Fue salvaje, vorazmente seductor; a veces, primitivo; capaz de una violencia feroz, pero también de una ternura infinita y de la más absoluta lealtad con sus amigos y las mujeres que amó.
Brigitte Bardot, su partenaire en Historias extraordinarias (1968), de Federico Fellini, y una de las pocas personas queridas por Alain Delon que sobreviven para saludarlo hoy en su cumpleaños, lo describió hace una década como “una fiera, uno de esos animales preciosos e indomables en vías de extinción”.
Proteccionista, como el actor, comparte con él el doble estigma de haber pasado de ser los grandes símbolos sexuales de los franceses –y del mundo entero–, a figuras siempre al borde de la cancelación por sus declaraciones misóginas, homofóbicas y racistas.
“Es un monstruo sagrado”, dijo sobre él el director del Festival de Cannes, Thierry Fremaux, como respuesta ante la polémica que había desatado en algunos grupos feministas que le entregaran la Palma de Oro honoraria, en mayo de 2019, apenas tres meses antes de que sufriera el ACV por el que debió ser operado en el hospital parisino de la Pitié-Salpétriere.
Hasta el funeral de su entrañable compañero Jean-Paul Belmondo, en septiembre pasado, aquella había sido su última aparición en público, salvo por las fotos esporádicas que publicaron en Instagram sus hijos Anthony y Anoushka durante su rehabilitación en Suiza, y el reportaje que, con fidelidad canina, concedió en abril de este año en La Brulerie –su santuario de Douchy, al Sur de Francia–, a uno de los periodistas que más lo conocen, Cyril Viguier, para el especial “Alain Delon enfrenta al mundo”, que emitió en julio TV5 Monde, y anticipó la revista Paris Match, donde el actor de El samurai (1960), Rocco y sus hermanos (1960), El eclipse (1962) y Nuestra historia (1984), suele confesarse.
En esa revista dijo en 2018 que quería ser enterrado junto a sus perros, en la Capilla del legendario chateau que compró en 1971 y donde ya tiene un lugar reservado para cuando llegue el momento. Es que, así como muchos franceses lo llaman el gatopardo, por la película basada en la novela de Lampedusa que filmó a las órdenes de Luchino Visconti en el 63, tal vez nadie como este Delon de 86 años haría mejor en una eventual remake el papel de aquel encantador de serpientes cansado y melancólico que entonces interpretó con maestría Burt Lancaster.
Y, sin embargo, Delon es un perro. Leal, como un perro. Feroz, como un perro. Territorial, como un perro, que ya hasta tiene marcado el lugar de su refugio en donde quiere descansar después de muerto. Delon es hoy un perro que está solo, como un perro malo. Indomable. Sagrado. Es natural que se identifique con ellos.
Lo dice Viguier: “Nunca pudo funcionar en manada, como su adorado Belmondo”. En ese sentido, el confinamiento por la pandemia, para él fue menos duro que para otras personas de su edad: “Le sirvió para regenerarse después de su ACV, porque su naturaleza es solitaria”.
La diferencia ahora es que ya no elige esa soledad.
Pese al bastón, físicamente, está recuperado. Pero el propio actor dice en la entrevista de TV5 Monde que ya no se siente bien consigo mismo ni siquiera en Douchy: “No es fácil. Hay hijos (tiene también a Alain-Fabien, que como Anouchka, es fruto de su relación con la modelo Rosalie van Breemen; y a Ari Boulogne, con la cantante alemana Nico, a quien nunca reconoció) herencias, demasiadas cosas. Es muy complicado pensar todo el tiempo en el fin de la vida, y yo puedo morirme en cualquier momento”.
En esa charla con Virguier dijo algo que hoy parece improbable. Quería hacer una última película, y ser dirigido por una mujer, para irse en paz. Pero eso fue antes de que lo de Bébel terminara de devastarlo.
Es cierto que muchas veces habló de la muerte, y ha tenido profundas depresiones que fueron públicas, como cuando van Breemen, su última pareja oficial, lo dejó por un empresario, hace veinte años. Por entonces, admitió a Paris Match: “No dejaría que sea Dios el que elija el día de mi muerte”.
Acababa de perder a uno de sus perros favoritos, Poeky, y el actor que adoraron Antonioni y Godard admitió pensar “con mucha frecuencia” en la idea de quitarse la vida: “Tengo delante de mis ojos la escena”.
De hecho, se ha pronunciado en muchas oportunidades a favor de la eutanasia –y de la pena de muerte, lo que además de su amistad con el ultraderechista Jean-Marie Le Pen y de expresiones como que los homosexuales no deberían adoptar, y que “si ser macho es haber dado una cachetada, entonces soy macho, pero a mí también me pegaron”, le valieron infinidad de críticas–, un derecho al que, temen algunos, podría acceder como ciudadano suizo.
Es cierto que hace más de una década que coquetea con la muerte, como cuando, en 2017, al despedirse de Mireille Darc, su mujer por 15 años, de 1968 al 1982, pero su gran confidente para siempre, dijo: “No es que con ella se va una parte de mi vida, sino mi vida entera. Sin ella, estoy listo para irme yo también”.
Y, de nuevo, al año siguiente, cuando aseguró en el especial de Paris Match por los 60 años de su carrera: “La vida me importa poco. Lo he visto todo. Pero sobre todo, odio esta época, me da ganas de vomitar”.
También en esa última presentación pública antes del funeral de Bébel, cuando fue homenajeado en Cannes, el lugar exacto en el que comenzó su romance con la cámara, en 1956, de la mano de la actriz Brigitte Auber, que lo llevó por primera vez al festival como su acompañante. Al recibir la Palma de Oro de manos de su hija preferida y la única con la que no tiene una relación conflictiva –el menor, Alain-Fabien, lo acusó en 2014 ante Vanity Fair de “machista, xenófobo, violento, y siempre listo para humillar a su familia y a sus numerosas mujeres con fría ferocidad”–, dijo que la consideraba “un premio póstumo en vida”.
Sentía que su carrera y su vida eran lo mismo, y se habían terminado. Tres meses después, tuvo el ACV que impuso un replanteo personal y un relativo acercamiento familiar.
Pero este año, además de a su compañero de aventuras desde Borsalino (1974), perdió a su primera esposa, Nathalie Delon, madre de Anthony, con la que estuvo casado entre 1964 y 1969. “Fue la única Madame Delon. Fui parte de su vida, fue parte de la mía. Duele siempre ver partir a los que amamos”, dijo en un video que grabó para el Instagram de su hijo.
Por eso, la partida de Belmondo fue un golpe tan dramático. “Estoy completamente devastado. Voy a intentar aguantar para no hacer lo mismo en cinco horas –se quebró ante Radio Europe 1–. No estaría mal que nos fuéramos los dos juntos, igual que empezamos juntos hace 60 años. Hemos hecho el cine francés, los dos, él y yo, somos dos iconos del cine francés, no se puede hablar de uno sin el otro. Tenemos la misma edad, no tardará en pasarme a mí también”.
En la ceremonia, en la iglesia de Saint-Germain-des-Prés, se abrazó llorando al ataúd, y el mundo lloró con él. “Jean (Gabin), Lino (Ventura), Romy (Schneider)… Todos están muertos”. El macho fuerte, el hombre más bello de la historia, estaba roto, irremediablemente.
Delon, ese hombre perro, el perro hermoso, el perro bravo, solitario y malo, siempre dijo que su parte más sensible era el corazón. Algunos dicen que nunca se recuperó de su ruptura con Van Breemen, pero él declaró más de una vez que a quien más extraña en su vida es Schneider, su primer gran amor. “El primero, el más grande y el más triste”, según le dijo a Vanity Fair en una entrevista en la que confesó que aún lleva con él a todas partes, en el bolsillo interior de su saco, la foto que le sacó a la actriz, ya muerta, sobre su cama, en 1982. La había dejado por Nathalie casi dos décadas antes, con un ramo de rosas y una nota en la que le juraba: “Te devuelvo tu libertad, te dejo mi corazón”.
Cumplió. Hace tres años, el 22 de septiembre de 2018, fue personalmente a la redacción de Le Figaro con una nota manuscrita que quería que publicaran al día siguiente: “Rosemarie Albach-Retty, Romy Schneider. Habría cumplido 80 años hoy. Que aquellos y aquellas que te amaron y que te siguen amando tengan un pensamiento por ella. Gracias. Alain Delon”.
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