El sábado 8 de octubre de 2011, en una quinta familiar llamada Las Quemadillas, en las afueras de la ciudad española de Córdoba, alrededor de las cinco de la tarde, José Bretón cometió el delito más abominable que pueda llevar a cabo un ser humano. Mató a sus dos hijos: Ruth de 6 años y José de 2.
En su llamada a emergencias a las 18.41 dijo llorando que los había perdido en el parque.
La búsqueda que comenzó con las autoridades pensando en un secuestro de un pederasta terminó, pocos días después, en la finca de la familia Bretón. En un rincón de la propiedad, en medio de los naranjos, se veían los restos de lo que parecía haber sido una enorme hoguera.
Controlador, maniático y obsesivo
José Bretón nació en Córdoba, España, en 1973, en una familia de clase media. Estudió en un colegio religioso y, más tarde, se enroló en el ejército. Hasta ahí, era un chico como todos. En 1994 fue destinado a Bosnia. La experiencia fue pésima y eso lo llevó a dejar el ejército. Unos meses más tarde conoció a Ruth Ortiz, quien estudiaba veterinaria.
En el año 2002 se casaron y se trasladaron a Almería, primero, y a Huelva, después. En ese lapso de sus vidas nacieron sus dos hijos a los que les pusieron sus mismos nombres: Ruth y José. La primera llegó al mundo el 2 de octubre de 2005 y el segundo, el 10 de septiembre de 2009. Una clásica familia tipo de vida acomodada.
Si bien José tenía un coeficiente intelectual privilegiado, lo cierto es que su psiquis hacía agua por los cuatro costados. Estaba obsesionado con el personaje de Jack Nicholson en la película de terror El Resplandor. Sus manías y sus ideas fijas terminaron agotando a su mujer. Ruth era infeliz. Comenzó terapia y eso la ayudó a pensar que debía divorciarse, la mente de su marido parecía estar enferma.
En su diario personal, José, escribió: “Tengo muchas manías, soy escrupuloso, me molesta todo... que se sorban los mocos, escuchar comer”. También plasmó en esas páginas sus celos. Estaba convencido de que su mujer lo engañaba. Al mismo tiempo, calculaba el costo económico de declarar una guerra matrimonial: “Custodia total, madre. Fines de semana, alternos. Libertad de ver. Ortodoncia, gafas, clases de apoyo, coche mío, ajuar, gastos 70/30. Inventario. Bloquear cuenta. Ruth no existe”. La locura puede escribirse.
La pareja venía trastabillando y, el 15 de septiembre de 2011, Ruth se decidió: le pidió el divorcio. No fue capaz de intuir el infierno que esto desencadenaría.
José Bretón terminó con ayuda psiquiátrica. Intentaron seguir con la pareja un poco más, pero la situación se tornó imposible. Desesperado, ante el inminente “abandono”, José probó acercarse a su mujer por última vez: “Los niños y tú sois mi familia y no quiero renunciar a vosotros. Démosles una vida ideal, poder pasear, llevarlos al colegio, viajar, llevarlos al médico. ¿Tanta repelencia te produzco?”, le escribió.
Ella no se dejó conmover.
Planear la peor venganza
Ruth le dijo al psicólogo Francisco Márquez Pérez que sentía que había estado viviendo con “un lobo con piel de cordero”. Le reconoció al profesional que sufría continuo maltrato psíquico y describió a José como un “machista, controlador, celoso y obsesivo”. Ruth había perdido la autoestima, tenía trastornos de la alimentación y del sueño y fue diagnosticada con depresión.
José, por su parte, no podía tolerar que Ruth deseara una vida lejos de él. Matarla no era para él castigo suficiente. Por eso, ideó el peor de los flagelos: Ruth se arrepentiría para siempre y con toda su alma haberlo dejado.
Como ex militar, José se consideraba experto en estrategias. Su plan era asesinar a sus dos hijos y que sus cuerpos no aparecieran jamás, eso sería lo que más haría sufrir a Ruth Ortiz. La pena y la angustia se prolongarían en el tiempo. Lo calculó todo con precisión. Cómo y dónde. Fue metódico.
-Le pidió un turno a su psiquiatra, quien lo había tratado años atrás. Fue a la consulta y consiguió que le recetara ansiolíticos y antidepresivos (Orfidal y Motivan). El 29 de septiembre compró los medicamentos.
-El 5 de octubre acopió leña y la llevó a la quinta. Necesitaría mucha para la gran hoguera que tenía pensada.
-Entre el 5 y el 6 del mismo mes, compró gran cantidad de combustible en la ciudad de Huelva y lo guardó en el baúl de su auto.
-El 6 de octubre por la mañana ensayó con sus sobrinos, los hijos de Catalina Bretón y José Ortega, mientras los llevaba al colegio. Los dejó un rato en la plaza. Quería pensar cómo podría ser creíble una desaparición de menores y cómo podían reaccionar ellos al verse solos.
El 7 de octubre fue a buscar a sus hijos a Huelva y, aprovechando que tenía permiso para tenerlos todo el fin de semana, fueron a la ciudad de Córdoba. Primero visitaron a los abuelos paternos. Un poco después, los llevó a la casa de su hermana Catalina. Los dejó jugando con sus primos. Los chicos estaban divertidos. Mientras, él aprovechó y condujo hasta la quinta familiar. Tenía que preparar el escenario y la pira funeraria. Descargó, escondió el combustible y organizó la leña en el lugar escogido.
Luego, regresó a la ciudad y le propuso a sus dos hermanos -Catalina y Rafael Bretón- ir al día siguiente con sus respectivos hijos a un parque infantil llamado la Ciudad de los Niños. Dejó la divertida idea en el aire, sin concretar, era solo una coartada distractiva.
Ejecutar el horror
La mañana del sábado 8 de octubre, José y sus hijos estuvieron en lo de Catalina hasta las 13.30. José había quedado a cargo de sus sobrinos mientras Catalina y su marido hacían las compras en un hipermercado. Al volver, José Ortega llevó a José Bretón y a sus hijos a la casa de sus suegros. Ahí tenían el auto: un Opel Zafira. José Bretón les dijo a sus padres que tenía que almorzar con unos amigos. Era mentira. Subió con sus hijos al coche y se dirigió hacia la quinta Las Quemadillas.
En el trayecto de auto habría empezado a suministrarles a los pequeños los medicamentos mezclados con bebidas. Llegaron cerca de las 13.48. Los chicos ya estaban adormecidos. Llamó a su mujer Ruth, pero no la encontró. ¿Qué querría decirle?
Prosiguió con su plan. Durante el almuerzo, los niños habrían sido fuertemente sedados. En un lugar que no se veía desde el exterior de la quinta, José terminó de preparar la gigante montaña de leña entre unos árboles frutales. Colocó allí los cuerpos dormidos de sus hijos. Los cubrió con una mesa metálica y, sin dudarlo, roció el escenario y a los pequeños, que aún respiraban, con combustible. Encendió el fuego.
Usó un total de 250 kilos de leña y 80 litros de gasoil. Los mil doscientos grados de temperatura lo consumieron todo. Las quemadillas, vaya nombre significativo, se había convertido en un horno crematorio.
Se quedó ahí, como de guardia, vigilando esa hoguera humana, hasta las 17.30.
Acto seguido se subió a su Opel y manejó hasta el parque Cruz Conde donde estacionó a las 18.01. Tomó el celular y le mandó mensajes a su hermano Rafael. Le hizo creer que estaba con sus hijos. También llamó a su madre.
A las 18.18 llamó de nuevo a Rafael y le dijo nervioso que había perdido a los chicos. Su hermano y su cuñado fueron inmediatamente hasta el lugar para ayudarlo a buscar a los menores. A las 18.41 José llamó al 112 para denunciar oficialmente la desaparición de los pequeños Ruth y José. Contó que estaban en el parque, que él se distrajo por unos momentos y que, cuando levantó la vista, ellos ya no estaban en las hamacas. Su voz sonaba quebrada, pero no transmitía emociones y la desesperación de ese padre parecía fingida. Precisamente eso es lo que recordarían, durante el juicio, los que recibieron la llamada.
A las 20.43 José fue con sus familiares a la comisaría de la Policía Nacional de Córdoba. No pasó demasiado tiempo hasta que las autoridades dieron con las cámaras de seguridad de las rutas que había tomado José Bretón el sábado 8. En las imágenes se veía perfectamente que sus hijos no estaban en el auto mientras él conducía hacia los jardines de Cruz Conde. En otros registros fílmicos se lo veía traspasando la reja del parque... solo. Había mentido.
Ruth Ortiz se enteró de lo ocurrido por su hermano. Su abogada le aconsejó que denunciara, esa misma noche, las “vejaciones y presiones” que venía padeciendo durante el proceso de divorcio. Los medios de prensa y los investigadores pararon sus antenas: focalizaron su mirada en el padre de los chicos.
Recién a las 5 de la mañana del domingo 9 de octubre, Ruth logró hablar con José Bretón quien le dijo fríamente: “Me ha tocado perder a los niños, qué se le va a hacer”. Ella recordó, enseguida, aquella vez que lo había escuchado prometer que no se iría de este mundo “sin matar a nadie”. Se dio cuenta de que jamás volvería a ver a sus hijos. Había convivido con un psicópata.
Once peritos y un dictamen
En la primera requisa en la finca familiar los peritos descubrieron los restos de una hoguera. Entre las cenizas ennegrecidas hallaron lo que parecían ser pequeños huesos. Los primeros análisis concluyeron que eran restos animales, de roedores y de un perro. Una negligencia de la antropóloga forense de la Policía Científica, Josefina Lamas.
Mientras esto sucedía, las contradicciones de José Bretón sumadas a las imágenes de las cámaras obtenidas condujeron a su detención. Los primeros exámenes psicológicos no delataron problemas mentales en el detenido. Si hay algo difícil de medir es la demencia de los inteligentes.
Seis meses después de la desaparición de los chicos, los testimonios recabados desnudaron la verdad: José Bretón buscaba una cruel venganza por el divorcio propuesto por Ruth Ortiz. La madre pidió una nueva pericia sobre los restos hallados en la hoguera. El antropólogo Francisco Etxeberria examinó las muestras recolectadas y descubrió pequeñísimos fragmentos óseos humanos. Un tercer análisis del experto José María Bermúdez de Castro, el 27 de agosto de 2012, lo confirmó.
Dos meses después, once antropólogos forenses de la Universidad Complutense de Madrid, afirmaron que, aunque estaban muy deteriorados, los restos efectivamente eran humanos. Esas dos pequeñas vidas habían sido consumidas por las llamas.
A casi un año de los homicidios, el 5 de septiembre de 2012, José Bretón fue acusado de haber asesinado a sus hijos con premeditación y alevosía.
Un violento que no parecía machista
El 17 de junio de 2013 arrancó el juicio ante un jurado popular compuesto por siete hombres y siete mujeres. El experto en psiquiatría forense Miguel Gaona declaró que Bretón no parecía tener ningún trastorno de la personalidad y que su perfil no coincidía con una persona maltratadora o machista. De hecho, era un obsesivo de las tareas hogareñas: planchaba, cocinaba, llevaba a los chicos al colegio, al médico... como los mejores padres modernos. Sus amigos corroboraron esto. Sin embargo, esa imagen no coincidía para nada con la que tenía de él su mujer Ruth.
Durante el juicio, José Bretón negó haberles suministrado pastillas a sus hijos y aseguró que ellos eran su “mayor alegría” en la vida y que “mis hijos no me temen, me adoran y yo les quiero a ellos con locura”. Locura, justamente. Ese padre frío, sereno, ponía los pelos de punta a los presentes. Jamás perdió la calma, ni siquiera cuando su ex mujer le gritó, en la cara “monstruo asesino”.
Los crímenes de José Bretón constituyeron el primer caso de violencia vicaria en España. Así se denomina a la violencia intrafamiliar ejecutada, de manera consciente, sobre alguien para causar dolor a un tercero. En este caso, José Bretón había castigado a Ruth matando de manera brutal a sus hijos.
Se comprobó durante el juicio que José había planeado el crimen, para dar rienda suelta al rencor que experimentaba, durante al menos dos semanas. Declararon los trabajadores de la estación de servicio de Huelva, donde Bretón compró el combustible; también los vecinos de la quinta que dijeron haber olido un desagradable aroma a quemado. Los familiares de José Bretón se negaron a testimoniar.
El primo de Ruth, Juan David López, sostuvo en su declaración que en tres oportunidades José le había dado a entender que había matado a los niños. También, le había asegurado que jamás los encontrarían y le había reconocido que le hubiese gustado decir la verdad, pero que se había justificado alegando “cómo se lo cuento a mi padre”.
José Bretón tomó la palabra en la última audiencia del juicio para declararse “inocente de los hechos”. La fiscal señaló que había demasiadas pruebas de que él había asesinado “de la forma más cruel posible” a los niños para luego deshacerse de sus cuerpos con el fuego.
El 22 de julio de 2013 fue condenado, por unanimidad, a 40 años de cárcel. En marzo de 2015, rebajaron su condena a 25 años (eso fue posible porque todavía no se había reformado el Código Penal que permite la prisión permanente y revisable).
José Bretón podrá salir de la prisión Herrera de la Mancha en 2036. Tendrá 65 años.
La verdad es triste y no tiene remedio
En sus primeros tiempos en la cárcel, intentó seguir manipulando la realidad. Envió cartas a los medios periodísticos asegurando que había gente que se había comunicado con él para decirle que sabía dónde estaban sus hijos. También inventó que la pequeña Ruth le había escrito a su abuela materna una carta donde decía “las personas que nos cuidan quieren hablar con papito. Por favor, abuela Obdulia, dejad que papito salga”.
A Ruth solo escuchar de él, le eriza la piel. Su ex le sigue provocando temor. En 2015, ella le declaró al medio El Periódico: “No hay mayor maltrato psicológico que te puedan infligir que asesinar a tus hijos, porque la muerte de tus hijos te la llevas a la tumba, dura siempre”. Y aclaró, también, que la pena a 25 años le parecía injusta: “Su madre mientras viva puede ir a verlo a la cárcel, pero yo a mis hijos no los puedo volver a ver. Los años que esté en prisión pueden estar alimentando su venganza. No debería salir libre (...) He deseado su muerte y, desde luego, no habría cosa en este mundo que me aliviaría más que saber que ha muerto. El odio se queda corto para lo que siento (...) El mejor homenaje para mis hijos son mis ganas de seguir luchando para hacer todo lo posible por evitar asesinatos como los de ellos, no callar lo que pasó para que nunca se olvide y no se vuelva a repetir”.
El 17 de octubre de 2017, Ruth Ortiz consiguió la anulación de su matrimonio religioso con José Bretón.
Los psiquiatras que lo estudiaron en profundidad llegaron a la conclusión de que es un psicópata completo: narcisista, autoritario, rencoroso, acaparador, celoso, controlador, obsesivo, agresivo, con cero empatía y ninguna capacidad para perdonar o tolerar nada.
Sus quejas y manías continuaron tras las rejas. Enfermo por la limpieza, debió ser trasladado varias veces de cárcel. Tiene por costumbre usar tapones en los oídos para no escuchar cómo comen los demás presos. No soporta el ruido. Usa tres rollos de papel higiénico por semana y no toca nada si antes no lo limpia a conciencia.
En octubre de 2016, cuando se cumplía el quinto aniversario de los crímenes, José Bretón se abrió el cuello con una navaja de afeitar. Lo salvaron. No era la primera vez que lo intentaba, era la tercera. Y él seguía sosteniendo su inocencia.
En marzo de 2017 la familia Bretón puso en venta el escenario del crimen, la enorme quinta de una hectárea y sus naranjos. Pedían 180 mil euros. En 2019 un amigo de la familia compró una parte y, el año pasado, lograron vender las dos casas que estaban ya muy deterioradas.
La única que lo visita todavía es su madre Antonia. Es un preso con buena conducta que trabaja en la prisión como ordenanza y en la enfermería y cobra 90 euros al mes.
Hablar... al fin
Luego de cumplir un cuarto de la condena, los presos suelen tener posibilidades de solicitar permisos para salidas de la prisión, pero es una condición que hayan reconocido el delito y muestren arrepentimiento. Por eso, algunos creen que el reconocimiento del crimen que hizo, por primera vez, José Bretón el pasado mes de septiembre, es solo una artimaña y que no se ha arrepentido verdaderamente. Solo querría acceder a esos permisos de salida. A diez años del crimen, José Bretón habló. El que tuvo la primicia y lo contó fue el periodista Pedro Simón del diario El Mundo.
Todo ocurrió entre el 12 de mayo y el 31 de julio de 2021, en la cárcel Herrera de la Mancha donde está alojado. Trece presos por horribles crímenes y varios psicólogos, sentados en círculo, participaron en diez sesiones de terapia. Fue así que José Bretón confesó. En la primera sesión se presentó diciendo: “Hola, me llamo José Bretón y estoy aquí por haber asesinado a mis hijos: a mi José y a mi Ruth”. Luego agregó: “Estuve 15 días planeándolo todo, porque quería hacerle daño a ella. Tranquilos, que los niños no sufrieron, yo jamás les haría daño. Lo que yo hice es lo peor que puede hacer un ser humano”. En esto último no miente.
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