Jean-Paul Belmondo, monstruo sagrado del cine francés, murió hoy a los 88 años. Durante más de tres décadas dominó la escena. En él convergían la dureza, el físico trabajado, la picardía, la mirada firme y un encanto inefable. Su ductilidad actoral le permitió trabajar con los mejores directores y encabezar, al mismo tiempo, enormes éxitos de taquilla.
Nació en 1933 en un suburbio parisino. Sin vocación para el estudio, se dedicó a los deportes. El fútbol, el ciclismo emulando a los héroes de la montaña del Tour de France y el boxeo que moldeó su nariz. Fue boxeador amateur y terminó su corto paso por la disciplina invicto con tres victorias: “Cuando me vi en el espejo y me di cuenta que la cara me estaba cambiando a fuerza de golpes, lo dejé para siempre”, dijo mucho tiempo después. Este parisino medio vago, que preocupaba a sus padres de origen italiano por su escaso apego a las responsabilidades, quiso ser actor. La primera vez fue rechazado en la prueba de ingreso al Conservatorio Nacional. No aceptó con elegancia la derrota. Le hizo un corte de manga al profesor que le informó la decisión. El profesor en ese momento se arrepintió: “Ese chico tenía algo que los demás no”. Reincidió y pasó tres años aprendiendo los secreto del oficio.
Actuó en películas de poca monta hasta que Claude Chabrol le dio un papel en una de sus películas. Belmondo estaba convencido de que ese sería su despegue definitivo. Le había llegado su gran oportunidad. Un buen guión, una producción cuidada, un director prestigioso. Pero nada pasó con la película. Sin embargo, ese film sirvió para convencer a Jean Luc Godard que estaba buscando el protagonista para su pequeña película que mezclaba un amor loco y torrencial con robos. Una chico, una chica y la ciudad como protagonistas. Ya habían trabajado juntos en un corto pero al ver la obra de Chabrol, el director supo definitivamente que necesitaba esa cara imperfecta pero irresistible y esa presencia física. Sin Aliento fue una película de bajo presupuesto y en blanco y negro que Belmondo creyó que se trataría sólo de un vehículo para adquirir experiencia y para no desaparecer del ambiente. Pero explotó. Ya nada sería igual para él, ni para Godard ni para la Nouvelle Vague. Cada vez que Belmondo aparece en escena eclipsa al resto y eso se convierte en una hazaña si tenemos en cuenta que al lado estaba Jean Seberg.
Unos años después, actor y director se volvieron a juntar en Una mujer es Una Mujer y repitieron el éxito con Pierrot, Le Fou. Alguien, un colega del director, con una pizca de maledicencia sostuvo que no es como todos piensan, que es al revés: Godard no lanzó a Belmondo; gracias a Belmondo, el mundo conoció a Godard.
A partir de allí su carrera explotó. Belmondo podía actuar para Vittorio de Sica, Melville, Truffaut, Claude Lelouch, Agnes Varda, Alain Resnais o Peter Brook y encabezar éxitos de acción que hacían explotar la taquilla como El Hombre de Río. Alternaba lo sutil con la potencia y el despliegue físico. Como si supiera que él a diferencia de la gran mayoría podía obtener todo: el prestigio y el éxito.
Sus contrafiguras femeninas fueron las mujeres más bellas del mundo: Sophia Loren, Claudia Cardinale, Ursulla Andress, Catherine Deneuve, Jeanne Moureau y muchas, muchísimas más.
Empezó la década del setenta con Borsalino, la película que lo unió con Alain Delon. Fue un duelo en la pantalla y fuera de ella. Delon, como era productor, quiso aprovechar de su posición y aparecer en el afiche de manera preferencial. Belmondo peleó y consiguió la paridad. En escena se esfuerzan por superar al otro. tanto en los diálogos como cuando deben mostrar sus torsos trabajados. La película fue un enorme suceso. Su otro gran compañero masculino fue Lino Ventura.
En un momento decidió dedicarse al cine de acción y a las comedias. Empezó a monopolizar la taquilla francesa y varias de sus producciones también conquistaron mercados globales.
Durante la segunda mitad de los años setenta y los ochenta, se convirtió en un ícono del cine de acción y policial. El Profesional, el Marginal, El Magnífico, El Animal, As de Ases y muchas más.
La búsqueda por los tanques comerciales no sólo tiene la razón del ego. Belmondo se había transformado en productor de sus propios proyectos. En esa competencia eterna con Delon (que durante un tiempo continuaron ridículamente sus hijos sin talento ni méritos, playboys y herederos que se movían con comodidad por el jet set) siguió sus pasos y puso su propia productora. A pesar de haber realizado proyectos con excelente valoración como Stavisky se centró en los films de acción que le hacían mantener la maquinaria montada y que además lo hacían disfrutar del proceso. Nunca renegó de esas películas que los demás consideraban de un género menor.
Esa seguidilla le dio muchos millones, acrecentó su popularidad pero también le trajo críticas agrias: “A los intelectuales lo que les molesta es el éxito. Si yo me tiro desde un helicóptero está mal, me critican. Ahora si llego a hacer un desnudo en una película para muy pocos me convierto en el mejor actor del mundo”. Muchos insistían que había decidido dilapidar su enorme talento actoral en películas sin riesgo (más allá del físico por las exigidas escenas de acción). Él se enojaba con esas aseveraciones: “Si fuera tan fácil llenar los cines, entonces el mundo del cine estaría mucho mejor de lo que es. No creo que me hubiera mantenido en el centro de atención durante tanto tiempo si estuviera haciendo cualquier basura. La gente no es tan estúpida”.
En un momento se bajó de la máquina de los millones y volvió a demostrar su ductilidad actoral. Volvió al teatro con Kean de Jena Paul Sartre y después con una versión de Cyrano que durante años agotaron todas las localidades.
Pese a recibir ofertas (y muchas muy tentadoras) durante décadas, nunca sucumbió a la tentación de Hollywood. Prefirió ser rey en su tierra y desde allí hacer conocer sus películas en el mundo.
Su fama de seductor lo antecedía. Con cada una de las estrellas femeninas con las que compartió cartel le atribuyeron un romance. Sin embargo, él siempre que pudo desmintió los rumores. Siendo muy joven conoció a Elodie Constant, una bailarina clásica. Se casaron enseguida. Se separaron en 1965 cuando Jean Paul conoció a Ursula Andress, el mayor Sex Symbol de la época, en un rodaje. Las revistas del corazón enloquecieron con la pareja, la combinación más hot posible por esos años (y que disputa el podio si se extiende al siglo). Estuvieron juntos más de siete años. Dicen que el episodio que terminó con la pareja fue un ataque de celos de Belmondo. Llegó tarde y en mal estado a su casa y encontró la puerta cerrada con llave. Nunca pensó que eso podía deberse a su ausencia intempestiva del hogar y a sus consecutivas noches de juerga. Convencido de que Ursula lo estaba engañando con alguien, buscó una escalera como en las películas (al fin y al cabo quién no dejó que su trabajo interfiera con su vida privada) y la colocó contra la ventana con la ilusión de encontrarla in fraganti. Cuando estaba escalando los últimos peldaños, Ursula abrió la ventana y empujó, indignada, la escalera. Belmondo cayó de espaldas contra el pasto. Su novia no quiso verlo más.
Después se enamoró de Laura Antonelli con la que compartió una década. Sus otras parejas oficiales fueron una modelo brasilera, una actriz clase B y una ganadora de un reality show. A las últimas casi las doblada en edad.
En 1989 ganó un tardío Premio Cesar pero lo rechazó.
En 2001 sufrió un ACV. Las secuelas fueron importantes. Se alejó del cine. No quería mostrarse menguado. Trabajó muy duramente en la rehabilitación. Siete años después del evento médico pudo reaparecer. Un Hombre y Su Perro de Francis Huster filmada en 2009 fue su última película.
Con Belmondo no sólo muere un ícono del cine francés y del mundo. Muere también una época.
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