Cualquiera de los lujos que alguien pueda imaginar, ella los disfrutó. Mansiones, yates inmensos, hoteles cinco estrellas, islas privadas, asistentes personales, masajes diarios, nunca repetir un vestido, los restaurantes más sofisticados, vinos de miles de dólares por botella en cada comida. Hija de un millonario, esposa de otro, Ghislaine Maxwell estuvo más de cuarenta años frecuentando los círculos más exclusivos. Se reunía con miembros de la realeza, presidentes, magnates, figuras de Hollywood. Su presente, es otro. Ya no le queda nada de todo eso. Ni siquiera la libertad.
Vivía en una mansión en pleno Manhattan que vendió por 16 millones de dólares. Hoy pasa sus días, en la misma ciudad, pero en una celda de 3 por 2. Nada quedó de lo que era. Y a partir del 29 de noviembre con el comienzo del juicio en su contra -acusada de tráfico sexual-, todo podría ser peor. Sus días miserables se pueden extender hasta el fin de su vida. Podría ser sentenciada a 80 años de prisión.
Desde que explotó el escándalo de Jeffrey Epstein, cuando se terminó la impunidad, uno de los grandes misterios del caso fue el paradero de Ghislaine, ex pareja de Epstein, co-autora y cómplice.
Ella era la que conseguía las menores de edad, la que manejaba la red que posibilitaba los abusos sexuales, la que las presionaba si las chicas se quejaban o desertaban. Ghislaine Maxwell no fue perseguida judicialmente hasta que Epstein apareció muerto en su celda. Pero su nombre quedó en primera fila, y los investigadores apuntaron contra ella. Luego de casi un año en el que permaneció oculta, sin que se supiera su paradero y todo fuera especulaciones (se sostuvo que era protegida por hombres poderosos y gobernantes de diferentes países que habían gozado de sus servicios y de los de sus chicas: que ella no cayera era la única manera que no se conocieran los secretos sexuales de esos hombres), Ghislaine fue detenida en New Hampshire en julio del 2020, después de que el FBI rastreara llamadas realizadas desde un teléfono satelital. Fue enviada a una prisión en Manhattan. Allí espera el juicio, que promete revelaciones y escándalos, que se iniciará a fin de este mes.
El diario inglés Daily Mail consiguió una exclusiva mundial. En el día de ayer publicó declaraciones de Ghislaine por primera vez desde la detención de Epstein y su posterior suicidio.
La que transcribe sus declaraciones, sus quejas, es Daphne Barak, responsable del documental sobre Ghislaine que están preparando CBS y Paramount. Barak conoció a Ghislaine en 1992. Fue después de la misteriosa muerte de Robert Maxwell, su padre, un magnate cuyo imperio de casi 500 millones de dólares se desmoronó tras varios escándalos y defraudaciones monumentales.
Desde la cárcel, Maxwell dijo: “Vivo un infierno”. Y pesa a las evidencias contundentes en su contra se declaró inocente. Ella se describe como una víctima a la que hacen vivir en una pesadilla.
Hace unos días, sus abogados salieron a decir que estos últimos 16 meses en los que estuvo detenida, las condiciones del encarcelamiento fueron atroces. Dijeron que sufría más medidas de seguridad y privaciones que Hannibal Lecter, el protagonista de El Silencio de los Inocentes. La nota en el Daily Mail hay que interpretarla en el mismo sentido: Ghislaine y su defensa buscan generar empatía y centrar la discusión en las condiciones de detención y en aspectos formales de la causa más que en los hechos.
Su vida cotidiana es miserable. Aunque ella se olvide de aclarar que es similar a la de las demás reclusas. Acostumbrada a una vida de privilegios, las condiciones actuales se le hacen insoportables.
No hay imágenes de ella en los últimos tiempos. Por ahora queda cristalizada la figura de esa mujer hermosa, fulgurante, siempre arreglada que se lucía en los eventos más lujosos del jet set. No se la pudo ver ni en los traslados ni en las audiencias preparatorias del juicio. Sólo están los dibujos hechos en la Corte, esos de los reos del sistema penal norteamericano pintados con lápices de colores. En esas audiencias, según ella, estuvo engrillada más de doce horas, lo que provocó que se lastimaran sus muñecas y tobillos. En los dibujos de la Corte se ven las cadenas esposando sus manos. En la nota la periodista afirma que se la ve muy desmejorada. A poco de cumplir 60 años, sus problemas judiciales, los meses en que estuvo fugada y los meses en prisión se hacen notar. Bajó más de 10 kilos.
“No he tenido una comida nutritiva en todo ese tiempo. No he dormido sin las luces encendidas, luces fluorescentes que me han dañado los ojos, ni me han permitido dormir sin interrupciones constantes”, le dijo al Daily Mail.
El régimen en la prisión no parece el mejor: “Me han dado una comida que parecía Chernobyl después de la lluvia radiactiva. Las ensaladas están marchitas por el moho, una manzana tenía gusanos, me dieron un plátano negro y empapado. Había pan tan húmedo que al apretarlo salía agua”, aseguró.
Vestida con el uniforme de la prisión número 02879-509 -ya muy lejos de sus vestidos de marcas internacionales-, afirmó que en la alcantarilla del baño siempre hay una rata “amistosa”.
Con detalle contó: “Lavo mi propia ropa. La secadora es tan ruidosa que la apodan “transbordador espacial” porque suena como si fuera a despegar. Mi correo, tanto legal como personal, ha sido manipulado”.
Ghislaine en la conversación con Daphne Barak sostuvo que no se ha respetado la presunción de inocencia, que para muchos ella es culpable. Y que los tratos que recibe son vejatorios. Explicó que no se baña todos los días porque los guardias la miran desnuda lascivamente y desde muy cerca, acosándola.
Se quejó de que sus abogados no tuvieron tiempo para preparar el caso, que no se les dio acceso pleno a las pruebas. Pero más allá de negar las acusaciones en general, dijo que su defensa le prohíbe hablar de la causa en público. Por eso sólo se centró en cuestiones formales que, pareciera, es de lo único que se pueden asir sus esperanzas de recuperar la libertad.
Ella que se atendía con los más afamados estilistas del mundo sin necesidad de esperar turno, la última vez se cortó el pelo con un alicate para uñas. Las otras reclusas y algunas guardiacárceles se burlaron de ella y le enviaron tijeras de papel para que las utilice la siguiente vez, aunque no dejaron de admirar su habilidad.
Ghislaine Maxwell nació en 1953 en una cuna de oro. Fue a los colegios más exclusivos de Inglaterra, luego a Oxford. Vivía en una mansión de 53 habitaciones. Tuvo puestos empresariales desde muy joven. Su padre Robert Maxwell, era otro magnate. Empresario, dueño de medios de comunicación, apareció muerto en el mar en 1991. El barco en el que navegaba fue bautizado en honor a su hija: Lady Ghislaine. Tras la muerte del padre llegaron las especulaciones. La primera de las muertes cubiertas de dudas en la vida de Ghislaine.
Muerte natural, suicidio, asesinato. Ella durante años sostuvo que a su padre lo habían matado. Pero tras el fallecimiento no pudo ocupar su lugar en las empresas ni vivir de rentas. Se descubrió que Robert tenía deudas gigantescas y que había montado un fraude colosal. Las deudas ascendían a varios cientos de millones de dólares. El imperio se desmoronó como un castillo de naipes. Ghislaine debía empezar de nuevo.
Se mudó a Estados Unidos. Sólo le había quedado un fideicomiso que Robert Maxwell había dejado en su nombre que le proporcionaba 100 mil dólares al año. Una cifra para nada exigua para alguien normal, pero que no le bastaba para desarrollar la vida repleta de lujos y comodidades a las que estaba acostumbrada. Alguna de las relaciones de su vida pasada le consiguió un trabajo en el sector inmobiliario de Nueva York. Pero unos meses después, de nuevo, no necesitó trabajar. Conoció a Jeffrey Epstein y, otra vez, no tuvo que preocuparse por nada material: su casa volvería a parecer en la tapa de la Architectural Digest.
A lo largo de ese tiempo la residencia oficial de Ghislaine quedaba en Nueva York. Era una hermosa casa de cinco plantas que compró una sociedad desconocida pero que tenía su domicilio en las oficinas de Epstein. La vivienda quedaba a diez cuadras de la mansión de Epstein. Costó 5 millones de dólares. Y nadie tuvo la menor duda que Epstein fue quien puso el dinero.
Después de la condena de Epstein en 2008, Ghislaine siguió apareciendo en eventos exclusivos. Bajó el perfil, la frecuencia de sus apariciones no era similar, pero su reclusión no fue inmediata. Lanzó una fundación para el cuidado de los océanos, fue oradora en charlas TED, asistió a entregas de premios del brazo de Elon Musk, concurrió al casamiento de Chelsea Clinton, la hija de Bill y Hillary. Recién se esfumó cuando la suerte de Epstein cambió más de ocho años después.
La pareja, luego de los problemas con la justicia en 2008, no varió su conducta. Las adolescentes siguieron siendo contactadas, sometidas sexualmente y utilizadas para atraer hombres poderosos. Ni siquiera la advertencia judicial, el saber que habían sido descubiertos los hizo abandonar su conducta: los beneficios debían ser enormes. Casi tan grandes como la sensación de impunidad que los dominaba.
En su momento, los dos integrantes obtuvieron beneficios de la relación. Ella pudo recuperar su nivel de vida, olvidarse de trabajar, el dinero dejó de ser una preocupación y una vez más sería invitada de honor en los grandes eventos sociales. Jeffrey Epstein conseguía con ella algo que a él le faltaba: clase. Algo de la exuberancia social de Ghislaine se transmitió a su personalidad y empezó a dejarse ver en fiestas y reuniones; grandes ocasiones de cerrar negocios. Ella le dio acceso a figuras a las que él no hubiera podido acceder como celebridades, la nobleza y realeza británica o primeros mandatarios como Bill Clinton; antiguos contactos de su vida como hija de Robert Maxwell.
¿Cuál era la relación de Ghislaine con Epstein? Novia, mejor amiga, administradora de su hogar, empleada, madama, encubridora, cómplice. A lo largo de casi dos décadas Ghislaine Maxwell ocupó cada uno de esos lugares en la vida del financista, muchas veces simultáneamente.
El magnate en algunas de sus apariciones públicas se refirió a ella como la “principal de mis novias” y como “mi mejor amiga”. Personas que los frecuentaron afirman que la relación amorosa duró sólo unos años, pero que luego permanecieron trabajando juntos y como amigos
Su amistad con el Príncipe Andrés acercó al Principito al mundo Epstein y a sus adolescentes abusadas. Cuando estalló el escándalo y una joven acusó a Gheslaine de entregarla al royal británico, que tuvo en varias ocasiones relaciones sexuales con la chica que en ese tiempo tenía 16 o 17 años, Andrés dio una entrevista en la televisión inglesa en la que pretendió limpiar su imagen. Pero todo salió mal y nadie le creyó. Como último recurso de defensa antes de renunciar a la vida pública (lo que debió hacer poco después), Andrés le pidió a su vieja amiga que saliera en los medios exculpándolo. Ghislaine no atendió a la súplica y privilegió no exponerse y empeorar su situación.
Mientras que Epstein se vestía descuidadamente y tenía siempre gesto hosco, ella era extrovertida, elegante, llamativa y con el don de la sociabilidad. Hacían un buen tándem para conseguir lo que deseaban.
Las víctimas de Epstein describen situaciones similares y ya sea en Nueva York, Palm Beach, las Islas Vírgenes o una abrumadora casa campestre de Les Wexner, quien las instaba a satisfacer los deseos sexuales de Epstein era Gheslaine. Ella las elegía, las reclutaba, les indicaba qué hacer y, muchas, veces, participaba del abuso. También era Maxwell la que las entregaba a los poderosos e influyentes por orden de Epstein.
Y quiénes se quejaban o querían alejarse del mundo Epstein o, peor aún, se animaban a denunciar los abusos y violaciones, debían soportar la furia y amenazas de Ghislaine. Las perseguía, las acosaba telefónicamente, les recordaba que ella se iba a encargar de que su vida se convirtiera en un infierno.
Ghislaine Maxweel era quien se encargaba de la coordinación para que Epstein tuviera sus dos o tres masajes sexuales diarios brindados, en la mayoría de los casos, por menores.
Una de ellas, Virginia Roberts Giuffre declaró: “Apenas entrabas, Ghislaine iniciaba el entrenamiento. Te decía cómo actuar, cómo ser discreta, cómo permanecer en silencio, qué cosas le gustaban sexualmente a Jeffrey, cómo satisfacer a los invitados, cómo servir a los hombres que ella nos indicaba”.
Roberts Giuffre narró cómo ella la reclutó mientras era recepcionista de un lugar de lujo de Donald Trump. Le prometió educación, viajes, un buen salario. “En la primera sesión de masajes con Epstein, fue Ghislaine Maxwell la que me indicó que me quitara toda la ropa y me mostró cómo debía practicarle sexo oral a Jeffrey. Yo tenía 16 años”.
Maxwell que fue parte del elenco estable de las revistas del mundo, de los grandes eventos, que se codeó con los grandes nombres del poder y de Hollywood, es ahora protagonista de varios documentales que la tienen como protagonista. Pero ya no estarán en la sección de celebridades o de biografías de las plataformas de streaming. Su caso ahora reside en la categoría de True Crime.
Ghislaine Maxwell conoció y disfrutó los grandes lujos, aquellos a los que muy pocos acceden. Ahora no le queda nada. Ingiere comida podrida, es maltratada, no tiene ningún privilegio, sólo privaciones. Eso dijo. Son pocos, también, los que han descendido hasta esos infiernos terrenales. La paradoja es que llegó hasta ahí tratando de mantener, de no perder los privilegios exorbitantes de los que gozó gran parte de su vida.
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