Podía ser la gran oportunidad de su vida. Al menos era una que aún no había tenido. La de protagonizar una serie. Tenía 37 años y todavía no había logrado un protagónico. Era un obrero de la actuación, acostumbrado a saltar de papel secundario en papel secundario. Parecía tarde para que su carrera tomara otro rumbo. Las estrellas eran jóvenes, atléticos, bien parecidos. Toda ilusión que pudiera haber construido se derrumbó en medio del casting. La lectura venía tropezada; lo que había preparado no le salía. Se escuchaba decir el parlamento de ese jefe mafioso y se sentía un farsante. Cuando le tocaba decir una de sus líneas, hizo un largo silencio. Bajo la vista, meneó la cabeza y enojado (con él mismo) se retiró del estudio mascullando unas disculpas. Lo que James Gandolfini no sabía era que David Chase lo había elegido en el mismo momento en que lo vio entrar caminando. Sabía que ese hombre medio pelado, excedido de peso y con la mirada oblicua debía ser Tony Soprano.
Hoy cumpliría 60 años James Gandolfini. Especular cómo sería hoy su carrera es una ucronía. Una pista -sólida, casi incontrastable- se encuentra en Enough Said la entrañable comedia romántica con Julia Louise-Dreyfus que se estrenó póstumamente. De todas maneras no tiene sentido indagar en lo que no ocurrió, en lo que su muerte temprana en Roma frustró. Alcanza con lo que hizo. Esas seis temporadas de Los Sopranos convirtieron a James Gandolfini en uno de los grandes actores televisivos de la historia. Sobre la cuestión existe una inédita unanimidad. El crítico norteamericano Alan Sepinwall dijo que si hubiera que cincelar un Monte Rushmore con los próceres de los dramas televisivos, una de esas esfinges talladas en piedra pertenecería, sin lugar a dudas, a James Gandolfini. El resto, escribió, se puede discutir. Pueden pelear un lugar Jon Hamm, Bryan Cranston y varios más. Pero Gandolfini y su Tony Soprano tienen un lugar asegurado en ese olimpo.
Antes de él (o de ellos: de Tony y de James) para un actor estar en una serie era una especie de descenso en su carrera, algo que podía brindar fama y dinero pero jamás prestigio. Entre las revoluciones que provocó Los Sopranos esa es una de las más notables. Gandolfini cambió para siempre la dignidad del actor televisivo.
James Joseph Gandolfini Jr. nació el 18 de septiembre de 1961 en New Jersey. Su padre era italiano y su madre hija de italianos. James padre era veterano de la Segunda Guerra Mundial y trabajaba de albañil. La madre cocinaba en un comedor escolar. James al terminar la secundaria, estudió comunicación en Rutgers. Después tuvo diversos trabajos. El principal fue el de patovica en boliches nocturnos pero también fue camionero y hasta tuvo un bar. A los 25 años quiso retomar un antiguo hábito de adolescencia, la actuación. A su familia al principio no le pareció una gran idea pero al tiempo se conformaron con que demostrara interés por algo. Nadie, tal vez ni él mismo, creyó que pudiera triunfar en el oficio.
Luego de un tiempo de estudio comenzó a presentare en castings. Consiguió algunos roles menores en Broadway. Obras clásicas: Un Tranvía Llamado Deseo y una adaptación de Nido de Ratas. También papeles en cine. Generalmente siguiendo el phisique du role hacía de gángster, de matón o de delincuente de poca monta. En varias de esas películas se destacó pese a su presencia menor: True Romance, Crimson Tide o Get Shorty.
Después llegaría la explosión. David Chase presentó el proyecto de Los Sopranos a los directivos de HBO haciendo una pequeña reseña argumental: “Se trata de un tipo de unos cuarenta años, en la encrucijada de su vida, en una crisis de mediana edad. Tiene problemas en su matrimonio, problemas en su trabajo, cría hijos adolescentes en la sociedad moderna: las presiones típicas de cualquier hombre de su generación. La única diferencia es que el jefe de la mafia del norte de New Jersey. Ah, y además, va a una psicóloga”.
Después del fallido primer casting, ante la insistencia de Chase, Gandolfini volvió y lo hizo muy bien. Sin embargo, creyó que el papel no sería suyo. Nunca había sido el protagonista de un gran proyecto. Se conformaba con ocupar algunos de los roles secundarios en la banda de mafiosos. Supuso, según sus palabras, que el elegido sería “una especie de George Clooney pero italiano”.
A las pocos emisiones, Los Sopranos se había convertido en un fenómeno. Un nuevo lenguaje para la televisión. Un mundo propio, grandes guiones, un elenco compacto; pero nada podría haber sido posible sin un gran Tony Soprano. En él se sostenía todo el andamiaje. Creo un mafioso tridimensional, complejo, con claroscuros, con resquicios.
Mathew Weiner en una historia oral de la serie que hizo la revista Vanity Fair hace más de un lustro declaró: “El casting de Gandolfini fue clave. Su carisma natural. Amamos a Tony porque él tiene todos nuestros apetitos animales. Todo el mundo ama entrar a un lugar y comerse el sandwich mas grande posible, sentarse en el mejor lugar, tener sexo con las chicas más lindas. Pero en su casa el tiene la misma vida que tenemos nosotros. No puede conseguir que lo respeten demasiado en su familia”.a
Los actores de la serie, en su gran mayoría ignotos hasta el momento, se convirtieron en súper estrellas. Mucho más Gandolfini que era el protagonista. Para tomar conciencia de lo que significó el nivel de atención que generaban es útil el caso de Steve Van Zandt, que es una pieza clave de la E Street Band, la banda de Bruce Springsteen. Él como músico tuvo dos momentos de gran exposición mediática; en 1975 con la aparición de Born to Run y en los ochenta con Born in the USA, más allá de su carrera solita que languidecía al momento del inicio de Los Sopranos. Cuando la serie se instaló, cuenta Steve, que le era muy difícil salir a la calle ya que era reconocido y hasta acosado a cualquier lugar al que iba como nunca antes le había pasado. “El poder de la televisión” concluye.
Gandolfini llegó al final de Los Sopranos algo cansado de Tony y de lo que generaba. Sin embargo disfrutaba de su nuevo status de súper estrella y de los reconocimientos permanentes. Ganó todos los premios posibles: Emmys, Globos de Oro y Screen Actors Guild Awards. Además, claro está, del millón de dólares por capítulo que percibía en las últimas temporadas.
En la misma nota de Vanity Fair, Gandolfini decía: “Al final yo estaba enojado con un montón de cosas. En realidad estaba cansado. ¿De qué podría estar cansado? David Chase me hizo vivir algo inigualable como experiencia de vida, actoral y naturalmente económica. Pero con el paso de los años, el éxito y la plata todos nos pusimos más difíciles y raros.”
A veces, Gandolfini, pese a las ofertas millonarias y a los halagos, era atacado por el síndrome del impostor. Y dudaba de su talento y sólo atribuía su presente a una conjunción de injusticia (hacia otros más dotados) y mucha buena suerte. Brad Pitt contó que una vez le dijo que la gente decía que ellos tenían demasiada suerte. Lo dijo quejándose y hasta casi dándoles la razón a sus críticos. Brad Pitt le respondió que no era cierto, que no se dejara confundir, que se había ganado lo que tenía. Gandolfini después de pensar un rato concluyó: “Es verdad. Me deslomé trabajando y esperando mi oportunidad. No conozco a nadie al que le haya bien en algo y sea un vago”.
Cuando Steve Carrell dejó The Office, los productores fueron a buscar a Gandolfini para reemplazarlo: un gran golpe de efecto. Hacía unos años que había terminado de interpretar al jefe mafioso. La oferta económica era muy tentadora. Cuando HBO se enteró le hizo una propuesta inédita y algo insólita. Le pagó 3 millones de dólares para que no aceptara el papel. De esa manera la cadena intentaba proteger el legado de su serie insignia. La plata más fácil que ganó en su vida.
En sus últimos años produjo películas, series y documentales. Mientras tanto buscaba otro gran proyecto que lo entusiasmara, que estuviera a la altura de Los Sopranos. Quería conquistar el cine con un personaje de igual peso que Tony.
Su vida sentimental no fue tranquila pero tampoco tan turbulenta como la de otras estrellas de Hollywood. En su juventud sufrió un gran dolor. Lynn Jacobson, una ex novia, murió en un accidente automovilístico. Eso, contó, cambió su vida para siempre: “No es que decidí hacer todo lo que tenía pendiente, ni se me grabó a fuego el lema ‘La vida no debe desperdiciarse’. Pero nunca pude sacarme de la cabeza que todo puede acabarse en un segundo”.
Después se casó con Marcy Wudarski. El matrimonio duró sólo tres años y tuvieron un hijo, Michael. En el 2008, ya convertido en un impensado hombre más sexy del planeta (una de esas categorías de revistas norteamericanas) se casó con la modelo y actriz Deborah Lin con la que tuvieran a Liliana Ruth en 2012.
En estos días Michael Gandolfini es noticia. En poco tiempo HBO estrenará The Many Saints of Newark, una precuela de Los Sopranos. Michael con sus 21 años tomará el lugar de su padre. Interpreta al joven Tony Soprano. No es el primer papel de Gandolfini hijo que ya participó en varias series y películas.
El 19 de junio de 2013, James Gandolfini estaba en el Boscolo Exedra de Roma. Un antiguo y fastuoso palacio convertido en hotel de lujo. Paseaba con su familia por Italia de paso a Taormina. En el festival de cine de esa ciudad recibiría un premio por su trayectoria. Cenó con su hijo Michael de 13 años. James tomó varios tragos: cervezas, piñas coladas, ron y comió de manera abundante. A las 10 de la noche Michael lo encontró tirado en la sala de la amplia habitación. El chico pidió ayuda. El servicio de emergencias llegó enseguida y mientras realizaban maniobras de resucitación lo trasladaron al hospital más cercano. Pero ya no había más nada que hacer. Un ataque cardíaco masivo terminó con su vida. Era muy joven. Tenía 51 años.
La noticia de su muerte, ocho años atrás, estremeció. Era un personaje querido, alguien admirado y, al contrario de la mayoría de las celebridades que mueren, todavía tenía mucho para dar, todavía había mucho talento para disfrutar.
Con James Gandolfini se puede afirmar que se aplica el código que él férreamente ejecutaba desde su personaje de Tony Soprano cuando le recordaba a cada miembro que de la familia, una vez que se entraba, no se salía más. La admiración hacia James Gandolfini tampoco tiene salida posible, una vez que se adquiere no se abandona.
SEGUIR LEYENDO: