Fue un sábado a la medianoche, hace dos semanas. Luis estaba solo y sin planes en su departamento, en Recoleta, así que buscó su teléfono, abrió YouTube y se puso a ver PH, el programa de televisión que conduce Andy Kusnetzoff. Nadie le había advertido que “Toto” Kirzner, el hijo de Adrián Suar y Araceli González, acababa de contar por primera vez que había sufrido dos abusos sexuales cuando tenía 7 años. Pero Luis se dio cuenta antes de que “Toto” empezara a hablar: le vio la ansiedad en las manos, en la respiración, los rodeos para poder decir: era un espejo. Después, lo escuchó:
—Fue como si estuviera hablando yo— dice ahora que, con el mismo impulso, decidió contar su historia, públicamente, por primera vez y para siempre.
La empatía con ese joven que hablaba desde la pantalla fue absoluta, por varias razones. Durante los últimos años, Luis se había sentido identificado con varias chicas jóvenes famosas que habían decidido romper el silencio -Thelma Fardin, María del Cerro, Rochi Igarzábal-.
“Pero es verdad que en la tele, por ejemplo, no encontraba alguien con quien identificarme, no veía varones que dijeran ‘yo también pasé por esto’”. Luis, además, tiene 23 años -igual que “Toto”- y el primer recuerdo de los abusos sexuales que sufrió en su infancia está fechado, igual que los de “Toto”, en sus 7 años.
Luis Katz nació y se crió en Tartagal, Salta, pero hace seis años tuvo que alejarse más de 800 kilómetros para poder ver en perspectiva lo que su tío le había hecho durante más de 10 años. Hoy vive en Recoleta y está por terminar la carrera de Psicología. Conoce las marcas a largo plazo que suele dejar el abuso sexual en la infancia -“me cuesta relacionarme con otra persona, no la parte afectiva, quizás más la parte sexual: me genera culpa. También hay sensaciones u olores que me recuerdan lo que viví, los famosos flashbacks”, dirá después-. Por eso, su idea es formarse luego como sexólogo y especializarse en terapias para transitar eventos traumáticos.
Además de decir su edad, su nombre y dónde nació, Luis elige otra línea para presentarse: “Soy sobreviviente del delito de abuso sexual en la infancia”. No dice “víctima”, no dice “me abusaron” y tampoco dice “infantil”, porque de infantil, de “juego de niños”, el abuso, no tiene nada. El hombre a quien este año denunció penalmente por el delito de “abuso sexual con acceso carnal” tenía -tiene- 44 años más que él.
“Mi primer recuerdo es a los 7 años, habíamos sacado a pasear al perro y pasó ahí. El tenía un bull terrier que se llamaba Bull”, comienza. “Ese es mi primer recuerdo concreto pero la psicóloga a la que me llevaron cuando mis papás se estaban separando hizo un informe en el que indicó que yo mostraba signos de abuso desde los 2 años″.
El informe es de cuando Luis tenía 2 años y 8 meses. “Lo que dice es que lo primero que hice fue agarrar un mate de juguete y hacer de cuenta que tomaba mate. Después, agarré una muñeca y le pedí a la psicóloga que le saque la ropa para que se bese con su novio”. Luis lo dice como sobreviviente y como futuro psicólogo, su forma de mostrarle a los adultos que las señales de alarma son más así que, por ejemplo, moretones.
Después, lo saca de la generalidad. “La persona que abusó de mí es…fue el marido de mi tía”, dice Luis y el uso del presente muestra el largo alcance de los tentáculos. “Lo hizo hasta mis 15 años. No fue algo detectable, creo yo, primero porque es médico pediatra y nadie sospecharía de un médico pediatra”. Segundo, porque era parte de la familia.
Según su denuncia, también fue indetectable, precisamente, por la habilidad que suelen tener los abusadores para encontrar el lugar: un espacio “familiar” opuesto a la noción de peligro. “En mi caso, por ejemplo, mi abuela tuvo un accidente y dejó de vivir en su casa porque tenía muchas escaleras. Como no podía caminar, se fue a vivir a la casa de esta persona. Entonces yo iba a su casa todos los domingos a visitarla, y ahí sucedía todo”.
Las estadísticas del Programa “Las víctimas contra las violencias” muestran que nada de lo que cuenta es una excepción en la regla. El 80% de los abusos sexuales en la infancia suceden en la casa de la víctima, en la casa del agresor o en la de otro familiar. Los abusadores no son figuras monstruosas que acechan de las puertas para afuera, el “hombre de la bolsa”: en el 75% de los casos los abusadores son familiares (en 9 de cada 10 casos, padres, padrastros, cuñados, tíos, primos, abuelos).
No lo amenazaba con lastimar a alguien si hablaba -matar a alguien querido, por ejemplo-, porque no suele ser así como los abusadores logran mantener el secreto. “En mi caso, estuvo lejos de haber sido algo intimidante. Lo que pasa es que te involucran en esa situación como si fueras parte, creo que de ahí empieza el sentimiento de culpa que aparece siempre en los sobrevivientes. A mí me decía que si yo decía algo se iba a armar quilombo. Ha llegado a decirme que yo era su amante”.
Los abusos -Luis también contestó esto en enero de este año, durante las tres horas en las que estuvo haciendo la denuncia- sucedieron también en un depósito del negocio familiar. “Él tenía llave y había gatos a los que había que darles de comer, yo lo acompañaba”.
Luis ya iba a la primaria cuando volvió a hacerse pis en la cama, aunque nadie sabía que eso era un posible indicador de lo que le estaban haciendo. Había, además, otras señales: “Yo era bastante agresivo. Me peleaba todo el tiempo con mis compañeritos, con mi hermana. También tengo recuerdos de muy chico, de decir ‘qué feo que soy’, ‘qué gordo que estoy’”.
A medida que fue creciendo los indicadores cambiaron: “Como a los 14 años empecé con síntomas de ansiedad, me han puesto un Holter, me han dado pastillas para el corazón pero ningún médico me mandó al psicólogo, y lo que yo tenía eran ataques de pánico”.
Poder nombrar
A más de 800 kilómetros de su casa natal, y cuando hacía tiempo que los abusos habían cesado, Luis pudo contárselo a una amiga a la que le había pasado lo mismo. “Después pude hablarlo en terapia, muy de a poco, al mismo tiempo que yo iba asimilando iba reconociéndome como sobreviviente”.
En enero de 2021, justo cuando el mundo estaba por cerrarse, Luis se sumó a la reunión de contención que hace todos los sábados la Asociación Adultos por los Derechos de la Infancia. “Eran todas personas como yo a las que les había pasado lo mismo, también había adultos que acompañan a niños sobrevivientes de abuso. Con ellos me di cuenta que nada de lo que yo sentía era raro, que yo no estaba loco”.
En el grupo -que es gratuito y ahora sigue por zoom- había mujeres y había, también, algunos hombres. Escuchándolos entendió cuáles son algunas de las creencias que hacen que muchos varones no se atrevan a contarlo, a pedir ayuda:
“Hay algo que se escucha mucho y es esto de ‘si un varón fue abusado se va a convertir en abusador’. Yo creo que ese es el primer freno, me ha pasado a mí tener ese miedo, de decir ‘¿me voy a volver abusador? Si yo no quiero’, como si fuera un destino. Después, también pesa el simple hecho de ser varón con todo el concepto de masculinidad que existe, como que un abuso te hace menos hombre”, repite Luis y hace comillas con los dedos en “menos hombre”. El mito es que, por haber sido abusados por hombres, “los hicieron” homosexuales.
También le permitió ver y mostrar que el abuso sexual no distingue estratos sociales. Así como “Toto” fue agredido en el country en el que vivía con su madre famosa, el apellido de Luis pertenece a una familia tradicional de Salta, los dueños de una empresa dedicada a la venta de electrodomésticos, maquinarias y materiales de construcción, con sucursales incluso en otras provincias.
El encierro de la cuarentena le dio el tiempo y espacio para decidir que quería dar un paso más: “Quería hacer la denuncia y hablarlo con mi familia, las dos cosas”. En diciembre de 2020 viajó a Salta, y el 25, plena Navidad, se lo contó a su hermana. Dos semanas después, ella lo acompañó a hacer la denuncia a la fiscalía de violencia de género y familiar de Tartagal .
“Mi mamá es la típica madre judía, muy sobreprotectora. Yo pensaba ‘cuando se lo cuente a ella, se muere’. Pero bueno, no, cuando volvimos de hacer la denuncia se lo conté. Tuve la suerte de que toda mi familia me creyó desde el primer momento, no dudaron nunca de mi palabra y cortaron todo vínculo con la de él. Digo ‘la suerte’ porque no es lo que suele pasar. Generalmente, lo primero que se hace es descreer o preguntar por qué estás hablando ahora y no lo hiciste en su momento”.
Poco después de la denuncia, al médico pediatra “le dictaron una restricción de acercamiento que en 12 horas rompió. Desde ese momento, está detenido con prisión preventiva. Estuvo tres meses en una comisaría de Tartagal y después le dieron prisión domiciliaria en Salta Capital, aunque no tiene pulsera electrónica ni un policía en la puerta”. El delito no está prescripto, por lo que la investigación está en curso y Luis espera que pronto se eleve a juicio.
Mientras tanto, Luis sigue “hablando para sanar”, por eso decidió contar su historia en Infobae por primera vez. “Yo tuve ataques de pánico, tengo muchísima ansiedad, y soy hipocondríaco, convivo todo el tiempo con miedo a tener enfermedades, especialmente de transmisión sexual. Tuve que tomar medicación psiquiátrica, todavía tomo de hecho. Cuando me decían que hablar me iba a ayudar a sanar pensaba ‘esto es palabrerío barato’, pero es real. Cuando hablás, el dolor queda pero la culpa y la vergüenza vuelve a donde tienen que estar, que es en el abusador”.
La otra razón por la que decidió hablar es la mismo que lo movió a hacer la denuncia: “Tiene nietos”.
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