Razzie o el “Anti Oscar”) a la Peor Actriz.
Sin embargo, el director insistió. En el 84 filmó el drama erótico Bolero, un título que buscaba aprovechar la música que la había lanzado a la popularidad cuando su personaje le preguntaba a Dudley Moore si alguna vez lo había hecho con la pieza de Ravel. Pero ahora era la protagonista absoluta, una joven rica que recorría el mundo en busca del compañero ideal para su debut sexual. El resultado fue un fracaso peor que el anterior: Bo ganó otro Golden Raspberry, y la película sigue siendo considerada hasta hoy una de las peores de la historia.
Fue entonces cuando decidieron recluirse en su rancho californiano. “Si sobrevivimos a Bolero, vamos a sobrevivir a todo”, le dijo John. No se equivocaba. La diosa que había creado le correspondió con una entrega absoluta, que sólo repartía con sus caballos –junto al surf, su gran pasión desde la infancia–. “John es todo para mí”, repetía ella en las esporádicas entrevistas que concedía, por sus también cada vez más esporádicas apariciones en la pantalla grande.
No tuvieron hijos: “No creo que sea algo que deba hacer para sentirme realizada en la vida, ni nada por el estilo. Puedo seguir siendo feliz con mis perros y mis caballos. Es una relación perfecta, te podés ir cuando querés, y cuando volvés mueven la cola”.
Cuando en 1986 él tuvo su primer infarto, le hizo prometerle que si llegaba a morir, sería en sus brazos. Murió en una cirugía cardíaca en 1998. Tenía 71 años y, contra todos los pronósticos, acababa de cumplir 22 años de casado con la mujer perfecta. Había sido el director de su vida, y en parte eso minó su carrera, porque la seguidilla de fracasos que expusieron su histrionismo limitado fueron tan pregnantes como la certeza de que no había nadie que la superara en belleza. De hecho, en el 2000, para el vigésimo aniversario de los Razzies, fue nominada como Peor Actriz del Siglo, junto a Madonna y Brooke Shields.
No le preocupó demasiado: se concentró en el proteccionismo de especies en extinción y en sus caballos, sobre los que llegó a escribir un libro con técnicas de equitación en el que asegura que “todo lo importante” lo aprendió de esos animales.
Sus contadas apariciones públicas contribuyeron a mantener el mito: el encanto con el que conquistó a millones en los 80 también permanece. Férrea defensora de la necesidad de envejecer con naturalidad, se jacta de no haberse hecho ninguna cirugía estética. Pero claro, es fácil ser natural con esos genes y esa cara.
Así, con ese estilo relajado y la sensualidad de siempre, en 2002 enamoró al actor y cantante de música Country John Corbett, justo en el momento en el que él hacía suspirar a miles como el novio ideal de Carrie Bradshaw en Sex and the City, Aidan. Se casaron en secreto en la Navidad del año pasado, casi veinte años después de la cita a ciegas en la que se conocieron. “No queríamos que el 2020 se fuera con el sabor amargo de la pandemia, así que decidimos festejar lo que tenemos”, dijo Corbett cuando la prensa descubrió su anillo de compromiso. Hoy celebrará otra vez junto a él y sus caballos sus 65 años. Tal vez la chica perfecta no debería existir, tal vez no exista, pero en su rancho californiano, para Bo Derek, la vida se parece bastante a lo ideal.
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