En 1991 la aparición de American Psycho, la tercera novela de Bret Easton Ellis, un escritor de 27 años, generó una convulsión. Se convirtió en un best seller inmediato; tal vez en el best seller más odiado de la historia. Hubo críticas feroces, pedidos de censura, boicots y hasta amenazas de muerte. La novela presentaba a Patrick Bateman, un psicópata, que se convirtió en un fenómeno que hoy parecería imposible de reproducir.
Bret Easton Ellis no era la gran promesa de la literatura norteamericana. Era una realidad. Con 21 años había publicado su primera novela. Menos que Cero provocó una conmoción. Mostraba a la juventud de su tiempo. La mirada no era idealista. Era un mundo de drogas, anhedonia, falta de rumbo, una desidia que desnudaba los años ochenta, la Norteamérica de Reagan. Una voz nueva y muy potente. El personaje público no se quedaba atrás. Era todo lo arrogante que se esperaba de él, todo lo presumido que puede serlo un chico de 21 años que triunfa en un mundo como el de la literatura que nunca es tierra fértil para los niños prodigio. Después sacó Las Leyes de la Atracción, otra novela con muy buenas ventas.
Su tercer libro era esperado con ansiedad. Trabajó tres años en él. Su editorial Simon & Schuster era muy importante. Durante el proceso de edición la novela empezó a encontrar obstáculos. Quien había diseñado las tapas de los libros anteriores de Bret Easton Ellis se negó a hacerlo con este. Dijo que él no iba a colaborar con un trabajo de ese tipo. Surgió una resistencia interna en la editorial. El autor recibió algunos solapados pedidos para que morigerara algunas escenas pero él reafirmó la integridad de su obra. No iba a aceptar ningún recorte.
Pensó que se trataba de una pulseada que terminaría inclinándose hacia él. Era un autor muy visible, con muy buenas ventas y ya habían invertido mucha plata en él. Pero dos días antes de que el libro entrara a imprenta, Simon & Schuster decidió no publicarlo. Le devolvió el manuscrito y le dijo que se quedara con los 300.000 dólares que había cobrado de anticipo. Por unas horas Bret Easton Ellis creyó que su carrera se había terminado. Pero al día siguiente recibió el llamado del director de Random House. No sólo lo publicarían sino que lo harían dentro de la colección Vintage, una serie muy prestigiosa en la que sus compañeros serían novelistas como Don de Lillo y Philip Roth entre otros.
American Psycho apareció al poco tiempo. La polémica previa impulsó las ventas iniciales. Pero eso no significó nada al lado del aluvión que se vendría. Los diarios publicaban casi todos los días artículos de opinión y reseñas denostando el libro y al autor. Hablaban de pornografía, de violencia insoportable e inadmisible. En Canadá no querían dejar pasar el libro por la frontera y en muchos lados se exigió que se lo vendiera dentro de una bolsa negra y con una advertencia que estaba prohibido para menores de 18 años, como si se tratara de una revista pornográfica.
Bret Easton Ellis recibió trece amenazas de muerte por escrito y muchas más telefónicas. Las tiene contadas porque la editorial le hizo firmar un papel en el que afirmaba que las había leído, que sabía cuál era el significado de ellas y que asumía las consecuencias liberando a su editor de responsabilidad alguna. El fin de ese convenio era que si le llegaba a pasar algo, sus padres no pudieran demandar a Random House. Los facsímiles de las trece notas se agregaron como apéndice.
American Psycho, en realidad la reacción a su publicación, se adelantó al menos un cuarto de siglo a su tiempo (entre otras cosas Bateman es admirador de Donald Trump). Hasta ese momento la reacción ante libros revulsivos venía de grupos conservadores, de extrema derecha, de asociaciones de madres y grupos religiosos. Pero la novela de Bret Easton Ellis sumó a la horda de lapidadores y censores a los sectores más progresistas y librepensadores imaginables: las feministas y el New York Times como grandes ejemplos. El diario hizo un llamamiento a no comprar el libro. Una de sus más fervientes opositores debido a la violencia que el protagonista ejerce contra las mujeres fue Gloria Steinem, tótem feminista (en uno de esos vuelcos que sólo se producen en la vida real, diez años de la publicación del libro, la adaptación cinematográfica fue protagonizada por Christian Bale, de quien Steinem había sido la madrasta).
Si existiera un Rotten Tomatoes de libros (existe Goodreads pero no es lo mismo, allí consignan sus opiniones y puntajes los lectores actuales; Rotten Tomatoes recupera las opiniones de los críticos al momento del estreno de una película), American Psycho tendría entre 1 y 2 de puntuación promedio. Todos los grandes medios norteamericanos la demolieron. Y algunos hasta pedían, con un poco de pudor, la censura: reconocían, cuando menos, que preferirían que no circulara.
El libro sólo recibió una crítica positiva en un gran medio. Fue en Los Angeles Times. Pero en un número posterior la sección de Correo de Lectores del diario tuvo, de manera excepcional, tres páginas. Allí consignaron cada una de las misivas de queja enviadas y los pedidos para dar de baja la suscripción al medio.
El intelectual Alberto Manguel contó su experiencia de lectura: “Un sábado a la tarde pasó a verme una amiga y dijo que me veía de muy mal semblante. Yo le conté que de hecho tenía unas náuseas terribles. Hasta donde recordaba sólo me había sentido así una vez, después de ver cómo un coche atropellaba a un perro. Mi amiga preguntó qué me pasaba. Le dije que acababa de leer American Psycho”. Muchos años después, cuando Manguel asumió –brevemente- la dirección de la Biblioteca nacional de Argentina contó que en su (vastísima, de más de 40.000 volúmenes) biblioteca personal no había libros de Bret Easton Ellis porque lo consideraba un pornógrafo inmundo (acá correspondería consignar que el subrayado es del autor de la nota, pero sin dudas el subrayado pertenece al que profirió el calificativo).
El protagonista de la novela era Patrick Bateman, un yuppie, un joven ejecutivo de Wall Street. Era banal, superficial, preocupado por la moda y por vestir de manera impecable, por la música que sonaba en la radio, en una búsqueda permanente por tener el último electrodoméstico, la innovación tecnológica más moderna y la última colección de las casas de ropa más importante. Era, también, un psicópata. Un asesino de mujeres, que cometía crueldades con animales, un misógino despiadado y enfermizo. Y todo, una gran decisión narrativa, está contado en primera persona, con la voz seca, helada y algo muerta de Bateman.
Por momentos el libro parece un catálogo de una tienda cara. Para describir un personaje nos da la marca y la procedencia del saco, de la camisa, de la corbata (con su porcentaje de seda), de las medias, de los zapatos. Los autos descriptos hasta dejar exhausto al lector; los restaurantes cinco estrellas, las comidas sofisticadas. Y también la música. En sus novelas anteriores la banda de sonido era un elemento importante en el clima; acá los que se imponen no son los gustos del autor sino los de Bateman: Huey Lewis, Whitney Houston, Phil Collins y Genesis.
Ellis decidió que el protagonista de su siguiente libro fuera alguien de su edad, alguien que superara los 25 pero no pasara los 30, pero que viviera en un mundo muy diferente al suyo: las grandes finanzas.
Como parte de la investigación salió a comer con yuppies, a tomar algo, los vio en sus oficinas, en una ronda de bolsa, en un boliche nocturno. En medio de una cena con varios brokers, el escritor se obsesionó con uno. Lo miraba, casi sin escuchar lo que decía. Calculó cuánto valía la ropa que tenía puesta, se fijó en su piel cuidada, en que el peinado se mantenía incólume desde la mañana, en su mirada fría. Y mientras este personaje distribuía sus certezas en la conversación, Bret Easton Ellis imaginó que se trataba de un asesino serial. Esa idea, esa ocurrencia, cambió todo el libro.
Las escenas violentas son muy violentas. Hay vejaciones, violaciones con una rata, mutilaciones, asesinatos. Explícitas y escabrosas, ocupan una porción pequeña del libro pero están bien desperdigadas por él. El autor no encontraba el tono para escribirlas. Así que avanzó con la trama, con su catálogo obsesivo de nimiedades, y sólo al final las escribió y las incorporó al texto. Se basó en libros de True Crime pero especialmente en informes del FBI sobre crímenes atroces en los que las descripciones son crudas, entomológicas. En medio de la polémica, Ellis aducía que a lo sumo estas parte ocupaban 8 o 9 páginas de un total de 400.
El otro modelo que tomó para Bateman, dijo en su momento, era su propio padre. Un ser frío, calculador, distante, al que él imaginaba capaz de todo. Pero pasados los años reconoció que muchas de las características de Bateman eran suyas, que su protagonista tenía más rasgos autobiográficos de los que estaba dispuesto a reconocer en ese momento. Un ser alienado, sin límites, al que le resultaba imposible reconocer qué siente y consumista.
Apenas salió la novela se convirtió en un boom de ventas. Los intentos de censura, las polémicas, las denostaciones, las bolsas negras sólo aumentaron el morbo y la avidez del público. Con esta novela que él llegó a pensar que no se iba a publicar y que podía terminar con su carrera, Bret Easton Ellis consiguió su mayor éxito comercial.
Este escándalo que se produjo en 1991, tres décadas atrás, sería imposible de reproducir hoy. En la web se encuentran videos reales de muertes, mutilaciones, accidentes, escenas sexuales de todo calibre. Lo gore y lo pornográfico están al alcance de la mano. La atención está más dividida y un escándalo suele venir a reemplazar muy prontamente al anterior. Los periodos de atención sobre un tema son muy intensos pero estos envejecen a una velocidad supersónica. ¿Qué ficción puede hoy provocar una conmoción? ¿Hubo alguna novela que puso a todo el mundo a opinar en los últimos quince años?
Pero, más allá de estas modificaciones en el consumo debidas a los avances tecnológicos y al acceso masivo a ellos, lo que varió enormemente fue la calidad de la conversación pública y la libertad de los artistas para crear sin ser sometidos al escarnio por dar vida a personajes incorrectos. Esa tolerancia que parecía natural, se ha esfumado en el fárrago de la velocidad y la susceptibilidad actual. Bret Easton Ellis hubiera sido cancelado. Y esa resistencia de los trabajadores de Simon & Schuster se hubiera extendido a otras editoriales. Hubiera habido boicots al resto de los libros del que se animara a editarla y demás maldiciones. Otra cosa que no se le hubiera perdonado es que Bateman saliera impune. Debía sufrir un castigo aun cuando fuera un personaje de ficción, como si en la vida real siempre se hiciera justicia. La falta de moraleja, de enseñanza moral explícita fue otro de los motivos de condena. Pareciera que en la ficción actual estuviera prohibido construir personajes extremos.
Una pequeña muestra de ellos es que hace unos años, el escritor tuvo mucho más problemas por algunos tuits que eran políticamente incorrectos. Por ejemplo uno en el que hablaba de la belleza física de Kathryn Bigelow la noche en que ganó el Oscar.
Pero American Psycho apareció en otra época. Eso le permitió convertirse en un tema de conversación durante semanas y en un enorme éxito comercial. Durante años varios directores estuvieron detrás de su adaptación al cine. El libro parecía inabordable. ¿Cómo trasladar esas enumeraciones, el consumismo del protagonista? ¿Cómo mostrar las escenas de sexo y los violentos crímenes?
Veinte años atrás, diez después de la primera edición de la novela, American Psycho fue llevada al cine. No le fue bien en la taquilla pero la directora Mary Harrow encontró un tono para narrar a Bateman. La interpretación de Christian Bale fue consagratoria. Hoy ningún lector se puede imaginar al personaje sin la cara del actor. El film se convirtió en un objeto de culto y su prestigio y sus fans fueron creciendo con el correr de los años. La obra de Ellis también sirvió de base para un musical de Broadway y está por ser llevada a la televisión como una serie.
Patrick Bateman había aparecido brevemente en Las Leyes de la Atracción, segunda novela de Bret Easton Ellis, quien volvió a Bateman y al momento de la escritura y publicación de American Psycho en Lunar Park una larga ficción en la que él es el personaje central y reinventa su biografía. Y también lo hizo hacer un cameo en Glamourama.