Era el año 1979, Mónica era una adolescente, todavía iba al secundario. Estaba de novia con Omar, un muchacho seis años mayor que trabajaba en la Cooperativa de Agua y Luz de Pinamar. Hasta ese momento, nada: Mónica no tenía idea de que mucho de lo que sabía de su propio pasado era una farsa. Sólo tenía sensaciones físicas a las que no les encontraba explicación: se sentía incómoda cada vez que entraba a un baño, asfixiada cuando se ponía ropa ajustada.
No es que ella y Omar no hubieran planificado casarse pero la noticia de que estaba embarazada aceleró los planes. “Todos contentos, sus compañeros de trabajo lo felicitaban. Hasta que uno le dijo: ‘¿Así que te vas a casar con la criada de los Quilindro?’, y Omar contestó: ‘¿La criada? ¿Cómo la criada? Es la hija...”. Pero el compañero de trabajo dijo: ‘No, ellos la criaron pero no es su hija legítima”. Y ahí empezó todo”.
Quien habla con Infobae desde Pinamar y a décadas de distancia de aquella adolescente que fue es Mónica Quilindro, o al menos ese es el nombre y apellido que le pusieron tras la sustitución de su identidad. Está a poco de cumplir 60 años y Omar ya no está con ella. No está -murió a los 36 años- pero la decisión de aquel hombre de no ser cómplice de lo que acababa de enterarse, sin embargo, es la razón por la que Mónica aún lo llama “mi mentor”, “el mentor de mi búsqueda”.
“Omar escuchó lo de ‘la criada’ y se quedó pensando: ‘¿Cómo es que Mónica no tiene idea de lo que está pasando?’. Así que fue y le preguntó directamente a su madre, que conocía a mi familia. La madre le dijo ‘es verdad, no es la hija, ¿pero vos te vas a casar con ella o con su historia? Omar dudó y después le contestó: “Me voy a casar con ella pero tiene derecho a saber la verdad”.
Lo que sigue es parte del relato que Mónica ofreció para el libro “Reunidos: unidos por las historias, reunidos para contarlas”, de Florencia Alifano. Florencia no escribe sobre los hijos adoptados ilegalmente desde la vereda de enfrente sino desde las tripas. Ella misma descubrió, hace unos años, que su madre biológica era la “sirvienta” de una familia adinerada a la que habían engañado para robarle la beba.
“Omar no podía entender cómo era posible que yo no supiese nada. Así que decidió crear un plan para que yo por fin conociera la verdad. Fue a buscarme al colegio y me pidió que fuera a mi casa, entrara por la ventana del dormitorio para que nadie supiera que yo estaba, y que escuchara la conversación que él iba a tener con mi madre. En ese momento yo creí que iba a presenciar el pedido de mi mano así que, con emoción, accedí”.
Lo que Mónica recuerda de ese día es que entró por una rampita que había al fondo de su cuarto y escuchó a Omar, que tomaba mate con su mamá. Recuerda la pregunta en la voz de él - “¿Cómo es que Mónica no es su hija?”- y la respuesta de su mamá: “Llorar y llorar y llorar”.
Balbuceando y sin saber que Mónica estaba escuchando, la mujer le contó después sobre un día de 1961 en que la hija del pintor del edificio (ella y su marido habían sido encargados de un edificio de Pinamar) llegó desde Quilmes “con una bebita en brazos a la que quería dar en adopción”. Mónica dice “adopción” y hace comillas con los dedos, porque hace tiempo sabe que todos los datos de su partida de nacimiento son falsos y que lo suyo, por más buena fe que hubiera, no fue una adopción sino una apropiación.
Mónica seguía escondida cuando Omar le hizo una pregunta final a su madre. “¿Y por qué no le cuenta todo esto a Mónica?”. Y la mujer contestó: ‘Porque tengo miedo de que no me quiera más’. ¿Entonces yo qué hice? -pregunta Mónica, y remata rápidamente-. Dije ‘suficiente para mí’. Cerré la puerta, salí por la misma ventana, me fui y encapsulé esa historia durante 34 años”.
No fue que, cómodamente, eligió mirar hacia otro lado y hacer de cuenta de que esa tarde no había pasado nada. Mónica iba a cuarto año del secundario y estaba embarazada cuando escuchó el secreto y después de esa primera hija -Vanesa- vino otro bebé y, después, no una tragedia sino dos.
Su tercer hijo nació y murió a los dos meses de vida. Lo mismo pasó con su cuarto hijo, que murió cuando tenía tres meses. Los dos murieron por la misma razón: una incompatibilidad sanguínea entre Mónica y Omar que provocó una afección llamada hemólisis.
Fueron décadas sin volver a hablar del tema pero aquellas sensaciones -la aprensión cada vez que entraba a un baño, el ahogo cada vez que usaba ropa ajustada- nunca se fueron.
“Me cayeron todas las fichas juntas”
Fue en 2013 que a Mónica la invitaron a una reunión en General Madariaga en la que iban a hablar de derecho a la identidad. “Y ahí es que me caen todas las fichas juntas porque yo no sabía que eso era un derecho”.
Volvió a su casa, armó un grupo en Facebook llamado “Verdaderos orígenes” y rápidamente empezó a contactarse con otros hijos e hijas que también buscaban saber sus historias reales. Dos años después se anotó en un programa llamado “Los unos y los otros”, conducido por Catherine Fulop, y contó su historia, con nombres y apellidos, por televisión.
“Dije al aire el apellido, Mestralet, el mismo apellido que el pintor del edificio. Muchísima gente vio el programa, también los hermanos y hermanas de mi mamá biológica, muchos no sabían de mi existencia”. Dice Mónica que la invitaron a una quinta en Coronel Vidal para conocerla y fue ahí que comenzó la peor de las sospechas:
“Decían que no habían sabido más nada de ella, que no sabían que había tenido una hija. Que una vez les había dicho ‘para mí todos ustedes están muertos’ y había desaparecido del mundo familiar”. Pero otra de las hermanas de la mujer, que vivía en Mar del Plata, sí sabía de Mónica: la había visto, literalmente, nacer.
“Sabía porque al momento de mi nacimiento vivía con mi mamá biológica en Quilmes. Lo que me contó fue que un día estaban en la casa y mi mamá, que tenía 18 años, se descompuso y se encerró en el baño. Ella y su marido fueron a golpearle la puerta preocupados porque escuchaban gemidos. Como mi mamá no abría, el hombre empezó a forzar la puerta hasta que logró abrirla. Y el panorama que ven cuando logran abrir es que mi madre estaba pariendo en el inodoro, y esa a la que estaba pariendo era yo”.
La mujer también le contó que le preguntó “incansablemente quién era el padre de la criatura, pero que ella se negó a contestar. Silencio absoluto, no contó nada”, agrega Mónica.
“Así es como mi mamá biológica llega a General Madariaga conmigo recién nacida. No quiso quedarse conmigo por más que le ofrecieron ayudarla a criarme. No sabemos por qué. Esa es la gran incógnita. ¿Por qué tanto secreto? ¿Por qué tanta negación? Hay algo que pudo haber pasado en su vida, me parece a mí, un poquito más duro...tal vez un abuso sexual dentro de la familia como para querer entregar a la bebé y desaparecer del mundo así”.
Fue años después de ese relato y después de otros tantos de terapia que Mónica encontró una explicación para aquella sensación extraña que le trepaba por el cuerpo cada vez que entraba a un baño. “También supe que ella pasó todo el embarazo fajada, como prensada, y que cuando me sacaron del baño me envolvieron con una faja, porque nadie tenía ropita de bebé. Una faja fue mi primera vestimenta, mi primera indumentaria”. También esa imagen le puso un subtítulo a la asfixia que sentía cada vez que usaba ropa ajustada.
Por la suma de estos relatos también sabe que todo lo que dice su partida de nacimiento es falso: ni nació el 28 de octubre del 61, ni nació en General Madariaga ni hubo una partera llamada Adelina Vieytes.
“No estoy acá para juzgar a nadie, ni se me ocurre pensar que me iba a tirar por el inodoro. Creo que estaría muy asustada como para ocultar todo el embarazo y parir así, sola en un baño. Vaya a saber cuáles fueron las circunstancias que la llevaron a esta situación y a no poder pedir ayuda ni a su propia familia”.
Mónica forma ahora parte de un grupo de buscadores que se unieron para presentar un amparo colectivo. Lo que quieren es que quienes fueron víctimas de las mal llamadas “adopciones ilegales” y buscan sus orígenes biológicos tengan un banco de datos genético gratuito para dejar sus muestras: hoy existe uno pero sólo es para posibles hijos o nietos de desaparecidos durante la última dictadura civico-militar.
“Mientras tanto -se despide- creo que es momento de cerrar círculos. A diferencia de otros buscadores que no saben nada, yo tengo el nombre y apellido de mi mamá biológica. También tengo una dirección, la busqué por el padrón electoral, aunque todavía no me animé a ir. Ella está cerca de cumplir 80 años, como te decía: creo que ya es momento de cerrar círculos”.
Su plan es desandar pronto los 338 kilómetros que separan Pinamar de Quilmes y golpearle la puerta. “Me puede abrir o no, yo quiero preguntarle qué pasó, por qué no se quiso quedar conmigo, qué dolor tan grande tuvo para no poder hacerlo. Después, la historia no se sabe. Me puede querer o no, me puede contar quién fue mi padre o no, porque sigue guardando el secreto desde hace 60 años. Si no quiere lo voy a respetar, pero por lo menos voy a saber que hice todo lo que pude por llegar a la verdad, y que hasta ahí llegué”.
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