“Señores, ha llegado el dragón”, un grito de victoria, un desafío. Él, George Jackson, apuntaba el arma a la nuca de un guardia de la cárcel. Se abrieron el resto de las celdas de confinamiento solitario de la prisión de San Quintín. Salieron más de treinta reclusos. Hubo gritos y corridas. “Señores, ha llegado el dragón”, repetía Jackson mientras blandía el arma. Varios de los presos arrastraron a guardias hasta una de las celdas. Allí los atacaron. Los degollaron. A otros, él les disparó en la sien. Afuera ya sonaba la sirena. Jackson y un compañero salieron corriendo al patio. Desde una de las pasarelas superiores, los disparos llovían sobre los dos que intentaban fugarse. George Jackson quedó tirado en el piso polvoriento. Lo habían alcanzado dos disparos. Tenía 29 años.
Dentro de la celda de Jackson quedaron tres guardias rehenes muertos, dos heridos de gravedad y dos presos degollados.
George Jackson era un activista de renombre. Hacía poco se había sumado a las Panteras Negras. Desde muy chico tuvo problemas con la policía y con la justicia. Fue detenido varias veces por diversos delitos. Hasta que a los 18 años fue atrapado después de asaltar a mano armada una estación de servicio. Se había llevado 71 dólares. El jurado lo encontró culpable y el juez le dio una pena indefinida entre 1 año y reclusión perpetua. El sistema penitenciario y su conducta posterior determinarían cuántos años pasaría preso. Las apuestas estaban contra él. Era negro. Y rebelde.
George Jackson desde su detención pasó por varias penitenciarías. Estuvo en San Quintin, en Chino y muchos años en Soledad hasta que en 1969 regresó a San Quintin.
En la cárcel se radicalizó. Pasaba castigado gran parte del tiempo. Y el resto de los días estaba obligado al confinamiento solitario. En sus once años preso nunca tuvo un compañero. Leía a autores de izquierda y a los intelectuales negros que intervenían en las discusiones álgidas de los sesenta en medio de la lucha por los derechos civiles. La cárcel, el sistema carcelario, era un espacio en el que la segregación se encontraba a niveles del Siglo XIX. Los afroamericanos eran golpeados, vejados y hasta asesinados por los guardias y por los reclusos blancos. El trato era extremadamente desigual desde la comida, pasando por las medidas disciplinarias hasta las posibilidades de higiene.
En 1966, tras una inspección ordenada por un tribunal, el informe consignó: “Las autoridades de Soledad han perdido toda noción de humanidad o decencia, permitiendo que las condiciones de vida que sufren los prisioneros sean escandalosas y degradantes”.
Cuando incomunicaban a los reclusos, los depositaban en jaulas ínfimas de cemento, oscuras y herméticas, cuyo piso tenía los restos de orina y excrementos de los habitantes anteriores. La reclusión en ese pozo nunca era menor a siete días.
Los guardias fomentaban los conflictos raciales y hasta participaban de ellos. Armaban a los reclusos blancos y les permitían abusos varios contra los negros.
Jackson no había sido encarcelado por motivos políticos. Era un delincuente común con una evidente propensión al desborde y a la violencia. Su transformación, la incorporación de su faceta política y militante la adquirió en la cárcel al sufrir y ser testigo de muchas injusticias que sólo se basaban en el odio racial. Ese mismo año, George Jackson formó la Black Guerrilla Family, una agrupación que se proclamaba comunista y que tenía como fin luchar (activamente) contra las injusticias. Poco después quedó encandilado con la voz nueva, violenta y poco condescendiente, sin afán conciliatorio que provenía de las Panteras Negras y se unió a ellos.
Además de su lucha diaria con guardias, alcaides y todo un sistema, de sus múltiples indisciplinas y de sus lecturas, George Jackson escribía largas cartas a sus familiares, amigos y referentes de su militancia. Allí expresaba sus ideas, narraba los vejámenes cotidianos a los que eran sometidos y profería abigarradas consignas revolucionarias. Esas cartas fueron compilados en Soledad Brothers. Cartas desde la Cárcel. El libro apareció en 1970 y se convirtió en un best-seller.
En una buena medida estratégica, la primera de las misivas está dirigida a su editor y en ella hace un resumen de su vida y sus principales luchas e ideas. Después siguen las escritas a su madre, a los abogados y a diferentes personajes públicos.
“No me considero escritor ni intelectual; en realidad, no tengo la impresión de pertenecer a ninguna de esas categorías que se pueden aislar o definir. Cuando lo siento necesario, escribo o hablo en un esfuerzo destinado a producir efectos… pero en realidad no podría decidirme definitivamente por algo tan dócil como el papel y el lápiz”, escribe en una de las cartas.
El libro está dedicado a su hermano quien murió poco antes de su la aparición del texto. “Alto, maligno, agraciado, de ojos brillantes, negro, Jonathan Peter Jackson; mi hermano, camarada, amigo; el verdadero revolucionario, la guerrilla negra comunista en su más alto grado; a este terrible hombre-niño dedico mi vida”.
El 7 de agosto de 1970 Jonathan Jackson, hermano menor de George, de sólo 17 años, ingresó a un tribunal de Marin County mientras juzgaban a tres hombres negros. Apuntaba con un arma larga y lanzó otras dos a los detenidos. No le dio tiempo a reaccionar a nadie. Tomó rehenes. Entre ellos el juez, al que encañonaba en el cuello, tomándolo desde atrás. También al fiscal y a tres de los jurados. ¡Liberen a los Soledad Brothers! gritaba mientras amenazaba a los rehenes. Los Soledad Brothers eran su hermano y sus compañeros. Las exigencias no fueron escuchadas. Jonathan mató al juez de un disparo y decenas de policías terminaron disparando contra él y los tres que estaban siendo juzgados. Todos murieron y ninguno de los que estaban en la prisión de Soledad fueron liberados. Al contrario, como represalia, sus condiciones de vida empeoraron. La activista Angela Davis fue acusada de ser la dueña de las armas pero luego la justicia la absolvió.
Un tiempo antes en enero de 1969 hubo una pelea feroz en Soledad entre La Hermandad Aria, un grupo de blancos de avería y los Soledad Brothers. Cuando los guardias decidieron actuar para contener los disturbios, asesinaron a balazos tres reclusos negros, los más cercanos a George Jackson. Éste aumentó sus quejas y los pedidos de justicia. También su rebeldía. El oficial acusado por las tres muertes fue encontrado inocente. La justicia determinó que fue un accionar contemplado en sus funciones, que no podía haber actuado de otra manera para contener la situación, y proteger su integridad y la de sus compañeros. A los tres días del fallo, un guardia de la prisión de Soledad fue tirado al vacío por tres detenidos. A nadie le quedaron dudas que había sido una venganza de George Jackson. Fue acusado formalmente. En caso de ser condenado se exponía a la pena de muerte. Antes de ese juicio volvió a San Quintin para evitar que los guardias de Soledad intentaran vengar a su compañero.
El 21 de agosto de 1971, cincuenta años atrás, Stephen Bingham, un abogado, fue a la prisión a entrevistarse con George Jackson. En la entrada no le permitieron el paso. No estaba inscripto como defensor del reo. Bingham, que estaba acompañado por una joven con un maletín cuadrado y ancho en la mano, argumentó que ya se había encontrado con él y que era parte del equipo de investigación contratado para el juicio. De su bolsillo sacó un papel que lo acreditaba. Le dieron paso a él pero no a la joven mujer, una asistente, que no estaba en ningún registro. Ella le entregó el maletín al abogado. Pero el detector de metales se convirtió en un festival de ruidos agudos y disonantes. Los guardias obligaron a que la valija fuera abierta. Adentro había un grabador. Uno de los hombres revisó el aparato someramente, con algo de desidia y lo dejó pasar.
Bingham y Jackson se reunieron en una sala a solas sin ser escrutados por los guardias. Al terminar el encuentro, Jackson que nunca hacía ese recorrido esposado, sólo custodiado por alguien de la prisión, retornaba despacio a su celda. Antes de ingresar lo inspeccionaban una vez más. Debía desnudarse completamente y dejar que el personal de la cárcel averiguara si había contrabandeado algo en la visita. Alguien le dijo que tenía un objeto raro en el pelo. Cuando se acercó a revisar, Jackson giró sobre sí mismo, se sacó una peluca que se había puesto para ocultar el arma y apuntó contra el guardia que estaba desarmado, al igual que el resto de sus colegas que estaban en el pabellón. En ese momento llegó el grito del dragón que es una paráfrasis de Mao.
A partir de ahí todo sucede imprecisamente y a gran velocidad. Los testimonios posteriores de cada una de las partes (sobrevivientes) fueron opuestos y contradictorios.
Ante la amenaza de ser ejecutados por Jackson, los oficiales fueron abriendo cada una de las celdas. Los que salían se ponían al lado de Jackson. Tenían armas improvisadas: navajas atadas con cinta adhesiva a sus cepillos de dientes. Uno de ellos tomó a dos guardias, les cortó el cuello y los arrojó al piso del calabozo de Jackson. Pensó, con satisfacción, que los había matado. Pero esos hombres sobrevivieron. Pero no lo hicieron los siguientes tres guardias. Uno fue degollado y otros dos recibieron un disparo a quemarropa en la sien. También aprovecharon para cobrarse viejas deudas y mataron a dos presos blancos.
Jackson siempre con el arma en la mano salió junto a otro al patio. Trataba de escapar. Desde las pasarelas y las torres dispararon contra él que quedó tirado a los pocos pasos. Su sangre creó un lago sobre el piso. El otro preso se rindió.
Stephen Bigham, el abogado, fue acusado de haber ingresado el arma que utilizó Jackson (aunque no fue robado, parce lo más razonable). El sistema penal norteamericano equipara al que brinda el arma con que se comete un crimen con el asesino, por lo que se lo acusaba de homicidio múltiple. Bigham se escapó del país y estuvo 14 años prófugo. A los presos que la justicia imputó por los asesinatos y las lesiones graves se los conoció como los “Seis de San Quintin”. Fueron juzgados al año siguiente. El juicio fue el más largo de la historia del sistema penal californiano. Los testimonios se acumulaban y se chocaban entre sí. Varios fueron condenados por asesinato.
George Jackson se convirtió en un mito. Su caso y la gran revuelta de la prisión de Attica que ocurrió poco semanas después y terminó en una masacre, pusieron el foco sobre las condiciones del sistema penitenciario norteamericano y, en especial, en el trato que recibían los negros. A partir de George Jackson cambió para siempre el sistema en las cárceles.
Poco después Bob Dylan escribió una canción sobre el hecho. George Jackson, el tema del Premio Nobel, dice: “Esta mañana me desperté/ y había lágrimas en mi cama/ Mataron a un hombre que yo amaba/ le dispararon en la cabeza/ ellos partieron al medio a George Jackson/ Le dispararon a la cabeza/ Lo mandaron a prisión/ por un robo de 70 dólares/ Cerraron la puerta detrás de él/ y tiraron bien lejos la llave (...)/ Las autoridades lo odiaban/ porque él era muy real (...)”
En medio de las jornadas del largo juicio de los Seis de San Quintin y de los testigos que se contradecían, negaban lo evidente y daban versiones encontradas según fueran presentados por la fiscalía o por la defensa, los periodistas le preguntaron a la madre de George Jackson, que había perdido dos hijos en el lapso de un año, qué había pasado. la señora respondió: “Aunque le den vueltas, es bastante fácil de saber: a mi hijo lo asesinaron”.
Soledad Brother. Las Cartas desde la prisión, el epistolario de George Jackson se sigue reeditando a medio siglo de su muerte.
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