Hasta ese día, León Klinghoffer había mirado cara a cara a la muerte varias veces. La esquivó siempre con astucia, coraje y hasta con resignación: oh, la muerte otra vez, a ver cómo zafamos ahora. Había nacido en plena Primera Guerra Mundial, el 24 de septiembre de 1916, pero muy lejos del frente. Su mundo era el de Suffolk Street, bien al sur de Manhattan, del lado Este, de cara al puente Williamsburg que cruza el East River camino a Brooklyn.
En 1942, a los veintiséis años y en plena Segunda Guerra, se unió al Cuerpo Aéreo del Ejército y se entrenó como navegante. Voló en las misiones de los temibles bombarderos B-24 “Liberator”, que recorrieron los cielos de Europa contra los nazis. Esquivó a la artillería alemana, buscó el trayecto más corto al aeropuerto británico más seguro con el avión averiado y en peligro, hizo volar a sus pilotos bajo el sol o en la noche negra, bajo la luna delatora o bajo tormentas de catástrofe. Regresó siempre hasta su baja honorable del Ejército, en enero de 1944.
León Klinghoffer era un sobreviviente. Por eso hace treinta y seis años, el 8 de octubre de 1985, supo enseguida que esta vez la muerte iba a matarlo. Tenía 69 años, estaba limitado por una silla de ruedas, empuñaba un bastón que era su punto de apoyo en la Tierra si quería moverse un poco, y enfrentaba un fusil Kalashnikov que empuñaba el terrorista Majed Al Molqi, de la fracción de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), que respondía al temido Muhammad Zaidan, más conocido como Abu Abbas. Abbas estaba ligado al líder de la OLP, Yasser Arafat y mantenía excelentes relaciones con el entonces dictador de Irak, Saddam Hussein.
¿Qué hacía León Klinghoffer, estadounidense y judío, inerme frente a un fusil en manos de un terrorista palestino? Estaba en la cubierta de un crucero de placer, el Achille Lauro. que había salido de Génova con destino final en Israel, tras once días de viaje y escala en Egipto entre otros puertos, y que ahora estaba en manos de la OLP.
Klinghoffer amagó con darle un bastonazo a quien sabía sería su asesino. Ya había repartido algunos cuando los terroristas le quitaron su pasaporte, su reloj y sus cigarrillos frente a su mujer, Marilyn, y también se había negado a hacer silencio cuando los terroristas capturaron la nave. León también era valiente. Molqi le pegó el primer balazo en la cabeza y el segundo en el pecho. Y después obligó a punta de pistola a dos tripulantes a que arrojaran el cadáver de León al Mediterráneo. Y a su silla de ruedas también.
El secuestro del Achille Lauro, un crucero de lujo construido en 1947 y uno de los buques turísticos más buscados de la flota internacional, puso al borde del conflicto a dos países, Estados Unidos e Italia. Y se recuerda más por sus consecuencias, que por la vida que costó, que estuvo en el centro del conflicto entre la Casa Blanca de Donald Reagan y el Palazzo Chigi del socialista Bettino Craxi.
A treinta y seis años de la tragedia, todavía existen detalles ignorados como cuáles fueron los reales motivos que llevaron a los terroristas a capturar el crucero y a sus cuatrocientos pasajeros. Si bien exigieron la liberación de cincuenta y dos presos palestinos encarcelados en Israel, el armamento que llevaban encima y la presencia en el buque de Abu Abbas, como un celoso preceptor del espanto, siempre hicieron sospechar de otras intenciones jamás reveladas. Las versiones sugieren que un miembro de la tripulación descubrió a los terroristas armados, que no tuvieron otro remedio que secuestrar el buque, pese a que tal vez ése no era su plan original.
También, y según lo que reveló el juicio que la justicia italiana siguió a los terroristas, el comando guerrillero no tenía intención de asesinar a ningún pasajero, pero que Klinghoffer enfureció con sus bastonazos a Molqi. Así lo reveló hace unos años Pasquale Di Vanna, que entonces tenía veinticinco años y era el tercer oficial de máquinas del Achille Lauro: “Mientras era llevado junto a otros rehenes a la sala de la discoteca, Klinghoffer reaccionó mal contra uno de ellos. Por eso lo eligieron después para ser el primero de los rehenes en ser asesinado”.
El testimonio de Di Vanna fue vital para dar vuelta algunas de las pruebas que se juzgaron válidas en el proceso judicial: las armas no subieron a bordo en Génova, como quedó establecido en el juicio, sino en Alejandría, Egipto. “Recuerdo que allí subió, y por pocas horas, un equipo de televisión con valijas de las que sacaron armas –recordó Di Vanna–. Nos dijeron que eran de juguete y fingieron rodar la escena de un film antes de irse. El comandante de la nave, Gerardo de Rosa, nunca lo dijo en el juicio porque se consideraba responsable de ese descuido. Como ya murió, yo puedo decirlo ahora.”
Con el transatlántico turístico en su poder, en 1985 los cruceros no eran todavía un blanco del terrorismo, los secuestradores dejaron atrás Egipto y desviaron la ruta camino a Tartus, Siria, donde hicieron saber sus condiciones para liberar a los rehenes. Ante la negativa de Siria a negociar, y después de asesinar a Klinghoffer, el Achille Lauro puso proa de regreso a Port Said y después de dos días de negociaciones los miembros de la OLP aceptaron dejar la nave para que un avión comercial egipcio los llevara a Túnez, donde se alzaba el cuartel general de Abu Abbas.
Di Vanna también relató parte del calvario de Klinghoffer. Dijo que Molqi obligó a un camarero portugués, Manuel De Souza, a que llevara a León en su silla de ruedas hasta la popa del barco. Que los otros terroristas llevaron a los rehenes a la discoteca: que Mary Klinghoffer se dio cuenta que León no estaba entre los rehenes y supo de inmediato lo que iba a pasar; que la mujer lloró cuando oyó los disparos y suplicó que le dejaran ver a su marido en la enfermería del buque: no supo hasta después que había sido arrojado al mar.
Di Vanna reveló también que Molqi y otro terrorista, Bassam Al Ashker, fueron hasta el puente de mando, Molqi con las ropas manchadas de sangre, entregaron el pasaporte de Klinghoffer al capitán De Rosa y que Molqi hizo con los dedos el signo de una pistola y dijo “Boom, boom”.
Finalmente, los terroristas subieron a un avión egipcio en El Cairo para viajar a Túnez. Pero entonces intervino Reagan. Desde la Casa Blanca, el presidente americano ordenó que el vuelo comercial egipcio fuese interceptado por aviones F-14 Tomcats, apostados en el portaaviones Ticonderoga estacionado en aguas italianas.
El 10 de octubre, los F-14 obligaron a los pilotos egipcios a aterrizar en la base de Sigonella, Sicilia, perteneciente a la OTAN. Los terroristas fueron detenidos por Italia después de una dura discusión sobre a quién pertenecían los prisioneros: si a Italia, o a Estados Unidos ya que habían asesinado a un veterano de guerra americano.
Durante un par de horas militares italianos y estadounidenses se miraron fijo en la pista de aterrizaje de Sigonella, mientras al resto de los pasajeros se les permitía seguir viaje, incluido Abu Abbas, que no había tomado parte efectiva en el secuestro: las autoridades italianas lo consideraron un simple testigo. En esas horas tensas, Italia negó la extradición de los secuestradores a Estados Unidos. Algún error de cálculo hubo en la adjudicación de simple “testigo” que le dieron al terrorista palestino porque, tiempo después, Abu Abbas fue juzgado en rebeldía y condenado a reclusión perpetua. Pero ya no pudieron hallarlo.
Las defensas alegaron atenuantes a los cargos de piratería contra el Achille Lauro. Sostuvieron que los terroristas no pretendieron ningún beneficio económico, condición que exigía la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho en el Mar para considerar un acto de ese tipo como de piratería. Después del Achille Lauro esas reglas se modificaron. Y luego, argumentaron que como los secuestradores viajaban en el propio buque, su ataque debía considerarse como de amotinados y no de piratas.
Los cuatro secuestradores fueron juzgados y condenados. Al Molqi, el asesino de Klinghoffer, pasó veintitrés años en la cárcel. Lo liberaron en 2008 y lo expulsaron a Siria. Otro de los condenados, Abdulrahim Khaled, considerado el cerebro del ataque, murió en junio de 2009 a los setenta y tres años en la cárcel de Benevento, en el surde Italia, donde cumplía cadena perpetua.
El cadáver de León Klinghoffer fue hallado en el mar por los sirios el 15 de octubre. Su cuerpo fue devuelto a los Estados Unidos cinco días después. Ochocientas personas lo despidieron en el Templo Shaaray Tefila, de Nueva York. Fue enterrado en el Beth David Memorial Park de Kenilworth, Nueva Jersey.
Marilyn, su mujer, murió cuatro meses después, en febrero de 1986, por un cáncer de colon. Ilsa y Lisa Klinghoffer, sus hijas, honraron a sus padres de una forma singular: recolectaron y exhibieron las fotos de la pareja, las del día de su boda, las de las cenas en la costa de Nueva Jersey que tano les gustaba organizar: “Eran la pareja más glamorosa del mundo. Y se apoyaron mutuamente en la enfermedad y la salud”. También guardaron los mensajes de condolencias de los jefes de estado y de la gente común que llegaron de todo el mundo, hasta que ya nada cupo más en sus departamentos: lo donaron todo a la Sociedad Histórica Judía Estadounidense, del Centro de Historia Judía de Nueva York.
El Achille Lauro siguió con su vida de barco mal predestinado. En 1987 cambió de bandera cuando la línea Lauro fue comprada por la Mediterranean Shipping Company y pasó a llamarse Star Lauro. En 1994 se incendió y se hundió en el Océano Índico, frente a las costas de Somalia.
Abu Abbas vivió en Túnez durante el resto de los años 80. Después se refugió en Bagdad bajo el ala torva de Saddam Hussein. En abril de 2003, cuando Estados Unidos invadió Irak, fue capturado por el ejército americano. La Autoridad Nacional Palestina exigió a Estados Unidos su liberación, según un convenio firmado en 1995 entre israelíes y palestinos. El pedido fue rechazado. En marzo de 2004, Estados Unidos informó que Abbas había muerto en prisión por “causas naturales”. Sufría una dolencia cardíaca, pero su mujer y sus hijos aseguraron que no era grave. La autopsia, que se hizo en Palestina, es aún un documento secreto de la Administración israelí.
La familia de Abu Abbas exige justicia.
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