¿Cuántas vidas se pueden vivir en una vida? ¿Cuántos altos y bajos puede haber en una existencia? Roman Polanski (1933) y su vida parecen responder que innumerables. En poco más de un cuarto de siglo, Polanski sufrió a los nazis, al comunismo, una secta demencial asesinó a su esposa embarazada de ocho meses y medio, y se consagró en su profesión. Una familia destruida por los nazis, el desamparo a los seis años, el reencuentro y el intento de continuar, una carrera cinematográfica, Oscars, obras maestras, una tragedia personal inimaginable, el Clan Manson, más obras maestras, un grave delito sexual, una acusación que lo persigue 45 años, pedidos de extradición, detenciones, escapes, un largo matrimonio, hijos, más películas, más denuncias.
Polanski y su vida permiten pensar cuestiones que se suelen sobrevolar sin demasiada profundidad y con excesivos preconceptos. Algunas de ellas: la relación entre el artista y su obra, la cultura de la cancelación, hasta cuándo un crimen persigue a su perpetrador y, no menos importante, qué sucede cuando la voz de la víctima es diferente a la del resto, dice algo que la sociedad no está dispuesta a escuchar.
En 1937, la familia Polanski se mudó de París a Cracovia. Con la invasión nazi en 1939, los Polanski fueron confinados al gueto de la ciudad. Luego sus dos padres fueron deportados a campos de concentración. Con seis años quedó desamparado, sin nadie que lo cuidara, valiéndose por sí mismo. Quedó bajo la mirada de algún pariente, vecinos y de amigos de la familia hasta que después de la guerra se pudo reencontrar con su padre y su hermana. Luego se dedicó a la actuación y al cine. Dirigió El Cuchillo bajo el Agua y obtuvo su primera nominación al Oscar. Luego llegarían las películas francesas con La Danza de los Vampiros resaltando. La llegada a Hollywood y el suceso de El Bebé de Rosemary. Conoció a Sharon Tate. Se enamoraron y ella quedó embarazada. Cuando faltaban dos semanas para el parto, los crímenes de Rodeo Drive. El Clan Manson mató a la actriz embarazada de ocho meses y medio y a otras tres personas. Un festival macabro de sangre y locura. Un drama inefable. La vida de Polanski, otra vez, se rompió en mil pedazos. El dolor, la imposibilidad de entender, la culpa por no haber estado presente. De a poco pudo reconstruirse y en 1974 filmó Chinatown, un clásico invencible.
En 1977 mientras disfrutaba del éxito de El Inquilino, Polanski preparaba Tess, un proyecto que le terminaría llevando tres años. La revista Vogue francesa le ofreció ser su editor invitado. En virtud de ese encargo, Polanski le ofreció a Samantha Geimer, una chica de 13 años, aspirante a actriz y a modelo, realizar una sesión de fotos. El director obtuvo el permiso de la madre de la joven. Hicieron una primera sesión en la que Polanski, a medida que el tiempo y los rollos de fotos pasaban le fue pidiendo a su modelo que se sacara la ropa. Samantha lo fue haciendo hasta quedar desnuda de la cintura hacia arriba. Unos días después hubo otra sesión. Tras hacer algunas tomas en la mansión de Jacqueline Bisset, Polanski la condujo a la casa de Los Ángeles que Jack Nicholson compartía con su entonces esposa Angelica Huston. El actor se encontraba de viaje y Huston había salido unas horas.
Lo que sigue lo cuentan casi sin variaciones Samantha y Polanski en sus respectivos libros de memorias (mientras que el del director como título lleva su nombre pila, Roman, el de ella atinadamente se llama Una vida a la sombra de Polanski: la tapa, inquietante, lleva una foto de ella a los 13 años, una imagen de las tomadas por Polanski en esas sesiones). Tras una serie de tomas convencionales, Polanski quiso unas con la chica de 13 años tomando una copa de champagne. Luego le fue pidiendo que se sacara sus prendas de a poco. Primero quedó en topless, luego sólo con su bombacha y al final desnuda. Además del champagne, Polanski le dio un Quaalude (Metacualona), algo similar a un barbitúrico, un fuerte sedante hipnótico que estaba de moda por esos años en Hollywood. Samantha dijo que se sentía mal y el hombre de 43 años le ofreció que tomara un baño en el jacuzzi de la casa. Después que ella estuviera un rato sola, Polanski se metió al agua, desnudo. En este punto es en el que los relatos de ambos se bifurcan. Escuetamente Polanski dice que todo lo que siguió fue consentido y sin que él forzara nada. Samantha narró, tanto en sus memorias como en sus múltiples declaraciones judiciales, que ella le pidió repetidamente volver a su casa pero que Polanski no le hizo caso. Que Polanski no la escuchó cada vez que le dijo que se sentía mal, que se quería ir, que no quería seguir con eso. Que la penetró vaginalmente y luego la sodomizó pese a sus negativas y sus ruegos. Dijo tener miedo, sentirse confundida y, también, mareada por el alcohol y el Quaalude. Al terminar, Polanski la llevó a su casa (ya había regresado Angelica Huston que golpeaba la puerta del cuarto preguntando si todo estaba bien) y le dijo a Samantha que no contara nada.
La chica le relató toda la situación a su novio al día siguiente. La madre de ella escuchó la historia e hizo la denuncia policial de inmediato. La policía angelina detuvo a Roman Polanski esa misma noche. Levantaron seis graves cargos en su contra: desde violación hasta administración de drogas a menores. El caso fue un festival para los medios. Un encumbrado de Hollywood en medio de un escándalo de sexo y drogas, policías, menores y juicio. Pero no se trataba sólo de Polanski. En las portadas de los diarios aparecían revelaciones diariamente y extractos de las declaraciones judiciales. A nadie le importó que Samantha tuviera 13 años. Se ventiló que ya había tenido relaciones sexuales y que alguna vez su novio le había dado un Quaalude; hechos que la defensa quería aprovechar para aliviar la situación del director y los diarios para vender ejemplares; como si algunas de esas circunstancias pudieran borrar lo atroz y delictiva de la situación. Después de permanecer unos días detenido, sus abogados llegaron a un acuerdo y Polanski que se había declarado inocente, aceptó su culpabilidad pero sólo por un cargo: conducta impropia y tener sexo con una menor de 14 años. Los otros cinco cargos quedaron desechados. Eso evitaba una condena severa, de varias décadas de prisión efectiva. El juez del caso aceptó el trato e impuso que Polanski debía someterse a pericias; mientras tanto estaría detenido. Como parte del acuerdo se determinó que ese proceso llevaría noventa días que pasaría en prisión y que luego quedaría en libertad condicional. Tras pasar 42 días detenido, los abogados de Polanski pidieron si se podía suspender la estadía en prisión por un tiempo dado que el director estaba dirigiendo una película y había muchos millones invertidos y que el trabajo de 400 personas dependía de él. El juez aceptó la postergación. Pero a las pocas semanas, una foto de Polanski tomando champagne en un club nocturno en Europa, abrazado a jóvenes modelos, enardeció al juez que consideró haber sido engañado. Ordenó que regresara de inmediato bajo la amenaza de volver todo para atrás. Dos días antes de la audiencia, el juez se reunió con el fiscal y los abogados defensores y les informó que el polaco debía cumplir los 48 días que le faltaban de confinamiento pero que también podía enviarlo 50 años a prisión por la gravedad de sus actos. Esa misma noche, Polanski se fue de Estados Unidos hacia Francia, lugar en el que había nacido. Nunca más volvió. Sabía que si lo hacía sería detenido y juzgado. Francia no lo extraditaría. Su vida a partir de ese momento sólo podía dividirse entre Francia y Polonia, los dos países de los que era ciudadano y no aceptarían el pedido de extradición norteamericano.
Más allá del escándalo, la vida de Polanski continuó. Siguió estrenando películas y recibiendo distinciones.
Tiempo después, hubo un acuerdo extrajudicial con Samantha que fue indemnizada. Y en 2009 también una carta manuscrita de disculpas en la que Polanski le decía, tras ver un documental en el que ella prestaba testimonio, que no había tomado conciencia hasta ese momento cómo él había afectado su vida y se disculpaba. “Las disculpas, supongo, siempre deben aceptarse. Aun cuando no se esté tan convencido. Pero sin duda fue importante para la gente que me quiere. Mi madre necesitaba ese pedido de perdón” dijo Samantha Geimer.
El tiempo pasó, Samantha se casó e intentó seguir con su vida pero el tema siempre regresa. “Las notas constantes sobre el tema, el que vuelva todo el tiempo a los medios, todo es tan traumático que lo que él me hizo a mí en su momento, empalidece ante esta tortura que no tiene fin”. Ella en varias oportunidades y, con mucho mayor énfasis en los últimos años, pidió que Polanski fuera exonerado, que la justicia ya no lo persiguiera por esos hechos. Que ya había pasado demasiado tiempo y que ese regreso continuo y eterno a un pasado doloroso no le hacía bien. La causa sigue abierta tras casi 45 años y el pedido de captura internacional y extradición también. Sin embargo, esa postura no obsta a que ella pueda definir sin matices lo que sucedió en aquella jornada de 1977: “Él tenía 44 años y yo era menor, tenía 13. Y no quería hacerlo. Estamos hablando de una violación. Se mire cómo se mire es una violación. Yo le dije que no”.
En la biografía de su perfil de Twitter, Samantha se define como “Mala víctima”. Su voz es diferente a la de otras víctimas, pero no por eso debe ser dejada de escuchar. Tal vez, precisamente por eso, por su excepcionalidad, habría que pensar en sus dichos, intentar entenderla y ver cuál es su necesidad. Porque no sólo se puede escuchar a las víctimas que piensen como uno o de acuerdo a lo que la época predispone.
Dos años atrás, cuando en el Festival de Venecia se presentó su última película, J’Acusse basada en el caso Dreyfuss, la directora argentina Lucrecia Martel, presidenta del jurado, no concurrió a la función oficial porque la incomodaba la presencia de una película de Polanski en la competencia. Luego, sin embargo, el jurado premió el film. En febrero del 2020, en la entrega de los Premios César, agrupaciones feministas se manifestaron en contra del director. Uno de los carteles decía: “¿Por qué todavía Polanski tiene una carrera?”.
Las discusiones volvieron a plantearse en los medios. ¿Hasta cuándo un hecho persigue a su perpetrador? ¿Alcanza con el perdón explícito de la víctima, con su pedido casi convertido en ruego de no remover más ese pasado doloroso? ¿La voz de las víctimas sólo debe ser escuchada cuando piden rigor y persecución judicial? ¿No son infalibles sus dichos cuando piden seguir adelante, cuando creen que el tiempo ya hizo su trabajo? Y, naturalmente, la otra cuestión que está tan presente en este tiempo en el que la cultura de la cancelación parece imponerse: ¿Hay posibilidad de separar la obra del creador? ¿Se pueden seguir viendo sus películas? Cuestiones que parecían haber sido superadas pero que hace algo menos de un lustro recuperaron vigencia. Preguntas que muchos ni siquiera se plantean: las respuestas son automáticas y no admiten duda alguna. Sin embargo, ahí fuera, al alcance de todos, hay un puñado de películas que cualquiera puede ver, varias obras maestras que resisten el paso del tiempo, que alguien puede negarse a ver pero que nadie puede exigir ni prohibir que otros lo hagan. Decisiones personales que no deberían tener mayor extensión que el ámbito individual.
En 2009, Polanski viajó a Suiza para recibir un premio en un festival. En la frontera fue detenido en virtud del todavía vigente pedido de extradición por parte de Estados Unidos. Mientras se analizaba la petición, la justicia suiza le otorgó la prisión domiciliaria en un chalet alpino que era propiedad del director. 138 celebridades de Hollywood firmaron una petición para que el director fuera liberado. Natalie Portman, Tilda Swinton, Isabelle Huppert, Penelope Cruz, Diane von Furstenberg, Wes Anderson, Darren Aronofsky, Martin Scorsese, Monica Bellucci, Alejandro Gonzalez Inarritu, Harmony Korine, Ethan Cohen, David Lynch, and Harrison Ford fueron algunos de los que suscribieron el pedido. Una pregunta válida: ¿cuántas de estas personalidades se animarían hoy a poner su nombre bajo una petición similar?
En la misma línea vale recordar que la Academia le otorgó el Oscar a mejor director en 2002 por El Pianista. En 2018, la misma institución expulsó a Polanski (el mismo año le ofrecieron ser miembro a Emmanuelle Seigner, la esposa del polaco, pero la mujer no aceptó y acusó a la Academia de hipocresía).
De 2002 a 2018 nada sustancial había cambiado en la situación personal y judicial de Polanski. Lo que sí se modificó, a fuerza del viento de época, fue la actitud de la Academia y de sus colegas. En virtud de la oleada del MeToo descubrieron facetas de, principalmente, Polanski y Woody Allen que habían ocupado la tapa de los diarios durante décadas. Hasta el caso de Harvey Weinstein, los actores que ahora denostaban a los dos grandes directores se peleaban para poder participar de sus películas. Eran años en los que no les interesaban las denuncias que ahora parecen enarbolar con el fervor del converso. Una paradoja: en 2002 Weinstein, para evitar que Polanski y El Pianista ganaran muchos Oscars en desmedro de alguna de las películas que él producía, gritaba por los pasillos de Hollywood que el director polaco era un violador.
En los últimos años, otras mujeres denunciaron abusos, violaciones y conductas impropias de Polanski cuando ellas eran menores de edad. El director negó las acusaciones y la justicia no avanzó con ninguna.
Polanski con 88 años prepara una nueva película en colaboración. Sigue casado con Emmanuelle Seigner.
Samantha Geimer, casada y con sus propias ocupaciones, no quiere mirar más para atrás, no quiere seguir presa de su pasado, del dolor. Quiere que aquella noche de 1977 la deje de perseguir y que se acepte que ella logró perdonar a Polanski. Hace poco tiempo, Samantha declaró: “A veces siento que los dos recibimos una condena perpetua”.
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