Silvina tenía 44 años y era nueva en Córdoba Capital. Acababa de llegar desde Villa General Belgrano para que sus hijos fueran a la universidad y acababa, también, de conocer a un vecino, un hombre que terminó siendo su pareja durante varios años. Con todos ellos estaba la tarde en que posteó una foto en su perfil personal de Facebook: la foto que desencadenó lo que ahora llama “una película de terror”.
“Yo había conocido a este vecino y habíamos empezado primero una amistad, así que nos invitó a pasar el día en el campo. Fuimos todos en familia, con mis hijos y sus hijos, y al regresar publiqué en mi cuenta una foto en la que estaba yo con un caballo, nada más”, narra a Infobae Silvina Balonchard, que es comunicadora y trabajó durante años en distintos programas de radio.
“La cuestión es que estábamos en la ruta, ya volviendo a casa, y empecé a recibir notificaciones de una persona que no conocía: una catarata, era una por minuto”.
Según el sinfín de pruebas que conservó para presentarlas en la Justicia, a las que accedió Infobae, lo que leyó ese 16 de agosto de 2018 era todo en el mismo tono: “¿Ese es el campo de (mencionaba con nombre y apellido al hombre)?, porque nos lleva a todas al principio para seducirte. Hasta hace 5 semanas fuimos pareja y vivimos 2 años juntos. Detesta la psicología y filosofía. Le gusta bastante tratarte mal después de un tiempo” (SIC).
Después -detalló Silvina cronológicamente ante el fiscal- “empezó a subir fotos de ellos juntos abajo de mi posteo: publicaba la foto, escribía ‘amor amor’, al minuto otra vez, la foto ‘amor amor’, y así sin parar. Yo me puse muy nerviosa pero esperé a llegar porque en el auto estaba mi hija con una amiga”.
Tuvo que calmarse antes de contarle a él lo que estaba pasando y preguntarle quién era esa mujer. “Tenía palpitaciones, mucho miedo, después entendí que lo que tuve esa noche fue un ataque de pánico. No es lo mismo que alguien venga a decirte algo en persona que cuando sucede en las redes, yo tengo 5.000 contactos, lo máximo que permite Facebook. Enseguida mi mamá empezó a preguntarme: ‘¿Qué está pasando Silvina? ¿Quién es ella? ¿Quién es él?’”.
Su vecino le contó que habían tenido una relación que había finalizado, “y que él la había bloqueado”. Pero la pregunta de Silvina era otra: “¿Cómo sabe ella de mí si él no publicó una foto conmigo? ¿Cómo sabe que estoy en el campo con él? Empecé a hacer un trabajo periodístico para desandar el camino hasta que llegué a la conclusión de que esta mujer, obsesionada con él primero y después conmigo, iba rastreando a quiénes él agregaba en Facebook y les revisaba los perfiles. Al rastrear el mío, encontró esa foto y empezaron los ataques”.
Aquello -de acuerdo a lo que Silvina luego terminó denunciando- había sido sólo el comienzo, porque rápidamente se extendió a su ambiente profesional. “Un día subí una foto de un evento que organizamos”, sigue ella, que es co-fundadora de una comunidad de emprendedoras de Córdoba en la que hay más de 400 mujeres.
“El mismo día veo que había descargado mi foto, me había cortado la cabeza y la había subido a sus redes personales. A mí eso realmente me dio pánico, hacer eso no de manera anónima sino en sus propias redes hablaba de su perfil. Subió esa foto y arrobó a periodistas reconocidas de medios cordobeses. Me preocupó mucho que nadie hiciera nada, pero yo era nueva en la ciudad, nadie me conocía”.
Silvina usa la película “Cabo de miedo” -en la que el personaje de Robert De Niro, obsesionado y en busca de venganza, se le aparece por todos lados al de Nick Nolte- para tratar de explicar lo que sentía. “Entraba a Linkedin y veía que me lo estaba revisando, miraba todas mis historias en Instagram, me escribía: ‘Si no querés que esto pase, no subas más nada’. Me aparecía por Facebook, por WhatsApp, por mail”.
Una vez, sigue, estaba haciendo una entrevista por streaming con una coach española y la profesional empezó a leer en vivo los comentarios que los seguidores iban dejando. “La coach pensó que eran preguntas sobre el tema del que estábamos hablando y empezó a leer sin filtro. Pero era esta mujer: me denigraba, decía que yo no tenía capacidad para hablar del tema, que averiguaran. Yo me puse pálida en vivo, quedó todo grabado”.
Agobiado, el hombre que era su pareja llamó a la mujer por teléfono “para tratar de apelar a su sentido común, su sentido de la humanidad, y nada, le dijo que no soportaba ver que él estaba con otra persona y entonces iba a hacerme pagar a mí. En esa conversación me dijo que tenía una carpeta en su computadora con toda información mía que se había descargado. Repetía: ‘Tengo todo en mi computadora, todo, todo, sé todo de vos’. Sabía cuándo me casé, qué hago, qué programas había hecho, quiénes son mis hijos, las amigas de mi hija, todo”.
“Bloqueala y listo”
El impacto sobre la salud mental de Silvina fue descomunal. “Tuve muchas crisis de angustia y hubo tres episodios en los que... atenté contra mi integridad. Llegó un momento en el que mi angustia era tan grande que lo único que quería era desaparecer. Ya no sabía de qué era capaz, llegué a pensar que podía ser capaz de contratar a un sicario para que me atacara a mí o a mis hijos. Entonces empecé a medir mis movimientos al salir de casa, a mirar para todos lados todo el tiempo, a no postear lo que iba a hacer, dejé mi trabajo en la radio”.
Lo de “atenté contra mi integridad” no parece ser un extremo. En marzo de 2019 y también en Córdoba, Edu Vázquez, un DJ muy conocido en el mundo de la música electrónica, se suicidó tras denunciar repetidamente a su ex novia por “extorsión, hostigamiento en las redes sociales y violencia de género”.
Mientras mucha gente querida le decía “pero bloqueala y listo, está despechada”, Silvina tenía claro que ese no era el camino. “Tampoco me parecía bien naturalizar la violencia así”. Se sentía rodeada: “Esto se mete en tu cabeza, en tu cerebro. La web funciona 24 x 7 todos los días del año, no da tregua. Yo no podía dormir, me despertaba sobresaltada y la veía imaginariamente sentada en mi habitación, mirándome dormir; vivía con taquicardia, con angustia, eso le pasa al cerebro de una persona que vive en un estado de alerta permanente”.
La mancha sobre ella seguía creciendo, a tal punto que Silvina se encontró dando explicaciones, sometiéndose al “algo habrán hecho”. El recuerdo, ahora, es la previa de una charla que dio en una universidad de Villa María, en la que unos colegas que habían visto la catarata de comentarios en las redes en las que la habían promocionado, le preguntaron: “¿Pero vos qué le hiciste? Me encontré en el lugar de tener que explicar que yo no había hecho nada para merecer eso”.
Pese al impacto que puede tener en la salud mental, el hostigamiento digital todavía no es considerado un delito. “Entonces, cuando fui a denunciar me preguntaron: ‘¿Pero te amenazó de muerte?’. Y yo les contesté: ‘No me dijo ‘te voy a matar’ pero a ver, cuando una persona te está diciendo ‘sé todo de vos, sé quiénes son tus hijos, los amigos de tus hijos, cuáles son tus movimientos, ¿para qué te lo está diciendo?’. Hay un enorme vacío legal cuando el hostigamiento es a través de las redes, a tal punto que me hubiera convenido que esta persona se apareciera en mi domicilio o me esperara afuera”.
Sintiéndose sola y sin saber qué hacer, “totalmente ahogada en medio de todo esto”, Silvina se enteró de la existencia de la Asociación Argentina de Lucha Contra el Cibercrimen (AALCC), donde hay un equipo de asistencia psicológica y otro legal.
“Ahí empecé a entender y a ver que lo que me estaba pasando a mí le estaba pasando a muchas personas más. Docentes que han tenido que renunciar a sus cátedras, personas que han cerrado sus escuelas por campañas de desprestigio de algunos padres. La persona, entre comillas, muere: muere en sus redes, muere frente al público, tienen que cambiar de profesión, de localidad porque no tienen herramientas para defenderse”.
Por eso, lanzaron una campaña en Change.org (se puede adherir acá) para que el hostigamiento digital sea considerado un delito penal. “Es imprescindible que haya una ley que ocupe este vacío legal, que haya un límite jurídico para que las víctimas puedan tener una herramienta legal con la que defenderse”, sigue. Silvina logró hace poco que le tomaran la denuncia -pasó más de tres horas relatando los hechos- aunque el vacío legal mantiene a la justicia, por ahora, en una nebulosa.
No es que el tema no exista, de hecho ya hay varios proyectos de ley presentados en el Congreso. Lo que pide es que se traten. “Que se preste atención al daño que genera”, cierra Silvina. “Y sobre todo a defender la verdadera libertad de expresión, porque la libertad de expresión es que cada uno pueda disponer de sus redes con libertad”.
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