El soldado de 21 años y unos pocos compañeros de su compañía quedaron aislados del resto. De pronto, en medio de la noche, los rodean los hombres del Vietcong. Espera que la oscuridad lo cobije. Se queda quieto, no quiere que ningún movimiento lo delate. De pronto la noche se ilumina. Una lluvia de disparos lo acosa. Se tira boca abajo, un tronco lo protege. En algún momento cree que la balacera será eterna. El enemigo dispara sin interrupción. Cuando el ataque empieza a discontinuarse, cuando hay algunos intervalos de silencio, Oliver Stone, el soldado de 21 años, toma una granada, le saca la espoleta y la lanza con furia contra la noche apretada. Hay todavía más intercambios de disparos pero de menor intensidad hasta que llega el silencio y el amanecer. Cuando todo está quieto, Stone sale de su refugio y camina hacia donde había lanzado la granada. En una trinchera encuentra un soldado enemigo muerto. Quemado, mutilado, con medio cuerpo destrozado. “No he dejado de ver esa imagen en mi cabeza. Pero no siento culpa. Él está muerto. Y yo vivo. Así es cómo funciona”, escribió Oliver Stone en su libro de memorias Chasing The Lights sobre la primera vez que mató a un hombre.
Hoy Oliver Stone director y guionista cumple 75 años. A lo largo de su trayectoria cosechó premios, elogios, críticas feroces y muchas polémicas. En su discurso público siempre hubo denuncia. En sus películas mucho músculo, ritmo narrativo, nervio y la propensión al subrayado. De guionista de Expreso de Medianoche a documentalista dócil y permeable a populistas y dictadores.
Su padre, soldado norteamericano en París, conoció a su madre, joven y hermosa francesa en 1945. Se casaron y viajaron a Estados Unidos. El hombre se convirtió en un exitoso agente de bolsa. El matrimonio se fue desmoronando. Stone cree que ese casamiento fue un error, casi no se conocían cuando decidieron la boda. “Pero gracias a ese error nací”, escribió.
Al terminar el colegio, Oliver ingresó a Yale. Pero al poco tiempo abandonó la universidad y viajó al sudeste asiático. Allí se dedicó a conocer y a ganarse la vida enseñando inglés. Dos años después volvería a la región pero ya convertido en soldado norteamericano para luchar en Vietnam. Estuvo casi dos años en la guerra. Fue herido de bala en dos oportunidades hasta que le dieron la baja. Al regresar a su país, decidió no decirle a sus padres de la vuelta. Viajó por California, se sumergió en la lisergia y pasó por México. En la frontera lo detuvieron con 60 gramos de marihuana. Su padre y un abogado caro lo rescataron de la cárcel. Volvió con su progenitor a Nueva York. Alguien le propuso estudiar cine. Como no tenía demasiado que hacer siguió el consejo. Allí tuvo como maestro entre otros a Martin Scorsese. En esos años escribió un guión que tituló Platoon, Pelotón, sobre sus experiencias en Vietnam. Pero nadie quería filmar una historia así a principios de los setenta, nadie quería escuchar demasiado sobre ese tema. Logró vender otro guión por 5.000 dólares. Aunque nunca se filmó, le abrió las puertas de Hollywood. En 1974 filmó Seizure, una película de muy bajo presupuesto y sin ninguna repercusión.
La gran oportunidad le llegó con Expreso de Medianoche. Adaptó un best seller (plano, sin demasiado interés) sobre los padecimientos de un extranjero en el sistema carcelario turco. Ni a Alan Parker, un inglés frío y cerebral, ni a los productores les gustaba demasiado este guionista algo inestable y desalineado. Pero cuando leyeron la primera versión del guión se dieron cuenta de que había hecho un gran trabajo. Se alejó del texto original para apropiárselo, agregando suspenso y violencia. Eso provocó que, una vez estrenada la película, las autoridades turcas reclamaran por la imagen que el film daba de su país. También significó el lanzamiento de Oliver Stone. El guión fue nominado a cada premio posible esa temporada.
Llegó solo y faltaba bastante tiempo para la ceremonia. Los juntó la falta de compañía, no pertenecer al ambiente y estar representando a la misma película. Oliver Stone iba y venía entre las mesas, vaciando copas y tragando Quaaludes, junto a una de las nuevas sensaciones de Hollywood, Brad Davis. El tercero era Billy Hayes, el que había sufrido en carne propia en la vida real lo que Davis interpretaba en la película. Era la entrega de los Golden Globes y los tres estaban en un evento de esa magnitud por primera vez. Veían pasar a monstruos sagrados, a las estrellas vigentes y a las hombres y mujeres con más belleza del momento. Alguien ofreció cocaína. Los tres, sin separarse, fueron al baño. Antes del comienzo de la ceremonia ya habían aspirado varias líneas, tomado tragos, varias copas de vino e ingerido unos cuantos sedantes.
Cuando llegó el turno del premio al mejor guión adaptado, Oliver Stone se tensó en su asiento. Pero para él todo ocurría en un ambiente neblinoso, la voz de los presentadores la oía en sordina. No se preocupaba porque no iba a ganar. Warren Beatty o Neil Simon se iban a llevar el premio principal. De pronto escuchó -en realidad le pareció escuchar, no estaba seguro- su nombre. Una cortina de aplausos y alguien que le pega un codazo en las cotillas mientras otra manos palmea su espalda. Oliver Stone se para sin estar convencido de estar haciendo lo correcto. Con paso tambaleante llega al escenario. Un segundo de lucidez: se lamenta por no haber escrito un discurso de agradecimiento en la previa. Empieza tratando de desmontar una ola de críticas que señalaba que su guión era muy duro con Turquía. Pero él quiere hacer una denuncia. Eso está en su interior. Ese es su momento de hablar de las injusticias y desigualdades, de lo mal que están las cosas en Estados Unidos. Esa tendencia al discurso político fuerte (y algo obvio) es casi natural en él. Pero no puede articular sus frases, está demasiado intoxicado. En segundos todo es una bola de palabras sin sentido, un menjunje confuso e inentendible. Él se calla, busca las palabras, no las encuentra. De pronto, surge algún silbido del fondo de la sala. Se suman varios más. Otros, envalentonados, abuchean. Chevy Chase, el conductor de la ceremonia, toma el brazo del guionista de 33 años y con amabilidad pero firmeza lo retira del estrado y lo acompaña hasta bambalinas. Los abucheos ahora ocupan todo el espacio sonoro. Era tan malo el estado de Stone que Chevy Chase parece un monje de clausura.
Apenas se cruza con Alan Parker, el director de Expreso de Medianoche, este lo insulta: “Esa era tu posibilidad de ganar un Oscar y la acabas de tirar a la basura. Desperdiciaste algo que nunca te va a volver a pasar. Y además perjudicaste a la película”.
A la mañana siguiente, Oliver Stone peleaba contra la reseca en su oscura habitación de hotel cuando lo llamó su agente. El guionista se quiso disculpar. “No te preocupes”, le dijo el manager. Y le explicó que la ceremonia no fue televisada en directo y que la parte en la que él había farfullado había quedado fuera de la edición final.
Unos meses después, llegaron los Oscars. Otra vez el premiado fue el guión de Expreso de Medianoche. Esta vez Stone subió al estrado saludó a esa efigie en la que se había convertido Lauren Bacall y a Jon Voight y agradeció el premio breve y velozmente. Había aprendido la lección.
Stone, mientras tanto, quería aprovechar su momento para conseguir que se filmaran esos dos guiones que él mostraba a cada productor con el que se cruzaba. Pelotón y la adaptación de Nacido el 4 de julio de Ron Kovic. Pero en esos años se filmaron y estrenaron El Francotirador, Apocalypse Now y Regreso sin Gloria. Stone pensó que ya no había lugar para su historia.
Mientras tanto dirigió una película chica protagonizado por Michael Caine, La Mano (tampoco tuvo éxito, aunque años después fue un módico suceso en el mercado del VHS). Su siguiente gran aporte fue el guión de Scarface. Su relación con Brian de Palma no fue fluida. Stone no soportaba como los directores se apropiaban y modificaban sus guiones. Buscaba ser director. Luego de participar en el guión de Conan pasaron unos años en los que la adicción le quitó eficacia a su producción.
Salvador marcó su despegue como director. Filmada en México mostraba a través de los ojos de un fotógrafo los tiempos revolucionarios en América Central. James Wood (que maltrató tanto al personal mexicano en el set que recibió un apercibimiento de las autoridades locales que si no deponía su actitud sería echado del país) se consagró con su protagónico.
Cuando ya había perdido las esperanzas, un productor reflotó Pelotón. En las negociaciones, Stone logró que confiaran en él para la dirección. Mientras terminaba Salvador comenzó la preproducción. Salvador no fue bien recibida por la crítica, su mensaje era molesto para esos tiempos y el público no la acompañó al principio. Oliver Stone creyó que Pelotón podía ser su última película. Pero mientras viajaba a Filipinas para empezar el rodaje surgió otro imprevisto. Cory Aquino vencía en las elecciones a Ferdinand Marcos que junto a Imelda se negaba a abandonar el poder y sus prebendas. Una revolución paralizó el país. Pelotón estuvo a punto de suspenderse. Pero la obstinación de Stone le permitió seguir adelante.
La película por primera vez mostraba la visión de un ex combatiente. El nivel de realismo fue alabado por todos. Stone volvió a los Globos de Oro y a los Oscars con toda la gloria. Mejor director y mejor película. Después fue el turno de la segunda parte de la trilogía de Vietnam, su otro proyecto postergado, Nacido el 4 de Julio. Cuando quiso filmar por primera vez la historia, Al Pacino interpretaría a Ron Kovic. Pero había pasado más de una década. La opción elegida fue otro acierto: Tom Cruise. Esta película le valió otro Oscar como mejor director.
La siguiente década de Stone fue muy prolífica y exitosa. Personajes fuertes, películas impactantes, eficaces narrativamente, en las que a veces se extrañaban los matices y molestaban algunos subrayados. Wall Street y Gordon Gekko, Jim Morrison y The Doors, JFK y el fiscal Jim Garrison. Con Natural Born Killers hizo con el guion de Tarantino lo que De Palma y Alan Parker hicieron con los suyos: lo modificó tanto que Quentin se enojó y pidió ser quitado de los créditos.
Quiso filmar Evita. Buscó locaciones en Argentina, escribió el guión, negoció con las autoridades. Pero luego el proyecto pasó a Alan Parker que fue quien finalmente la dirigió con Madonna en el papel central.
Después se metió con Nixon y hasta con Bush hijo. A fines del milenio otra gran película que por fin le permitió dirigir a Al Pacino: Any Given Sunday, la frenética inmersión en la NFL.
Ya en el nuevo siglo sus películas perdieron centralidad y repercusión. Sus opiniones políticas se radicalizaron y se volcó a los documentales. Recorrió Latinoamérica para entrevistar a los líderes de los distintos países que asumieron en la ola populista: de Evo a Kirchner, de Lugo a Chávez. Su fascinación por Fidel Castro quedó plasmada en Comandante. También le dedicó una obra a Chávez y otra Putin. Estos documentales esquivan los matices y su mirada es benevolente y poco profunda, sin el menor atisbo a la crítica que reserva para el capitalismo de su país.
Sus intervenciones públicas adquirieron también cada vez mayores certezas y desbordes. Relativizó los crímenes de Hitler con comentarios rayanos en el antisemitismo, hizo un tardío elogio del stalinismo (soslayando sus matanzas, purgas y demás asesinatos masivos) y apoyó a los líderes con menos vocación democrática de América como Chávez y Castro.
Unos meses atrás publicó Chasing The Lights, sus memorias que llegan hasta la filmación de Pelotón. Un libro interesante que muestra su pulso de narrador.
Hoy Oliver Stone cumple 75. Sigue filmando. Ya no le alcanza con la ficción. Produce y dirige documentales con los que pretende intervenir en la realidad, dar su punto de vista de una manera en la que no queden dudas de lo que piensa, productos de los que le preocupa que den un mensaje unívoco, poco complejo pero contundente.
SEGUIR LEYENDO: