El viernes 26 de enero de 1996, a las dos de la tarde, hacía mucho frío. Faltaban pocos meses para las Olimpíadas de Atlanta 96, así que el atleta especializado en lucha libre Dave Schultz (36, ganador de una medalla olímpica de oro en 1984) entrenó duro. Bajó del ring contento con su actuación. Salió del gimnasio y se dirigió hacia su casa donde estaba viviendo desde hacía seis años con su esposa y sus dos hijos. Era la hora de almorzar.
Estaban sentados a la mesa cuando sintieron llegar un auto. Dave miró por la ventana y vio el vehículo Lincoln de su jefe y dueño de la granja Foxcatcher, el famoso millonario, mecenas de deportistas, John du Pont (58). Le dijo a su mujer: “Es John”. Se levantó de la mesa para ir a recibirlo. Abrió la puerta y fue hacia el auto que estaba estacionando. Alzó la mano a modo de saludo y con una sonrisa dijo: “¡Hola jefe!”.
Dave llega a vislumbrar que por la ventana asoma el caño de un arma que lo apunta. Atina a gritar una pregunta: “¿Tenés algún problema conmigo...?”.
En una fracción de segundo, tac, tac, tac. Tres balazos rajan veloces el aire e impactan en Dave. Uno de ellos es fatal y lo calla por siempre. Fin.
Minutos antes y minutos después de matar
Un rato antes de apretar el gatillo de su Magnum calibre 44, John du Pont había sacado el arma de su placard y le había ordenado a su asesor de seguridad, Patrick Goodale, que lo acompañara hasta la casa del deportista Dave Schultz. Apenas llegaron y apareció Dave le disparó a matar. Un tiro al blanco perfecto.
El primer instinto del sorprendido Goodale (que había sido oficial de la marina norteamericana) fue bajarse para ver cómo estaba Dave. Al hacerlo sacó una pistola pequeña, que llevaba escondida en su rodilla, y apuntó a du Pont quien rápidamente arrancó el auto y manejó hasta su casa donde cerró las puertas y se atrincheró.
Mientras, la mujer de Schultz, Nancy, corrió hasta donde estaba caído su marido. Llegó a besarlo y a decirle cuánto lo quería. Llamó al 911 y cuando le preguntaron por qué du Pont había disparado, ella dijo llorando: “Porque está loco”.
Setenta oficiales de policía y un comando SWAT sitiaron la casa del millonario. John du Pont resistió parapetado durante dos días. Tenía catorce armas, barriles de municiones y un rifle de asalto. Negociaba con la policía, que lo intentaba todo para hacerlo salir, desde un teléfono celular que no funcionaba bien. La línea fija de teléfono había sido quemada un tiempo atrás por el mismo dueño de casa durante uno de sus brotes de locura. La policía quiso repararla y para hacerlo se colaron por un túnel hasta donde estaban los cables telefónicos. Como les resultaba difícil escuchar bien apagaron la ruidosa calefacción. Luego de arreglar la línea se retiraron olvidando volver a prender la caldera.
Ese tonto descuido fue clave. Cuando la casona se enfrió demasiado, John du Pont, levantó el teléfono para preguntar qué pasaba con la calefacción. Le avisó a la policía que iba a ir él mismo a prenderla, ya que el aparato estaba en el exterior, y salió sin armas. Los policías aprovecharon y enseguida se acercaron a él.
Le exigieron que pusiera sus manos detrás de la cabeza. John pretendió correr hacia dentro de su mansión gritando “¡Quiero volver a mi casa!”, pero no pudo evitar ser capturado.
Cuando lo retiraron detenido, los fotógrafos y periodistas lo esperaban sentados en pequeñas sillas, muy prolijamente dispuestas en hilera frente a la vivienda. Era la noticia del día. El sitio había culminado sin más muertes.
Historia de un niño rico
John Eleuthère du Pont, nació el 22 de noviembre de 1938 en Filadelfia, Estados Unidos. Fue el menor de los cuatro hijos de William du Pont Jr (quien era banquero) y Jean Liseter Austin.
Nació en cuna de oro: era el heredero de una de las grandes fortunas de los Estados Unidos. Su familia era dueña de una de las compañías químicas más grandes del mundo.
Tanto la familia de su padre como la de su madre eran inmigrantes europeos a los que les había ido muy bien económicamente. Se crió en Liseter Hall, una mansión construida en 1922, en Newton Square, por sus abuelos maternos. Durante la década del 20 y 30 sus padres habían acrecentado sus fortunas comprando más y más tierras. También tenían cabañas de cría de ganado. A pesar de las comodidades, John no tuvo una infancia feliz. Sus padres se divorciaron en 1941, cuando él tenía 2 años. Fue su madre quien se quedó viviendo en la mansión cuando sobrevino el divorcio y siguió trabajando con la cría de animales a la que sumó su pasión por un tipo de pony irlandés.
Dentro de su enorme casa, a pesar de no ser hijo único, se sentía solo. El resto de sus hermanos estudiaban pupilos en exclusivos colegios. John era un chico demasiado tímido, tenía comportamientos extraños y su único amigo, por entonces, era el hijo del chofer de la familia. Con el tiempo descubrió que, en realidad, su madre le pagaba a ese chico para que simulara ser su amigo. Una verdadera decepción.
John du Pont, excéntrico y ensimismado, no se llevaba bien con sus hermanos mayores: dos mujeres Jean y Evelyn y un varón llamado Henry. Tampoco con su medio hermano más chico, William du Pont III, hijo de su padre con su segunda mujer.
Al graduarse del secundario en el colegio Haverford, ingresó a la Universidad de Pennsylvania. No duró ni un año. Abandonó e ingresó a otra institución en Miami, donde estudió bajo la tutela del científico Oscar T. Owre.
El deporte era una de sus grandes pasiones, pero no era lo suficientemente bueno en nada. Probó con natación y con pentatlones y, finalmente, se entusiasmó con la lucha libre. Sus aristocráticos padres se opusieron a esta última disciplina. No estaban para nada de acuerdo con que eligiera un deporte practicado por las clases sociales más bajas. John, no los escuchó y se obsesionó con el tema.
Antes de cumplir 20 años, en 1957, fundó el Museo de Historia Natural de Delaware que abrió sus puertas en 1972, donde fue director durante muchos años.
En 1965 murió su padre, se convirtió en heredero y se licenció en Zoología. Se anotó en un doctorado en Ciencias Naturales en la Universidad de Villanova que terminó en 1973. Para su trabajo de graduación John participó de numerosas expediciones científicas en el Pacífico Sur y en Filipinas. Como ornitólogo fue el descubridor de no menos de dos docenas de especies de pájaros. Si bien era un personaje estrafalario, sus aportes económicos a distintas causas le abrieron todas las puertas.
En 1968, cuando tenía unos 30 años, John tuvo un accidente donde perdió sus dos testículos. Un caballo lo arrojó contra un cerco y se golpeó los genitales que se le infectaron de tal manera que debieron extirparlos. A partir de allí, le prohibieron la lucha libre y el joven comenzó a desarrollar características andróginas.
Un breve matrimonio
Su otra obsesión eran las estampillas. Se había hecho un fanático coleccionista. Escondido en el anonimato de una subasta logró, en 1980, quedarse con una de las más raras estampillas del mundo -que databa de 1856 de la Guyana británica- por la que pagó la suma de 935.000 dólares. No se equivocó con la compra porque en junio de 2014, luego de su muerte, fue vendida en Sotheby‘s por 9.5 millones de dólares.
Su vida transcurría entre tres ideas fijas: la lucha libre, la filatelia y los pájaros. En eso estaba cuando, luego de un accidente de tránsito, conoció a una terapista física. Su mano lastimada fue rehabilitada por Gale Wenk, que quedó deslumbrada con el millonario de 45 años.
En septiembre de 1983, John se casó con esta joven de 29 años, en la iglesia familiar ante 500 invitados. Una banda militar los recibió en la fastuosa fiesta de recepción y el cielo se llenó de magníficos fuegos artificiales. La novia se quedaba con uno de los solteros más ricos de la sociedad norteamericana que, además, era el presidente del Museo de Historia Natural de Delaware.
El matrimonio no duró mucho, apenas si vivieron juntos seis meses. Gale vivió un infierno. Terminaron separados y ella lo demandó por 5 millones de dólares. Lo acusó de haberla querido estrangular, de haberla apuntado con un arma, de haberla intentado tirar dentro de la gran chimenea de la mansión, de haber pretendido arrojarla desde un auto y de haberla amenazado con un cuchillo. En sus ataques John la acusaba siempre de ser una espía rusa.
En 1985 se terminó de concretar el divorcio. Para ese entonces John du Pont tenía una fortuna que ascendía a los 200 millones de dólares (el equivalente a unos 471 millones de dólares actuales). Nunca trascendió cuánto le pagó John a Gale para zanjar la cuestión.
Un tiempo después, John se unió a su hermano Henry para enfrentar a sus hermanas mujeres y a su medio hermano en el control de la enorme herencia.
Una granja para el sueño olímpico
Mientras ocurría esto, el frente deportivo avanzaba y se había convertido en la manía que dominaba a John. Su objetivo era crear un equipo olímpico de lucha libre que superara a la Unión Soviética. John no quería que su país siguiera quedando detrás de los soviéticos en el podio. Pero lo cierto era que en aquel país el apoyo gubernamental era permanente. John decidió que haría lo mismo, fabricaría el sueño del equipo olímpico de lucha americano. Para ello, se le ocurrió destinar una de sus propiedades para crear un lugar donde los deportistas de lucha libre, pentatlones y demás actividades vivieran y entrenaran. Con su apoyo los atletas recibirían los estímulos necesarios para la conquista de medallas olímpicas.
Así fue que en 1985, en una granja familiar de 330 hectáreas, abrió un centro de entrenamiento de 14.000 metros cuadrados cubiertos. Había nacido Foxcatcher Farms un lugar fantástico para ayudar a los equipos oficiales de Lucha Libre de los Estados Unidos y para otros deportes amateur.
John se ganó la simpatía de los norteamericanos cuando invirtió en este proyecto, además de su propiedad, más de tres millones de dólares. Era uno de los primeros campos de entrenamiento en el mundo. Puso para comandar el sitio al medallista olímpico Dave Schultz que se mudó al lugar con su familia. Decidió aceptar el ofrecimiento, a pesar de que su hermano Mark Schultz había pasado por Foxcatcher y le había advertido que el clima en la granja no era el mejor. Dave apostó a quedarse, económicamente le convenía.
Allí convivían atletas, jóvenes promesas, bancadas por el capricho “dorado” del millonario. Dave Schultz era sin dudas el deportista más destacado de todos los que estaban instalados en el establecimiento. Rápidamente, se hizo amigo del excéntrico John y parecía manejar muy bien sus locuras y ocurrencias.
John se sentía feliz: por fin tenía algo propio por lo que luchar y un buen grupo de amigos a los que estimular para obtener triunfos.
Dentro de Foxcatcher Farms la vida no era nada fácil. Las borracheras de John -que se paseaba con un atuendo de lucha libre por todos lados- y las prácticas deportivas ilegales que enseñaba a sus deportistas eran moneda corriente. La casera de una de sus casas contó que en esos tiempos John hizo explotar con dinamita unas cajas llenas de cachorros de zorro, recién nacidos. También era dadivoso con los políticos tanto del partido republicano como del demócrata. En su colección de fotos había unas que lo mostraban con líderes como Ronald Reagan, Gerald Ford, George Bush y Margaret Thatcher. Por otro lado, se convirtió en benefactor de 700 mil niños que, gracias a él, aprendieron a nadar. Un hecho que salvó muchas vidas.
La riqueza puede encandilar al punto de que a muchos les resulte imposible ver más allá. Esto es exactamente lo que ocurrió con John du Pont y su fortuna. La pequeña sociedad que lo rodeaba dejó pasar todas las alertas del desquicio. Su generosa billetera acallaba todo.
Adiós mamá, hola locura
En agosto de 1988, John tuvo otro disgusto. Un entrenador llamado Andre Metzger lo demandó por acoso sexual e intento de abuso. Un escándalo.
Cuando murió la madre de John, ese mismo año, el escenario se desmadró.
El día del entierro de su madre llegó tarde, mal vestido y con un trago en la mano. Luego, ese mismo día se mudó a la casa principal de la granja que ocupaba ella. Enfrentó el dolor de la pérdida consumiendo alcohol en exceso y una parafernalia de drogas. Para 1990 su conducta era errática y se había vuelto paranoico al extremo. Llegó a sacarle el arma a un hombre de seguridad porque pensó que lo quería encerrar en una jaula. Tenía alucinaciones, creía que había gente y personajes de Disney que salían de las paredes. Estaba pertrechado y en alerta porque estaba convencido de que querían matarlo.
Dominado por sus delirios, llegó a abrir fuego contra una fila de gansos porque aseguró que estaban usando magia negra contra él. También hizo sacar los molinos de la granja porque dijo que hacían rodar el tiempo hacia atrás.
Preocupado, tomó más personal de seguridad para que verificaran que no hubiera túneles que permitieran que los intrusos ingresaran a su casa.
Mucho de locura, otro tanto de alcohol y un cóctel poderoso de drogas... El combo letal estaba servido, pero nadie sabía cómo apagar el infierno.
En esos últimos tiempos despidió de manera violenta a algunos de los luchadores alojados en la granja. A Dan Chaid, por ejemplo, le puso un arma en la cabeza para que se fuera inmediatamente. Chaid declaró: “Fui a la policía. Hice un reporte. Definitivamente, él estaba cada vez más cerca de lastimar a alguien”.
Poco después, John se obsesionó con el color negro: decía que traía mala suerte… La cosa empeoró hasta tal punto que decidió echar de la granja a los luchadores de color. ¡Entre ellos estaba nada menos que Kevin Jackson, ganador de la medalla de oro en Barcelona en 1992!
Dave Schultz percibía que las cosas estaban difíciles, pero creía poder manejar las extravagancias de su jefe. Era la persona más cercana, su confidente y jamás pensó que correría sangre. Menos la propia.
Hasta que el único resorte que quedaba en la cabeza de John se saltó de lugar, decidió tomar una de sus armas e ir a matar a su más fiel deportista y amigo. Igual que con los gansos, su paranoia lo gobernó.
Pero, esta vez, había matado a un ser humano.
Juicio y castigo
Joy Hansen Leutner, una triatleta de California que había vivido dos años en la granja de entrenamiento sostuvo que du Pont la había ayudado a conseguir una nueva vida y que no podía creer lo ocurrido: “No hay posibilidades de que John en su sano juicio hubiera podido matar a Dave”. Por su lado, John S. Custer Jr. dijo: “Al momento del asesinato, John no sabía lo que estaba haciendo”.
Durante el juicio los expertos en psiquiatría sostuvieron que du Pont era un esquizofrénico paranoico que creía que Dave Schultz era parte de un complot internacional para matarlo. Por ello había instalado sistemas de seguridad en su casa, para evitar que algún sicario entrara a asesinarlo. Pidieron que se lo declarara no culpable por razones de salud mental.
El 25 de febrero de 1997 el jurado lo encontró culpable de asesinato en tercer grado, aunque era un enfermo mental concluyeron que podía distinguir el bien del mal. Eso sí, consideraron que no había habido premeditación. Fue sentenciado a pasar de 13 a 30 años en la cárcel.
Una vez hallado culpable, la viuda de Dave, Nancy Schultz, le inició un juicio. Todo terminó en un arreglo extrajudicial: la suma del acuerdo alcanzó los 35 millones de dólares.
Los abogados de du Pont apelaron la condena a prisión y, en el año 2000, llegaron hasta la Suprema Corte de los Estados Unidos. Si algo sobraba en la familia era dinero para pagar buenos abogados, pero no fue suficiente. El veredicto de culpabilidad fue sostenido.
En enero de 2009 pidió la libertad bajo palabra y le fue negada. Su sentencia terminaría en enero de 2026, pero la vida no le alcanzó para tanto.
Murió en la cárcel a los 72 años, el 10 de diciembre de 2010. La causa de su deceso fue EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica). Lo encontraron muerto a las 6.55 de la mañana en su celda del correccional Laurel Highlands. Fue enterrado tal cual lo dejó expresado en su testamento: con su traje rojo de lucha libre, en la exclusiva bóveda de la familia du Pont en el cementerio de Wilmington, en Delaware.
En su testamento John du Pont donó el 80 por ciento al luchador libre búlgaro Valentin Yordanov, un campeón olímpico que se había entrenado en su granja. En junio de 2011 una sobrina de John, Beverly du Pont Gauggel y un sobrino William H. du Pont quisieron impugnar el testamento. Esgrimieron que él no habría estado en su sano juicio cuando lo hizo ya que en ese tiempo decía que era Jesucristo, el Dalai Lama o un zar ruso. La justicia no les dio la razón.
Secuelas post mortem
La historia era lo suficientemente fuerte como para ser contada en todos los formatos. En 2013 salió el libro Luchando con la locura. En 2014 se lanzó la película Foxcatcher, basada en los eventos. Steve Carell obtuvo por su papel una nominación a mejor actor en los Premios Oscar.
Mark Schultz se angustió mucho porque en la película se sugería que él y el asesino de su hermano, John du Pont, tenían una relación homosexual. El medio Washington Times escribió que se rumoreaba que habían sido amantes. Mark lo pasó mal y el mismo año escribió su propio libro sobre los hechos al que tituló: Foxcatcher: la verdadera historia del asesinato de mi hermano, la locura de John du Pont y la búsqueda de la medalla olímpica de oro.
Mark Schultz, que había nacido en 1960, también había sido campeón olímpico en Los Ángeles 1984 y campeón mundial en Budapest, en 1985, en lucha libre. Había vivido un tiempo en Foxcatcher Farms: “John me pagaría por luchar”, explicó. Estuvo de 1986 a 1988 y se fue porque se sintió ahogado por la atmósfera creada por du Pont. Mark dijo haber tenido la sensación de que había sido comprado por un salario de 70 mil dólares anuales. “Nosotros éramos sus trofeos”, escribió Mark de su mecenas, “Y si no querías estar exhibido en su pared... entonces te amenazaba con destruir”.
En 1990, du Pont reemplazó a Mark por su hermano Dave Schultz. Y ya sabemos lo que ocurrió.
En 2015 ESPN Films puso en el aire El Príncipe de Pennsylvania, cuyo título fue extraído de una carta donde Dave Schultz le escribía al Príncipe Alberto de Mónaco negándose a convertirse en el entrenador del equipo monegasco de lucha libre. Y, en 2016, Netflix también contó la historia.
Un detalle jugoso de esta biografía de película de John du Pont: por lo menos mientras estuvo vivo, fue el único de los 400 millonarios incluidos en la célebre lista Forbes que fue condenado por asesinato.
SEGUIR LEYENDO: