Era el año 2006, Verónica recién estaba saliendo de la adolescencia, y, en comparación con los modelos de “cuerpos correctos” que le llegaban desde la pantalla, al suyo le faltaba algo. Era la época del debut de Luisana Lopilato en “Casados con hijos”, el despertar de Pampita, jóvenes delgadísimas pero jamás planas, y Verónica, delgadísima también, repetía sin escucharse una misma frase: “Yo no tengo tetas”.
Quien habla con Infobae, a 15 años de distancia de todo aquello y desde Alemania, donde está haciendo una beca de investigación, es Verónica Zuccarelli, arqueóloga, la mujer que mostró en las redes las prótesis de silicona que había decidido sacarse del cuerpo, contó por qué había dicho “basta” y se volvió viral.
Verónica no es la única que se atrevió a poner, públicamente, un signo de pregunta sobre la obligación de “tener tetas”: esta semana, Florencia de la V contó que tuvo que entrar al quirófano por quinta vez luego de haberse enterado de que sus prótesis estaban fisuradas. “Las cirugías estéticas te pueden joder la vida”, dijo.
También ella, que en su juventud se vio obligada a ponerse siliconas para encajar en el cuerpo que se supone que debía tener una mujer trans o travesti - “si no lo hacías era como que no te daban el carnet”-, se hizo ahora una pregunta nueva: “(...) tenía que tomar una decisión muy importante: ¿me volvía a colocar prótesis mamarias nuevamente en mi cuerpo?”, escribió en su columna en Página 12.
Las chicas “Cris Morena”
En aquel entonces, 2006, Verónica Zuccarelli acababa de cumplir 20 años y pesaba menos de 50 kilos. “Todas las modelos estaban intervenidas, y los cuerpos que veíamos eran bastante irreales: flaquitas pero con pechos grandes. Cuando vos estás saliendo de la adolescencia, donde tu identidad está en plena formación, estás mucho más atravesada por estos mandatos. Yo no aspiraba a tener pechos grandes, pero sí me sentía -y hace comillas con los dedos- poco femenina”.
Sus padres -impregnados por los mismos mandatos y atentos al modo en que el tema erosionaba la autoestima de su hija- le preguntaron si quería operarse. “Era la solución que se ofrecía, y que se sigue ofreciendo: las prótesis mamarias como si fueran un dispositivo de reparación de la feminidad”, sigue ella, que ahora tiene 35 y es becaria postdoctoral del Conicet.
Consiguieron un turno con un cirujano plástico reconocido: “Me vendió la operación como algo muy sencillo, un trámite, ‘tengo pacientes que al día siguiente estaban manejando’, dijo”. Verónica preguntó si, pasado el tiempo, iba a tener que volver a operarse para sacarse las prótesis y ponerse nuevas, y le dijeron “ahora son mejores, quizás las puedas tener de por vida”.
También preguntó si iba a perder sensibilidad en los pechos - “la respuesta fue ‘es muy poco probable’”- y acordaron que le iba a poner unas texturizadas, “las que, en teoría, no se encapsulaban”. El mandato de belleza fue más fuerte que las dudas y Verónica decidió, sin más, “hacerse las tetas”.
Nadie le había dicho que los resultados dependían de la adaptación de cada cuerpo: “Yo pesaba menos de 50 kilos, mi cuerpo tenía que hacer espacio. Sé que hay quienes no sienten dolor, no fue mi caso. Imaginate que te tienen que levantar el músculo y ponerte dos prótesis de 300 gramos cada una por debajo, a mí eso me generó muchísimo dolor”, sigue.
Además, una prótesis se encapsuló, lo que le ocasionó más dolor todavía y la obligó a volver a operarse para reemplazarla. “Fue traumático tener que volver a ingresar al quirófano, desde la inmadurez mía también fue duro, a la solución reparatoria hubo que asimilarla con mucho esfuerzo”.
“Esos dos objetos”
Con el tiempo pasó a tener ese “cuerpo correcto”: flaquita pero con tetas. “Llegó un momento en el que me acomodé a lo estéticamente buscado, sí, pero nunca me sentí cómoda con esos dos objetos en mi cuerpo, nunca los incorporé. Los sentía cuando me acostaba, cuando abrazaba a alguien”, sigue. “Tuve una vida normal, me veía bien físicamente, pero era como un granito en el zapato”.
Le costó asumir que se había arrepentido. “Sí, también hay un impacto muy grande en entrar al quirófano sana y salir...no tan íntegra. Me costó asumirlo porque al haber atravesado semejante riesgo, ¿quién admite después que se equivocó? ¿Quién quiere, después de haber pasado por una operación complicada, volver a pasar por otra para sacarse lo que se puso?”.
La pista fue observar sus propias reacciones cuando alguien -su hermana, sus amigas- le contaba que se quería operar: “Mi reacción instantánea era decirles: ‘No, por favor no lo hagas’, o ‘no te operes, no es lo que parece, no sabés cómo se va a adaptar tu cuerpo’. La gente se me quedaba mirando con cara de ‘¿pero cómo? Si vos te operaste y estás divina’. Creo que yo le decía a las demás lo que me hubiera gustado que me dijeran a mí: ‘Quedate como estás, no necesitás agregarte nada’”.
Fueron cinco años masticando en silencio “que no había terminado de aceptarlas” hasta que llegó un día en que la última ficha empujó a las que reposaban y cayeron todas juntas: “Dije ‘basta, me quiero sacar esto’”.
Verónica ya tenía 30 años y otro recorrido personal: “Yo practico budismo y hay algo muy fuerte que tiene que ver con ser fiel a uno mismo, con saber qué es lo que uno profundamente quiere y hacerse cargo de eso”, cuenta. A su manera, Flor de la V también habló de esto en su columna: “Ojalá sea el final de un largo camino y el inicio de una búsqueda que va por dentro, no por fuera”, escribió.
Se sumó, además, el feminismo: “Esta posibilidad de preguntarse qué es lo que una está reproduciendo. Cómo las corporalidades se están viendo afectadas por estas visiones hegemónicas de lo que tiene que ser la belleza, de cómo tiene que ser el cuerpo de una mujer”.
Verónica empezó a buscar información pero sólo encontraba la opción de sacarse los implantes y hacer el recambio por otros, “la opción de sacarlos y no reemplazarlos no estaba. Entonces claro, tenía miedo, yo decía: ‘¿Y cómo voy a quedar? Conocí a muchas mujeres que han ido a cirujanos a preguntarles esto y ellos les han dicho que iban a quedar deformadas”.
Fue en esa búsqueda que llegó a un grupo llamado “Enfermedad de Implantes Mamarios”, que ya tiene casi 20.000 integrantes. Si bien Verónica no tenía una enfermedad, observó que no era la única que quería quitárselos.
“Algunas se habían enfermado y se los habían sacado por eso. Otras habían sentido lo mismo que yo y se las habían sacado también, por lo que se abrió esta posibilidad: ‘Entonces sí es posible sacártelos y no quedar deformada’”, sigue. “No quedás como antes, es cierto que tenés que hacer un proceso interno de aceptación, pero no es que estás condenada. Lo digo porque en un momento yo pensé que estaba condenada a tener prótesis para siempre”.
En ese grupo encontró la información que necesitaba: cirujanos que sí hacían la llamada “explantación sin reemplazo”, por un lado. También todo lo que alguien que igual desea colocarse implantes necesita saber para tomar una decisión informada. Por ejemplo, que “no es un dispositivo de por vida” (lo acaba de volver a decir la FDA, que es la máxima autoridad de Estados Unidos en temas de salud); y que pueden provocar varios problemas de salud, incluso una forma de cáncer poco común.
También que pueden ser un problema si hay antecedentes propios o familiares de enfermedades auto-inmunes. “Creo que si hubiera sabido muchas de estas implicancias, aún con la necedad de la juventud, lo habría pensado mucho mejor”, escribió Verónica en su posteo.
“No tengo tetas: ¿no tengo tetas?”
Fue el 8 de junio de este año que finalmente volvió al quirófano y salió sin las prótesis. “La sensación fue increíble, una inyección de energía”, dice.
No sintió dolor y tampoco fue tan difícil aceptar la nueva forma de su cuerpo: “Me miré al espejo y pensé: ‘Bueno, como sea que quede va a estar bien, porque yo me siento bien’. Creo que se destrabó algo muy profundo que tiene que ver, primero, con haber aceptado la propia vulnerabilidad y también con la capacidad de perdonarse por las decisiones que una toma en la vida y dejar de castigarse. Pasé de no querer admitir que me había equivocado a decir ‘bueno, este fue el camino que tuve que tomar para volver a mí’.
Desde entonces, abrazar pasó a ser algo nuevo: “Fue como ‘uy hace 15 años que no abrazo de verdad, que no siento esta conexión’. Creo que tiene que ver con estos dos objetos, que además son fríos, que se interponen entre vos y el otro. También con la felicidad del reencuentro con una misma”. En su posteo agregó otra nueva sensación: “Respirar es increíble sin esos 600 gramos sobre mi pecho”.
Ya no dice, además, aquello que repetía sin escucharse mientras salía de la adolescencia: “Yo no tengo tetas”. “Alguien muy importante en mi vida me lo hizo notar ¿Por qué sigo diciendo ‘no tengo tetas’? ¿por qué sigo reproduciendo esta historia? Yo tengo tetas, serán chiquitas, pero mirá el camino que recorrieron”.
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