El otoño madrileño se mostraba benigno la tarde del viernes 21 de noviembre de 1971 cuando la galería Theo abrió sus puertas para la fiesta de inauguración de una exposición que se las traía: la exhibición de veintisiete obras de Pablo Picasso, parte de un conjunto de cerca de trescientas conocida como la “Suite Vollard”.
A las cinco y diez, una solitaria empleada de nombre Ana Escardó y el único visitante presente fueron sorprendidos por seis hombres vestidos de idéntica manera con camisas azules, boinas y anteojos oscuros del mismo color, que irrumpieron en la galería, amenazaron a la mujer con navajas al grito de “¡Cerda marxista!” y apalearon hombre por el solo hecho de estar ahí.
El grupo actuó con un claro conocimiento del lugar. Mientras uno de sus integrantes mantenía amenazados a la empleada y el visitante, los otros cinco se repartieron por la galería y fueron arrojando pintura roja y ácido sobre las obras del pintor malagueño que ya estaban colgadas de las paredes. Como si eso fuera poco, las golpearon con mazas y las rajaron a navajazos.
La acción transcurrió en apenas cinco minutos. Cuando los atacantes se retiraron, 25 obras habían quedado destruidas, otras dos habían desaparecido y en una de las paredes se veía una pintada que identificaba a los autores del atentado como “Comando de lucha antimarxista”.
La Guardia Civil demoró en aparecer por el lugar, solo para contemplar del desastre causado por el más resonante de una serie de atentados – en Madrid y en Barcelona – perpetrada por comandos de ultraderecha contra los tibios homenajes que el gobierno de Francisco Franco había permitido para “celebrar” el cumpleaños del pintor, de reconocida militancia comunista y que vivía en Francia hacía muchos años.
Entre el odio y la necesidad política
Pablo Picasso había cumplido 90 años el 25 de octubre de ese 1971 y durante los meses anteriores a la fecha la dictadura franquista se había visto en un brete.
El Generalísimo -que llevaba 32 años en el poder y al que todavía le quedaban cuatro antes de que lo sacaran con los pies para adelante del Palacio Real de El Prado - no había querido saber nada con rendir homenaje al autor de el “Guernica”. No le perdonaba a Picasso esa obra de denuncia, ni su pintura –a la que calificaba de “inmoral y decadente”-, y mucho menos su militancia comunista. Lo consideraba un enemigo del régimen, pero también su enemigo personal.
El odio de Picasso hacia Franco no se quedaba a la zaga del que el Generalísimo le profesaba. Desde su exilio francés, el pintor había prometido públicamente:
-Voy a volver a España cuando Franco esté bajo tierra.
Pero las necesidades políticas del gobierno español no coincidían con el rechazo de Franco. Manuel Fraga – hasta poco antes secretario del Consejo de Ministros – veía con preocupación que en la mayoría de los países europeos se estaban organizando exposiciones conmemorativas y actos celebratorios de las nueve décadas de vida del pintor. Y Picasso, le gustara o no al Generalísimo, era un español reconocido en todo el planeta.
Una celebración a regañadientes
No sin trabajo, Fraga convenció a los funcionarios más recalcitrantes de la dictadura para que se permitieran algunas actividades en homenaje al pintor malagueño.
“Pretendieron apropiarse de la idea del artista para dar una mejor imagen de España en el exterior. Era un poco absurda la situación: en los años 60, Picasso ya estaba reconocido como el mejor artista occidental, pero en España apenas se le conocía”, explica la historiadora del arte Nadia Hernández Henche, autora de Picasso en el punto de mira, un libro donde analiza los ataques violentos de la extrema derecha contra el pintor.
Pero se notaba a las claras que la apertura lograda por Fraga era algo forzado. El contraste con Francia, por ejemplo, lo hacía evidente. Mientras el gobierno francés cedió, por primera vez en la historia, la Gran Galería del Louvre para realizar una exposición dedicada a un autor vivo, la dictadura franquista apenas lo nombró “español universal” y académico de honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, organizó un concurso de pintura juvenil y le dedicó una estampilla.
Franco no permitió que ningún museo oficial realizara muestras de la obra de Picasso, aunque aceptó a regañadientes que se hicieran exhibiciones en galerías privadas, como la Theo de Madrid.
La reacción de ultraderecha
A contramano de los deseos de la dictadura, que intentaba superar el mal trance con gestos de poca envergadura, los círculos artísticos y culturales de toda España se movilizaron para rendir homenaje a Picasso. A las exposiciones se sumaron conferencias, publicaciones de libros y otras actividades.
El gobierno toleró algunas, pero reprimió otras como una charla del crítico de arte José María Galván en la Facultad de Ciencias de Madrid. Cuando recién comenzaba, la Guardia Civil irrumpió en la sala, la desalojó y se llevó detenido a Galván, acusado de “incitar al desorden público”.
Paro las reacciones más violentas vinieron de los grupos de ultraderecha. El 28 de octubre – tres días después del cumpleaños de Picasso – un grupo autodenominado Guerrilleros de Cristo Rey difundió un comunicado repudiando los homenajes al pintor: “Picasso, marxista, militante del Partido Comunista español, antipatriota proxeneta, homosexual, pornógrafo e hijo ilegítimo. Si es necesario otro 18 de julio (se refiere al levantamiento contra la República en 1936 que desató la Guerra Civil) para salvar a España estamos dispuestos a ello con todas sus consecuencias, luchando contra los enemigos del interior y exterior, y muy principalmente contra los traidores que al igual que las prostitutas coquetean con el enemigo para poder salvar la carroña y ponzoña en que se han metido”, decía.
De las palabras pasaron a los hechos.
La destrucción de la “Suite Vollard”
La Galería Theo era para 1971 una de las más importantes y modernas de Madrid. Inaugurada cinco años antes por Elvira González y su marido, Fernando Mignoni, se destacaba por organizar muestras de pintores modernos, casi desconocidos para el censurado y opaco panorama cultural permitido por el franquismo.
Desde ese lugar de vanguardia, González y Mignoni se propusieron conseguir obras de la “Suite Vollard” para hacer su muestra conmemorativa de los 90 años de Picasso. Se trataba de una serie de 303 grabados producidos por el pintor malagüeño entre 1930 y 1937 por encargo del Marchant y coleccionista de arte Ambroise Vollard. Como pago por ellas, Vollard le entregó a Picasso obras de Pierre-Auguste Renoir y Paul Cézanne. Luego de la muerte del marchand, en 1939, el conjunto de grabados se fue disgregando en diferentes colecciones distribuidas por Europa y los Estados Unidos.
Para su exposición, González y Mignoni consiguieron a préstamo 27 obras de la serie, pero el público madrileño – con la excepción del visitante tempranero que terminó apaleado – no llegó a verlas. El “Comando de lucha antimarxista” le ganó de mano y las destruyó.
Veinticinco de las obras quedaron destruidas dentro de la galería y dos fueron robadas por el grupo agresor. Curiosamente, años después fueron recuperadas de las colecciones privadas de dos importantes falangistas. La doble vara: podían odiarlo en público pero sabían del valor comercial de las pinturas de su archienemigo.
Los dueños de la Galería Theo no sólo quedaron desolados por la destrucción y el robo de las obras, sino porque el seguro que habían contratado se negó a pagarlas con el argumento de que la cobertura no incluía los atentados de tipo político.
“Nos dolió. Esa cerrazón… fue muy duro. Pero hubo también una reacción positiva en el sector, que se solidarizó con nosotros. Sufrí mucho, pero eso no nos quitó valor para seguir. Y el seguro no pagó, porque había una cláusula en la póliza que excluía los motivos políticos, y aquel atentado los tenía. Pagué yo, porque si no nunca más habría podido trabajar con nadie de fuera. Fue un golpe económico además de moral”, recordó Elvira González más de cuarenta años después en una entrevista que concedió a Vanity Fair.
Una confusión por ignorancia
La elección de la Galería Theo como objetivo de uno de los atentados para repudiar la celebración del cumpleaños de Picasso no solo se debió a la importancia de la muestra sino a la confusión por ignorancia de Blas Piñar, uno de los ideólogos del accionar de los “Guerrilleros de Cristo”.
Piñar, creador del partido de ultraderecha Fuerza Nueva, confundió a las obras de la “Suite Vollard” – que no tenían ninguna connotación de tipo político – con unas viñetas que Picasso había creado en 1937 para acompañar a su “Guernica” en el pabellón español de la Exposición de Paris. La serie en cuestión se llamaba “Sueño y mentira de Franco” y mostraba al Generalísimo en situaciones que lo ponían en ridículo. En una de las viñetas, por ejemplo, Picasso lo había dibujado manteniendo relaciones sexuales con una cerda.
“Los ataques parten de un error. Cuando Piñar se entera de que se exponen los grabados de la ‘Suite Vollard’ en la galería Theo, cree que son los mismos dibujos de ‘Sueño y mentira de Franco”, confirma la historiadora del arte Nadia Hernández Henche.
Blas Piñar jamás reconoció siquiera la falta de conocimiento de la obra de Picasso. Incluso en sus “Memorias”, escritas al final de su vida, cuarenta años después del atentado, siguió sosteniendo que las obras destruidas eran de “Sueño y mentira de Franco”.
La ola de atentados
La destrucción y el robo de los grabados en la Galería Theo fue el pico más alto de la ola de atentados de ultraderecha desatados en repudio por la celebración de los 90 años de Pablo Picasso.
En Madrid, grupos comando destruyeron las vidrieras rotas y los libros y mostradores manchados con pintura roja. Las dos habían organizado actividades alrededor de la figura del pintor malagueño.
En Barcelona, otros grupos atacaron con bombas molotov a la galería de arte Taller de Picasso, lo que provocó un incendio que destruyó las instalaciones y las obras que estaban expuestas. Dos noches después también lanzaron bombas incendiarias contra la librería Cinco D’Oros, en cuyos escaparates se exhibían libros sobre el pintor.
La reacción de Picasso
La destrucción de los grabados de la “Suite Vollard” no sólo causó conmoción en España, sino que ocupó las primeras planas de los diarios del resto de los países europeos. Al día siguiente era un escándalo de nivel internacional, que obligó a la dictadura franquista a reaccionar.
Por la manera en que había sido perpetrado el atentado se sospechaba que el grupo atacante había actuado con anuencia policial, en una especie de “zona liberada”. Las sospechas aumentaron cuando se supo que la Guardia Civil había demorado en llegar y que no había tomado más que testimonios superficiales, sin recoger pruebas en la escena del crimen.
Contra su propia voluntad, las autoridades franquistas debieron actuar. Su celeridad para resolver el caso y detener a los culpables hizo crecer aún más la desconfianza: estaba claro que los funcionarios del franquismo sabían quiénes eran desde un principio.
Menos de 48 horas después del ataque, la Guardia Civil detuvo a los ocho responsables: los seis que habían entrado a la galería y los dos conductores de los vehículos que se usaron en la operación.
-¿Qué siente ante la destrucción de sus obras? – le preguntó un periodista a Pablo Picasso en su exilio francés.
-Eso no es una noticia, sería noticia si quemaran el Prado - respondió
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