“Esa es mi próxima esposa”, dicen que aseguró Aristóteles Onassis señalando a Jackie en el televisor que trasmitía los funerales de John F. Kennedy. De negro y detrás de un velo, la viuda enterraba a su marido tres días después del histórico magnicidio en Dallas del 22 de noviembre de 1963. Erguida y estoica, todavía no imaginaba el paso que daría cinco años más tarde. Ícono del sueño americano y primera dama por definición, Jaqueline Bouvier no podía prever que el 20 de octubre de 1968 se casaría con aquel magnate 23 años mayor, de ojos saltones y nariz prominente, que conocía hace unos meses.
Aristóteles Onassis había nacido el 20 de enero de 1906, en Smirna, Grecia. Creció en una familia tabacalera y de clase alta. Tras sobrevivir a la persecución turca, como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, emigró a Buenos Aires, dónde trabajo de mozo y oficinista. Hábil para los negocios, cultísimo y encantador en el diálogo, triunfó con la exportación de tabaco hasta terminar la primera mitad del siglo pasado como uno de los hombres más ricos del mundo, dueño de una flota naviera sin precedente.
Por entonces se casó con Athina Livanos, de tan sólo 17 años e hija de un rival en los negocios, y tuvo dos hijos Alexander (1948) y Christina (1950). Eternamente enamorado de su amante, la soprano María Callas, se divorció trece años después. Pero no fue para casarse con la voz más cautivante del planeta.
Jacqueline Bouvier había llegado al mundo el 28 de julio de 1929 en East Hampton, Nueva York. Hija de un corredor de bolsa de Wall Street, conoció la opulencia pero también supo de privaciones durante la Gran Depresión.
En una cena en Washington, conoció a un bonito congresista por Massachusettes, de origen irlandés y formación católica, que pasaría a la historia como JFK, el presidente más joven de Estados Unidos. Se casaron un año después, en 1953 y conformaron un matrimonio tan perfecto en apariencia, como signado por las infidelidades. Tuvieron cuatro hijos, pero la primera, Arabella murió en el parto, y después de John-John (1960) y Caroline (1957), Patrick falleció a los dos días de nacer.
Fue justamente tras la muerte de su último hijo que Jackie conoció a Onassis. Se lo presentó su hermana, Lee Radziwill, amante del magnate, con la idea de que se despejara a bordo del yacht Christina O. La embarcación de cien metros de largo tenía 18 habitaciones, un jacuzzi, lámparas de cristal, picaportes de oro, cuadros Miró y Renoir, equipamiento de última tecnología y había sido adquirida por 4 millones de dólares.
Corría 1963 y la primera dama, no sólo se entretuvo, sino que además se hizo amiga del griego, que no era buenmozo pero sí interesante y muy atento. Además, acababa de comprar Skorpios, una isla privada en el mar Jónico, al oeste de Grecia, que convertiría en un paraíso de tres mansiones, con puerto y helipuerto. Pero por entonces, ni Jackie, ni Onassis, ni casi nadie en la Tierra suponía que un par de meses después, el 21 de noviembre, Lee Harvey Oswald asesinaría a JFK durante una caravana presidencial en Dallas.
Aturdida por la tragedia, Jackie buscó protección en Robert Kennedy, hermano menor de su difunto marido. Tan cercana se volvió la relación entre ellos, que muchos aseguraron que vivían un romance a escondidas de Ethel Skakel, la mujer de Bobby. Pero el senador también fue asesinado durante un atentado en 1968 y Jackie entró, tal vez con razón, en una paranoia constante. Y por eso aceptó formalizar con Onassis, el hombre que la perseguía hacía cinco años. Eso sí, le puso la única condición de casarse.
El compromiso -con anillo de diamantes de cuarenta quilates incluido- escandalizó a la sociedad norteamericana y al Vaticano. Pero además enfureció al mítico clan Kennedy, que hubiera querido en Jackie una viuda tan católica y abnegada, como dedicada a la política. Al fin y al cabo, ella había sido -y tenía que seguir siendo- una pieza fundamental para los Kennedy. ¿María Callas? Se enteró de la novedad por los diarios, tomó una sobredosis de pastillas para dormir y tuvieron que internarla.
El religioso Polykarpos Athanassiou celebró el casamiento entre Onassis y Jackie a las cinco de la tarde del 20 de octubre de 1968, en la capilla de la Santa Virgen de la isla de Skorpios, ante cuarenta invitados.
La novia, con 39 años, llevaba un vestido de líneas simples y color marfil de Valentino, con una corona de azahar, acorde con la tradición de la Iglesia Ortodoxa Griega. Hubo intercambio de alianzas de oro ante sus hijos, Caroline y John-John, de 10 y 7 años. Mientras que Alexander y Christina, que tenían 20 y 18 años, no aprobaban la decisión de su padre. “Es la unión perfecta: mi padre adora los apellidos y Jackie, el dinero”, aseguró entonces con sarcasmo el mayor de los Onassis, cinco años antes de morir en un accidente de avioneta.
Sin embargo y como era de suponer, la sociedad entre Jackie y Aristóteles no funcionó. Skorpios nunca se convirtió en el refugio que Onassis quería para su esposa.
La ex primera dama siguió con su vida como neoyorkina, junto a sus hijos, mientras el magnate volvía a los brazos de María Callas, en Grecia.
Además, él la acusaba de abusarse con los gastos. De hecho, dicen que cuando ella estaba en las islas usaba a diario el avión privado para que le llevaran el pan que le gustaba. Por eso no sorprendió que Onassis iniciara los trámites de divorcio. Aunque ya era demasiado tarde.
Aristóteles murió de neumonía producto de una enfermedad autoinmune -miastenia grave- el 15 de marzo de 1975, en el Hospital Americano de Paris. Tenía 69 años y pesaba cuarenta kilos. Christina, la heredera que no había sido entrenada para administrar su fortuna, estaba a su lado. No así Jackie, que desde Nueva York aseguraba: “Aristóteles Onassis me rescató cuando mi vida estaba envuelta en sombras. Me llevó a un mundo para que pudiera encontrar la felicidad y el amor. Juntos vivimos muchas experiencias hermosas que no olvidaré. Le estaré eternamente agradecida”.
Pero la cosa no quedó ahí. La muerte del empresario abrió una disputa por la herencia entre su viuda y su hija. Todo a pesar del contrato prenupcial de 170 cláusulas que habían firmado.
¿Qué se rumoreaba que estipulaba el escrito? Que Jackie no tenía la exigencia de tener un hijo con él. Que dormirían en habitaciones separadas. Que sólo estaban obligados a pasar juntos las Fiestas y el verano. Además, ella no necesitaría permiso marital para viajar a ningún lado. Si se divorciaban, ella cobraría diez millones de dólares por cada año de convivencia. Y si moría él, como sucedió, ella se quedaría con un tercio de su fortuna.
Pero Christina no estaba dispuesta a perder tanto. Y a esa altura, Jackie sabía dónde estaban los límites. Por eso, antes de empezar con el litigio formal, los abogados de la hija del magnate le aconsejaron que le pague a su madrastra 26 millones de dólares y una pensión anual de 250.000 dólares hasta el día de su muerte. La ex primera dama -título que odiaba- quedó satisfecha y así acordaron.
Viuda dos veces, Jackie pasó el resto de su vida en su piso de la Quinta Avenida, dedicada al negocio editorial, a cuidar el legado de los Kennedy y manteniendo una relación con el empresario Maurice Tempelsman. Murió de un cáncer fulminante a los 64 años, el 19 de mayo de 1994. Y fue enterrada con honores en el cementerio de Arlington, junto a su primer esposo. Todo después de pasar a la eternidad como Jackie Kennedy Onassis: la mujer de reunía los dos apellidos más poderosos del siglo pasado.
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