El trágico destino del primer alemán que saltó el Muro de Berlín en busca de la libertad

El soldado Conrad Schumann tenía 19 años cuando comenzó a correr hacia el alambre de púas que dividía Berlín. Su historia, épica y trágica, la de un héroe griego, le pesó toda la vida y lo llevó a la muerte. Su imagen quedó inmortalizada en una foto que se convirtió en símbolo

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Conrad Shcumann, con 19 años,
Conrad Shcumann, con 19 años, fue el primer alemán en saltar el muro en busca de la libertad

Un día, aquel muro de la vergüenza se agrietó porque el mundo comunista iba barranca abajo, Mikhail Gorbachov hablaba de perestroika y glasnot, reformas internas y transparencia en la URSS, porque el viejo sistema estalinista no resistía ya frente a un mundo que cambiaba por horas, y porque aquella enorme pared de cuarenta y dos kilómetros de largo que separaba a Berlín en dos y a Alemania en cuatro, era el símbolo de un pasado ominoso.

Después de aquellas primeras grietas, el 9 de noviembre de 1989, hace hoy veintitrés años, los alemanes tiraron el muro abajo. Con martillos, picos, palas y a mano limpia, los berlineses nunca divididos arremetieron contra aquel fantasma pétreo que había separado familias, amistades, amores y vidas y, sobre sus ruinas, cantaron a Beethoven.

Fue entonces que volvieron del pasado las historias de quienes habían intentado huir del Este al Oeste de Berlín, por abajo a través de túneles, por arriba en globos aerostáticos, a la carrera en desafío abierto a las balas que llegaban desde las torres de vigilancia. Pocos lo lograron. El resto cayó en la intentona hasta que las autoridades de la República Democrática Alemana (DRA), la comunista, vaciaron los alrededores del muro y abrieron una gran tierra de nadie, con alambres electrificados, patrullas permanentes y dispositivos electrónicos de alerta para impedir lo que aquellos pocos habían logrado: huir hacia la libertad.

Conrad Schumann
Conrad Schumann

El primero que lo consiguió fue el soldado Conrad Schumann. Fue también el que comprendió más rápido qué era lo que se venía y qué era lo que debía hacer. Su historia, épica y trágica, la de un héroe griego, le pesó toda la vida y lo llevó a la muerte.

Lo que queda hoy de Schumann, su legado si es que hubo uno, es una foto símbolo de su salto desesperado, mitad pájaro, mitad desesperación, sobre las alambradas de púas que fueron la piedra fundamental del Muro de Berlín.

Schumann saltó el 15 de agosto de 1961, cuando el Muro no tenía siquiera dos días enteros de vida. Y si hay una foto, y hay muchas, es porque hubo un fotógrafo, pícaro y alerta, que pescó el instante exacto: Schumann parece trepar por sobre el alambre de púas tendido en el suelo de la famosa Bernauer Strasse, mientras con un gesto veloz se desembaraza de su fusil PPSh-41, de fabricación soviética, cosa de no caer armado del otro lado. Ya en el sector oeste de Berlín, Schumann corre unos metros hasta dar de lleno con la puerta abierta de una camioneta policial de la República Federal de Alemania RFA, la occidental, que se lo lleva veloz hacia su destino impredecible.

El primer desertor alemán del mundo comunista se había salido con la suya.

Schumann había dejado de ser
Schumann había dejado de ser quien era para convertirse en un símbolo de la Guerra Fría

El 13 de agosto de 1961, cuando la Alemania del Este, dividió en dos a Berlín y en cuatro al país, Schumann era un chico de 19 años que había nacido el 28 de marzo de 1942, cuando la Alemania nazi todavía estaba en su apogeo, pero iniciaba acaso sin notarlo su larga y catastrófica caída. Schumann había nacido en Zschochau, Baviera, en una familia de pastores de ovejas, y se alistó a los diecinueve años en la policía del sector Este de Berlín, dominado por la URSS y dirigido por Walter Ulbricht, un estaliniano confeso que rigió con mano de hierro los destinos paupérrimos de aquella Berlín de posguerra.

El Muro se alzó también con el visto bueno de Occidente. La crisis migratoria del Este al Oeste de Alemania primero y de Berlín después, había vaciado el sector comunista de técnicos, médicos, maestros, artesanos y de decenas de profesionales que buscaban mejor paga y mayor libertad. Eran mejores los sueldos en el Oeste que en el Este. Quienes trabajaban en el Oeste y vivían en el Este gozaban de una pequeña fortuna mensual, muy superior a quienes vivían y trabajaban en el Este. A los habitantes del Oeste les era muy barato comprar alimentos en el Este y la URSS se veía obligada a alimentar a los berlineses de ambos lados, lo que ponía furioso a Nikita Khruschev.

En junio de 1961, dos meses antes del Muro, en una tensa conferencia con el presidente de Estados Unidos, John Kennedy, Khruschev había amenazado con una guerra por Berlín. Kennedy volvió a su país y preguntó cuántas vidas americanas podía costar una guerra con la URSS que derivaría, casi con certeza, en un conflicto atómico. Los cálculos hablaban de más de cien millones de muertos, casi la mitad del país. Kennedy supo que no habría guerra y Khruschev se sintió autorizado para dividir a Berlín con un Muro.

Peter Leibing fue el fotógrafo
Peter Leibing fue el fotógrafo

Por las dudas, el domingo 13 de agosto de ese año, el año que vivimos en peligro, emplazó a lo largo de los cuarenta y dos kilómetros de flamante frontera un mar de alambres de púas, postes de madera y precarios puestos de vigilancia. Si Occidente protestaba, siempre se podía volver atrás. Pero Occidente calló y, con los meses, el cemento reemplazó a los alambres.

Pero eso fue con los meses. Conrad Schumann fue uno de los soldados que participaron de la “Operation Rose”, como se conoció el operativo de dividir a Berlín. En las siguientes cuarenta y ocho horas, junto a sus jóvenes camaradas, muchos como él no llegaban a los veinte años, vio lo que jamás había imaginado: familias enteras divididas, amores y amistades separados, incluidos los jóvenes que se habían ido de juerga al Oeste el sábado por la noche y ahora no podían regresar a casa, o sí podían volver, pero a una vida impensada; las protestas eran acalladas con bombas de gas, o con chorros de agua mientras los jóvenes custodios del muro en embrión, recibían insultos que los igualaban a los guardias de los campos de concentración del flamante pasado alemán.

Schumann decidió su destino en dos días. El 15 de agosto supo que iba a saltar al otro lado, que iba a dejar atrás su casa y su familia para empezar de nuevo en Berlín Occidental. La mañana de la fuga, lo vieron tantear varias veces con sus botas el vallado de púas de Bernauer Strasse. Lo vieron sus camaradas y una multitud de dolientes occidentales, tan alemanes y divididos como los del Este, que pugnaban por recuperar lo que tardaría treinta y siete años en volver, la Alemania unificada.

Del otro lado del muro de púas, estaba la otra parte de la historia. Un chico apenas un año mayor que Schumann que se llamaba Peter Leibing y que se ganaba la vida como fotógrafo de la agencia Conty Press de Hamburgo. Se había largado a Berlín, casi doscientos cincuenta kilómetros, con el espíritu y la sed de los veinte años y la certeza de los grandes profesionales: buscaba una imagen que hiciera historia. Leibing vio a Schumann varias veces tantear con su bota el vallado de púas, de modo que deambuló por la zona sin perderlo de vista y con su cámara lista, luz y distancia, para lo que fuese a suceder.

Fue como si todo el mundo hubiese sabido lo que iba a suceder. Una camioneta policial de Berlín Oeste se detuvo cerca de donde patrullaba Schumann que, de pronto, vio que sus camaradas desaparecían de su vista a la vuelta de una esquina. Azar o premeditación, lo dejaron solo. Leibing ni lo pensó, tomó su cámara y enfocó a Schumann que, a las cuatro de la tarde de ese martes, tiró su cigarrillo, empezó a correr hacia adelante, pisó apenas, en medio del salto, la alambrada de púas, se deshizo de su fusil y cayó casi en brazos de la policía del Oeste.

Fueron unos pocos segundos que Leibing captó, foto a foto, con la mano helada de los grandes artistas. “No pensé en nada. O casi. Tenía la mente en blanco y un único pensamiento: ‘No quiero morir aquí, corriendo’. Todo duró cuatro o cinco segundos”, recordaría, o diría recordar, años después.

Leibing se ganaba la vida
Leibing se ganaba la vida como fotógrafo de la agencia Conty Press de Hamburgo y buscaba una imagen que hiciera historia

Schumann había dejado de ser quien era para convertirse en un símbolo de la Guerra Fría. La foto de Leibing dio la vuelta al mundo, ganó premios y medallas. Hay un film muy corto que muestra la huida de Schumann y su final feliz, que sería acaso el último final feliz de su vida. Se estableció en Berlín Occidental, conoció a su mujer, Kunigunde, tuvo un hijo y se perdió en la historia.

Lo devolvió a la fama Ronald Reagan. El 12 de junio de 1987, de espaldas al Muro y frente a la Puerta de Brandeburgo, Reagan desafió a Gorbachov con un discurso que llevaba el sello de su jefe de discursos Anthony Dolan: “Señor Secretario General Gorbachov, si usted busca la paz, si usted busca la prosperidad para la Unión Soviética y para el Este de Europa, si usted busca la libertad, venga a esta Puerta, señor Gorbachov, abra esta puerta. Señor Gorbachov, ¡tire abajo este muro!”. De inmediato, Schumann regresó del pasado y apareció fotografiado junto a la pareja presidencial de Estados Unidos.

Admitió entonces, cuando lo entrevistaron como héroe del ayer y símbolo vivo de la Guerra Fría, que había caído en el alcohol durante una decena de años, que había sido albañil, enfermero y empleado de la fábrica de automotores Audi en Ingolstadt. Se fotografió entonces frente al Muro todavía en pie, con la foto ampliada que Leibing había lanzado a la fama y que Schumann tenía en el comedor de su casa de Baviera, junto a la que lo mostraba al lado de Ronald y Nancy Reagan.

Dijo que jamás se había arrepentido de aquel salto: “Estoy orgulloso de lo que hice –dijo al Corriere della Sera– Corrí un gran peligro, rompí con mi pasado y empecé a soportar una intensa presión”.

Conrad Schumann fue uno de
Conrad Schumann fue uno de los soldados que participaron de la “Operation Rose”, como se conoció el operativo de dividir a Berlín

Pero nunca es fácil romper con el pasado. Sus padres le habían escrito decenas de cartas en las que le imploraban que regresara a Berlín Oriental. Cuando Schumann por fin lo hizo, ya caído el Muro, descubrió que esas cartas familiares habían sido dictadas por la Stasi, la temible policía secreta comunista. De nuevo en su tierra, descubrió algo más, y más doloroso: “Cuando volví, descubrí que mi gesto nunca había aceptado por algunos parientes y por viejos amigos que ya no quisieron hablar conmigo. Pero la verdad es que sólo desde el9 de noviembre de 1989 me sentí realmente libre”.

Schumann nunca pudo sobrellevar ni el vacío de sus amigos, que le reprocharon su traición al mundo comunista, ni el reproche en términos parecidos que le hicieron sus padres y hermanos, a quienes dudaba visitar en la vieja casa familiar de Sajonia. Algo se había roto en él antes, durante o después de su huida legendaria y de la caída de aquel fantasma de piedra que de una manera muy especial había moldeado su vida.

El 20 de junio de 1998 lo hallaron colgado de un árbol cerca de Riesa y de la ciudad de Kipfenberg, en la Alta Baviera, casi a orillas del Elba. Tenía 56 años.

Su salto a la libertad es hoy monumento nacional en Alemania.

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