Parecía una victoria fácil. No podía ser de otro modo. Los Aliados venían de reconquistar Francia y Bélgica de una manera mucho más sencilla de lo que se preveía. El ritmo de su avance sorprendía al enemigo; era mayor al de las fuerzas nazis en el inicio de la Segunda Guerra. Desde el Desembarco de Normandía el optimismo se había instalado. Pero aquello que se había previsto como una operación veloz y hasta simple significó una gran derrota con una enorme pérdida de vidas. La Batalla de Arnhem o La Batalla de los Puentes fue una impensada caída de los Aliados motivada por un exceso de confianza, por errores de cálculo, alguna mala pasada del azar y por el choque de egos entre los generales a cargo de la toma de decisiones. Fue, también, la última gran victoria nazi de la Segunda Guerra Mundial, la última vez que pudieron frenar el avance de su enemigo.
Mientras Europa estaba siendo reconquistada ante el avance de los norteamericanos e ingleses por un lado y el del Ejército Rojo en el Frente Oriental, los nazis y sus posibilidades se reducían cada vez más. Sus posiciones eran endebles y se reducían a lo defensivo. Fortalecer la Línea Sigfried era para septiembre de 1944 su mayor objetivo. Los Aliados querían abrir agujeros en esa línea para ingresar hacia el Rhur, el corazón productivo del Tercer Reich y darle a Hitler el golpe de gracia.
Los territorios neerlandeses todavía no habían sido reconquistados. Ese fue el siguiente objetivo de los Aliados. Se centraron en especial en los puentes de la zona norte que permitían atravesar el Rin y los otros ríos. Esos pasos serían claves para internarse en territorio enemigo. Dentro del comando, las posiciones de los principales generales eran encontradas. La mayoría proponía un ataque coordinado y convencional que permitiera erosionar y derrotar progresivamente diferentes divisiones para ir ganando terreno. Pero el inglés Bernard Montgomery, Monty, siempre cauteloso y amante de asegurarse una proporción de fuerzas mayor que su rival, propuso algo muy diferente a su estilo habitual. Un ataque relámpago que sorprendiera a los nazis y les permitiera tomar posesión de los puentes. Pero para eso necesitarían una gran concentración de fuerzas: 2.000 aeronaves y casi 100.000 hombres. Todas las divisiones de paracaidistas disponibles y mucho apoyo terrestre.
Monty, su prestigio y su insistencia, se impusieron. Logró que Dwight Eisenhower, el comandante general aliado, aprobara su plan. Cuando se repasan estas grandes operaciones militares, lo que se supone es que el consenso previo es total, que la planificación es perfecta y que todos los riesgos fueron calculados. Pero no siempre sucede de ese modo. Y la Batalla de Arnhem es uno de esos casos. Las victorias recientes y a diferencia de nacionalidades de los que tomaban las decisiones hacían que los resquemores crecieran entre los generales. Montgomery (y Churchill y hasta podría decirse que cada soldado inglés) creía que los ingleses no eran reconocidos debidamente. Pero la relación de poderío no era equivalente entre los diferentes integrantes de los Aliados. Estados Unidos era el que predominaba en cantidad de hombres y de armamento. El historiador Anthony Beevor afirma en su libro La Batalla de los Puentes que la convicción errada de que Inglaterra es subestimada por las grandes potencias en cuanto a su poderío nació en septiembre de 1944 en virtud de esta batalla, que sus fuerzas no eran ni son equivalentes a las de Estados Unidos.
El ataque fue llamado Operación Market Garden. El Market era el ataque de los paracaidistas. El Garden era el avance terrestre. Ambos movimientos les permitiría tomar los puentes. Algunos de los generales se opusieron desde el principio. Les parecía que las posibilidades de éxito eran escasas. Montgomery sostenía que la operación decidiría el destino la guerra. A su favor, obviamente. Eso sorprendió a varios porque el militar inglés solía ser cauteloso y nunca iba contra las probabilidades. Pero la posibilidad de convertirse en el que quebró definitivamente la defensa rival lo nubló. El general británico Urquhart dijo, en cambio, que se trataba de una misión suicida, que el margen de la posibilidad de éxito era mínimo.
El 17 de septiembre de 1944 desde el cielo llegó la primera oleada. Centenares de bombarderos descargaron miles de bombas sobre las defensas alemanas. Los paracaidistas se acercaban al lugar. En ese primer día 20.000 hombres fueron movilizados. En los cálculos previos esa ofensiva debía ser suficiente. Pero fueron ferozmente repelidos.
Después una serie de decisiones erróneas, de falencias de equipamiento, de falta de comunicación y vicisitudes climáticas colaboraron para el desastre. Hasta fueron desoídos mensajes de la resistencia holandesa que afirmaban que el ejército nazi se mantenía fuerte en la región y que estaba esperando el ataque.
El primer contingente de paracaidistas debió dividirse en varias tandas porque no había suficientes aviones disponibles y la niebla retrasó el despegue de otros. El apoyo terrestre debía acercarse por un camino de una sola mano y desguarnecido, lo que posibilitó que los alemanes atacaran fácilmente a los que llegaban. Las defensas antiaéreas derribaron varios aviones. En uno de ellos los alemanes encontraron el plan de ataque. Eso les permitió adelantarse a cada movimiento de las fuerzas aliadas. El factor sorpresa se había perdido y varias compañías de paracaidistas fueron acribilladas antes de llegar a tierra. A las tropas que venían por tierra las emboscaron con facilidad separándolas del resto.
Cuando llegaron a Berlín las primeras noticias del ataque, la reacción de Hitler fue de sorpresa y de furia. Teniendo en cuenta las derrotas veloces y aplastantes de los meses anteriores, el Führer supuso que otra vez vencerían los Aliados. Ordenó a su comandante que si la situación le era adversa a sus tropas dinamitara cada uno de los puentes. Walter Model desobedeció la orden y peleó. Dejo los puentes intactos y fueron fundamentales para el contraataque. La apuesta le salió bien. Defendió su posición y repelió los ataques a lo largo de diez días.
Las bajas de los Aliados fueron muy numerosas. La Operación Market Garden produjo más muertes para ellos que el Desembarco de Normandía. La cantidad de heridos fue enorme. Los alemanes tomaron 7.000 soldados enemigos como prisioneros de guerra. La 1° División de Paracaidistas, por ejemplo, dejó de existir por la enorme cantidad de bajas.
Al general británico Frederick Browning todos lo conocían como Boy. Usaba, como Montgomery, la boina ladeada y hacía un culto de la elegancia y su dandismo. Siempre pulcro se paseaba por el campo de batalla con sus prendas siempre planchadas e impecables; uno de sus asistentes llevaba varias piezas de vestuario para que él se cambiara por si se ensuciaba. Estaba casado con la escritora Daphne du Maurier. La participación de Browning en la Operación Market Garden fue importante por diversos motivos. De él fue la frase que acompañaría a la batalla para siempre. Cuando le preguntaron si sus unidades de paracaidistas podían alcanzar el objetivo, dijo que por supuesto. Pero poco después, cuando las cosas se complicaron agregó: “Creo que estamos yendo a un puente demasiado lejos”. Boy Browning utilizó 38 aeronaves para transportar elementos para montar su cuartel central en la zona de los hechos. Entre otras cosas llevó su sillón favorito, un grabado de Durero y hasta tres osos de peluche. El General James Gavin fue muy crítico de la actuación del inglés en Arnhem. Luego del fracaso de la operación, de las pérdidas y las muertes, Browning culpó al comandante polaco Sosabowski. Cargó sobre él todas las culpas. Los paracaidistas polacos mostraron gran valor y sufrieron muchísimas pérdidas. Cuando los alemanes ya tenían en sus manos los planes del enemigo, esperaron en tierra la llegada de los contingentes restantes. Uno de ellos fue el de los polacos que fueron masacrados en el aire sin poder defenderse. Pero Sosabowski, según coinciden los principales historiadores, fue utilizado como chivo expiatorio por parte de los militares ingleses y norteamericanos.
Browning y sus actitudes chocaban con James Gavin, un general norteamericano que era llamado “El General Saltarín” porque se lanzaba con sus tropas en las misiones. También lo hizo en la Market Garden. El viento fuerte hizo que su descenso en vez de ser sobre el césped fuera sobre pavimento. La caída fue dura y lo dejó lesionado. Aunque él no aceptó los consejos médicos y continuó en combate (tiempo después se comprobó que se había fracturado dos discos lumbares). Su compañía hizo contacto en tierra bastante alejada del puente que debían asegurar. Al llegar al lugar, el combate fue intenso y fueron rechazados. Otra parte del plan aliado que no podía llevarse a cabo. Gavin tenía fama de rompecorazones. Durante la Segunda Guerra mantuvo romances con Marlene Dietrich y Marta Gellhorn, la periodista que había estado casada con Hemingway, entre otras celebridades.
Pero esos son los grandes movimientos. Tropas, números, fechas, generales, comandantes, objetivos tomados o incumplidos. En cada sector, durante cada hora, hubo como en toda guerra un drama humano. Mutilaciones, hambre, muerte. Dolor.
Un contingente de soldados norteamericanos tuvo que refugiarse en el sótano de una escuela. Decenas de ellos estaban heridos, sin posibilidad de moverse. Las bombas, cada tanto seguían cayendo. Habían quedado desconectados del resto de la tropa. Los equipos de comunicación estaban estropeados. La potencia de las réplicas nazis, los habían obligado a cambiar el rumbo original. Ya habían perdido muchos hombres y nadie los buscaba. Las municiones se habían acabado. También la comida. En algún momento la sed fue tan acuciante que ingirieron cualquier líquido que encontraban. Beevor cuenta que a uno de esos soldados, un afroamericano de veinte años, el pelo se le encaneció de manera completa en apenas una semana. En un momento el jefe de la compañía también herido, delegó el mando en otro oficial y le ordenó que escapara con los hombres que pudieran trasladarse por sí mismos; el resto con él a la cabeza se entregaron al enemigo para que los heridos de gravedad tuvieran alguna posibilidad de sobrevivir y para no morir de la inanición.
En uno de los diarios personales que Anthony Beevor consultó para escribir su libro, un soldado escocés que estaba en la guerra desde hacía cuatro años escribió un llamado desesperado: “Esto no es una batalla. Esto es una asesinato masivo. Nos están liquidando”.
Otra historia personal. Uno de los aviadores norteamericanos herido en combate fue atendido en un hospital de campaña. Las enfermeras eran adolescentes belgas y holandesas que ayudaban en lo que podían. Una de ellas de 16 años lo asistió con denuedo hasta que el hombre se recuperó. Ella estaba muy flaca, demasiado, debido a la escasez de alimentos. El soldado tiempo después del alta volvió al hospital para llevarle algo de comida a esa enfermera que estuvo junto a él en el peor momento. Pasaron muchos años, casi dos décadas, para que los dos se reencontraran. Fue en otras circunstancias. En la filmación de Sola en la Oscuridad (Wait Until Dark) el director Terence Young descubrió que su protagonista, que Audrey Hepburn había sido la enfermera que le había salvado la vida.
La Operación Market Garden llegó dos veces al cine. La primera fue poco después del fin de la guerra, Theirs is the Glory. La segunda fue en 1977. Una súper producción dirigida por Richard Attenborough y un elenco estelar: Michael Caine, Sean Connery, James Caan, Dirk Bogarde. Un Puente Demasiado Lejos ganó varios premios, lideró la taquilla y algunos de los hechos se ajustan bastante a la historia real.
Los Aliados recién lograron liberar Holanda muchos meses después, el 5 de mayo de 1945. Los alemanes durante esos meses aumentaron su ferocidad en uno de los pocos territorios europeos que quedaban bajo su poder. Recrudeció la persecución a la resistencia y las matanzas en revancha por lo sucedido. Cuarenta mil holandeses fueron deportados a los campos de concentración. La ciudad de Arnhem fue vaciada y destruida. Sus más de 100.000 habitantes fueron obligados a emprender un éxodo. El racionamiento se ajustó todavía más. A la escasez se sumó la venganza. La dieta promedio dada a los holandeses bajó a las 350 calorías diarias. Gran parte de la población cayó en la desnutrición. 20.000 personas murieron de hambre.
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