Michael Landon consiguió la hazaña de tener enorme éxito en tres series distintas, Bonanza, La familia Ingalls y Camino al Cielo.
Los actores televisivos no suelen reponerse de un gran suceso, no logran despegarse el personaje que los condujo a ser conocidos y millonarios. Michael Landon, como nadie (quizá solo pueda competirle Ted Danson en este rubro), encadenó tres éxitos consecutivos que lo mantuvieron en los hogares por treinta años ininterrumpidos. Entre el final de una serie y la otra nunca pasó más de un año. Siempre encarnó a hombres trabajadores, nobles, con apego a la familia, sanos y con una imposibilidad casi genética para actuar indebidamente. Tanto tiempo en las pantallas confundió al público que creyó que las virtudes de sus personajes eran las del propio Landon. No es extraño: fueron demasiados años en la pantalla (y a eso hay que sumarles las repeticiones posteriores). Pero su vida no fue tan apacible como la de sus creaciones. Fue más sinuosa y problemática. Una infancia dura con una madre con problemas psiquiátricos, varios divorcios escandalosos, adicciones y hasta capacidad de venganza cuando algo no le gustaba.
Eugene Maurice Orowitz nació el 31 de octubre de 1936. En su infancia y juventud sufrió el antisemitismo. También padeció el clima hostil en su casa. Sus padres mantenían una relación violenta. Su madre intentó suicidarse un fin de semana de verano, ahogándose en el mar. Michael se internó en e lagua y la rescató. Ese no fue su único intento de suicidio. Se volvió un chico solitario y poco comunicativo que se refugiaba en las revistas de historietas y en el deporte. Llegó a ser campeón colegial de lanzamiento de jabalina. Esa habilidad deportiva le permitió conseguir una beca universitaria. Pero sólo duró un año ahí. Después ingresó en la escuela de actuación de la Warner Bros al tiempo que trabajaba en una estación de servicio. En pocos meses consiguió el objetivo. Lo vieron y lo contrataron para pequeños papeles en películas menores. Cuando llegó el momento de debutar como actor no necesitó que ningún productor le dijera que necesitaba un seudónimo, un nombre artístico. Algo breve, sonoro y sin ninguna connotación semita. Era algo naturalizado en esos años. Abrió una guía telefónica de Los Angeles, en una página cualquiera, por el medio del libraco, cerró los ojos y apoyó su dedo en una línea. Cuando leyó sufrió una desilusión grande: otro apellido de origen judío. Pero no lo vio como una señal de que debía mantener el suyo (por varios motivos: era demasiado largo, nadie lo hacía y el productor nunca lo hubiera aceptado) sino que volvió a probar. El segundo intento fue el definitivo. El dedo cayó en Landon. Era perfecto. Breve, la música de las enes con la de, la contundencia de la o en la segunda sílaba.
Nunca creyó que ese casting que hizo en 1959 le cambiaría la vida de manera tan contundente.
Un mapa sepia que se consume bajo el fuego, una música repiqueteante y cuatro hombres que galopan desde el horizonte. Sesenta años atrás, se emitía en Estados Unidos el primer capítulo de un programa que se convertiría en parte de la historia de la televisión y que acompañaría a varias generaciones. Bonanza, con su padre adusto pero magnánimo y sus tres hijos varones.
El género de la serie es incierto. Un western familiar, un melodrama a caballo, con toques de humor, unos pocos tiros y diferentes peripecias. El hijo menor era Joe. Impetuoso, comprador y atolondrado, su sonrisa lo sacaba de problemas. Michael Landon con 22 años era el más joven del elenco. Así comenzó su carrera como estrella televisiva.
La fórmula del éxito parece haberla aprendido en Bonanza. Esa fue su escuela. Podría haberse quedado con el éxito, las miles de cartas semanales que le enviaban los fans, con su extraordinario salario y los beneficios colaterales que apareja un boom televisivo extendido en los años. Pero él quiso más. No sólo utilizó el cariño de la gente como argumento para que mejore, año a año, su contrato sino que quiso abrir el monstruo televisivo y ver cómo era por dentro, aprender cuál era el mecanismo que lo ponía en funcionamiento. Así entre sus exigencias contractuales estaban el derecho a participar en los guiones y la obligación de dirigir algunos capítulos por temporada. “Mis capítulos, los primeros en los que estuve al mando, no eran tan buenos como otros, pero sí mejores que algunos de los que teníamos”.
A él le gustaba estar al mando y decidir. La mayoría de los actores se acostumbran a que los demás decidan por ellos, llegar cuando está todo dispuesto. Landon, por el contrario, sostenía: “Si me iba mal no quería que eso sucediera por errores de otros. El que más arriesga siempre en este tipo de proyectos soy yo”.
Después de Bonanza, eligió La Familia Ingalls. Las decisiones creativas serían suyas. Control total. Director, guionista y productor ejecutivo. Tuvo que trabajar mucho para convencer a los ejecutivos del canal que adaptar Una Casa en la Pradera, el libro escrito por Laura Ingalls en 1935 y que ocurría en 1880, era una buena idea. No veían cómo eso podría convertirse en un éxito. Y mucho menos sin otras caras conocidas. Landon se encargó también el casting y descubrió entre otras a Melissa Gilbert, la Laura Ingalls de ficción.
La serie tuvo nueve años de éxito entre dramas familiares y mensajes que instaban al amor y a la vida en familia. Después de que la serie saliera del aire hubo una continuación ya sin él como actor principal pero sí moviendo los hilos detrás de cámaras. También filmaron, en ese año final, tres películas para televisión. Cuando decidieron dar de baja el programa nadie se animaba a comunicar la noticia a Landon, conocido por defender sus productos con furia. Él se enteró antes de la confirmación oficial. Melissa Gilbert en sus memorias cuenta que con la rabia por el destrato planeó una venganza. Para el último capítulo de los Ingalls imaginó a un millonario que llegaba a quedarse con sus tierras. La familia y los otros pobladores decidían prender fuego sus casas, dejar tierra arrasada para que los que llegaban no disfrutaran de su esfuerzo. Más allá del final para la serie, ese argumento funcionó como excusa para Michael Landon ejecutara su venganza: el canal ya no podría reutilizar sus decorados ni ningún elemento escenográfico como solía hacerse.
Apenas se estrenó La Familia Ingalls, Landon dijo que el verdadero tema del programa era lo importante que son las pequeñas necesidades para cualquier ser humano, esas cosas que parecen secundarias y que los demás no parecen prestarle atención, y lo difícil que es satisfacerlas en algunos ambientes. El programa era ingenuo, simple y a veces demasiado manipulador. Sin embargo, los personajes eran queribles y las situaciones creadas lograban emocionar al espectador.
La siguiente apuesta fue Camino al Cielo. Otra vez las discusiones y el pedido de historias más contundentes, más vertiginosas, con más suciedad por parte de los ejecutivos. Landon resistió e impuso su idea: historias aspiracionales en las que un ángel le hacía ganar el cielo a la gente. El canal al menos quería una contrafigura fuerte, una cara joven y reconocida. La obstinación de Landon se volvió a imponer y su compañero fue Victor French, su barbudo íntimo amigo que ya había actuado en La Familia Ingalls. French se enfermó de cáncer de pulmón y murió en 1989. Camino al Cielo siguió un poco más sin él.
El programa tuvo muy buen rating hasta 1989. Durante 1988, la caída en los números de audiencia fue muy notoria. Landon quiso resistir pero el canal anunció una breve temporada final y el cierre de la historia. Así finalizaban treinta años consecutivos de éxitos. Michael Landon dejaba NBC, esa alianza que parecía indestructible.
No estuvo libre demasiado tiempo. A las pocas semanas firmó con la CBS. Se puso a trabajar en US, una serie en la que encarnaba a un hombre que salía de prisión después de estar preso durante muchos años acusado erróneamente de haber asesinado a una millonaria. Pero Us quedó reducido a un telefilme. De lo que sería la cuarta serie consecutiva de Landon, sólo se llegó a rodar el episodio piloto de dos horas. Luego llegaría el diagnóstico fatal y los tiempos precipitados de la enfermedad terminal.
La pregunta que queda sin respuesta es si Landon lograría adaptarse a los nuevos tiempos, al nuevo consumo televisivo, a las audiencias más exigentes y menos ingenuas o si su fórmula se había agotado después de dar unos monumentales beneficios. Su nuevo programa, por ejemplo, tendría que convivir con Los Simpson y Seinfeld.
En la pantalla siempre encarnaba a un hombre bonachón, sano, preocupado por su familia y por actuar con corrección. Que en su vida privada era un hombre de familia no puede negarse. Tuvo tres matrimonios, casi sin interregnos entre uno y otro y nueve hijos: cinco varones y cuatro mujeres.
A los veinte años se casó con Dodie Levy-Fraser, una chica de su misma edad que ya tenía un hijo. Fue un romance fulminante y apasionado. Los dos venían de experiencias duras pero tenían esperanzas. Faltaban todavía un par de años para que la fama irrumpiera en la vida de Landon. Michael adoptó al hijo de Dodie y también a Josh, un chico que tenía cinco años en ese entonces. El matrimonio se rompió en 1962. A los pocos meses, Landon se casó con Marjorie Lynn Noe. Estuvieron juntos casi dos décadas y tuvieron cuatro hijos. El escándalo llegó en 1982 cuando se descubrió que el actor mantenía un romance con Cindy Clerico, la maquilladora de su programa televisivo. Las revistas de la farándula se preguntaban como ese hombre ejemplar podía haber traicionado a su esposa, confundiendo ficción con realidad. Lo que Marjorie se preguntó es como podía hacerse con la mitad de la sociedad conyugal como le correspondía. El divorcio no fue apacible. Los periodistas de chimentos afirmaron que el acuerdo rondó los 30 millones de dólares. Marjorie decidió no ir a las exequias de Landon en 1991. “El divorcio ya fue una muerte que se interpuso entre nosotros”, dijo.
Con Cindy Clerico, que era veinte años más joven que él, estuvieron casados hasta la muerte de Michael y tuvieron dos hijos.
Landon tuvo problemas con el alcohol y con el exceso de algunos medicamentos durante sus primeros años de éxito. En las temporadas de rodaje llegaba a fumar cuatro atados diarios de cigarrillos sin filtro. Los actores que trabajaron con él, lo recuerdan como afable, muy alegre y contenedor. Pero, también, con unos niveles de exigencia inusuales y enojos épicos si las cosas no salían bien en la filmación.
Tenía complejo con su altura así que procuraba utilizar zapatos con plataformas para simular ser más alto. Como tenía el control artístico de sus programas, diseñaba escenas en las que debía exhibir su trabajado físico; siempre había alguna buena ocasión para que Charles Ingalls estuviera sin camisa. Uno de sus mayores orgullos era el pelo, al que cuidaba con devoción. Eran peinados urdidos que debían implicar varias horas de trabajo antes de cada día de rodaje. Tal vez esa obsesión se instaló en él en los días de Bonanza: Michael Landon era el único de los cuatro actores principales que no utilizaba bisoñé.
Su agonía, cómo no podía ser de otro modo, se desplegó en la pantalla. En la televisión, en el Tonight Show de Johnny Carson anunció el diagnóstico y avisó también que iba a dar pelea. “Voy a vivir cada minuto”, dijo. Los fragmentos de esa entrevista que se pueden ver en YouTube llama la atención la entereza del actor, su buen humor, su actitud positiva. La noticia conmocionó al ambiente. Durante esos pocos meses entre el descubrimiento del cáncer y su muerte, el tema no salió ni de los programas de televisión ni de las revistas de actualidad. Presentarse en lo de Johnny Carson no fue exhibicionismo ni un ataque de esperanza irracional. La noticia de su enfermedad se había filtrado a los medios. Los rumores, las especulaciones y las guardias periodísticas lo abrumaban. Y con esta irrupción pública y develamiento del cáncer de páncreas pretendió que lo dejaran transitar sus últimos días en paz.
La enfermedad se manifestó a principios de abril de 1991. Lo contó ante las cámaras un mes después. El 1 de julio de 1991 murió en su mansión de Malibú. Tenía 54 años. Su patrimonio alcanzaba los 100 millones de dólares.
Un par de años atrás, una investigadora planteó una teoría inquietante. El cáncer de Michael Landon podría tener conexión con el sitio en el que rodaban La Familia Ingalls. El lugar que la producción buscó con denuedo quedaba a 20 kilómetros del laboratorio nuclear de Santa Susana, un lugar en el que se hacían pruebas atómicas. En las localidades cercanas al laboratorio y centro de pruebas los casos de pacientes con cáncer excedían por mucho el promedio de otras zonas de similar clima y geografía.
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