Larissa Foreman nació el primero de enero de 1960. Para sus padres, Charles y Deeann Foreman, la década debutaba con felicidad. Nadie, entonces, podría haber imaginado que esa bebé regordeta e inteligente iba a terminar sus días tras los barrotes de una cárcel de alta seguridad por un horroroso crimen. Menos, que sería conocida como La Dama del Ácido.
Pero claro, los asesinos no se intuyen. Y ella demoró 43 años en sacar a la luz su mente criminal.
En el camino, antes de matar a su marido desde hacía más de dos décadas, fue una buena estudiante en el secundario y en la universidad, una empresaria muy exitosa y una madre dedicada.
Una familia muy normal
Larissa nació y creció en una pacífica granja en Clarence, Missouri, Estados Unidos y su vida se desarrolló normalmente. Cuando decidió que estudiaría bioquímica se mudó para estar cerca de la Universidad de Missouri. En este primer tramo de su vida, no hay hechos para destacar.
Fue trabajando en un geriátrico que Larissa conoció a Timothy Schuster, que a su vez estaba estudiando enfermería. En 1982, luego de un prudencial tiempo de novios, se casaron. Tres años después, en 1985, tuvieron a su primera hija, Kristin.
En 1989 ella consiguió un empleo muy bien remunerado en un laboratorio de investigaciones en agrocultivos y se mudaron a Fresno, California.
Le fue tan bien que, en poco tiempo, la emprendedora Larissa dio el salto y abrió su propio laboratorio: Central California Research Labs.
En 1990 nació su hijo Tyler. Al año siguiente, la bonanza en la que vivían los convenció de comprar una casa más grande en Clovis, en las afueras de Fresno.
Larissa ya ganaba más del doble que Timothy.
Hacia el año 2001 esas enormes diferencias en el progreso económico habían generado una grieta en la pareja. Las discusiones eran cáusticas y cotidianas.
Desenvainar el odio
A principios del año 2002 en la casa quedaron viviendo tres. El matrimonio y Tyler. Kristin se había ido a vivir con sus abuelos maternos para continuar con sus estudios universitarios. Mientras Larissa se abocaba de lleno a hacer crecer su empresa, Timothy manejaba el departamento de cardiología del Centro Médico Saint Agnes.
La relación se había deteriorado tanto que decidieron separarse. En febrero del 2002, Larissa pidió el divorcio. La batalla sobre la custodia de Tyler y por cómo dividirían sus sociedades y propiedades, estalló. Larissa sentía que era injusto que él se llevara lo que ella había ganado con tanto esfuerzo. Y le echaba en cara que era un inútil para ganar dinero.
La etapa familiar había terminado. Ahora, era la guerra.
Al principio, lo resolvieron dividiendo sus espacios dentro de la misma casona al formato de la película de los años ‘90, La guerra de los Roses, donde los protagonistas del filme conviven haciéndose la vida imposible. Había metros cuadrados de sobra, pero a Larissa este arreglo no le resultó para nada. Sentía que todo era de ella y que su marido era una ameba que se aprovechaba del bienestar económico que ella había construido.
Cuando, en las negociaciones por e divorcio, él pidió un millón de dólares la rabia la carcomió. El final de esta película de la vida real prometía ser muy parecido al de la ficción, donde el matrimonio termina peleando y balanceándose hacia la muerte desde la señorial araña de luces de su casona.
La convivencia entre Larissa y Timothy era tan espantosa que el 4 de julio de 2002, él decidió mudarse a un condominio. Uno de esos días, aprovechando que ella estaba de viaje por negocios, Timothy se llevó algunos muebles de la casa donde había vivido a su nuevo hogar.
Al volver, Larissa montó en cólera. Enojadísima dijo, ante algunos colaboradores en el trabajo, algo que con el tiempo cobraría sentido: si mataba a su marido, sus problemas se acabarían. Todos pensaron que era un chiste.
A sus vecinos, también les decía con frecuencia que preferiría que Timothy hubiera muerto porque era mucho mejor ser viuda a estar divorciada.
El 8 de agosto de 2002, Larissa le pidió a una química amiga, Leslie Fichera, que alquilara una baulera a unos kilómetros del laboratorio. La excusa era que quería guardar algunas cosas fuera de la vista de Timothy. Fichera alquiló la unidad A-182 bajo su nombre y le pasó el código de seguridad a Larissa para que pudiera ingresar. Larissa le pidió ayuda a un joven empleado suyo, James Fagone, y sabiendo que Timothy estaba fuera, intrusó su hogar por la fuerza, recuperó los muebles y los guardó en esa baulera.
Anuncios verdaderos
Dos días después Timothy volvió de su viaje y encontró saqueado su condominio. Además, faltaban los papeles de la custodia de Tyler. Larissa estaba orgullosa de su incursión y se jactó delante demasiada gente que habían sido ella y su incondicional ayudante los perpetradores. A su manicura, Terry Lopez, le llegó a decir riendo que había vuelto al lugar, un par de veces más, solo por placer. En esas ocasiones, se había sentado a mirar lo consumado porque le proporcionaba un sentimiento “mejor que el sexo”.
A la incrédula manicura que evitaba opinar, le contó que había rayado con las llaves de su auto la camioneta de Timothy y le reconoció que ver esas rayas era para ella un trofeo. Su odio profundo la tenía enceguecida.
Después de esos hechos violentos, Timothy entró en pánico. Decidió mudarse a una casa con un sistema de alarmas y sensores de movimiento. Le dijo a sus amigos que estaba muy preocupado por cómo se comportaba Larissa y que le temía. Así que se consiguió un arma y un permiso para portarla.
Larissa seguía yendo a su manicura y confesando cosas impunemente. Le dijo, por ejemplo, que rezaba cada noche para que Timothy muriera. Timothy, por su lado, unos días antes de desaparecer, se encontró con la manicura de su ex mujer y le vaticinó: “Vos sabés muy bien que, si me pasa algo, no va a ser un accidente, sabés de lo que ella es capaz. Cuidate”.
Conducida por la rabia Larissa le preguntó a Leslie Fichera si su novio conocía a alguien que pudiera ser rudo con una persona. Leslie, incómoda ante su jefa, zafó del asunto como pudo. A la gente del coro de la iglesia, a la que Larissa continuaba asistiendo, les deslizó cosas por el estilo: les dijo que haría lo que fuera necesario para que Timothy no se quedara con nada de lo que ella había conseguido.
Había más testigos. A un hombre que la asistió para repararle la barbacoa, le preguntó si se animaría a ir la casa de su ex Timothy y dispararle con una pistola paralizante. Larissa iba dejando sus huellas indelebles por todos lados. Como si eso fuera poco, en el contestador de Timothy, quedaron grabadas sus amenazas e insultos. En una de las grabaciones se la escuchaba decirle lo que le repetía a todos: “Estaría mejor viuda que divorciada”.
Estaba desbocada y anunciando al mundo que asesinaría a Timothy. Lamentablemente, nadie la tomó demasiado en serio.
En abril del año 2003, Larissa compró un enorme barril, de más de 200 libros, color azul, y lo hizo enviar a su laboratorio. No era, en absoluto, del tipo de los que se utilizaban allí. No conforme con el tamaño, le preguntó a un empleado si creía que allí podría entrar una persona. Pregunta extraña que su interlocutor no olvidó.
Por otro lado, había comprado enormes cantidades de ácido clorhídrico, ácido sulfúrico y ácido acético. Era algo altamente inusual para su laboratorio. Su química, colaboradora y amiga, Leslie Fichera, reconoció que en la empresa no se requería usar más de una botella de ácido clorhídrico por año. Sin embargo, entre junio y julio, se compraron tres cajas de ácido clorhídrico y en cada una había seis botellas de 2,5 litros. Además, se compró otra caja del mismo tamaño de ácido sulfúrico.
En junio, un vecino de Larissa la vio moviendo, por el costado de su garaje, un enorme barril azul.
Se estaba montando el escenario de una muerte muy anunciada.
El dinero, ante todo
La noche del miércoles 9 de julio de 2003, Timothy Shuster (45) comió con compañeros de trabajo: Mary y Bob Solís y Víctor Uribe. Mary y Timothy acababan de perder su empleo en el sanatorio St Agnes. Quedaron en encontrarse a la mañana siguiente en el hospital para hacer el papeleo de desvinculación.
Pero Timothy Schuster nunca llegó a la cita. Sencillamente desapareció.
Víctor Uribe fue hasta su casa preocupado. Vio su camioneta y golpeó la puerta. Nadie respondió.
Sus amigos temían que Timothy estuviera deprimido por su situación laboral. Optaron por ir a la policía para reportar su desaparición. Dijeron que les llamaba mucho la atención que no tuviera con él el celular, sobre todo por sus hijos que podrían necesitarlo y, agregaron, que él era muy buen padre. Las autoridades les dijeron que había que esperar 24 horas. Pasado ese tiempo, como no dio señales de vida, comenzó la investigación.
La lista de sospechosos que la policía quería interrogar estaba encabezada por su ex mujer, Larisa Schuster, de 43 años. Parecía tener muchas razones para desear que Timothy desapareciera del mapa y solía comentarlo públicamente.
Un divorcio peliagudo, la disputa por el hijo de 12 años y la división de su empresa -valuada en varios millones de dólares y que ella no estaba dispuesta a repartir- eran motivos más que suficientes para tenerla en la mira.
Fue interrogada, pero no imputada.
A todos les resultó increíble que durante esos primeros días ella no cambiara sus planes inmediatos. Incluso se fue con su hijo a Disney World, en el estado de Florida, para tomarse unas vacaciones que tenían estipuladas hacía tiempo. Luego, muy campante, llevó a Tyler a visitar a sus familiares en San Antonio.
Unas pruebas por ahí
En el allanamiento a la casa de Timothy descubrieron una pistola debajo de un almohadón, en una silla cerca de la puerta de entrada. Parecía la prueba de que el dueño de casa temía algo. Dentro de un maletín encontraron un microcassette y una grabación con los mensajes de Larissa. El identificador de llamadas de la habitación de Timothy mostraba que la última que había recibido la víctima había sido a las 2.02 de la madrugada del jueves 10 de julio. El teléfono desde el que se había llamado era el de Larissa.
La citaron para declarar. En su largo testimonio dijo que, esa madrugada, ella había estado en su casa y negó haber hablado con Timothy.
Cuando el detective Weibert le informó lo que habían encontrado en el identificador de llamadas en la casa de su ex, ella incómoda insistió en que no habían hablado, dijo que podría haber sido un marcado rápido accidental. Le pidieron su celular y aseguró que no lo tenía encima. Pero los detectives lo hallaron en el auto de la mujer que estaba fuera de la estación de policía. Volvieron a la dependencia.
Cuando se sentó le temblaban las manos mientras intentaba manipular su teléfono. Weibert preocupado por lo que pudiera estar haciendo le pidió si podía verlo y ella se lo dio. Weibert pudo constatar que en el discado rápido no figuraba el número de Timothy. La versión del accidente casual no cerraba. Larissa pidió más agua. Ellos salieron, pero la monitorearon desde fuera. Ella buscaba algo en los contactos de su celular sin levantar la vista. Cuando Weibert volvió, Larissa le dijo que sin querer, por los nervios, había borrado su historial de llamadas con Timothy Schuster.
Las cortas patas de sus mentiras quedaron expuestas. Estaba tan acorralada que tuvo que terminar admitiendo que lo había llamado. Aseveró que había sido para estar segura de que él no interferiría con sus planes de viaje a Disney con Tyler. Les pidió disculpas por no haberlo dicho antes. La dejaron ir. Ella se fue preocupada, sabía que la habían atrapado en una grave mentira.
Además, nadie lo sabía, pero ella tenía que resolver “el tema del barril azul”. Había que llevarlo al depósito que había alquilado. Sabía que estaría vigilada y necesitaba un camión para moverlo sin llamar la atención. Con artimañas y excusas consiguió que su amiga Leslie alquilara uno y logró trasladarlo. Agotada, el domingo 13, por la mañana, Larissa y Tyler partieron a su viaje mágico.
El delator involucrado y un cuerpo líquido
En su breve ausencia, la investigación continuó. Los detectives encontraron en la camioneta de Timothy, que estaba estacionada en el garaje, su billetera, sus llaves y su teléfono celular, donde escucharon mensajes furiosos de Larissa. En uno le decía a los gritos: “Sos un pusilánime, no tenés columna vertebral. ¡Espero que te quemes en el infierno uno de estos días! ¡Y cómo lo vas a desear!”.
Mientras ella estaba en los parques de diversiones, la policía aprovechó y llamó a declarar al empleado de Larissa, James Fagone. El joven de 21 años, un estudiante brillante y asiduo asistente a la iglesia local, había sido colaborador en el laboratorio y, también, era babysitter de Tyler. Durante los allanamientos en la casa de James, la policía encontró un recibo de una pistola paralizante y dos baterías para cargarla. En el disco rígido de su computadora se halló que había tipeado varias veces “puede el cloroformo hacer que te desmayes”.
James Fagone no aguantó ni medio interrogatorio. Enseguida se quebró y reveló todo: él y Larissa eran los responsables de la desaparición de Timothy.
Relató lo ocurrido de la siguiente manera.
La madrugada del jueves 10 de julio de 2003, Larissa llamó a su ex y le dijo que Tyler estaba enfermo. Con esa excusa logró que Timothy, un hombre de 1.83 metros y que pesaba unos 100 kilos, le abriera la puerta de su casa. James y Larissa tenían todo preparado para reducirlo con rapidez. Apenas abrió, James le disparó con una pistola paralizante. Se desplomó y Larissa aplicó contra su cara trapos impregnados con cloroformo. Juntos lo pusieron en el auto y lo llevaron a la casa de Larissa. Allí en el cobertizo lo ataron de pies y manos con cintas plásticas. Luego lo introdujeron inconsciente, cabeza abajo, en el barril azul con capacidad para 208 litros. Larissa empezó a verter dentro el ácido clorhídrico. Según James, hasta ese entonces, él no sabía que ella tenía planeado asesinarlo. Admitió que la víctima parecía estar con vida porque había escuchado “algo así como una respiración y hacía ruidos”, pero que el cuerpo se percibía absolutamente “flojo”. “El ácido era tan fuerte que sentía que quemaba mis pulmones”, afirmó el joven.
Como no podían poner la tapa, Larissa tomó un serrucho y ella misma le cortó los pies. Según el relato de James, ella no soportó la escena y le pidió que tapara, de una vez por todas, el maldito barril.
Timothy había sido arrojado al horror con vida. Y Larissa iba a intentar que esa parte de su existencia, literalmente, se disolviera. En los días posteriores al crimen movieron el cadáver del cobertizo al sitio alquilado para almacenaje.
A la policía la versión le cerró.
Comprobar los dichos
El 14 de julio la policía consiguió órdenes de allanamiento para la unidad de almacenamiento alquilada, el laboratorio y la casa de Larissa.
Detrás de la casa de la bioquímica, en medio de la basura, encontraron una caja con seis botellas vacías de ácido clorhídrico. Era una criminal muy descuidada.
Los análisis forenses de su computadora demostraron que el 13 de junio había estado buscando los siguientes términos: “ácido tejidos digestivos”, “ácido y tejidos digestivos animales” y “ácido sulfúrico”. Eran búsquedas incriminantes.
Cuando la policía llegó, el 16 de julio, a donde estaba guardado el tonel, encontró medio cuerpo de Timothy, sin pies. De la parte superior de su torso (recordemos que estaba puesto de cabeza) quedaban solamente un par de huesos de sus brazos. Nada de sus dientes ni de su cráneo. Luego del macabro hallazgo, los detectives de homicidios fueron directamente hacia el aeropuerto de St Louis. Larissa estaba regresando de Disney. Fue detenida. Tenía con ella una tarjeta del lugar de almacenamiento y el código para abrirlo.
Cuando empezó a hablar le dio a la policía su propia versión de la historia: el asesino era James Fagone.
Contó que la muerte habría ocurrido accidentalmente durante un robo y que James se lo había confesado. Aseguró haber pensado que era una mala broma, pero de todas maneras admitió haberlo ayudado a mover el cuerpo.
La autopsia debió hacerse con trajes especiales por el fuerte olor de los ácidos. Pudieron identificar su ADN y encontraron cloroformo en los pocos tejidos de Timothy.
James, por su parte, apuntó a Larissa como el cerebro de la operación. Él había colaborado porque ella le pagaría 2000 dólares. Eso valía, para el joven James, la vida humana.
Verdades sin remedio
El primero en ser juzgado fue James Fagone, en noviembre de 2006. Si bien sus abogados arguyeron que la mente criminal detrás de todo el plan era Larissa Schuster y que lo tenía amenazado de muerte, lo cierto era que James ya había confesado el crimen. El jurado había visto el video de su confesión. Fue absuelto por secuestro, pero hallado culpable de asesinato. Lo condenaron a reclusión perpetua.
El 22 de octubre de 2007, más de cuatro años después de ser imputada, comenzó el juicio contra Larissa. Fue difícil conformar un jurado imparcial con la cantidad de de información del asesinato que se había publicado en los medios.
Larissa decidió testificar para defenderse. Sostuvo que no sabía con anterioridad sobre el crimen que James Fagone había llevado a cabo. Repitió lo de la muerte accidental de su ex marido en manos de James, pero no pudo explicar porqué lo ayudó a deshacerse del cuerpo. Cuando la fiscalía la confrontó con sus amenazas en el contestador de Timothy, aseguró estar arrepentida y avergonzada por sus mensajes. Y respecto de la cantidad de químicos hallados en su laboratorio dijo que no eran para ser usados con Timothy sino para la limpieza del laboratorio.
Su testimonio no convenció a nadie. Fue encontrada culpable por homicidio en primer grado con el agravante de querer obtener por ello un beneficio económico. Quedó probado que si Timothy moría antes que ella, no solo no tendría que dividir sus bienes, además, Larissa cobraría su pensión y un buen seguro de vida.
El 16 de mayo de 2008 fue sentenciada a reclusión perpetua, sin posibilidad de salir en libertad condicional.
La Dama del Ácido tiene hoy 61 años y vive en la cárcel Central de California.
Negar el perdón
Después de escuchar la sentencia, la hija mayor de la pareja, Kristin Schuster, le recriminó a su madre desde el estrado, clavándole la mirada: “Pasé cinco años sin saber si tenía que preocuparme por mi propia seguridad. Te convertiste en nuestro demonio. Me lastimaste tanto tiempo... y seguramente estabas sonriendo por dentro. Pero mira quién sonríe ahora (...) Entregaste todos tus derechos como madre, como esposa, como amiga, como hija, como mujer. Sos una desgracia para esta familia. Un ser humano lamentable. Rezo para que te persiga, cada noche, el sonido de mi padre peleando por respirar en sus últimos momentos sobre esta tierra. Brindo porque padezcas horribles pesadillas que te hagan visualizar el horror de la violencia que has cometido. (...) Este es un adiós para siempre como tu hija”.
Fue la peor sentencia.
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