Los años bisiestos riman con siniestros y suelen ser considerados malditos. En uno de estos años con días de más, asesinaron a Martin Luther King y a Mahatma Gandhi, se inauguró la macabra guillotina, se hundió el Titanic y ocurrió la pandemia por coronavirus. A estos negros acontecimientos podríamos sumarle que, en un año bisiesto, nació la asesina serial Aileen Carol Pittman. Más exactamente, en el preciso día extra: el 29 de febrero de 1956.
Aileen, a lo largo de su vida, también se hizo llamar Sandra Kretsch, Susan Lynn Blahovec, Lee Blahovec, Cammie Marsh Greene o Lori Kristine Grody. Esos eran sus seudónimos para evitar ser atrapada luego de sus fechorías y brutales crímenes.
¿Heredera de genes violentos?
En los 46 años que le tocó vivir, Aileen no encontró jamás la paz ni la felicidad. Nació en Rochester, Míchigan, Estados Unidos, dentro de una familia absolutamente disfuncional. Su vida se fue cincelando al compás de la violencia y del abandono.
Su madre, Diane Wuornos Melini, se casó a los 15 años con el pederasta y psicópata Leo Arthur Pittman. Tuvieron dos hijos: Keith nació en 1955 y, un año después, llegó Aileen. Cuando la bebé asomó su cabeza ya Diane se había divorciado.
Su padre, al que la pequeña Aileen nunca conoció, pasó gran parte de su tiempo en hospitales psiquiátricos de los estados de Kansas y Míchigan y se terminó suicidando, en 1969, en la cárcel.
Diane, luego del divorcio, sintió que sus hijos constituían una carga pesada y se los sacó de encima. Los dejó con sus propios padres, quienes eran de origen finlandés y vivían en Troy, Míchigan. Los abuelos de los pequeños, Lauri y Britta Wuornos, se encargaron de criarlos como si fueran sus hijos biológicos y los hermanos pasaron a llevar el apellido materno Wuornos.
Este tampoco fue un hogar acogedor. La abuela Britta era alcohólica, estricta y violenta. Lauri no se quedaba atrás y azotaba a su nieta con un cinturón. En algún momento de la historia, Lauri comenzó a abusar sexualmente de Aileen. A los 11 años, en la escuela, Aileen ya intercambiaba sexo por cigarrillos, drogas o comida. Fue por estos tiempos que, también, empezó a tener relaciones sexuales con su hermano.
La perversión se combinaba, intramuros, con peleas y palizas tremendas. Todo escaló al punto que un día Britta le quemó la cara a su nieta con un líquido inflamable.
A los 15 años Aileen quedó embarazada de un hombre mayor. Luego del parto, el 23 de marzo de 1971, fue obligada por sus abuelos a entregar al bebé en adopción en un hogar de Detroit. No está claro si, luego de esto, la echaron de su casa o si fue ella la que decidió marcharse. Lo cierto es que terminó viviendo en un auto abandonado en medio de un bosque.
Britta murió poco después de estos hechos, en julio de 1971, por una enfermedad hepática. Aunque Diane acusó a su padre de haberla matado, nada se investigó.
Los adolescentes Aileen y Keith Wuornos quedaron a la deriva y terminaron en un hogar. Aileen ya había descubierto la manera de ganar dinero: ejercer, fuera del horario de clases, la prostitución.
Paso a paso evolucionó de una niña aparentemente sumisa a una joven violenta. Por herencia y vivencias, había comenzado su transición hacia un ser salvaje y despiadado.
Prostitución, mentiras, delitos y golpes
Su manera de esquivar la ley a la que vivía desafiando fue hacerse llamar de otra manera: Sandra Kretsch. Cuando acumuló demasiados delitos con ese nombre, lo volvió a cambiar. Eso hizo todas las veces que consideró necesario.
En mayo de 1974 cayó por primera vez presa. La habían sorprendido manejando borracha después de dispararle desde su auto, con una pistola calibre .22, a un hombre que circulaba en otro vehículo. Dos años después fue nuevamente detenida por asalto. Aileen siguió haciendo de las suyas sin el control de nadie.
El 17 de julio de 1976, con solo 21 años, su hermano Keith murió de cáncer de esófago. Aileen cobró su seguro de vida quince días después: 10.000 dólares. Se dedicó a gastar compulsivamente dándose los lujos que ambicionaba y no había podido hasta entonces. Se compró un auto nuevo que, en pocas semanas, destrozó. En septiembre de ese mismo año ya se había quedado sin dinero. Decidió hacer dedo para dirigirse al estado de Florida donde se las ingenió para conocer al presidente del Club Náutico. Lewis Fell, de 76 años, cayó rendido ante la simpática y sexy Aileen, enfundada siempre en trajes de cuero negro. Ella lo atrapó con su red de mentiras y se casaron poco después. Todavía corría 1976. La noticia de la intempestiva boda salió publicada en los medios locales.
El casamiento no calmó a Aileen. Ella siguió con su vida de robos, borracheras, desmanes y peleas en bares. Y empezó a golpear a su marido. Un día asustado, luego de ser azotado con una caña de pescar, Lewis Fell consiguió una orden de alejamiento en su contra. Luego, anuló el matrimonio. No lo sabía, pero se había salvado de ser asesinado.
La carrera de Aileen siguió su derrotero. El 20 de mayo de 1981 fue detenida en Edgewater, Florida, por robo a mano armada. Eso le valió una condena a prisión. Salió libre en junio de 1983. Pero su carrera en el mundo del delito siguió en ascenso. El 1 de mayo de 1984 obtuvo otra sentencia en su contra por utilizar cheques falsos en un banco de los Cayos de Florida. También fue sospechosa en un robo con armas en noviembre de 1985 y multada por numerosas infracciones por incidentes de tránsito y por usar una licencia de conducir vencida. Su alias, en esa época, era Lori Christine Grody, el nombre de su tía.
El 4 de enero de 1986, Wuornos fue arrestada en la ciudad de Miami por robo de autos y resistirse a las autoridades. No solo eso: le encontraron un revólver calibre .38 y una caja de municiones en el baúl. Seis meses después fue nuevamente interceptada por la policía por haber disparado contra un conductor en una ruta para exigirle 200 dólares. Esta vez hallaron en su vehículo un arma calibre .22 y varias cajas de balas. Cambió su nombre y comenzó a llamarse Susan Blahovec. Bajo esta nueva identidad fue multada por varios excesos de velocidad.
Su vida se tambaleaba entre el delito y la cárcel cuando conoció, en un bar gay de Daytona Beach, a una joven de veintiocho años llamada Tyria Moore. Tyria, que trabajaba como mucama en un hotel, dejó su empleo y se convirtió en su amante. Se volvieron inseparables. Aileen siguió ejerciendo la prostitución y con eso les alcanzaba para vivir en hoteles de mala muerte. Juntas, cometían todo tipo de tropelías.
En julio de 1987, golpearon en la cabeza a un hombre con una botella de cerveza. La policía las interrogó, alegaron autodefensa y zafaron. Para evitar otras detenciones Aileen volvió a cambiar de nombre y pasó a ser Cammie Marsh Green.
En julio de 1988 fueron acusadas por el dueño de un pequeño departamento en Daytona Beach de haber destruido su propiedad. El hombre denunció que habían arrancado las alfombras, dañado todos los muebles y que habían pintado, sin su permiso, de color marrón oscuro las paredes. Ellas dejaron el desastre y se mudaron.
Aileen continuaba con su conducta amedrentadora contra todos, su guía era la ira y llevaba siempre en su cartera el arma cargada. La pareja giraba por los bares y paradas de camiones para encontrar clientes para Aileen que le pagaran por sexo con un puñado de dólares.
A la caza de siete víctimas
Nada ni nadie la frenaba. Aileen siempre redoblaba la apuesta. Odiaba al género masculino cada vez más. Su primera víctima fue asesinada el 30 de noviembre de 1989, en Palm Harbor, Florida. El hombre era uno de su misma calaña: Richard Mallory. Este electricista y dueño de una tienda de electrónica, tenía 51 años, era alcohólico, violador en serie y exconvicto. Su coche fue encontrado a la mañana siguiente con todos sus efectos personales, una botella de vodka vacía y varios preservativos. Unas horas después, unos jóvenes descubrieron su cadáver en los bosques cercanos a Daytona Beach. Estaba envuelto en una alfombra y presentaba tres disparos en el pecho calibre .22. Sin más pistas, no hubo investigación.
Aileen diría, al ser detenida, haberlo matado en defensa propia con su arma. Algo que muchos le hubiesen creído de haber sido el único.
El 1 de junio de 1990 Aileen volvió a matar. Esta vez el hombre se llamaba David Spears, tenía 43 años y era constructor. Apareció desnudo en los bosques de Citrus, atravesado por seis balas. Mientras los forenses trabajaban sobre el cuerpo, se halló un tercer cadáver. Este pertenecía a Charles Carskaddon, de 40, que había caído bajo la lluvia de nueve disparos el 6 de junio. Sólo habían transcurrido cinco días desde el segundo crimen.
Pocos días después, engolosinada con su éxito, volvió a hacerlo. El 4 de julio Peter Siems, de 65 años, desapareció durante un viaje en auto de Florida a Arkansas. Hubo testigos que lo vieron subir a su coche a dos mujeres que hacían dedo en la ruta: una rubia y otra de pelo castaño oscuro. Se encontró su auto y lograron obtener huellas, pero su cuerpo jamás apareció.
Al mes exacto, Aileen reincidió. Su quinta víctima fue el comerciante Troy Burress, de 50 años, cuyo cuerpo con dos disparos fue hallado en la banquina de la ruta interestatal 19. A Dick Humphreys (56), ex jefe de policía, le llegó el turno el 12 de septiembre de 1990. Lo asesinaron con seis tiros en la cabeza y el abdomen.
El séptimo fue Walter Jeno “Gino” Antonio (62), el 19 de noviembre del mismo año. Sus restos fueron descubiertos cerca de una autopista con cuatro heridas de bala.
Seis de los siete hombres habían sido liquidados en un mismo año. La espiral de violencia de Aileen se aceleraba. En cada escena del crimen aparecían preservativos y casquillos calibre .22. La policía estaba desconcertada, pero el sargento Bruce Munster, quien coordinaba la investigación, sospechaba que la ejecutora era una mujer. Estaba en lo cierto.
La casualidad quiso que un día Aileen y Tyria tuvieran un accidente mientras manejaban el auto de una de sus víctimas. Ella y su amante se bajaron y quisieron huir de la escena. Como Aileen sangraba, la gente se acercó y ofreció ayuda. Ellas se negaron a ser socorridas, pero esos minutos fueron suficientes para que con las descripciones de los testigos la policía confeccionara un retrato robot para poder rastrearlas. Los rostros de las mujeres aparecieron en todos los medios de comunicación. Solo era cuestión de tiempo. También ayudó a la pesquisa que las delincuentes se financiaran vendiendo objetos de sus víctimas en casas de empeño.
Finalmente, en enero de 1991, la policía localizó a Tyria Moore en Scranton, Pensilvania. Se había escondido en la casa de su hermana.
La traición de la amante
Los investigadores fueron rápidos y le ofrecieron a Tyria un trato: le darían inmunidad si declaraba todo lo que sabía sobre Aileen. Aceptó.
La instalaron en un motel de Florida durante cuatro días, la llenaron de hamburguesas y cervezas y le pidieron que se comunicara con Aileen que estaba detenida por algo menor. Grabaron diez llamadas telefónicas. En una de ella Tyria le dijo a su novia que temía que la arrestaran también a ella por los asesinatos y habló de suicidarse. Aileen aceptó hacerse cargo de todos los crímenes ante la justicia. A su amante Tyria, que la estaba traicionando, le dijo: “Eres inocente. No voy a dejarte ir a la cárcel. Si tengo que confesar lo haré. Yo soy la que hizo todo. Tú haz lo que tengas que hacer”. Tyria era, claramente, su gran y único amor.
La policía llegó hasta Aileen Wuornos un día mientras ella dormía, totalmente borracha, dentro de un auto. El monstruo, así le decían, había parado su vehículo en la playa de estacionamiento del hoy célebre motel y bar The Last Resort, donde ella había tomado su última cerveza antes de ser encontrada por los detectives. La mujer araña, bautizada también así por los medios debido a su odio hacia los hombres y su fanatismo por la ropa sexy, había sido detenida.
El 16 de enero de 1991 confesó con detalle. Durante el interrogatorio reconoció los asesinatos, pero alegó que los había cometido en defensa propia. Acusó a Mallory, su primera víctima, de haberla violado, sodomizado y golpeado brutalmente.
Cannonball, que atendía el bar The Last Resort frecuentado por Aileen, aseguró que la mujer detestaba a los hombres. Reveló que una vez le había dicho que se vengaría porque “este mundo está lleno de hombres podridos”. El capitán Steve Binegar, quien la arrestó, sostuvo que Aileen “cuando disparaba una bala tras otra sobre aquellos pobres hombres, estaba matando a su padre una y otra vez”.
El 27 de enero de 1992 obtuvo su primera sentencia de culpabilidad por homicidio en primer grado y el 30 de enero fue sentenciada a la pena de muerte. Tras el veredicto, la ya condenada gritó enfurecida: “¡Fui violada. Espero que los violen, ¡basura de América!”.
Una Aileen Wuornos visiblemente enojada le dijo a la prensa: “Fui violada, fui torturada. Tenían la imagen del volante con los arañazos, estaba roto. Esa es la prueba de que yo estaba atada al volante. Richard Mallory me violó violentamente como le he dicho. Pero estos otros no. Ellos, sólo comenzaron (...) Aun así la mayoría de ellos empezaron golpeándome. Se pusieron rudos conmigo, no me dieron otra opción que pelear. Tomé mi arma y comencé a disparar”. Y, en reiteradas ocasiones, repitió: “Se lo merecían. Lo siento por sus familiares, pero lo que hice fue defenderme”.
Su tío Barry Wuornos desdijo lo que la acusada había afirmado sobre su abuelo y los abusos. Aseguró que él jamás había visto a su padre golpear o abusar de Aileen: “Éramos una familia bastante normal, había muy pocos problemas...”.
Tyria Moore, que había declarado en su contra y la señaló como la única responsable de los crímenes, aprovechó su momento de fama y se dedicó a firmar contratos para libros y películas. La historia tenía rating.
Una adopción descabellada
Durante el juicio, Aileen Wuornos fue adoptada por Arlene Pralle, una cristiana supuestamente dedicada a tareas de caridad. Según Arlene, la adopción se la había pedido el mismísimo Jesús. Pero, la única verdad, era que Pralle pedía dinero por las entrevistas con Aileen. Logró que le pagaran por una exclusiva 10.000 dólares, pero llegó a pedir 25.000.
Parte del dinero habría ido al bolsillo del abogado de Aileen, Steven Glazer, que había sido contratado por la misma Pralle. La relación “madre/hija” de estos dos personajes no duró nada. Muy pronto Aileen se dio cuenta de que la caridad había sido una vil máscara para obtener dinero y publicidad a costa suyo. Le contó a un periodista que Arlene y Glazer le habían indicado de qué forma podía suicidarse con éxito en la cárcel y que sospechaba que la dupla esperaba su muerte para negociar los derechos sobre una película sobre su vida. Además, habían sido quienes les habían indicado no refutar las imputaciones que pesaban sobre ella.
Acumuló seis condenas a muerte, pero no enfrentó cargos por el asesinato de Peter Siems porque nunca apareció el cuerpo.
Durante ese proceso fue entrevistada por numerosos psiquiatras y psicólogos. Uno de ellos dijo: “La señora Wuornos es, probablemente, una de las personas más primitivas que he visto fuera de una institución”. En esos tiempos ella admitió: “Maté a esos hombres, les robé tan fría como el hielo. Y lo haría de nuevo. No hay ninguna oportunidad de mantenerme viva o algo así, porque mataría de nuevo. Tengo odio arrastrándose por mi organismo... Estoy tan harta de escuchar esa cosa de ‘está loca’. He sido evaluada tantas veces. Soy competente, cuerda, y estoy tratando de decir la verdad. Soy alguien que odia en serio la vida humana y mataría de nuevo”. En otra entrevista aclaró: “Estoy totalmente cuerda. Y no uso drogas”.
Su temperamento en la cárcel no cambió y siguió generando polémicas. Acusó a la supervisora de la prisión de abusar de ella, de escupirle la comida y de llevarle alimentos con orina. Aseguró que la presionaron para que “me suicidara antes de la ejecución” y que la querían “violar antes de ejecutarla”. En una de las últimas entrevistas anunció que su mente estaba siendo controlada por “presión sónica” para hacerla parecer loca.
El anunciado final y un Oscar
A las 9.30 de la mañana del miércoles 9 de octubre de 2002, a los 46 años, Aileen Wuornos recibió la inyección letal: un cóctel de pentotal de sodio, bromuro y cloruro potásico. A las 9.47 fue declarada muerta.
Había estado en el corredor de la muerte por una década y ella misma reclamaba terminar de una vez con su vida: “Necesito morir por haber matado a esa gente”, le había declarado al medio ABC, en febrero del 2001.
No se sabe a ciencia cierta qué fue lo último que comió. Algunos dicen que rechazó comida y que solo tomó una taza de café. Sin embargo, en un documental, se aseguró que pidió pollo frito con papas.
Fuera de la cárcel, mientras la ejecución se llevaba a cabo, los manifestantes contra la pena de muerte pedían que se detuviera todo porque Aileen Wuornos era demente. Nadie les hizo caso. La misma Aileen quería su final. Sus últimas palabras fueron tan locas como su vida de pesadilla: “Sólo quiero decir que estoy navegando en el rock y que regresaré, como en el Día de la Independencia, con Jesús, el 6 de junio, al igual que en la película, con grandes naves nodrizas y todo. ¡Regresaré!”. Su cuerpo fue incinerado.
Su sórdido personaje inspiró tres películas, un documental, dos libros e, incluso, una ópera. Aileen, también, llegó a los Oscar de la mano de la famosa actriz Charlize Theron quien la interpretó para la película Monster, en 2003. Theron ganó, en 2004, el Oscar como mejor actriz por su gran trabajo. El papel de Tyria fue encarnado por Christina Ricci.
Esta historia terminó significando, para algunas personas, dinero y gloria; para la culpable, la muerte. Cuando en la butaca, entre la realidad y la fantasía, se acomoda “el mal”, suele no haber salida.
La terrible vida de Aileen vino a mostrar la terrible transición de una víctima a una impiadosa asesina. La línea que separó las distintas caras del horror, en este caso, resultó ser demasiado delgada.
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