Hace 23 años que no hace apariciones públicas. Su vida es un misterio y él se ha convertido en un recluso que apenas sale de su casa. Hoy cumple 70 años y, seguro, no habrá ningún festejo público. Nadie sabrá quién estuvo en la fiesta. Aunque sea fácil suponer que no habrá ningún famoso. Los invitados no saldrán de su esposa, sus hijos, nueras, yernos y nietos.
John Deacon siempre cultivó el perfil bajo. Todavía en actividad era el miembro más discreto de Queen. Fue el último en entrar en la banda y, justamente, su personalidad apocada, poco propensa a la exteriorización fue uno de los argumentos principales que posibilitaron su incorporación. Los otros tres (May, Mercury y Taylor) necesitaban un bajista pero también alguien que no desacomodara la química del grupo, alguien que aportara equilibrio. Deacon parecía el candidato ideal.
Prontamente encontró en el vocalista a un amigo. Siendo el menor de los cuatro, Deacon se apoyó en Mercury y solidificaron un vínculo, una amistad genuina. Por eso luego de la muerte de Freddie fue a quien más le costó superar el dolor y volver a poner en funcionamiento la maquinaria Queen.
Nació en Leicestershire. Su papá murió cuando él era muy chico. Su madre luchó por salir adelante. Consentía al hijo todo lo que podía. Así cuando él le pidió una guitarra, ella gastó sus ahorros en ella. Era roja y tenía un músico con camisa vaquera roja dibujada en la tapa. John con sus siete años empezó a domar el instrumento. A los 14 años tuvo su primera banda, The Opposition. Al año siguiente el bajista de un grupo juvenil, que ya había cambiado el nombre a The Art, renunció. Deacon cubrió su lugar. Unos años después cuando Deacon ingresó a la universidad para estudiar ingeniería electrónica (de las estrellas del rock, los de Queen deben ser los músicos con mayores reconocimientos académicos), la banda se disolvió. John, entonces, revisaba los avisos de las revistas musicales e oba a cuanta audición podía. Él buscaba alguien que sonara como Deep Purple, pero mientras tanto se conformaba tocando en bandas R&B o soul. Cuando estaba por cumplir 21 años, conoció a Brian May y Freddie en una disco. Estaban sin bajista y lo invitaron a hacer una prueba. Algunos dicen que fue el cuarto bajista en ser escuchado; otros que fue el séptimo. Lo cierto es que esa misma noche, John Deacon fue aceptado como miembro de Queen. A su madre no le gustó la idea, temía que desatendiera sus estudios. Pero John se recibió con honores poco después.
Que su presencia escénica (pese a sus cambios capilares: pelo largo, afro o trabajada permanente según la época) fuera discreta, no implicaba que su aporte al grupo fuera menor. Él era el balance y la red de contención. Su ductilidad como bajista es reconocida entre pares y especialistas. La revista Rolling Stone, por ejemplo, lo eligió 32 entre los 100 mejores bajistas de la historia. Su bajo no sólo se encargaba de la parte rítmica, de dar basamento a la música de Queen, sino que se destacaba en las líneas melódicas. A partir del tercer disco empezó a escribir canciones. Varios de los grandes hits de la banda fueron creación de Deacon: Another one bite the dust, You are my best friend, I want to break free, Spread your wings, entre otras. Co-escribió con Mercury Friends will be friends. Tampoco se debe olvidar que la característica y adictiva línea inicial de bajo de Under Pressure también es obra suya.
Deacon se enamoró y se casó pronto. Con Verónica Tetzlaff, una chica católica de origen polaco. El éxito masivo, las giras globales, los periodistas y las groupies llegarían después. También los (muchos) hijos de Deacon: cinco varones y una mujer. Con sus primeros ingresos importantes por derecho de autor compró una casa en el sur de Londres. Allí es donde sigue viviendo más de cuarenta años después y con una fortuna que se calcula en los 150 millones de dólares. Dicen, quienes lo conocen, que nunca quiso mudarse para no afectar la escolaridad de sus hijos, para brindarles una vida lo más normal posible.
En alguna época, en tiempos del éxito masivo y de las giras de dos años de duración, el alcohol y las drogas lo complicaron. También la depresión, en especial en el momento en que el grupo decidió parar y que cada uno de los cuatro se dedicara a sus proyectos solistas. Pero el regreso a los escenarios a mediados de los ochenta lo revitalizó.
Luego de la muerte de Freddie, John Deacon creyó que sin su líder el grupo no podía continuar. Para él, Queen eran ellos cuatro. Si faltaba alguien, y mucho más si esa ausencia era Freddie, el grupo no debía continuar. Sin embargo durante unos años siguió: dos o tres recitales benéficos, algún homenaje, Made in heaven el disco con la voz póstuma de Freddie. Hasta que en 1996 dijo basta. May y Taylor trataron de convencerlo. Sabían que la franquicia gozaba de buena salud y que quedaba mucho por facturar. Deacon, amable pero firme, resistió los embates y mantuvo su decisión. Llegaron a un acuerdo rápido: los otros dos podían continuar con el nombre de la banda y encarar los proyectos que quisieran, sólo tenían que consultar con él antes de firmar algún contrato de importancia. De esa manera hubo giras con otros cantantes, publicación de más Greatest Hits, un musical en Londres (que él presenció) y Broadway y, naturalmente, Bohemian Rhapsody, la película que revitalizó el interés por la banda. Muchas veces Deacon ni siquiera se molesta en responder qué opina de estos proyectos. Sus compañeros asumen que ese silencio implica aprobación y ponen en marcha los negocios. Roger Taylor declaró a periodistas ingleses: “En la gran mayoría de las oportunidades ni siquiera nos responde. Eso sí: los cheques los acepta todos”. Algunas calculan que cada año, sin salir de su casa, recibe más de 10 millones de dólares en regalías.
Alguna vez presenció un ensayo en el que los miembros restantes de Queen preparaban We Are The Champions con Robbie Williams. Cuando terminó la interpretación, Deacon quedó en silencio un largo rato. El resto lo miraba expectante. Sólo dijo una breve frase antes de volver a callar: “Este señor, decididamente, no es Freddie”.
Su última gran aparición en los medios se produjo en 2002. Fue, sorprendentemente, carne de tabloide. El hombre discreto, el bajista invisible, fue tapa de los medios más escandalosos durante días. Se descubrió que Deacon mantenía una relación con una stripper de 25 años. Los datos comenzaron a llover. Los testigos de a poco cedieron a la tentación de la fama efímera y fueron contando detalles y aportando datos. Deacon tenía un palco vip permanente en un exclusivo club de strip tease londinense. Convertirse en parroquiano y enamorarse de una de las chicas fue casi una continuidad. Luego, el seguimiento de los periodistas, la investigación y alguna delación permitieron conocer que le había regalado un Mercedez Benz, un departamento y hasta que había pagado la vacaciones de toda la familia de ella en Marbella. Cuando el escándalo explotó, Deacon dejó de frecuentar el club, no dio ninguna declaración y aumentó, aún más, sus costumbres eremitas. Tal vez debe haber pensado que este romance fugaz era una nimiedad para el integrante de un grupo que solía presentar sus discos organizando bacanales de un fin de semana de duración o en el que cada celebración post concierto se convertía en una multitudinaria orgía.
Cuando se estrenó Rapsodia Bohemia, el tanque cinematográfico que narra la vida de Freddie Mercury, en la alfombra roja sólo estuvieron presentes dos de los tres integrantes sobrevivientes de Queen: el guitarrista Brian May y el baterista Roger Taylor. Aparecieron en todas las fotos, alegres, olímpicos, mezclados con los actores de la película. Peinados urdidos, bronceadas perfectos, sonrisas de varias decenas de miles de dólares, costosas joyas, trajes a medida. Dos rockstars, algo veteranos pero radiantes. La ausencia del tercer integrante del grupo no sorprendió a nadie. John Deacon no se presenta en eventos públicos desde hace veintitrés años.
En medio del furor post-estreno de la película fueron muchos los periodistas que hicieron guardia frente a su casa para obtener una imagen o una imposible declaración del bajista. Sólo obtuvieron unas pocas fotos. En una esquina, contra una pared de ladrillos, un señor mayos fuma y mira con desconfianza, parece haberse dado cuenta de que estaban apuntándolo con una cámara (o un teléfono). Los pocos pelos que subsisten peinados para atrás -sólo hay canas en esa cabeza-, un cardigan trenzado, pantalón pinzado, camisa a cuadros, panza prominente. Parece más un bancario retirado que el integrante de uno de los grupos de rock más populares de la historia. Pero Deacon, después de varios años de excesos, desniveles y depresión, eligió tener una vida normal. Una vida lo más normal posible. Bajarse del circo, salir de debajo de los focos no le costó demasiado. Se refugió en su familia y en su casa de siempre; no necesitó de un palacio para recluirse.
Ante el requerimiento de los periodistas, un vecino confirmó que Deacon seguía viviendo allí pero que no lo solían ver, que salía de su casa muy poco, a veces pasan meses entre una salida y la otra. Su última salida regular y cotidiana se interrumpió hace unos años. Todas las tardes, él y su mujer, la misma desde hace 46 años, caminaban una decenas de metros para tomar un copa de frío vino blanco en la barra del pub de su cuadra. Charlaban un rato y volvían a su casa para cenar.
Pese a eso, en épocas de los celulares que filman con gran fidelidad de imagen, y en las que existe la necesidad de que todo quede registrado, no sorprende que circulen por You Tube algunos videos del Deacon actual abordado por fanáticos en alguna calle londinense. El contraste con su ex compañeros de banda es llamativo. Deacon no tiene aire jovial (indispensable para una estrella de rock), ningún artilugio que lo haga parecer de menos edad (cirugías, tratamientos capilares, maquillajes), viste ropa poco llamativa y se muestra sobrepasado por los requerimientos de sus fans. En uno de esos videos se tapa la cara con sus manos cuando llegan varios jóvenes a pedirle su autógrafo.
Deacon, siempre apocado, se movió con dificultad en el mundo del rock. Dio conciertos para masas, hizo una fortuna, creó canciones inmortales, integró una de los grandes grupos de la historia, vivió años de excesos y, simultáneamente, formó una familia. Un día decidió dejar todo. Y disfrutar de otras cosas. Intentó construir, dentro de lo posible, una vida normal con su familia. Las luces, los flashes, la fama y los excesos se convirtieron para él en una cosa del pasado.
Cuando estaba de cerca de cumplir cincuenta años, empezó una nueva vida, con la inteligencia y la prevención de conservar lo mejor de la anterior.
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