Hace cuatro años un día como hoy moría el magnate del sexo. Se llamaba Hugh Hefner, tenía 91 años y una fortuna de casi 43 millones de dólares amasada con aroma a sexo. Fundador de la mítica revista Playboy, se convirtió en los años ‘50 en un ícono de la revolución sexual.
Hefner tuvo la fortuna de nacer en un tiempo donde las pulsiones del deseo y de la liberación buscaban vías de escape. Él, que provenía de una familia religiosa y muy estricta, terminó siendo el catalizador ideal que dio rienda suelta al erotismo desenfrenado para traspasar toda barrera de represión sexual. Si hubiera nacido unas décadas después, quizá hubiese muerto pobre. O podría haber terminado tras las rejas.
El psicólogo que cambió su rumbo
Hugh Marston Hefner nació en Chicago el 9 de abril de 1926. Su familia era ultra conservadora, pero él desde chico ya soñaba con patear el tablero de las normas preestablecidas. Luego de terminar el secundario, sirvió en el ejército estadounidense durante los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial. A su retorno, estudió Psicología en la Universidad de Illinois. Parecía encaminado, pero, increíblemente, ese pasado quedó atrás cuando Hefner comenzó a ejercer como editor periodístico y se dispuso a crear una revista con un poco de humor y sin censuras.
En 1953 terminó fundando la mítica revista Playboy, una publicación para adultos. Para la primera edición tuvo una genial idea: se le ocurrió insertar como desplegable una vieja foto que había comprado de la actriz Marilyn Monroe desnuda. Fue un éxito total. Playboy revolucionó la concepción que había en la época sobre el sexo y se transformó en un precursor del erotismo gráfico.
Hefner reivindicó la libertad sexual y se convirtió en un provocador empresario del entretenimiento que tuvo, además, una cadena de clubes nocturnos, casinos, hoteles y también produjo cine. Todo lo que tocaba Hefner se volvía un éxito. Además, se mostraba como un activista por la igualdad racial y, cuando se desató la guerra de Vietnam, como un pacifista. Para su época, el psicólogo y empresario Hefner, era políticamente correcto y, en lo sexual, un avanzado defensor de la libertad de hacer con el cuerpo lo que se deseaba.
Las que no hacían siempre lo que verdaderamente deseaban eran las jóvenes vulnerables que empezaron a llegar hasta él buscando trabajo, brillo y fama. Se desnudaban y ya no había mucha vuelta atrás, quedaban atrapadas como luciérnagas por el brillo de la fama y el dinero.
La prensa lo perseguía y Hefner siempre era noticia. Vivía de fiesta en fiesta y rodeado por las mujeres más bellas.
La mansión de la lujuria
Junto al éxito, llegó el dinero. En 1971 compró por 1.200.000 dólares una mansión de estilo neo Tudor, de piedra y ladrillo, de 1.300 metros cuadrados que había sido construida en 1927. Situada en el número 10236 de la calle Charing Cross, en el barrio de Holmby Hills, en Los Ángeles, Estados Unidos, esa enorme propiedad pasó a llamarse la Mansión Playboy.
Allí fue donde Hugh Hefner construyó su imperio. Hedonista y promiscuo armó su propio harem con algunas de las jóvenes modelos. Sus “Conejitas” (así se llamaba a esas chicas por el logo de la revista que era un conejo negro con moño) y sus sucesivas mujeres legales habitaban bajo el mismo techo. Llegó a tener siete novias a la vez. Por supuesto, la relación entre ellas no era nada fácil. Todas se disputaban los primeros puestos.
Durante su vida Hefner se casó tres veces. El éxito de su revista fue, en gran parte, responsable del primer divorcio de Mildred Williams, con quien estuvo una década y con quien tuvo a sus dos primeros hijos.
En 1989, con 63 años, se casó por segunda vez con la “conejita” Kimberley Conrad, de 25. Esta vez lo celebró de una manera impactante: con una edición especial para coleccionistas de Playboy, donde su nueva mujer aparecía desnuda y en poses eróticas a lo largo de 93 páginas. Estuvieron diez años juntos y con ella tuvo dos hijos más. Su tercera boda fue con Crystal Harris y duró desde el año 2012 hasta su muerte.
Otros editores vieron su éxito y salieron a competirle. Pero Hugh era Hugh. En los años setenta cuando su imperio decayó, tuvo la buena idea de ceder el mando de la empresa a su hija mayor Christie, quien sacó a flote a la empresa y expandió la marca Playboy.
Sexo, dinero, drogas y... abusos
La vida intramuros, en la mansión, no transcurría como la mayoría de la opinión pública fantaseaba. Las jóvenes tenían que cumplir con estrictas reglas. Si tenían novios debían ocultarlos para evitar problemas y, si no salían con Hefner, debían estar de vuelta antes de las nueve de la noche.
Cada viernes, el dueño de casa les pagaba mil dólares. Además, tenían una cuenta abierta en un salón de belleza donde podían ir a gastar todo lo que quisieran en peluquería o masajes y fondos para realizarse cirugías estéticas. La que resultara elegida la mejor “conejita” del año recibía un auto que, en las mejores épocas, era un Porsche.
Pero no todo era dinero. Cuando las “conejitas” que convivían con él querían ascender en la escala Hefner, debían practicarle sexo oral. La cornisa por la que caminaba el erotismo y el sexo propuestos por Hefner era altamente peligrosa y denigrante. El descontrol y las conductas abusivas eran piedras que estaban a la vista, en medio del camino. Pero eran otros tiempos.
Pasaron muchos años hasta que saltó la primera denuncia. Fue entre 2015 y 2016, cuando empezaron a aparecer mujeres del mundo del espectáculo que se animaron a relatar abusos sexuales sufridos por hombres conocidos. Dos denuncias contra el famoso Bill Cosby hicieron que se pusiera la lupa sobre la famosa Mansión Playboy. En esas declaraciones, las mujeres decían haber sido drogadas antes de ser abusadas por el actor durante esas fiestas.
Judy Huth declaró que Cosby abusó sexualmente de ella en 1974, cuando tenía 15 años. Lo hizo en la Mansión Playboy luego de haberle dado varias bebidas alcohólicas con droga. La modelo Chloe Goins sostuvo en otra denuncia que, en 2008, siendo una adolescente, había sufrido una agresión sexual por parte de Cosby en la misma casa. Contó que se despertó desnuda en un dormitorio de la mansión mientras Cosby le chupaba los dedos de los pies y se masturbaba. Y fue más allá: acusó al dueño de casa de haber sido -cuanto menos- negligente. Chloe cree que él no podía desconocer lo que ocurría.
Una vida sórdida
Fue este año que la ex novia de Hefner entre 2001 y 2008, Holly Madison (41), reveló más detalles de lo que ocurría detrás de esas paredes. Dijo sin pelos en la lengua que para vivir en la famosa mansión antes había que pasar por la cama de Hefner: “No estoy tratando de avergonzar a nadie ni nada por el estilo, pero nunca se le pidió a ninguna chica que se mudara allí a menos que se hubiera acostado con él”. Agregó en sus podcasts y en varias entrevistas en medios, que la vida tras los célebres muros era sórdida.
Holly, que estudiaba arte dramático en Los Ángeles y se mantenía trabajando como moza en el restaurante Hooters donde las camareras llevaban muy poca ropa, terminó yendo de invitada a la mansión del sexo. Encandilada con lo que vio y llena de problemas económicos, terminó conviviendo con otras seis novias de Hefner.
En esa primera noche, Holly dice que él le ofreció Quaalude (metacualona, un poderoso sedante e hipnótico), una droga a la que se refirió como un “abridor de muslos”. Holly, que tenía 20 años, se negó a tomarla, pero reconoce que durante mucho tiempo lo vio repartirla entre sus invitadas. De esa noche con Hefner, que ya era un hombre mayor de 74 años, no recuerda mucho más: “Fue tan breve que no me acuerdo de nada más que de tener un cuerpo pesado encima del mío”. Reconoce que después de hacerlo pensó: “‘De acuerdo, lo he hecho. He sobrepasado mis propios límites’ y no me sentía muy cómoda con ello”.
La descripción que hace Holly de Hefner no es para nada halagadora. Dice que era un hombre que nunca “complacía” sexualmente a las mujeres y que lo único que hacía era acostarse “boca arriba mientras ellas hacían la mayor parte del trabajo”. El sexo con él lo describió como “básico y siempre era lo mismo”, y recordó que él tenía la fijación de que siempre estuviéramos afeitadas”.
Cuando Holly se las ingenió para empezar a ocupar el primer puesto en el harem de la casa y en el corazón de Hefner, empezaron sus problemas con las otras seis chicas. Dice que el resto le hacía la vida imposible y la llamaban “perra”.
“Fue realmente despiadado, nadie se llevaba bien con nadie, todos intentaban delatar al otro”, reconoce. La modelo también reveló que, durante esos años, sufrió dismorfia corporal, un trastorno que provoca que una persona se obsesione con su imagen y solo vea imperfecciones. Para intentar ayudar a otras mujeres decidió compartir un video en las redes hablando sobre el tema: “Sentía que tenía que perder peso, que no estaba siguiendo mi dieta y que mis muslos eran gigante. Era ridículo, porque parecía un palo. Creo que preocuparme por cómo me veía me impidió ser más feliz o poder disfrutar más de la vida”.
En otro pasaje de sus podcasts, Holly Madison confesó algo más perturbador: que las chicas tenían que participar al menos dos veces por semana en orgías. “Imagina tener relaciones sexuales con alguien en una habitación llena de mujeres que te odian. Y sabes que todos están hablando una mierda de ti. ¡Horrible!”.
En 2005, Holly Madison y otras dos de las “novias oficiales” de Hefner -Kendra Wilkinson y Bridget Marquardt- se hicieron conocidas por participar del reality de tevé Chicas de la mansión Playboy (que terminó durando seis temporadas). Holly aguantó esa vida durante siete años y hasta soñó con tener un hijo con Hugh Hefner. Algo que hoy se alegra de que no haya sucedido.
En esos últimos tiempos de convivencia empezó a tener pensamientos suicidas, pero Hefner no la llevó a un psiquiatra e hizo que le suministraran antidepresivos. Comenzó a tartamudear y a pensar con lentitud. Se asustó y, finalmente, se marchó en 2008 con otro novio. Cuando Holly publicó sus memorias, Wilkinson la acusó de estar buscando provecho económico y de ser vengativa con Hefner.
Hugh Hefner, años antes de su muerte, ocurrida en 2017 a los 91 años y por causas naturales, publicó un libro autobiográfico en el que sostuvo que había personas como Holly Madison que falseaban la realidad y pretendían “reescribir la historia en un intento por mantenerse en el centro de la escena”.
Otras mujeres que también vivieron en la Mansión Playboy contradijeron a Holly Madison. La viuda de Hefner, Crystal Harris, aseguró que él había sido un hombre sumamente amable y generoso. Por su parte, la actriz Pamela Anderson, expresó que su experiencia en la Mansión del sexo había sido lo más parecido a una formación universitaria. Quien sabe. Cada uno habla desde el papel que desempeñó en esta historia y, esas vivencias, deben haber sido diametralmente opuestas.
La herencia de Hefner
A los 85 años Hefner quedó totalmente sordo. Había tomado demasiado viagra a lo largo de su vida y el exceso de esas drogas para tener erecciones podría haber sido la causa de que tuviera que recurrir a audífonos. Sus conejitas, las gemelas Kristina y Karissa Shannon, revelaron: “Dice que prefiere seguir haciendo el amor a oír”.
Hefner siguió viviendo a su ritmo y envuelto en su robe de seda color sangre. Cuando en los últimos años, un importante diario norteamericano le preguntó sobre la cantidad de sexo que solía tener, respondió muy suelto: “Un par de veces a la semana. Es ahí cuando me tomo esa pastilla. Déjeme que le diga que ayuda mucho. Yo la llamo el pequeño ayudante de Dios”. Agregó que no tenía ningún acuerdo comercial con la marca de la pastillita azul y zanjó la cuestión riendo: “Les hago publicidad gratis”.
Al morir, Hefner dejó una fortuna valuada en 43 millones de dólares. Esta debía repartirse entre sus hijos Christie, que en ese momento tenía 65 años, David, 62, Marston, 27 y Cooper, 26; la escuela de cine de la universidad del sur de California; varias organizaciones de beneficencia y su viuda Crystal Harris, 31.
Pero dejó estrictas instrucciones para que los herederos pudieran acceder al dinero. Aquellos que utilizaran drogas o abusaran del alcohol, no podrían disfrutar de la herencia. Solo podrían hacerlo luego de un año de desintoxicación o sobriedad absoluta. Al fin y al cabo, su moral de crianza asomó póstumamente en su testamento.
Crystal comunicó que su marido le había legado 12 millones de dólares con los que se está dando la gran vida. A los que la llaman “la Cazafortunas”, les responde que ella extraña a su nonagenario marido. Y, entre otras cosas, aseveró que mientras estuvieron casados “el sexo no era muy importante en la vida de Hugh”. Al diario inglés The Daily Telegraph, en la primera entrevista que concedió al enviudar, le dijo: “Él me enseñó mucho. Me enseñó el amor, la bondad… era amable con todos, buen anfitrión en su casa con todo el mundo, sin importarle quién eras. En estos días es raro encontrar alguien así”.
La “conejita” Carla Howe reveló al diario The Sun que la Mansión Playboy, en los últimos años, ya estaba muy venida abajo y que parecía “un hogar de ancianos”: “Hugh casi nunca sale de su casa y se niega a cambiar nada, por lo que el lugar parece anclado en la década de 1980″.
Hefner, que había comprado su mansión (de 29 habitaciones, bodega, gimnasio, piscina con gruta artificial y cancha de tenis) en poco más de un millón de dólares, la vendió en 2016 en 100 millones. Un gran negocio para cerrar el ciclo de la vida. El comprador fue el banquero Daren Metropoulos (hijo del multimillonario griego Dean Metropoulos). Por contrato, Hefner arregló que podría seguir viviendo allí hasta su muerte. Algo que ocurrió justo un año después.
Al desaparecer Hefner se supo que las alfombras de la casona se veían sucias; que el pis de los perros se olía por todos lados; que los dormitorios tenían los muebles en mal estado y que las camas ostentaban colchones viejos y manchados. La construcción necesitaba inversión y mantenimiento, pero su nuevo dueño se dejó estar. Fue entonces que entraron los saqueadores de souvenirs y la destruyeron por completo. Los intrusos se llevaron sábanas, juguetes sexuales, estatuas doradas y obras de arte. También arrancaron, para llevarse como recuerdo, partes de las molduras y de la mampostería. La pileta donde Hefner celebraba sus fiestas pantagruélicas con sus “conejitas”, quedó vacía.
Metropoulos había pensado tirar abajo la propiedad, pero el ayuntamiento de la ciudad realizó gestiones para que fuera conservada y restaurada. En eso están.
Es la única casa de la ciudad de Los Ángeles con licencia para fuegos artificiales, un zoológico y un cementerio de animales. Pero el glamour de las eternas fiestas con mujeres bellas y sexies y grandes estrellas de cine como Jack Nicholson, Kirk Douglas, Warren Beatty o Leonardo DiCaprio ya no existe. Entre sus paredes no hay más luces ni música ni sexo ni drogas ni más abusos ni famosos. Nada. La mansión está callada. Aunque solo han pasado cuatro años desde que el anciano y controvertido Hefner murió, su casa es, por ahora, una sombra en ruinas.
El mundo sigue rotando sobre su eje hacia el futuro en el que mucho de lo contado en esta nota, por suerte, ya no tendrá cabida ni aprobación.
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