A fines de la década del ochenta su vida se había convertido en un círculo vicioso que giraba a velocidad supersónica. Así lo explicó él: “Cuanto más loco me volvía, más plata hacíamos; cuánta más plata hacíamos, más me pagaban a mí; cuanto más me pagaban, más loco me volvía”.
El lunes pasado murió, a los 88 años, Walter Yetnikoff. La noticia pasó desapercibida. Hacía mucho que su nombre no aparecía en los medios. Pero Yetnikoff fue uno de los nombres más importantes de la industria discográfica durante los setenta y los ochenta. Impulsor de las carreras de Bruce Springsteen, Barbra Streissand, Billy Joel, el principal diseñador de la arquitectura de mercado para que Thriller se convirtiera en un fenómeno. Más allá de sus evidentes aportes, Yetnikoff será recordado por ser el ejecutivo que llevaba una vida más salvaje que las estrellas del rock que tenía contratadas. Sus anécdotas son múltiples e insuperables. Un buen perfil de él y de su vida podría estar compuesto por una sucesión de estas historias increíbles sin más nexo que su persona.
Cuando alguien piensa en el responsable máximo de una discográfica imagina una figura seria, ecuánime, equilibrada, con costosos trajes, balances y cifras sobre un escritorio. Nuestro personaje no entra en el arquetipo. Era salvaje y voraz. Su vida no era de reuniones aburridas y actos protocolares. Lo suyo era sexo drogas y rock and roll aunque nunca se haya subido a un escenario.
Un día de su vida en la cima era de una intensidad única, valía por meses y hasta años de otra persona. Podía mantener una reunión con el presidente de Sony, luego hablar varias veces con Michael Jackson por teléfono, pelear con un ejecutivo rival por un artista, seducir a Paul McCartney para que se pasara a su sello, dejar esperando a Mick Jagger, seducir a una modelo, tener sexo con varias actrices con ganas de sacar un disco y tratar de convencer a Bruce Springsteen que no desarmara la E Street Band.
Yetnikoff se había recibido de abogado muy joven. Uno de sus compañeros de promoción ingresó a trabajar en el mundo de la música. Era Clive Davis, probablemente la persona más influyente en el negocio en la segunda mitad del Siglo XX. Walter trabajó como abogado de la discográfica durante años mientras aprendía el negocio. Su natural ambición le pedía más. Pronto ocupó cargos ejecutivos hasta que en 1975 pasó a dirigir CBS Records. Los éxitos empezaron a llegar en casacada. El primero fue la explosión de Bruce Springsteen y Born to Run. Yetnikoff había sido paciente, había confiado y había invertido mucho dinero en Springsteen. Y la apuesta le rindió. Luego encadenó varios hitos con la música disco y también dio a conocer un fenómeno sorpresivo, Meat Loaf. Para esa época ya era uno de los personajes más importantes del ambiente, en una industria donde hacerse un nombre era difícil, sólo para unos pocos como Clive Davis, David Geffen y Ahmet Ertegun.
Yetnikoff era un huracán. Enérgico, parecía estar en varios lugares a la vez y nunca dejaba pasar una oportunidad para pelearse con alguien. El enfrentamiento era otra de sus adicciones. Ganaba casi siempre porque no se detenía hasta ver de rodillas a su rival, era inclemente. No le importaba que una victoria se convirtiera en pírrica. Y ganaba también porque tenía un poder desmesurado y lo ejercía impiadosamente.
Yetnikoff impulsó la carrera solista de Michael Jackson. Off The Wall fue un gran éxito. Vendió millones de copias y muy buenas críticas. El siguiente álbum, creía, podía ser más grande todavía. Apenas salió Thriller las radios lo adoptaron. Billie Jean, el primer single sonaba todo el tiempo y ascendía en los charts. Sólo había un problema. MTV, el nuevo canal, no pasaba el video; los artistas blancos eran los favoritos de su grilla. Yetnikoff llamó por teléfono y le pidió al presidente de MTV que incorporaran a Billie Jean en la heavy rotation. “No solemos centrarnos en artistas de R&B”, respondió el otro. Yetnikoff se enfureció. Sin pensarlo dos veces comenzó a gritar. Amenazó al presidente de MTV. Le dijo (le gritó) que si no pasaban el video de Michael, no podrían hacerlo con ningún artista de CBS, su compañía. Y que además empezaría una campaña pública para que todo el mundo supiera que MTV era racista. Dos días después Billie Jean sonaba todo el día en el canal. Muy rápido se le sumaba Beat It.
Michael lo llamaba directamente y le pedía con su voz finita y casi quebrada que lo ayudara a resolver algún problema en el que se había metido, que dijera que no en lugar suyo. Así, si Jackson prometía a David Geffen que uno de sus temas integraría una banda de sonido de una película próxima a estrenarse, el músico luego le pedía a Yetnikoff que denegara ese permiso pero sin dejar que se supiera que él lo había ordenado. Yetnikoff asumía la tarea hasta con placer: le encantaba pelearse con la gente y humillarlos. Pero Michael Jackson también le llegó a solicitar que hablara con el comité que entrega los Premios Grammy para impedir que Quincy Jones ganara el premio como mejor productor por Thriller. “Así él no se lleva ninguna atención. Total yo voy a ganar muchos premios”, le habría dicho el cantante. Esa noche al agradecer uno de los galardones, Michael se lo dedicó a Yetnikoff: “Gracias a Walter, el mejor director de una discográfica de la historia”, dijo desde el escenario.
Un día Billy Joel le contó que iba a vender su mansión en Manhattan para comprar una casa en las afueras de la ciudad. El comprador sería Sting. Yetnikoff le preguntó por qué lo hacía. Christine Brinkley, su hermosa esposa de entonces, quería vivir en una casa con mucho verde y alejada del centro. Yetnikoff insistió: no quería saber por qué compraba una nueva vivienda sino por qué vendía la anterior. “Necesito la plata”, dijo Billy Joel. “Es imposible. Con la cantidad de discos que vendés y con los derechos de autor te tendrías que poder comprar veinte de esas casas”, le dijo Yetnikoff. que luego agregó: “Alguien te está robando”. Al día siguiente, Billy Joel inició una auditoría que demostró que su representante lo había estafado durante años y que hasta se había quedado con los derechos de publicación de sus canciones. Yetnikoff le dijo que el problema de las canciones lo arreglaba él. Llamó al representante lo intimidó, lo amenazó con contar sus secretos, le gritó un rato y lo zarandeó otro. Al terminar la conversación, Billy Joel había recuperado la propiedad de los temas compuestos a lo largo de su carrera.
También sedujo a Paul McCartney y logró robárselo de su anterior discográfica. Yetnikoff fue el que impulsó los duetos con Stevie Wonder y Michael Jackson. Una de las facilidades que le brindó al Beatle fue poner el avión de la compañía a su disposición y de Linda todas las veces que quisiera.
Entre sus artistas estaba el Dylan cristiano y el que usaba sacos con hombreras de los ochenta. Yetnikoff sabía quién era Dylan y no le preocupaban sus ventas. Luego de una presentación en Nueva York, el ejecutivo quiso homenajear a su artista con una cena en un lugar exclusivo. Dylan, agradecido con el apoyo recibido por la discográfica, aceptó. Pero a dos horas de finalizado el show y ya pasada la medianoche, el músico no aparecía. Yetnikoff se levantó enojado tras la larga espera pero en ese momento ingresó Bob. Su entourage no era el habitual en una estrella de rock. Ni groupies, ni actores, ni dealers. Dylan llegó acompañado por su mamá y por varios tíos y primos. Antes de sentarse la madre retó a su hijo delante de todos: “Pedile perdón al señor por la llegada tarde”. Dylan sonrió apenado: “Mamá, me estás avergonzando”. La señora tuvo a raya a su hijo toda la cena mientras Yetnikoff, por lo bajo, se burlaba de la incomodidad de Dylan.
Yetnikoff afirmaba que él tenía un pésimo oído musical, que no sabía distinguir un instrumento de otro. Pero sí sabía reconocer qué artistas podían dar ganancias y vender discos. su talento era conseguirlos y luego mantenerlos.
Su talento era hacerles sentir a Jagger, McCartney, Streissand o Jackson que cada uno de ellos era su artista favorito, al que le dedicaba atención prioritaria. Sin embargo también lanzó artistas desconocidos que consiguieron enormes hits como Meat Loaf, Cindy Lauper o Gloria Estefan.
No era un líder inspirador ni un descubridor de talentos ocultos. Eso lo dejaba para otros. Pocos como él representan a los ejecutivos de los ochenta. Surfeaba sobre olas de cocaína y ego mientras contaba, con la mandíbula tiesa, millones de dólares.
Sus artistas sabían que no sólo era divertido salir de ronda con él, era obligatorio. Una noche mientras charlaba con Marvin Gaye vio que este armaba un porro. Gaye tenía severos problemas con las adicciones que lo llevarían a un trágico final (fue asesinado de un disparo por su padre). Yetnikoff, contra todo pronóstico había logrado resucitar su carrera con Sexual Healing que se convirtió en un hit inmediato. Tratando de mostrarse moderado y así evitar que Marvin Gaye descarrilara, el ejecutivo -incorporando el espíritu de Nancy Reagan- le dijo: “Marvin, el porro lleva a otras drogas, a la cocaína por ejemplo”. Sin ironía, Gay replicó: “Ah, de eso tengo también”. “Genial, trae un poco entonces”, cedió Yetnikoff.
En medio de la ola de sucesos, mientras su discográfica marcaba el ritmo de la industria (que es lo mismo que decir que él era el que lo hacía), alguien le preguntó cuál era la filosofía de la compañía, cuáles eran los principios en los que se fundaba su éxito: “Pagar al artista lo menor posible. Atar al artista con un contrata tan largo como sea posible. Ganar tanto dinero como sea posible”.
“Después de su tercer orgasmo, Jackie me miró con una mezcla de gratitud y admiración. ‘Jack era un gran amante; Ari era muy apasionado; pero vos, Walter Yetnikoff sos deslumbrante’”. Este es el primer párrafo de Howling at The Moon, sus memorias. Pero es lo único que no es cierto -según él- de todo el libro. Acostarse con Jackie Kennedy era uno de sus sueños, uno de los pocos que no había podido cumplir, así que pensó que el libro, su libro, era un buen lugar para alcanzarlo. Jackie fue la editora del texto, la que propuso que dejara su vida asentada por escrito. Si bien no pudo acostarse con Jackie, sí lo hizo con otros cientos de mujeres. Cuando le preguntaron a su secretaria sobre algún aspecto único de su jefe, ella respondió: “Nadie se desviste y se viste tantas veces por día como Walter”.
Ya desde el aspecto exterior el libro muestra su status similar al de una estrella de rock. La foto de tapa la sacó Annie Leivobitz, la fotógrafa especialista en retratos de figuras, que fue encargada de las portadas de la Rolling Stone durante años. Yetnikoff con el torso desnudo y el gesto exaltado y orbitando alrededor suyo las grandes figuras de la música. El subtítulo también es lo suficientemente elocuente: Confesiones de un magnate de la música en una era de excesos.
Su vida alocada tenía como combustible su éxito en el mundo de los negocios, la cocaína, las noches largas y el sexo desenfrenado. Sintió que había llegado al cénit de su carrera cuando comandó la venta del sello de la CBS a Sony. El trato lo cerró en 2000 millones de dólares. Gran parte del valor de la empresa se asentaba en los artistas que él había hecho triunfar. Tras esta operación varias decenas de millones de dólares entraron a su cuenta bancaria. Estaba en la cima y tenía la convicción que para él no había límites. Pero le quedaba poco tiempo en ese lugar.
La vida desaforada le pasaba factura. Los millones de dólares que hacía ganar a su discográfica no alcanzaban. Su conducta era cada vez más errática. Las autoridades de Sony lo intimaron a que modificara sus hábitos. Walter Yetnikoff entró a rehabilitación. Cuando salió parecía un hombre nuevo. Más delgado, mantenía la energía y pensaba con claridad. Su conducta se volvió menos contradictoria. Sin embargo sus ojos seguían disparando fuego. Sus demonios interiores no se habían calmado.
Cundo volvió a su despacho notó que algo había cambiado. Los muebles estaban en su lugar, también su secretaria y el resto de los empleados. Tenía varios mensajes pendientes de músicos que le expresaban su afecto, que querían saber cómo estaba. Pero por los pasillos el resto de los empleados ya no se abalanzaba sobre él, y hasta esquivaban el cruce de miradas. Tommy Mottola, uno de los gerentes que lo asistían, maniobró en su ausencia para quedarse con el puesto. Y lo logró. Yetnikoff maldijo, dio varias entrevistas repletas de titulares rimbombantes, insultó a Mottola y prometió regresar con todo. Pero cuando en 1990 salió de la discográfica que había conducido al éxito, ya no pudo ocupar un puesto relevante. El poder era pasado para él. Se había ganado demasiados enemigos que estaban esperando la revancha. Fundó una discográfica pero fue un fracaso. También paneó durante años una biopic de Miles Davis que iba a protagonizar Wesley Snipes (otro con problemas múltiples y una carrera cortada prematuramente) que nunca llegó a filmarse porque no consiguió los derechos de la música. Alguien le pasaba una vieja factura.
Tommy Mottola, el antiguo discípulo que lo desplazó dijo: “Walter fue a rehabilitación y dejó las drogas y el alcohol. Pero aquellos fantasmas, aquellos demonios que lo dominaban y que lo hacían volcarse a los excesos, seguían ahí”.
Walter Yetnikoff murió a los 88 años. Hacía al menos tres décadas que había dejado de ser el gran titiritero de la industria. Dejó un puñado de grandes discos, algunos escándalos y cientos de grandes historias.
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