En los años sesenta fue uno de los galanes más requeridos; en los setenta se convirtió en uno de los actores más taquilleros y respetados; en la década siguiente fue un director reconocido; a partir de los noventa se convirtió, desde el Festival de Sundance, en una de las personas más influyentes de la industria. Y con cada paso que dio, no abandonó lo conseguido anteriormente, fue sumando nuevas funciones y logros.
Robert Redford, que hoy cumple 85 años, ha triunfado en cada faceta del complicado mundo del cine. Pero en su vida no todo fueron éxitos y alegrías. Su vida personal estuvo, desde muy temprano, acompañada por la tragedia. Como para hacerle recordar al resto que no todo se trata de logros profesionales.
Nació en California, antes de la Segunda Guerra Mundial, en una casa de trabajadores. Su padre era lechero. Robert siempre se mostró alegre e inquieto. Su vida colegial no fue serena. Sin embargo su facilidad para los deportes, le abrió el mundo universitario. Con una beca para jugar al béisbol ingresó a una de las más prestigiosas universidades. Pero la muerte de su madre, de tan sólo 41 años, sacudió su mundo. Abandonó los estudios y viajó a Europa. Para olvidar, para tratar de mitigar el dolor y también para cumplir casi con un cliché: ser pintor en París. Luego de una temporada en Europa, regresó a Estados Unidos. El viaje iniciático le había servido, también, para darse cuenta que no tenía el talento necesario para vivir de la pintura. Comenzó a estudiar artes dramáticas en Nueva York.
En el medio conoció a Lola van Wanegen. Muy rápidamente le propuso casamiento. Él tenía 21 años y ella 19. La familia de Lola tenía un buen pasar económico y era mormona. Los padres creían que ella era demasiado joven y que Redford era poco confiable; se preguntaban cómo iba a mantener a su familia tratando de trabajar de actor. Debía buscarse un trabajo en serio (durante años el padre de Redford pensó lo mismo: cada vez que lo veía le preguntaba, sin la menor ironía, “¿Cuándo vas a empezar a trabajar hijo?”). Los jóvenes desoyeron a los adultos y siguieron a su corazón. Se casaron y poco después nació Scott, el primer hijo. Robet Redford, mientras tanto, se abría paso de a poco en el mundo de la actuación. Algunas obras de teatro y papeles muy menores en diversas series televisivas. Redford siempre valoró esa etapa. Interpretar papeles tan disímiles, luchar por lograr un papel le proporcionó oficio y lo dotó de una necesaria dosis de humildad. Los primeros comentarios positivos los consiguió sobre un escenario de Broadway.
Hasta que llegó la tragedia. Una mañana, Scott antes de cumplir los tres meses no despertó. Muerte súbita. Redford trató de lidiar con el dolor sumergiéndose en el trabajo. El primer papel en cine lo consiguió gracias a la confianza de una de las estrellas juveniles más importantes de esos años, Natalie Wood, quién también pidió que Redford la acompañara en su siguiente proyecto.
La gran explosión llegó con la versión cinematográfica de Descalzos en el Parque. La crítica y el público quedaron deslumbrados con esta nueva aparición. La belleza y el atractivo de Redford eran evidentes. Pero la sorpresa residía en que podía actuar; había algo más dentro del envase. Ese primer gran papel fue clave en su carrera. Alguna vez declaró: “Era la primera experiencia de Mike Nichols dirigiendo comedia y la primera mía protagonizando: esa cautela, ese temor a lo desconocido hizo que nos esforzáramos más”.
Después llegó el primer éxito masivo. Butch Cassidy and Sundance Kid. Originalmente el papel de Sundance era de Paul Newman que quería como compañero a Jack Lemmon. Al no conseguirlo, el estudio salió a buscar a otros nombres reconocidos: Marlon Brando, Warren Beatty, James Coburn.
Pero el director George Roy Hill y Newman creyeron que ese joven rubio era ideal para el proyecto. Pero había que hacer un cambio de roles. Redford tenía que encarnar a Sundance.
Robert Redford mantenía sus preocupaciones artísticas. No quería ser sólo el galán de moda. Se esforzaba en la preparación de sus personajes y en la elección de las películas para superar el prejuicio de que las protagonizaba sólo por su esplendor físico. En este film discutió con el director al terminar de ver el primer corte. No entendía por qué habían puesto esa canción -Raindrops Keep Falling in my Head- si no había lluvia en la escena y estaba fuera del tono de la película. La canción fue un éxito extraordinario y ganó el Oscar. “La constante referencia a mi aspecto físico me volvió loco”, dijo. Sentía que era como una atracción de circo, que nadie valoraba ni su talento ni su trabajo. Era un rehén de su belleza.
Mientras protagonizaba Butch Cassidy preparaba su primer proyecto personal: Downhill Racer. En los años siguientes se convirtió en uno de los actores más buscados. Con Paul Newman y con George Roy Hill multiplicaron el suceso con El Golpe.
Estos dos films lo llevaron a otro nivel, el del estrellato. Ganó fama, mucho dinero y poder, perdió intimidad. Su vida ocurría en una escala desmesurada e incómoda: “Al principio me gustó, me sentía muy halagado. Pero ese sentimiento pronto se evaporó al ser consciente de que había perdido mi privacidad. Había perdido la chance de tener una vida que me perteneciera por completo”.
También protagonizó Nuestros Años Felices (The Way We Were) con Barbra Streissand. Hasta último momento estuvo en duda de hacerlo. No quería participar de un musical ni en un film de fórmula. A mediados de los setenta, encarnó a uno de los periodistas del caso Watergate en Todos los Hombres del Presidente junto a Dustin Hoffman. Redford no temía compartir pantalla con otras figuras, no tenía miedo de ser eclipsado.
Sus grandes amigos del ambiente fueron Paul Newman y Sidney Pollack, que lo dirigió en siete películas. Con Newman nunca compitieron. Se hacían bromas pesadas e inesperadas que sólo debían respetar un código: ninguno de los dos debía hablar de ellas cuando se encontraban, actuaban como si nada hubiera sucedido y esperaban agazapados una nueva oportunidad para sorprender a su amigo.
A fines de los setenta una nueva desgracia. El novio de su hija Shwana fue asesinado de un disparo por un compañero de la universidad. La chica sufrió mucho; en medio del duelo chocó con su auto. El accidente fue muy grave y su vida corrió peligro. Redford interrumpió sus proyectos para estar con ella y luego la llevó con él al rodaje de El Mejor, la película basada en la novela de Bernard Malamud en la que el actor pudo demostrar sus dotes como beisbolista.
En ese tiempo dirigió su primera película, Gente como Uno (Ordinary People), un drama con una protagonista sorprendente como Mary Tyler Moore que ganó el Oscar a la mejor película y al mejor director. Si bien la película es correcta no parece haber sido (como tantas otras) una gran decisión de la Academia; ese año también estaba nominada Toro Salvaje. Redford dirigió diez películas. Sin llegar a ser un autor como Clint Eastwood algunos de sus trabajos fueron excelentes como Nada es Para Siempre (A River Runs Trough) o Quiz Show. En 1985 otra vez fue protagonista en los premios anuales con su protagónico en África Mía.
En 1981 lanzó un nuevo proyecto que pretendió ser más filantrópico que revolucionario. Haciendo referencia a un viejo adagio indio que habla de devolver cuando se recibe mucho, Redford creó con ayuda de algunos amigos una organización para colaborar con jóvenes talentos; quería ayudarlos a desarrollar sus proyectos. Había ganado un Oscar, elegía sus films y ganaba los salarios más altos de la industria. Era hora de empezar de nuevo, de recorrer nuevos caminos.
La sede era su propiedad en Salt Lake City. En 1961, cuando todavía no había conocido el éxito, al pasar por un cañón quedó prendado con el paisaje. A pesar de haber nacido en la costa Oeste, de haber recorrido Europa, supo a primera vista que ese era su lugar en el mundo. Compró dos hectáreas. Invirtió todos sus ahorros: 500 dólares. Unos años después pudo construir una casa. Con los salarios de sus protagónicos fue extendiendo su posesión hasta adquirir ya para mediados de los setenta más de 2000 hectáreas. Desde allí luchó por la preservación de las especies originarias y por el cuidado del medio ambiente. Fue activista contra la explotación minera de la región.
Ese proyecto de ayudar a creadores mutó a fines de los 80 en un pequeño festival al que llamó como su personaje más célebre, Sundance. Les daba un lugar para mostrarse a jóvenes realizadores y voces nuevas. La explosión llegó con Sexo, Mentiras y Video. Después vinieron Reservoir Dogs y otros éxitos que se lanzaron en el Sundance, que se convirtió en el epicentro del cine independiente norteamericano.
Robert Redford siempre fue muy cuidadoso con su vida privada. Con Lola, su primera esposa, estuvo casado 27 años. El divorcio fue silencioso. Lograron escabullirse de la presión de paparazis y tabloides. Luego, se casó en 2009 con Sibylle Szaggars, una pintora alemana con quien sigue en pareja. Entre los dos matrimonios se le conocieron parejas pero siempre logró no ser carne de titulares sensacionalistas.
Con cada una de sus compañeras de elenco se sugirió que tuvo romances. Natalie Wood, Jane Fonda, Debra Winger, Meryl Streep y Barbra Streissand entre otras. Pero siempre todo quedó en el ámbito de las especulaciones. Tuvo noviazgos confirmados tras su divorcio con una diseñadora, una joven modelo y uno tórrido y muy publicitado con la brasileña Sonia Braga.
James, su tercer hijo, tuvo problemas de salud desde chico. Le realizaron dos trasplantes de hígado y le extirparon el colón siendo muy joven. El padre lo acompañó en cada intervención. El deterioro de la salud fue progresivo hasta que murió a fines del año pasado cuando tenía 58 años. Fue el segundo hijo que perdió. Ahora Robert Redford ya había recorrido mucho camino, era mucho más grande y tenía muchas menos fuerzas. El golpe lo hizo replantearse todas sus actividades. Anunció el retiro de la actuación aunque luego relativizó esa decisión. Mientras tanto, el Sundance sigue creciendo.
Robert Redford tuvo una vida llena de triunfos extraordinarios y de dolores insoportables. Fama, dinero, éxito, reconocimientos pero también sufrió la pérdida temprana de la madre y el dolor inefable de la muerte de dos hijos.
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