Bergen Belsen, el campo del horror donde murió Anna Frank rapada, llena de piojos y enferma

Se creó en 1935 como un campo de “internación” para opositores nazis. La guerra y las SS lo convirtieron en un campo de concentración. No tenía cámaras de gas, pero los prisioneros perdían la vida por las epidemias, los trabajos forzados y la brutalidad de sus carceleros. Allí Anna y su hermana Margot fueron derivadas en octubre de 1944 y murieron dos días antes de la liberación

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Anna y su hermana Margot
Anna y su hermana Margot junto a sus padres Otto y Edith Frank (Anne Frank House)

No las enviaron allí para que salvaran sus vidas, sino para que murieran de otra forma. En la despiadada, irracional lógica nazi, una impostura de ese calibre hasta podía ser interpretada como un acto de piedad.

Hace setenta y siete años, Anna Frank y su hermana mayor, Margot, eran derivadas desde aquella impresionante fábrica de muerte que fue el campo de concentración de Auschwitz, al campo de Bergen Belsen. Allí murieron las dos, entre febrero y marzo de 1945, días antes de la liberación del centro de exterminio por parte del ejército británico.

Anna se había asomado apenas a la vida encerrada junto a su familia durante veinticinco meses en la parte trasera de la casa de Prinsengracht 263, en Ámsterdam, para huir de la persecución nazi a los judíos de Europa. En ese lapso en el que pasó de los trece a los quince años, escribió un diario, íntimo, sencillo, estremecedor, sobre sus sueños, sus esperanzas, su idea del amor, sus temores, sus afectos, sus certezas breves, su vasta incertidumbre. Aún hoy, el Diario de Anna Frank mira hacia la luz y hacia la vida, como quería Antonio Machado.

Los Frank fueron delatados, capturados el 4 de agosto de 1944 y enviados todos a Auschwitz. Solo el jefe de la familia, Otto Frank, sobrevivió al espanto y se encargó de que el mundo conociera la historia de su hija. Cuando los Frank fueron capturados, la guerra estaba ya perdida para Alemania. Sólo era cuestión de tiempo. El Ejército Rojo avanzaba desde el este con una idea en la cabeza: capturar Berlín y a Adolf Hitler. Los ejércitos aliados llevaban ya dos meses desde el desembarco en Normandía y se acercaban a la liberación de París, antes de seguir viaje también hacia Berlín. Pese a todo, la maquinaria de la muerte nazi funcionaba a pleno, cada vez con más furia y mayor urgencia.

Los Frank fueron delatados, capturados
Los Frank fueron delatados, capturados el 4 de agosto de 1944 y enviados todos a Auschwitz. Solo el jefe de la familia, Otto Frank, sobrevivió al espanto y se encargó de que el mundo conociera la historia de su hija

En Auschwitz, en la Polonia ocupada y a orillas del río Vístula, el promedio de sobrevida era aterrador. Se calculaba que un prisionero que llegara al campo a la mañana, a la tarde ya había sido asesinado en las cámaras de gas, incinerado y su ropa y pertenencias empaquetadas y almacenadas o enviadas a Alemania. Cuanto más cercana era la derrota, mayor era la pulsión nazi de la muerte.

París fue liberada entre el 20 y el 24 de agosto de 1944, cuando las hermanitas Frank pasaban sus primeras noches en Auschwitz, el gigantesco complejo levantado como pieza fundamental para el propósito nazi de exterminar a todos los judíos de Europa. Cerca de un millón cien mil personas murieron en los diferentes campos que conformaban aquel andamiaje del horror, entre ellos el de Auschwitz Birkenau, el campo de exterminio por excelencia.

El campo de concentración de
El campo de concentración de Bergen Belsen estaba ubicado en el norte de Alemania y fue concebido, en una primera etapa, como campo de prisioneros de guerra. Allí falleció Anna

Pese a su corta edad, las hermanas Frank no fueron enviadas de inmediato a las cámaras de gas, que era el destino elegido por los nazis para los chicos muy chicos y los ancianos: sólo eran internados quienes podían trabajar y ser empleados como mano de obra esclava. La supervivencia en las barracas dependía del azar, del capricho de los guardias SS, de la intensidad del trabajo, del hambre, del brutal invierno, de las marchas forzadas, de las enfermedades, de los experimentos médicos a cargo de Josef Mengele y del humor de los jerarcas: Adolf Eichmann, aquel burócrata de la muerte que decía no haberse manchado de sangre, asesinó de un balazo en el pecho a su jardinero, un chico judío de diecisiete años, por comer una frutilla sin permiso.

Bergen Belsen, adónde fueron trasladadas Margot y Anna Frank, era otro tipo de campo de concentración, si es que eso era posible. No tenía cámaras de gas. Allí la gente moría igual, aunque por otros métodos. Por lo pronto, no estaba en alguno de los países ocupados por Hitler: estaba en Alemania, cerca de las ciudades de Bergen y de Belsen, en la Baja Sajonia. En 1935, cuando Hitler llevaba ya dos años como canciller del Reich, la Wehrmacht había construido un gran complejo militar cerca de Belsen, en la provincia de Hannover. Fue la mayor área de entrenamiento militar de Alemania, que luchaba por rearmarse, impedida como estaba de hacerlo por el Tratado de Versalles, y tenía decidido, o juzgaba inevitable, expandirse y conquistar nuevos territorios por la fuerza.

Cientos de mujeres y niños
Cientos de mujeres y niños estuvierom hacinados en Bergen-Belsen conde pasaron hambre, frío y enfermedades (Library of Congress/Corbis/VCG vía Getty Images)

Cuatro años antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, las instalaciones fueron usadas para probar el alcance y autonomía de los livianos y mortíferos vehículos blindados, alemanes. Y tiene utilidad incluso en estos días: la OTAN lo usa como Área de Entrenamiento Bergen-Hohne. Los obreros que construyeron aquel complejo vivían cerca de Belsen, en un campo de barracas conocido como Campo de Construcción del Ejército Bergen-Belsen, que quedó en desuso entre 1938 y 1939. Pero cuando estalló la guerra y los nazis invadieron Polonia, la Wehrmacht empezó a usar las instalaciones como un campo destinado a prisioneros de guerra.

Había muchos prisioneros, mucho trabajo por hacer y muchas bocas que alimentar; una fórmula imposible de llevar adelante. Ese campo de cabañas se llamó Stalag XI-B y fue uno de los mayores centros de detención de la Alemania de pre guerra: llegó a albergar a noventa y cinco mil hombres, entre opositores al nazismo, comunistas, homosexuales, gitanos y hasta Testigos de Jehová.

La miseria y el hambre
La miseria y el hambre en el campo de Bergen Belsen (Bettmann Archive)

En junio de 1940, cuando su famosa guerra relámpago”, “blitzkrieg”, había llevado a los nazis a dominar buena parte de Europa, fueron alojados allí los primeros prisioneros franceses y belgas. Un año después, ampliaron las instalaciones porque Alemania ya había invadido la URSS de José Stalin, y llegaban cada vez más prisioneros. Las nuevas instalaciones, independientes de las iniciales, fue el Stalag XI (311), diseñado para albergar a veinte mil personas, una capacidad que quedó rápidamente desbordada. Otros dos campos se alzaron en Oerbke, el Stalag XI D (321) y en Wietzendorf, Stalag C-D (310). A finales de marzo de 1942 ya habían muerto en ese complejo cuarenta y un mil prisioneros de guerra soviéticos víctimas del hambre, el agotamiento y las enfermedades: un estigma que jamás abandonaría Bergen Belsen.

En abril de 1943, ya en marcha la “solución final” diseñada por los nazis en la conferencia de Wannsee que decretó la eliminación física de todos los judíos de Europa, una parte de Bergen Belsen fue tomada por las SS que la integró a su sistema de campos de concentración. Hubo que cambiarle el nombre y llamarlo “campo de alojamiento” porque la Convención de Ginebra estipulaba visitas de inspección para los campos de otro tipo. Bergen Belsen pasó a ser un también un “campo de internamiento” o “campo de intercambio”: allí eran alojados judíos destinados a ser cambiados por civiles alemanes, presos en otros países, o por dinero.

Mujeres prisioneras y los cadáveres
Mujeres prisioneras y los cadáveres de aquellos que no pudieron sobrevivir al horror de Bergen-Belsen (Bettmann Archive)

Las SS dividieron a Bergen Belsen en varios “subcampos”: el “Campo Húngaro, el “Campo Especial”, destinado a judíos polacos, el “Campo de Neutrales” para ciudadanos de países fuera del conflicto mundial y el “Campo Estrella”, para judíos alemanes a los que se les pemitía usar sus ropas de cuando eran libres, sólo con la estrella de David cosida a ellas. De allí el nombre del subcampo.

Entre el verano de 1943 y diciembre de 1944, al menos catorce mil seiscientos judíos, que incluían a dos mil setecientos cincuenta menores, fueron transportados a Bergen Belsen. Todos eran obligados a trabajar en los esfuerzos de guerra del Reich. Eran mano de obra esclava, no demasiado mal tratada porque los nazis veían en esos detenidos un particular potencial “valor de cambio”. Aun así, apenas dos mil quinientos sesenta prisioneros judíos fueron librados de Bergen Belsen y se les permitió salir de Alemania.

En Bergen Belsen te mataba
En Bergen Belsen te mataba todo. La falta de alimentos, la ausencia de higiene, la pésima calidad del agua, el hacinamiento, la fiebre tifoidea, la tuberculosis, la disentería, el tifus, que causaba estragos, los piojos, las ratas

En marzo de 1944 se volvió a diseñar una parte del complejo como “Campo de recuperación”. Era una ironía típica del nazismo: allí eran enviados desde otros campos de concentración los prisioneros demasiado enfermos como para trabajar. La intención, al menos la formal, era que se recuperaran y regresaran lo más pronto posible a sus trabajos forzados. Pero la mayoría moría en Bergen Belsen por hambre, agotamiento, tifus y falta de atención médica para sus males.

En marzo de 1944 una parte de las instalaciones fue adaptada para albergar a un “Campo de mujeres”, que recibió un envío inicial de nueve mil prisioneras, muchas de ellas chicas muy jóvenes, casi todas deportadas después del alzamiento del Gueto de Varsovia. Otras llegaban desde Polonia y Hungría y desde Auschwitz y todas estaban destinadas a trabajar en la fabricación de armas. Entre ellas llegaron las hermanas Margot y Anna Frank.

En Bergen Belsen te mataba todo. La falta de alimentos, la ausencia de higiene, la pésima calidad del agua, el hacinamiento, la fiebre tifoidea, la tuberculosis, la disentería, el tifus, que causaba estragos, los piojos, las ratas, los médicos que lejos de aliviar esos males experimentaban con los prisioneros y la brutalidad de los guardias.

El primer comandante del campo fue el SS Hauptsturmführer (capitán) Adolf Haas. En diciembre de 1944 le siguió su par, Josef Kramer, que llegaba de Auschwitz Birkenau: un experto en la muerte de los otros. Kramer se enfrentó a una realidad previsible: le llovían prisioneros a un complejo demasiado pequeño para albergarlos a todos. De modo que decidió eliminar a la mayor cantidad posible. Fue con Kramer que Bergen Belsen pasó a ser considerado por las SS como “campo de concentración”. Volvieron a ampliar las instalaciones, pero, para enero de 1945, los campos nazis del este europeo habían sido evacuados ante el avance del Ejército Rojo y al menos ochenta y cinco mil personas fueron transportadas en vagones de ganado desde el Este a Bergen Belsen. Otras llegaron a pie, las que pudieron resistir la marcha.

Cerca de ciento veinte mil prisioneros pasaron por ese campo de concentración sólo entre 1943 y 1945: sólo se conoce el nombre de cincuenta y cinco mil, porque las SS destruyeron los archivos de Bergen Belsen antes de la derrota final.

Hombres y mujeres, hambrientos, esperan
Hombres y mujeres, hambrientos, esperan un poco de sopa de papas en el campo de Bergen Belsen, donde la Gestapo y las SS torturó miles de prisioneros (Hulton-Deutsch Collection/CORBIS/Corbis vía Getty Images)

Los “prisioneros de intercambio” perdieron de pronto su calidad de tal. En octubre de 1943 las SS seleccionaron a mil ochocientos hombres y mujeres judíos de Polonia, que habían logrado obtener pasaportes de países sudamericanos. Pero gran parte de esos países empezó a rechazar la inmigración de aquellos desgraciados, de modo que todos fueron devueltos a Auschwitz y asesinados en las cámaras de gas.

En las lóbregas enfermerías, donde los pacientes morían de a miles, doscientos hombres fueron asesinados entre julio y agosto de 1944 con inyecciones de fenol, mientras otros centenares murieron como consecuencia de los experimentos médicos nazis, resistencia al frío, tratamiento de quemaduras, procesos infecciosos en heridas de arma blanca y de bala, destinados todos a aliviar a los soldados alemanes heridos en el frente.

Además del jefe de Bergen Belsen, el SS Kramer, dos mujeres fueron señaladas como las más brutales guardianas de aquel horror.

Irene Haschke, cuando fue detenida
Irene Haschke, cuando fue detenida por las tropas que liberaron el campo de concentración (Corbis vía Getty Images)

Irene Haschke tenía 23 años cuando llegó a Bergen Belsen como vigilante, el 28 de febrero de 1945 y a sólo dos meses de la liberación a manos de los británicos. Para entonces, se cree que Margot y Anna Frank ya estaban muertas, diezmadas por el tifus. En sólo dos meses, Haschke se ganó una fama de sádica y cruel, que apaleaba a los chicos enfermos, castigaba con un bastón de goma a las prisioneras que buscaban algo qué comer y asesinó al menos a una mujer judía a la que empujó a una cisterna donde murió ahogada. Fue apresada por los británicos el 15 de abril, obligada, junto a otros guardias, a enterrar los cuerpos de los prisioneros muertos por la epidemia de tifus. En el llamado Juicio de Bergen Belsen seguido por las cortes del Reino Unido, el 17 de noviembre de 1945 fue condenada a diez años de cárcel. La liberaron el 21 de diciembre de 1951.

La otra figura siniestra fue Irma Ilse Ida Grese, conocida como “La bella bestia, La cancerbera, El ángel de la muerte o La perra de Belsen”. Era una joven fanática nazi de 20 años cuando llegó como supervisora de prisioneros a Auschwitz Birkenau. Pasó luego a los campos de Ravensbruck y a Bergen Belsen. Los sobrevivientes la acusaron de asesinatos, torturas y de un particular sadismo: usaba pesadas botas y diferentes tipos de látigos con los que castigaba a sus víctimas hasta matarlas; permitía que los perros se lanzaran contra los prisioneros para devorarlos, asesinó a balazos a decenas de internas, torturó a decenas de chicos y abusó sexualmente de ellos y de muchas de las prisioneras. Fue juzgada por los británicos, fue condenada a muerte. La ahorcaron el 13 de diciembre de 1945, junto a Kramer y a otros nueve responsables de Bergen Belsen. El resto, fueron juzgadas cuarenta y cuatro personas, recibió penas que iban desde la reclusión perpetua hasta el año de prisión. Catorce nazis fueron absueltos.

Irma Grese, guardia en Bergen-Belsen,
Irma Grese, guardia en Bergen-Belsen, fue reconocida por su crueldad con los prisioneros (CORBIS/Corbis vía Getty Images)

Para llegar al juicio y ejecución de los responsables de Bergen Belsen, los británicos tuvieron primero que liberar el campo de concentración. El 11 de abril, ante el avance de las tropas británicas y canadienses, el temible Heinrich Himmler, que se veía como sucesor de Adolf Hitler e imaginaba una paz negociada con los aliados, aceptó entregar el campo sin luchar y cercarlo para evitar la propagación del tifus. A la una de la tarde del 13 de abril, británicos y alemanes firmaron un acuerdo que designaba al área de cuarenta y ocho kilómetros cuadrados alrededor de Bergen Belsen como “zona neutral”. A la mayoría de los SS se les permitió irse, con excepción del comandante Kramer y de unos pocos hombres y mujeres a su mando para “mantener el orden dentro del campo”.

Bergen Belsen fue liberado al anochecer del 15 de abril de 1945. El primero en entrar, en un jeep y junto a su chofer fue el teniente John Randall, del Servicio Aéreo Especial. No pudo creer lo que veía: más de quince mil cadáveres yacían sin enterrar a lo largo de todo el complejo, incluido los campos satélites a Bergen Belsen. En el interior de las barracas se hacinaban más de sesenta mil personas, la mayor parte de ellas enferma, a punto de morir de hambre: llevaban días sin comida ni agua.

Bergen Belsen fue quemado por
Bergen Belsen fue quemado por completo por los lanzallamas de los blindados británicos Universal Carrier (Bettmann Archive)

Richard Dimbleby, de la BBC, escribió: “Aquí, sobre un acre de tierra, yacían personas muertas y moribundas. No podías ver cuál era cuál […] Los vivos yacían con sus cabezas contra los cadáveres y a su alrededor se movía la horrible y fantasmal procesión de personas demacradas y sin rumbo, sin nada que hacer y sin esperanza de vida, incapaces de apartarse de tu camino, incapaces de mirar las terribles vistas a su alrededor […] Los bebés que habían nacido aquí eran pequeñas cosas marchitas que no podían vivir […] Este día en Belsen fue el más horrible de mi vida.”

Sin mano de obra suficiente y con el resto de la guerra por delante, los británicos dejaron que los prisioneros húngaros se hicieran cargo de Bergen Belsen, detuvieron a su comandante, Kramer, y al resto de la oficialidad SS. También intentaron proveer de cuidados médicos de emergencia, ropa y comida a los sobrevivientes. El esfuerzo, liderado por el brigadier Glyn Hughes, director de Servicios Médicos del Segundo Ejército, y por el oficial médico James Johnston, no pudo impedir que nueve mil prisioneros murieran en los días siguientes a la liberación.

Para finales de junio de 1945, con la guerra extinguida en Europa, los presos de Bergen Belsen muertos tras la liberación sumaban trece mil novecientos noventa y cuatro.

Flores y piedras para recorar
Flores y piedras para recorar a Margot y Anna Frank en Bergen Belsen (Alexander Koerner/Getty Images)

Los británicos obligaron a los alemanes, en especial a los SS, a que enterraran en fosas comunes a los miles de cuerpos insepultos de Bergen Belsen. Después hicieron desfilar a funcionarios de ciudades cercanas y a los vecinos, para confrontarlos con aquellos crímenes cometidos ante sus narices y de los que se decían ignorantes. Finalmente, Bergen Belsen fue quemado por completo por los lanzallamas de los blindados británicos Universal Carrier.

Varios monumentos y placas recuerdan hoy a los muertos de Bergen Belsen y evocan la gran tragedia que desató el nazismo, que ha dejado una herida profunda y sin cerrar, y que el italiano Primo Levi, él mismo prisionero en Auschwitz, sintetizó en una frase que le da título a su libro de experiencias como prisionero de los nazis: “Si esto es un hombre”.

Uno de esos monumentos, pequeño, humilde, que se alza en aquella tierra arrasada por las llamas que alguna vez albergó a Bergen Belsen, recuerda a Margot a Anna Frank, la chica judía de quince años que dejó un pedazo de vida y un retrato de época en las páginas de su diario.

Su leyenda, ha vencido al horror.

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